Al día siguiente me desperté pensando en Hudson. Otra vez. Yo nunca había programado el sexo y saber que formaba parte de la agenda del día me hizo sentir un nudo en el estómago y que el coño me palpitara. Pero con el recuerdo constante en mi cabeza de lo que había dicho, los movimientos que había hecho…, mi botón de alarma empezó a sonar. Me pregunté, como había hecho muchas otras veces en mi vida, si estaba condenada a vivir o bien obsesionada con mis relaciones o bien obsesionada con saber si estaba obsesionada con ellas.
Con tres horas aún hasta el momento en que había quedado con Hudson en su loft, tenía que ocuparme de mi ansiedad. De lo contrario, estaría demasiado tensa cuando le viera y dudaba incluso que su mágico encanto pudiera relajarme.
Decidí salir a correr y enseguida me arrepentí. Salir a correr a mediodía era un sufrimiento en verano, sobre todo cuando me había acostumbrado a hacerlo con el fresco de la mañana. A mitad del recorrido que tenía pensado, bajé el ritmo y empecé a pasear. Nada de eso sirvió para tranquilizar mi mente. El calor, el ejercicio… Aún no podía dejar de hacerme preguntas sobre Hudson, qué estaba haciendo y qué iba a hacerme cuando le viera.
Por casualidad o por obra del inconsciente, me vi caminando cerca de la iglesia de Unity, donde se reunía mi antiguo grupo de Adictos Anónimos. Lo había descubierto en el punto de máximo apogeo de mi trastorno obsesivo, un lugar donde adictos nada típicos nos juntábamos para hablar de todo, desde adicción a los videojuegos hasta las compras compulsivas. Había dejado de asistir con regularidad, pues llevaba varios años sin sufrir ninguna crisis, pero quizá pasarme ahora no fuera una mala idea.
Entré, bajé a las salas de reuniones del sótano y vi que estaba terminando una sesión dirigida por mi dinamizadora preferida. Esperé en la parte de atrás hasta que acabaron y, a continuación, me acerqué a Lauren.
—Vaya, aquí viene alguien a quien no veía desde hacía mucho tiempo —dijo Lauren lanzando los brazos hacia mí con un abrazo amistoso. Su pelo me golpeó con docenas de largos mechones—. ¿Debo preocuparme por verte?
—Aún no lo sé. ¿Tienes tiempo para hablar?
—Un poco. ¿Quieres un café en el bar de la esquina?
—Sí.
Mientras caminábamos, puse a Lauren al día sobre mi graduación y las perspectivas de ascenso en el club, así como sobre el golpe que Brian me había asestado al retirarme su ayuda económica. Lauren me había estado asesorando en muchos de mis problemas familiares y probablemente conocía mejor que nadie la complejidad de mi relación con mi hermano.
—¿Te irá bien sin la ayuda de Brian? —preguntó Lauren cuando nos sentamos en la puerta, cada una con un café helado.
De forma implícita, me estaba diciendo que se refería a algo más que al dinero. Las situaciones estresantes conducían a recaídas de trastornos mentales y quería saber si yo estaba lo suficientemente estable como para resistir.
—Puede ser —respondí con un suspiro—. Creo que sí. Brian no ha sido de mucha ayuda con ninguno de mis problemas, excepto el económico. Y ya he solucionado lo del dinero.
—¿Sí? Eso es estupendo. Aunque intuyo que hay algún «pero».
—Pero hay un hombre.
—Ajá. —Apoyó la espalda en el asiento y se cruzó de brazos—. Continúa.
Hice una pausa, sin estar del todo segura de cómo explicar mi relación con Hudson; quería dar datos, pero sabía que no podía. Intenté precisar exactamente lo que me preocupaba y expresarlo de la forma más sencilla posible.
—Trabajamos juntos. Y no puedo dejar de pensar en él.
—¿Se trata de David?
Pensar ahora en David se me hacía raro. Ya había mencionado antes a David en el grupo, cuando empezamos con nuestras ocasionales sesiones de apoyo. Ahora me parecía algo lejano que formaba parte del pasado, aunque solamente habían transcurrido dos días desde que me había dicho que interrumpiéramos lo nuestro.
—Es otro.
Lauren ladeó la cabeza.
—¿Qué tipo de pensamientos estás teniendo sobre él?
—Fantasías. —Bajé la cabeza para ocultar mi rubor—. Fantasías sexuales.
—¿Qué más?
—Eso es todo.
Lauren negó con la cabeza.
—No voy a decir que tienes problemas solo porque estés pensando hacer guarrerías con un tío bueno.
—Pero es a todas horas. Es decir, me despierto pensando en él, me acuesto pensando en él, estoy atendiendo en la barra pensando en él.
—Pero no le acosas ni le llamas al trabajo ni le envías correos electrónicos de forma incesante.
—No.
—¿Solo fantasías sexuales?
—No. También repito en mi cabeza palabras que él me ha dicho. Me preguntó qué estará haciendo o pensando.
—¿Has considerado la posibilidad de que te guste?
Di un sorbo a mi café. Hasta la noche anterior, había pasado mucho tiempo pensando que Hudson no me gustaba. Solo en lo sexual. Desde el primer momento sabía que mis partes femeninas se sentían atraídas por él. Pero, aparte de eso, no, no lo había pensado. No podía.
—Lauren, no puede gustarme —dije con un gemido—. Nosotros… No tengo ninguna oportunidad con él.
—¿Estás segura?
—Sí. Lo hemos hablado.
Me miró con curiosidad. Busqué algo más que pudiera decirle.
—No le va el romanticismo —expliqué.
—Muchas mujeres se sienten atraídas por hombres inalcanzables. Es natural. Eso no significa que estés dando pasos atrás. Sigue siendo realista en cuanto a la situación. Si crees que está corroyendo tus pensamientos hasta el punto de que te afecta a la rutina diaria, entonces sí tendrás que buscar ayuda.
—Entonces, ¿acostarme con él podría ser una mala idea?
Si respondía que sí, no sabía qué iba a hacer. No creía que pudiera anular mi cita con Hudson. Le deseaba demasiado.
—¿Lo has hecho?
—Aún no.
Lauren me miró seria.
—Pero tienes pensado hacerlo, ¿verdad? Bueno, chica, el sexo sin pretensiones de formar una pareja abre todo un nuevo mundo de problemas que no tienen nada que ver con la adicción, pero que sí pueden provocar otros males.
—¿Es imposible tener sexo sin más?
—Estoy segura de que es posible, pero no conozco a mucha gente que termine yéndose de rositas. Y no es que esté diciendo que tú no seas lo suficientemente fuerte como para enfrentarte a ello, pero… ¿Lo eres, querida?
—Puede que así termine con las fantasías.
—Puede. También puede ser que te quedes colgada con él.
—No quiero parecer una zorra, Lauren, pero he tenido unos cuantos ligues de una noche en los últimos años sin problemas de encariñamiento.
—Entonces, puede que no tengas problema. Pero tus ligues de una noche funcionan porque no los ves después todos los días. A este sí tendrás que seguir viéndolo, ¿no?
Mis ligues de una noche funcionaban porque eran tíos de un polvo y a otra cosa. Hudson no lo era. Y le iba a seguir viendo después. «De forma ocasional». Probablemente más que eso. Lo cierto es que no tenía ni idea de cuánto sería necesario ver a Hudson durante nuestro pequeño engaño. Pero la farsa iba a empezar el domingo y él tenía la intención de mantener el sexo aparte, así que imaginé que tendríamos una aventura de un día y después lo dejaríamos.
Lauren me miró con atención. Unos momentos después, se encogió de hombros.
—No puedo decirte qué tienes que hacer, Laynie. Y no puedo decirte que acostarte o no con ese chico vaya a suponer una diferencia en el hecho de que caigas o no en una conducta obsesiva. Lo que sí puedo hacer es estar a tu lado y sugerirte que vuelvas al grupo durante un tiempo en busca de algo de apoyo adicional.
Lo del apoyo adicional era una buena idea. Antes de separarnos, acepté asistir a una reunión semanal. Después, fui corriendo a casa para prepararme para mi velada, pues no había decidido anular mi cita sexual con Hudson.
Una vez más, dudé qué ropa elegir para mi noche con Hudson y finalmente me decidí por un una camiseta de cuello vuelto holgado y lentejuelas y unos pantalones cortos de rayas también con lentejuelas. Jordan me dejó delante del edificio de Industrias Pierce unos minutos antes de las cinco. Cuando introduje el código del ascensor y subí al ático, estaba temblando sobre mis sandalias de tiras y tacón de siete centímetros.
Tardé al menos un minuto entero hasta que reuní fuerzas para llamar a la puerta del ático. Hudson abrió de inmediato, como si estuviera esperando justo al otro lado, pero tenía el móvil en la oreja.
—Roger, no me digas que perdemos esta empresa porque mis empleados no han sido capaces de prever la posibilidad de la separación. —Se apartó el teléfono de la boca—. Pasa —me susurró. Luego, volvió a su llamada mientras cerraba la puerta después de que yo entrara.
No sabría decir si su preocupación por el trabajo me puso más o menos nerviosa, pero aproveché la oportunidad para observarle. Llevaba unos pantalones de traje negros a medida y la corbata desanudada le colgaba alrededor del cuello. Me fijé en su pecho descubierto y me imaginé lamiéndole la parte de piel desnuda que veía por primera vez. Dios, si estaba tan fascinada por unos cuantos centímetros, ¿qué me pasaría cuando estuviera desnudo?
Él me devolvió la mirada, unos ojos intensos y dilatados por el deseo. El calor que siempre sentía en su presencia me excitó al máximo y los momentos que estuvo al teléfono me parecieron horas de agonía.
—Ocúpate de ello, Roger. Espero que esto quede resuelto antes de que llegue el lunes. —Puso fin a la llamada sin despedirse y lanzó la Blackberry sobre la mesa que estaba junto a la puerta sin dejar de mirarme en ningún momento.
—Hola —susurré, incapaz de soportar aquel agudo silencio.
Sus labios se curvaron despacio con una sensual sonrisa.
Eso fue lo único que hizo falta. Una sonrisa y ya no podía seguir controlándome más. Me había imaginado que el primer movimiento sería suyo, pero fui yo quien se acercó a él para estrellar mi boca con la suya.
Su sorpresa duró solamente una milésima de segundo antes de reaccionar del mismo modo. Sus anteriores besos habían sido profundos y apasionados, pero este no estaba bajo ningún control y zambulló la lengua en los recovecos de mi boca con un ansia desesperada. Yo respondí a su ímpetu con igual fervor, lamiendo el interior de su boca, precipitando mi lengua entre sus dientes.
Sin interrumpir nuestro beso, las manos de Hudson se movían bajo mi camiseta para palparme los pechos a través del sujetador. Jadeé al sentir el maravilloso hormigueo que me recorrió el cuerpo mientras me exprimía con suavidad. Mis manos se movían torpemente entre los botones de su camisa y mi mente se llenó de imágenes en las que me veía rasgando aquella maldita prenda.
Justo cuando le abrí del todo la camisa, se apartó, jadeante.
—Dios mío, Alayna. Te deseo tanto que no estoy comportándome como es debido.
—Hudson, si esto es comportarse mal, por favor, continúa —dije acortando la distancia que él había provocado.
Le bajé la camisa por los hombros y dejé que cayera al suelo. A continuación, puse la lengua sobre su pecho y le lamí por debajo de la nuez hasta el pezón. Gimió.
—Al menos déjame que te lleve a la cama. Si sigues así, voy a follarte apoyada en la puerta.
—Eso no suena mal del todo —murmuré, pero dejé que me condujera al dormitorio.
—No. —Se detuvo a unos centímetros de la cama y me estrechó entre sus brazos. Me acarició el cuello con la nariz mientras hablaba—. Pero no voy a poder saborearte bien y me arrepentiré de ello toda la vida.
Tiró de la parte inferior de mi camiseta hacia arriba y la pasó por encima de mi cabeza. A continuación, dirigió las manos hacia mi espalda para desabrochar el cierre del sujetador negro de encaje de media copa. Cuando cayó, liberando a mis tetas de su prisión de talla C, no deseé otra cosa que juntar mi piel con su pecho desnudo.
Pero Hudson quería mirar, hipnotizado.
—Imaginaba que tendrías unos pechos preciosos, Alayna. Pero no tenía ni idea de… —Se interrumpió. Me empujó hacia atrás hasta que mis piernas chocaron con la cama y tuve que sentarme. Arrodillándose delante de mí, Hudson dio un latigazo con la lengua sobre uno de mis pechos y lo rodeó con la mano para llevárselo a la boca mientras la otra la colocaba sobre mi espalda.
Con un gruñido, su boca me cubrió el pezón y chupó y tiró de él ejerciendo una placentera presión. Grité ante el impacto que acompañaba a su pasión y el coño se me puso tenso. Le agarré del pelo mientras él se daba el banquete y jadeé a punto del orgasmo antes de que dedicara la misma atención a mi otro pecho.
Cuando terminó, fue besándome en dirección al vientre.
—Eres muy sensible. Podría pasarme todo el día chupando tus preciosas tetas. —Me empujó para tumbarme en la cama—. Pero hay en ti muchas otras cosas que adoro.
Agarró el elástico de mis pantalones cortos y de mi bragas y los bajó. Yo arqueé la cadera para ayudarle.
—Los zapatos —dije cuando me los bajó hasta los tobillos.
—Me encantan. —Pasó la ropa por encima de mis tacones—. Quiero que me los claves en la espalda cuando me rodees con las piernas.
Me estremecí ante aquella orden tan sensual. No era una amante exigente y me gustó el modo en que me decía que iban a ser las cosas; confiaba en que haciéndolo a su modo los dos disfrutaríamos.
—Apóyate en los codos.
Lo hice y él me dobló una pierna hacia arriba y después la otra, anclando mis tacones en el borde de la cama con los muslos abiertos. Suspiró mientras deslizaba las manos por la parte interna de mis piernas.
—Estás increíblemente sensual así. Abierta del todo para mí. —Mi sexo se contrajo y él sonrió recorriendo los dedos por mi raja—. Me deseas. Mira cómo te palpita el coño.
Nadie me había hablado así nunca, de un modo tan crudo y obsceno. Era tremendamente erótico y salvaje y, con la repetida provocación de sus dedos rozando mi palpitante almeja, no haría falta mucho más para conseguir que me convulsionara. En cuanto su lengua sustituyó a los dedos, acariciándome con suaves lametones, me revolví y eché la cabeza hacia atrás para soltar un grito agudo.
—Otra vez —me ordenó con brusquedad zambullendo tres dedos bien dentro de mí.
Enrollé las manos en la colcha, sin estar segura de que pudiera soportar otro y deseando tener algo más que sus dedos. Me acariciaba frotando el interior de mis paredes mientras su boca regresaba para chuparme el clítoris. Cuando estuve otra vez a punto del orgasmo, estremeciéndome bajo la creciente tensión, él extendió la otra mano hacia mi pecho y tiró del pezón con los dedos. Me corrí de una forma agresiva, revolviéndome sobre la cama y con mi sexo ondeando alrededor de sus dedos.
Mientras me agitaba allí tumbada, apenas fui consciente de que Hudson se quitaba la ropa. Oí cómo se abría y cerraba el cajón de la mesa de noche y rasgaba el envoltorio de un condón. Me echó hacia atrás sobre la cama para dejar espacio para tumbarse sobre mí. Después, se colocó entre mis piernas y apretó su miembro caliente contra mi temblorosa raja.
—Ya estás lista para mí —dijo echando el peso sobre los antebrazos. Juntó su erección con mi abertura y se metió dentro de mí—. Dios, Alayna —siseó—, cómo me gusta sentirte.
Ahogué un grito mientras él me invadía. Era muy grande. No estaba segura de que me cupiera. Me puse en tensión, sabiendo que me tenía que relajar si esperaba poder albergarle. Me movió la pierna y fue eso lo que necesité. Me abrí para él y se hundió más adentro, haciéndose un hueco en el interior de mi apretado canal.
No recordaba haber estado nunca tan completamente llena, no solo por su tamaño, sino por el modo en que sus ojos se clavaban en los míos mientras se estiraba y se movía dentro de mí. Movió la cadera en círculos empujando la punta hacia delante.
—Qué bien.
Se salió despacio, casi todo lo largo de su polla, y yo lamenté el vacío que dejaba detrás. Después, flexionó la cadera y se metió dentro de mí con una brutal embestida.
Grité y él respondió con un grave gruñido de deseo. Apretó el pecho contra el mío y me atrapó la boca, besándome con brusquedad y con mi sabor en sus labios mientras me golpeaba con fuerza por dentro.
Aunque él ya se había encargado de mí —dos veces—, yo estaba desesperada porque me llevara a otro orgasmo. Me sacudí contra él, respondiendo a cada impulso de sus caderas, gimiendo y jadeando mientras recibía cada una de sus fuertes embestidas.
—Rodéame con las piernas —gruñó Hudson mientras continuaba su asalto.
Obedecí; había olvidado que él ya había expresado ese deseo. Mis tacones golpeaban la parte posterior de sus muslos y se clavaban en él mientras entraba y salía de mí, añadiéndole aún más erotismo. Al levantar las piernas, me abrí más y su polla se introdujo más dentro de mí, tocándome un punto interno que se encendía con cada golpe.
Mi orgasmo empezó a formarse desde ahí y mi cuerpo se tensó, se apretó y se contrajo alrededor de las embestidas de Hudson.
—Me voy a correr —gemí ya temblorosa.
—Sí —gritó Hudson—. Sí, córrete, Alayna.
El orgasmo me recorrió el cuerpo y llegó al punto álgido con sus palabras. Unos segundos después, su propio cuerpo se tensó y se corrió, descargándose dentro de mí durante un buen rato y con fuerza mientras mi nombre salía de sus labios.
Cayó sobre mi cuerpo tembloroso y nuestros pechos se movían arriba y abajo al mismo ritmo. Enterró la cabeza en el hueco de mi cuello y yo introduje los dedos en su pelo humedecido por el sudor.
—Sabía que el sexo contigo sería así —dijo, su voz era casi un suspiro—. Potente, intenso y jodidamente increíble. Lo sabía.
Tragué saliva, controlando todas las emociones que amenazaban con salir, salvo la de la saciedad.
—Yo también.