6

Hotel San Martín

Aquella primavera de 2008 fue atípica. Mi mujer y yo habíamos vendido un apartamento que teníamos en Oropesa del Mar y al que habíamos ido durante casi cuarenta años, y compramos una casa de pueblo en Altafulla: Oropesa nos quedaba cada vez más lejos y Altafulla nos pareció un sitio ideal.

Digo que fue atípica porque esa primavera, debido a las obras que se estaban llevando a cabo en la casa, pasamos largas temporadas en el Hotel San Martín. Allí fui feliz. Lo fui por el entorno y por las personas a las que conocí: Mari Laura, Carlos, Pachet… Sobre todo María Laura y Carlos, con los que compartí sobremesas y muchas risas.

De María Laura podrían decirse miles de cosas, pero yo me quedaría con su inigualable sentido del humor, su inteligencia y su capacidad de lucha en los momentos de adversidad. La tendrían que ver: pasea por el enorme comedor mostrando cierto desdén y apurando sus interminables cigarrillos. De repente se sienta en una de las mesas, la mía, por ejemplo, y se sirve una copa de vino, mejor de cava. Ahí comienza la sobremesa. Junto a Mari Laura atravesé desiertos de locura, me cansé de reír con su visión del mundo y del sexo; aprecié su enorme cariño y disfruté. Hacía años que no disfrutaba tanto en un lugar, en el que tengo que decir que nos recibieron como si fuésemos su familia.

—Señor Bordeta —me decía; en Cataluña el «la» siempre acompaña al nombre y el mío no podría ser señor La Labordeta—, usted y yo lo pasaríamos bien: nos gusta vivir.

Entonces comenzaba su rosario de anécdotas y tú, perplejo, entendías que así sólo se era si eras Mari Laura.

Carlos, su hermano, es un ser generoso. Comparte con Mari Laura el sentido del humor y el deseo de que todo aquel que esté en su casa se encuentre feliz. Con él compartí muchos vermús en esa primavera y en el posterior verano, y con él comprendí que la vida se detiene cuando nosotros deseamos que así sea, y lo hace para quedarse fija en nuestra retina.

Carlos se ríe, trabaja, te emborracha y vive, y lo hace todo de una forma desprendida, que en más de una ocasión te deja sin habla. En el San Martín no falta de beber ni de comer, y como ellos dicen «si la crisis nos ahoga, lo haremos con cava».

Son gente luchadora cuya generosidad te deslumbra. Aquellos meses Juana y yo pasamos en el San Martín largas temporadas, ya que los problemas en la obra se encadenaban. Sé que si no hubiera sido por el hotel y la fuerza que en algunas ocasiones nos brindaban estas personas, Juana hubiera vendido la casa y ahí hubiera acabado el sueño de Altafulla. Pero siempre estaba Carlos:

—Doña Juana, que mañana le busco yo un electricista.

Y el electricista aparecía y mi mujer se dejaba abrazar por el agua cálida del Mediterráneo, mientras pensaba que quizá ya era demasiado mayor para meterse en esos líos. La casa la sacamos adelante; también siguió nuestra relación con toda la familia del San Martín. Creo que en la terraza que tiene el San Martín sobre la piscina y el Mediterráneo, viendo cómo mi mujer, mis nietas y mis hijas se bañan, he pasado los mejores ratos de los últimos años.

Un día se lo dije a Carlos:

—Aquí, junto al mar, vosotros tenéis la suerte de vivir dos veces.

Puede que no sea exacto, pero sí es cierto.