Cuando me recuperé lo suficiente como para sentarme sin ayuda, Hudson me dejó y volvió con una toallita húmeda. Vi cómo me limpiaba la parte interna de las piernas y el sexo, y el calor de la toallita y la intimidad de aquel acto me subyugó.
—Gracias —dije cuando lo miré a los ojos, haciendo extensa mi gratitud más allá del hecho de haberme limpiado.
Me besó y mi sabor seguía aún en su lengua. Aunque saciada, la excitación volvió a renacer con el roce de sus labios y cuando noté el bulto bajo los pantalones de su traje.
Se apartó enseguida.
—De nada.
Le seguí con los ojos mientras se dirigía al dormitorio y lanzaba la toallita a un cesto de ropa sucia negro y grande. Cuando volvió a mirarme, me descubrió con los ojos fijos en él y me hizo un guiño.
Me puse colorada. La nueva familiaridad que él mostraba con mi cuerpo me hizo sentirme extraña. Me revolví para recomponerme mientras me abrochaba torpemente los botones del vestido. Después, me bajé del taburete, encontré mi ropa interior en el suelo y la metí en el bolso.
Él me miró extrañado mientras se enderezaba la corbata.
—Las bragas están… empapadas. —Noté su gesto de satisfacción—. No puedo ponérmelas.
El ceño fruncido sustituyó a su sonrisa.
—No puedes trabajar sin ellas. Tu vestido es demasiado corto.
—Tendré cuidado. No me importa.
—A mí sí. —Hudson se acercó a mí y colocó las manos sobre la parte superior de mis brazos—. Alayna, el hecho de que no lleves bragas es muy excitante. Cuando yo esté contigo. Definitivamente, no creo que sea excitante saber que estás desnuda rodeada de un montón de clientes borrachos que te quieren meter mano. —Estaba serio, como si se encontrara reprendiendo a una niña rebelde—. De hecho, me pone muy triste.
Vaya, vaya. Hudson tenía una vena celosa. ¿Podía ser más atractivo aún?
Pero yo no quería dejar que se metiera en todos los aspectos de mi vida. Ya había insistido en lo del chófer. Y había intervenido en la elección de mi ropa. Me mantuve firme:
—Sé cuidar de mí misma.
Él se cruzó de brazos. Yo le imité.
—No me voy a poner unas bragas empapadas. Estaría oliendo a sexo toda la noche. Y piensa lo que eso provoca en un montón de clientes borrachos con ganas de meterme mano.
Frunció el ceño.
—Entonces, déjalas. Al menos, puedo hacer que te las laven.
Saqué las bragas para dárselas.
—Si querías quedarte con un recuerdo, no tenías más que pedirlo.
Las cogió con la expresión aún tensa.
—No me las voy a quedar. Espera un momento a que me prepare para irnos.
Desapareció en el baño dejando la puerta abierta.
—¿A que te prepares para irnos?
No esperaba que fuese a venir conmigo. Pero no respondió ni oí que dijera nada sobre el sonido del agua.
—¿Has dicho algo? —preguntó al volver.
Se puso la chaqueta del traje y alargó una mano hacia mí. Le agarré la mano y me di cuenta de que ya no olía a mí, con las manos y los dientes recién lavados. Fue una cuestión práctica, pero yo me desinflé al ver que oficialmente se alejaba de la apasionada escena de unos minutos antes.
—No sabía que ibas al club.
—Sí. —Salimos por la puerta del piso y llegamos a un pasillo con otro ascensor. Supuse que este llevaba al vestíbulo principal en lugar de a su despacho. Me soltó la mano y pulsó el botón—. ¿Supone eso algún problema?
Me encogí de hombros, pese a que quería decir: «Joder, sí que es un problema. Me aturdes, me deslumbras y me distraes». ¿Cómo iba a presentar mis ideas con la mirada intensa de Hudson sobre mí, viendo esa boca increíblemente endiablada que hacía poco me había devorado tan hábilmente? Sobre todo cuando sus ojos intensos y su boca endiablada no mostraban indicios de que hubiera ocurrido nada fuera de lo normal.
Sin intención de ser tan sincera, pero incapaz de pasarlo por alto, pregunté:
—¿Por qué me has citado aquí si ibas a verme en el club?
—Intimidad, Alayna. Imagino que no querrías hacer «eso» en el club, ¿verdad? —Las puertas se abrieron y me invitó a entrar en el ascensor—. ¿Te arrepientes de haberlo hecho? —La sonrisa que se adivinaba en su tono enfatizó el doble sentido de sus palabras.
—No —me apresuré a responder mientras pulsaba el botón del vestíbulo—. Me arrepiento de que no te hayas corrido. —No recordaba ni una sola vez en que un hombre hubiera permitido que yo tuviera todo el placer sin recibir a cambio el suyo. Eso me hizo sentirme aún más vulnerable delante de él.
—Tendrás más oportunidades para enmendarlo.
Entonces aparecieron en mi mente imágenes en las que «lo enmendaba» tocando el cuerpo desnudo de Hudson, su miembro entre mis manos…
Sentí que el sexo se me hinchaba por el deseo. Otra vez.
Maldita sea. No era lo que necesitaba en ese momento. Debía tener la cabeza despejada. Y eso sería más fácil sin el objeto de mi deseo al lado, con su brazo rozándome el hombro.
—Como dijiste que no eras mi jefe y todo eso, creía que no vendrías.
—Puede que David quiera algún asesoramiento. Debo ir. —Me miró—. Además, siento curiosidad. ¿Va a suponer una molestia para ti?
—No estaba preparada. Eso es todo.
Sus ojos se iluminaron al darse cuenta.
—Estás nerviosa.
—Sí.
Se movió detrás de mí y me envolvió en sus brazos.
—No lo estés. Eres perfecta. Lo harás perfectamente.
Me hundí entre sus brazos. Eso era lo que necesitaba. Su caricia después de un acto tan íntimo. Me había sentido desnuda y expuesta. Necesitaba recobrar la confianza, no solo en la presentación del trabajo que estaba a punto de mostrar, sino en lo que él sentía, o en su atracción, o lo que fuera que tuviera por mí.
Y bajamos. Dirigí mis pensamientos a David y a la presentación que estaba a punto de realizar. Ay, Dios, David. Un nuevo horror me invadió.
—¿Podríamos…? —No sabía cómo verbalizar la pregunta que estaba a punto de hacer—. ¿Tenemos que…, eh…, hacer lo de la farsa hoy?
—No quieres que David te haga más caso porque crea que estás saliendo con su jefe.
—Exacto.
Y como aún podría casarme con David algún día, mi teatro con Hudson requería actuar con delicadeza. Aunque la idea de casarme con David ahora parecía menos atractiva que antes.
—Podemos mantenerlo en secreto uno o dos días, si lo prefieres.
—Gracias.
La ansiedad apareció en mi estómago mientras pensaba cómo equilibrar los hombres de mi vida y todos los aspectos de mi relación con ellos: el falso romance con Hudson, el deseado futuro con David, la ruptura de la dependencia con Brian, el sexo real con Hudson, la posibilidad de que David me ofreciera un ascenso… Sentí un escalofrío y apreté más los brazos de Hudson sobre mi cuerpo.
Él malinterpretó mi nerviosismo.
—Ya sabes lo que dicen que hay que hacer con los nervios —me susurró al oído—: imagínate al público desnudo.
Lo miré sorprendida.
—¿A David y a ti?
—No, preciosa. Solo a mí. Es una orden.
El tono dominante de Hudson hizo que un hilo de deseo me humedeciera la entrepierna. En cierto modo, no creía que imaginármelo desnudo fuera a ser de ninguna ayuda.
Jordan nos esperaba en la calle delante del edificio en un Maybach 57 negro. Yo nunca había subido a un coche de lujo y mi reacción innata habría sido la de gesticular enloquecida y babear, pero contuve mi entusiasmo tratando de aparentar más indiferencia de la que sentía en realidad. Recliné el asiento para aprovechar el reposapiés mientras Hudson se ocupaba de algunos asuntos de trabajo. Envió mensajes con su Blackberry e hizo varias llamadas de teléfono.
Yo debería estar concentrándome en mi presentación, pero me fascinaba escuchar cómo dirigía sus negocios. Un imponente tono de mando le salía con toda naturalidad, incluso en sus directrices más simples. Normalmente, cuando hablaba conmigo así, yo me sentía alterada y desconcertada. Pero cuando le veía hablar de ese modo con los demás, o quizá por lo que había ocurrido entre nosotros, me sentía más fuerte. Como si yo misma pudiera encarnar esas cualidades por ósmosis.
Llegamos al club cinco minutos antes de la reunión. Hudson se quedó un rato en el coche para dejarme que yo entrara sola en lugar de hacerlo juntos. En el despacho me encontré a David enchufando mi ordenador portátil.
—Hola —me saludó—. ¿Estás lista para alardear de ese cerebro tan brillante que tienes?
Me pregunté si David sabría que Hudson planeaba estar presente. En cualquier caso, no quería que supiese que yo sí lo sabía.
—¿Empezamos?
—No, Pierce me ha dicho que quizá venga. Espera unos minutos.
Hudson entró unos segundos después.
—David —saludó estrechándole la mano—. Alayna —me dijo a mí con un movimiento de la cabeza. Me pregunté si ese gesto sería por consideración hacia mí, consciente de que una caricia suya me supondría una fuerte distracción. ¿O es que el hecho de tocarme provocaba en él lo mismo? No podía imaginar que fuera así. Hudson tenía una capacidad tan innata para separar las cosas que estaba convencida de que sus pensamientos se encontraban de verdad centrados únicamente en el momento presente.
Comenzar a presentar mis ideas me supuso un gran esfuerzo, pero gracias a mis pantallas de PowerPoint fui entrando fácilmente en situación y me olvidé enseguida de mi público. Primero, me centré en los aspectos operativos del Sky Launch, las cuestiones que suponían una amenaza para nuestra competitividad con otros establecimientos, y sugerí un aumento de horas y días de apertura, una nueva formación del personal principal y un modo unitario de funcionamiento entre los camareros de la barra y los de las mesas. Después, pasé a las recomendaciones de marketing, haciendo hincapié en un cambio de imagen total en el que se destacaran las salas en forma de burbuja.
Hablé cerca de una hora y media. En algún momento, David hizo preguntas y yo respondí con seguridad y de manera concisa. Conocía el Sky Launch. Conocía el negocio. Sabía qué era lo que podría hacer para convertir ese club en un sitio bárbaro. Me sentí bien.
Salvo unas cuantas preguntas pidiéndome alguna aclaración, Hudson permaneció en silencio y atento. Cuando terminé, le miré esperando algún comentario, algún elogio o algún tipo de reacción.
En lugar de eso, miró su reloj.
—David, ahora tengo que irme a otro sitio. Puedes llamarme mañana, si quieres hablar de estas ideas.
Las endorfinas de la presentación no fueron suficientes para protegerme de la frustración que me provocó la falta de reconocimiento por parte de Hudson. ¿Me estaba mandando a la mierda? ¿Las chicas inteligentes le provocaban rechazo? ¿Y adónde tenía que ir un jueves a las ocho de la noche?
En fin, si a Hudson no le había gustado, mala suerte para él. No era mi jefe, tal y como había puntualizado con tanta vehemencia. No necesitaba de su estúpida aprobación. Yo había sido la mejor de mi clase. Sabía de lo que hablaba. Cerré el ordenador mientras mi rabia se traducía en movimientos bruscos.
—Gracias —dijo David.
—Estupendo. ¿Alayna?
—¿Qué? —casi espeté.
Hudson esperó a que le mirara a los ojos para continuar.
—Acompáñame, por favor.
Me mordí un labio mientras le seguía por la puerta del despacho, consciente de que mi actitud no había sido nada profesional. Al menos, me iba a reprender en privado.
Caminamos en silencio por la rampa que conducía a la entrada. El club no abría hasta después de una hora y de momento se encontraba vacío, salvo por unos cuantos empleados que se estaban preparando para esa noche.
Cuando estábamos cerca de la puerta de la calle, Hudson tiró de mí hacia el interior del guardarropa. Yo solté un grito de sorpresa.
—Alayna —gruñó Hudson apretándome con fuerza con su cuerpo contra la pared y agarrándome las manos a ambos lados. Pasó su nariz por mi mandíbula—. Has estado brillante, ¿sabes?
—No. —Mi voz sonó como un chillido, pues su cambio de comportamiento me había pillado desprevenida—. Es decir, sabía que mis ideas eran buenas, pero como después no has dicho nada… —Mi voz se fue apagando, convirtiéndose en un gemido cuando me empezó a mordisquear el lóbulo de la oreja.
—No podía. Estaba demasiado excitado. —Apretó la ingle contra mi estómago para enfatizar lo que decía mientras yo controlaba otro gemido. El calor que me daba hizo que sintiera un hormigueo por todo el cuerpo.
—Entonces ¿he estado bien?
—Preciosa, ¿de verdad lo tienes que preguntar? —Se apartó para mirarme—. Tus ideas son inteligentes. Prácticas y originales. —Apoyó su frente sobre la mía—. Y eso me vuelve tremendamente loco.
Yo estaba aturdida. Normalmente, me enganchaba de hombres que se sentían atraídos por mi cuerpo, no por mi mente. Eso me animó. Ahora también estaba segura de que la atracción de Hudson por mí había empezado en el simposio de Stern.
—Así que a Hudson Pierce le gustan las cerebritos.
Alternó sus palabras con excitantes besos en mi cuello.
—Me gustas tú. Cuando estás en plan cerebrito, cuando estás aturdida, cuando gimes bajo mi lengua.
Joder, Hudson sabía qué botones apretar, botones que yo ni siquiera era consciente de tener. Me estremecí bajo sus besos. Deseaba tocarle, pasarle los dedos por el pelo, acercar su cuerpo al mío. Pero aún me tenía atrapada por los brazos, así que tuve que conformarme con hacérselo saber con palabras.
—A mí también me gustas tú.
Aplastó mi boca con la suya y soltó mis brazos para meter las manos por debajo de mi vestido. Me agarró el culo desnudo apretando y acariciando mi piel mientras me besaba de forma agresiva. Mis dedos volaron hasta su cara y le coloqué las manos sobre las mejillas a la vez que su lengua se movía con la mía.
Cuando nos apartamos, los dos estábamos jadeando. Los ojos le relucían, maliciosos.
—Durante la presentación… ¿me has imaginado desnudo?
«Siempre». Sonreí.
—No tenía datos suficientes. No te he visto desnudo.
—Yo tampoco te he visto desnuda y eso no me impide imaginarte. —Recorrió mi cuerpo con la mirada durante un momento y lanzó un gruñido. Como si me estuviera imaginando desnuda en ese mismo instante.
Su conducta juguetona hizo que me sintiera más valiente que nunca con él.
—Entonces ¿cuándo vamos a poner remedio al «pequeño detalle» de vernos desnudos?
Hudson pasó un dedo por mi mejilla.
—Ah, ahora es ella la que tiene ganas. Después de haber probado la mercancía.
—Siempre he tenido ganas. Ahora estoy segura. —Giré la boca para morderle el dedo y él me miró levantando una ceja.
—¿A qué hora trabajas mañana?
—A las nueve.
Sus ojos se abrieron de par en par cuando mi mordisco se convirtió en una chupada.
—Me aseguraré de terminar el trabajo a las cinco —dijo con voz ronca—. Ven a esa hora a mi loft. Sube hasta arriba en el ascensor principal. Tendrás que introducir el código: siete, tres, dos, tres. Repítelo.
—Siete, tres, dos, tres.
—Bien. Te lo enviaré en un mensaje para que no se te olvide. A las cinco. No comas. Yo te daré de comer. —Sacó el dedo de mi boca y me dio un rápido beso—. Y yo te comeré a ti. —Volvió a acercarse para darme un beso más profundo. Suspiró al apartarse de mí—. Hasta mañana, preciosa. —Me cogió la mano y la sostuvo todo el tiempo que pudo mientras salía. Antes de desaparecer por la puerta del guardarropa, se giró—: Ah, y te aseguro que «pequeño detalle» no es la expresión adecuada para describir mis partes íntimas.
Eso ya lo había supuesto yo por el contorno de sus pantalones.
Menos de una hora después de que Hudson se fuera, Liesl me detuvo cuando pasé por la barra de abajo.
—Laynie —dijo haciendo un gesto hacia una pequeña bolsa que había sobre la barra—. El tío bueno ha dejado eso para ti mientras sacabas las cajas registradoras del despacho.
Me mordí el labio.
—¿El tío bueno? ¿Te refieres a Hudson?
—Sí. —No tenía ni idea de qué era lo que podría haberme dejado Hudson. Aunque me estaba dirigiendo a la puerta principal para abrir el local, cambié de dirección y me acerqué al paquete.
Había un papel doblado por fuera. Con letra clara había escrito: «No puedo dejar que vayas sin ellas». Me ruboricé al ver el interior sospechando lo que me iba a encontrar. Como ya suponía, allí estaban mi bragas, lavadas y bien dobladas. No quise pensar qué empleado suyo se encargaba de lavar la ropa interior de los ligues de Hudson. Pero el hecho de que se hubiera preocupado me pareció bonito.
—¿Qué coño es, Laynie? —preguntó Liesl y yo cerré rápidamente la bolsa.
—No es nada. Me había dejado una cosa antes cuando estuve en su despacho.
Me recriminé en silencio. Su siguiente pregunta sería por qué había ido al despacho de Hudson. Pero no fue eso lo que preguntó.
—¿Te has dejado las bragas en el despacho de Hudson? Sí, he mirado. ¿Qué esperabas de mí?
Me froté la cara con una mano. Liesl lo iba a descubrir pronto. De todos modos, iba a saber que le mentía. Era la oportunidad perfecta para contarle que estaba saliendo con aquel hombre.
Pero no lo hice. No estaba preparada todavía para compartirlo. Quería vivir la realidad un poco más antes de empezar a interpretar aquella farsa.
—Liesl, prometo contártelo. Pero esta noche no.
Dejó escapar un suspiro exagerado.
—Vale, da igual. Pero más vale que sueltes detalles jugosos cuando estés lista para contarlo.
—Trato hecho —contesté. Llevé la bolsa con su contenido al baño y me puse las bragas.
Después de hacerlo me descubrí sonriendo en el espejo. Puede que me hubiera equivocado con Hudson. Estaba claro que no era el gilipollas presuntuoso que había creído. De hecho, estaba resultando ser un tipo bastante decente.
Maldita sea.