Capítulo cinco

A la mañana siguiente me desperté justo antes del mediodía cuando oí que el móvil vibraba con la llegada de un mensaje. Estaba enchufado sobre la mesilla de noche que tenía a mi lado, pero no estaba preparada para despertarme, pues me había acostado después de las seis.

Tumbada con los ojos cerrados, sonreí sobre la almohada y recordé lo que había sucedido la noche anterior. Las cosas que Hudson me había dicho, su forma de besarme, de tocarme. El corazón se me aceleró al recordarlo. ¿Había pasado todo eso de verdad? Mi trastorno de relaciones obsesivas hacía que me fuera muy fácil imaginar que ocurrían cosas entre los demás y yo que no eran reales. Habían pasado varios años sin haber caído en esos viejos hábitos. ¿Me estaba pasando ahora otra vez?

No, no me lo estaba inventando. No podía inventarme un beso como ese. Había sucedido de verdad. Y yo había querido que pasaran más cosas. Pero por la mañana, con la distancia y con perspectiva, podía ver mucho mejor que no debían pasar. Por mucho que lo deseara, ya estaba pensando en él mucho más de lo saludable.

Repasé de memoria los pasos para reconocer una fijación antinatural:

«¿Pensaba en Hudson hasta tal punto que me afectara en el trabajo o en mi vida diaria?». La verdad es que pensé mucho en él después de que se fuera del club, pero me las arreglé para hacer mi turno sin problemas.

«¿Pensaba que era el único hombre de mi vida?». Para nada. De hecho, sospechaba que no debía relacionarme con él en absoluto.

«¿Pensaba que nunca sería feliz si no volvía a verle?». Me sentiría decepcionada, pero no destrozada. Bueno, probablemente no me sentiría destrozada. Vale, sí que estaría destrozada.

«¿Le llamaba o le hacía visitas de forma obsesiva hasta llegar al acoso?». No sabía dónde vivía ni dónde trabajaba. Si estuviera obsesionándome, lo habría averiguado antes de meterme en la cama esa mañana. Ni siquiera tenía su número de teléfono.

Ah, espera, sí que lo tenía. Pero no lo había utilizado. Estaba bien. Por ahora.

Aun así, no podía evitar preguntarme por qué quería él estar conmigo. Hudson Pierce era una celebridad. Podía salir con supermodelos y mujeres con pedigrí. ¿Por qué me deseaba a mí? La falta de una respuesta me hizo dudar de lo que había ocurrido realmente entre él y yo.

Y luego estaba su ridícula oferta de saldar mis préstamos de estudios a cambio de salir con él en plan mujer florero. ¿Cómo narices me iba a preparar para eso? Si fuese otro tipo de chica, de las que van con el símbolo del dólar en los ojos, aceptaría sin problemas su… ¿Cómo lo había llamado él? Su propuesta. Por suerte, el dinero no me atraía más allá de lo que necesitaba para sobrevivir. La única tentación era la oportunidad de pasar más tiempo con aquel espécimen de hombre tan delicioso. Pero yo ya había puesto fin a aquello. No era una buena idea.

Además, si le había entendido bien, la opción de pasar tiempo con él se mantenía aceptara o no su trabajo.

«¡Esa no es una opción, Laynie!».

De todos modos, se trataba de una idea complicada. Acostarme con él sin que hubiera ninguna relación, pero fingir que sí la teníamos. ¿Por qué no tener una relación sin más?

Y ahí estaba yo tratando ya de convertir su oferta en algo más de lo que era.

Suspiré y estiré los brazos por encima de la cabeza. Estaba claro que no iba a volver a dormirme y Hudson suponía un asunto demasiado complicado como para meditarlo sin un café. Me di la vuelta y cogí el teléfono para leer el mensaje, esperando en el fondo que fuera de él.

Era de mi hermano.

«Estoy ahí en veinte minutos».

Me incorporé espantada. ¿Me había olvidado de que Brian venía de visita?

Repasando los mensajes, vi uno que me había enviado a las siete de la mañana. «Juicio cancelado. Tomo un tren a NY. Tenemos que comer juntos».

Lancé el teléfono sobre la cama a mi lado y solté un gruñido. Como era mi único pariente con vida, quería a Brian profundamente y lo necesitaba. Pero su papel en mi vida había pasado de hermano a cuidador cuando yo tenía dieciséis años, tras la muerte de mis padres, y, en un esfuerzo por compensar todo lo que él sabía que yo había perdido, me había apartado en muchos aspectos.

También me había salvado y yo le estaría eternamente agradecida.

Además, pagaba el alquiler de mi apartamento. Así que, cuando Brian venía desde Boston un día laborable para almorzar, más me valía estar lista y esperándole. Aunque sabía que una visita sorpresa no podía significar nada bueno.

Respiré hondo y me levanté de la cama de un salto. No tenía tiempo para una ducha. Brian y los clientes del sitio pijo al que me llevara tendrían que conformarse con la versión apestosa de mi persona. Me puse unos pantalones de vestir y una blusa color crema y me rocié con una generosa cantidad de desodorante antes de hacer de mi larga melena castaña un moño despeinado. Acababa de localizar mis llaves y el bolso cuando sonó el teléfono.

Cerré la puerta al salir y me dirigí al ascensor mientras respondía.

—Estoy en el portal de tu casa —anunció Brian.

—Hola a ti también. —Con Brian no se hablaba de cosas sin importancia. Pulsé el botón del ascensor y esperé.

—Lo que tú digas. Tenemos reserva dentro de quince minutos en el Peacock Alley. ¿Estás lista?

Puse los ojos en blanco al oír el restaurante que había elegido. Qué poco original por su parte escoger el Waldorf.

—Ya estoy bajando. ¿Sabes que podrías haber llamado al portero automático en lugar de telefonear?

—Pero entonces no podrías hablar y caminar como estás haciendo.

—Y ahora estoy a punto de perderte porque estoy entrando en el ascensor. Te veo en un segundo. —No estaba segura de que en el ascensor no hubiera cobertura, pero me enfrentaba a un almuerzo de una hora con Brian. Necesitaba aquella prórroga de cincuenta segundos.

—Ya está aquí —dijo Brian hablando solo cuando salí por la puerta del edificio. El apartamento lo había elegido Brian, puesto que él lo pagaba, y estaba segura de que su cercanía al Waldorf había sido uno de los motivos por los que lo había escogido. Nadie podría considerar la casa como elegante, pero su ubicación era estupenda. Mi única queja era la ausencia de metro en dirección al West Side, pero eso solo suponía un problema cuando hacía mal tiempo.

—Hola, Bri —le saludé mientras lo abrazaba—. Me alegra verte.

—Yo también me alegro. —Se apartó y me miró de arriba abajo—. Tienes un aspecto horrible, Laynie. Como si hubieras dormido poco.

—Vaya, gracias. —Empezamos a caminar en dirección al restaurante—. Acabé de trabajar a las cinco. Sí, estoy un poco cansada.

—¿No va siendo hora de que empieces a buscar un trabajo más normal? Algo con un horario de nueve a cinco.

—Trabajo de nueve a cinco. Pero no los mismos nueves y cincos a los que tú trabajas. —Como si Brian cumpliera ese horario. Era un adicto al trabajo y, a menudo, se pasaba toda la noche preparando su último caso. Si su ayudante no hubiera sido como él, jamás se habría casado. Este hombre no tenía vida social. Me sorprendería saber que tenía vida sexual, incluso estando recién casado.

—Ya sabes a qué me refiero.

Solo llevábamos juntos cinco minutos y ya me estaba criticando. Si ese era el indicativo de cómo iba a ser el almuerzo, más me valía saltarme la comida e ir directa a ver qué bicho le había picado.

—¿Qué te trae por aquí, Brian?

Me miró con atención, calibrando si mostrar ya sus cartas o no. Decidió no hacerlo.

—¿No puede un hermano visitar a su única hermana porque sí? Sigo sintiéndome mal por haberme perdido tu fiesta de graduación.

Evité poner los ojos en blanco. Podría haber ido a mi graduación si hubiera querido y los dos lo sabíamos. Pero teníamos que jugar a la familia feliz.

—Eres un ocupado as de la abogacía. Lo entiendo.

—Noto el sarcasmo en tu voz, Laynie.

Mi hermano se distinguía por leer la mente de la gente y eso hacía que estuviera cotizado en los tribunales.

—Vale, me fastidió que no vinieras. ¿Estás contento ahora? —La verdad es que me había dolido. Le había dado la fecha casi nueve meses antes. ¿Cómo no iba a sentirme como una prioridad menor?—. Pero ya lo he superado, así que olvídalo.

Llegamos al hotel, lo cual nos proporcionó la oportunidad perfecta para dejar el tema. En el restaurante, nos sentaron enseguida y dejé que el nuevo ambiente me transformara de aparente taciturna a introspectiva.

Durante un largo rato estuve decidiendo qué pedir del menú, lo cual molestaba a Brian, que supo qué quería al instante. Cuando el ritmo de su pierna moviéndose bajo la mesa se aceleró, me decidí por una ensalada de la casa. Dios, ese hombre no tenía paciencia alguna. Debería aprender de Hudson.

Pensar en Hudson hizo que sintiera calor en el cuerpo y que me apareciera una arruga en el entrecejo. Había algo asomando por el filo de mis pensamientos, algo que no conseguía saber qué era.

Brian me habló con aire despreocupado, haciendo que me distrajera de lo que me desconcertaba de Hudson. Me habló brevemente de un caso en el que estaba trabajando y sobre las reformas que él y Monica habían hecho en su casa con fachada de piedra rojiza.

Cuando hubo terminado una buena parte de su comida, más o menos en el mismo momento en que yo creía estar a punto de pegarme un tiro por lo banal de nuestra conversación, Brian se aclaró la garganta.

—Laynie, no he venido para ponernos al día. Últimamente, he estado pensando mucho en nuestra situación y me he dado cuenta de que eres una mujer adulta con unos estudios excelentes. Es hora de que asumas más responsabilidad. Te hago un favor al permitir que lo hagas.

Di un largo trago a mi vaso de agua pensando en cómo responder a aquella repentina declaración. Las consabidas connotaciones de «permitir» me provocaron escozor. ¿Estaba insinuando que no estaba bien? ¿O que no era responsable? Vivía y trabajaba en la Gran Manzana. Si para eso no era necesario mostrar responsabilidad, no sabía qué otra cosa podría necesitarla.

Siempre impaciente, Brian no esperó a que yo decidiera mi respuesta.

—No puedo dejar que desperdicies tu vida en un club. Eres demasiado vulnerable como para trabajar en un establecimiento así.

El Sky Launch. A Brian nunca le había gustado que yo trabajara allí, desde el primer día. Pero lo había aceptado porque me había mantenido alejada de problemas. ¿Se había olvidado ya?

—No he tenido ningún problema desde que trabajo allí.

—Estabas ocupada con la facultad. Necesitas algo más estimulante en lo que centrarte.

Aunque a mí me preocupaba exactamente lo mismo, me enfadé.

—Brian, sé cómo controlar mis detonantes. ¿Y tú qué sabes de eso? Nunca asististe a ninguna de las reuniones de los grupos de apoyo.

Su voz se elevó de forma discordante entre la tranquilidad que nos rodeaba:

—¡Porque no soy tu padre!

Ahí estaba el quid de la conversación. Brian se había visto obligado a ejercer de mi padre y yo siempre había sospechado que eso le hacía estar resentido conmigo. Ahora estaba segura.

Se quedó mirando su plato casi vacío. Cuando volvió a hablar, lo hizo más calmado.

—Mira, Monica va a tener un niño.

De repente lo comprendí. Estaba siendo sustituida.

—Enhorabuena.

—Tengo que concentrar mi energía y mi dinero en ella y en el bebé. Ya es hora de que crezcas. —Se incorporó en su asiento, como para afianzar su postura—. Ya no voy a seguir pagándote el apartamento.

—Pero ¡yo no puedo permitirme pagarlo! No justo ahora, con los préstamos de estudios a punto de vencer.

Era dolorosamente consciente de que estaba pareciendo quisquillosa y mimada, pero siempre había supuesto que él me ayudaría durante más tiempo. No es que le faltara el dinero precisamente.

—Entonces, quizá sea mejor que busques un trabajo mejor remunerado.

—Brian, eso no es justo.

—Piensa en todo lo que he pasado contigo y, después, dime lo que es justo.

No podía haberme hecho más daño con otras palabras.

—No he tenido ningún problema en mucho tiempo —susurré.

—Incumpliste una orden de alejamiento.

—¡Hace más de cuatro años!

—Lo siento, Laynie. No puedo seguir ayudándote.

Sus palabras eran definitivas. Había tomado una decisión. No le podría convencer de otra cosa.

Vi lo que le había hecho, los años de tener que cuidar de una hermana mentalmente perturbada. Yo lo había sabido —siempre—, pero nunca había querido creer que mis actos le habían hecho tanto daño. Eso hizo renacer un viejo dolor que había enterrado.

Pero también estaba enfadada. Puede que ya no fuera frágil, pero lo cierto es que no estaba segura sola. Al menos, no económicamente. Necesitaba su ayuda ahora más que nunca y, por mucho fastidio que eso supusiera, él era mi única familia. No tenía a nadie más.

Lancé mi servilleta sobre la mesa, sin estar segura de si iba a parecer más sincera que arrogante.

—Gracias, Brian. Gracias por todo. —Cogí el bolso del respaldo de mi silla y salí del Peacock Alley procurando no mirar hacia atrás. Quería aparentar fortaleza y estoicismo. Si me giraba, habría dejado que mi hermano viera mis lágrimas.

Lloré hasta que salí del hotel. Una vez en la calle, el ajetreo de la ciudad me animó. No necesitaba a Brian. Podría estar sola. Por supuesto que él me había ayudado a pagar el alquiler desde que mis locuras habían acabado con el dinero de mi herencia, pero el apoyo y la responsabilidad eran mucho más que dar dinero.

Me dirigí rápidamente a mi apartamento, consciente de que Brian no intentaría detenerme ni llamarme. Pasé la siguiente hora delante del ordenador, haciéndome una idea de cuáles eran mis facturas y gastos, buscando el modo de hacer recortes. Con un ascenso en el club —lo cual no estaba garantizado—, podría pagarme el apartamento. Pero no podría hacer frente a los préstamos de estudios cuando tuviera que reembolsarlos al mes siguiente.

Brian me había dejado bien atrapada. No era una mala estrategia. La Laynie del día anterior tendría que sucumbir a sus deseos y aceptar un trabajo en los despachos de grandes sueldos que me habían buscado tras mi graduación.

Por suerte, tenía otra opción.

Respiré hondo, cogí el móvil y pulsé la tecla de rellamada. Dios, ¿de verdad estaba haciéndolo? Sí. Y si era sincera, me alegraba de tener una excusa. Puede que, en realidad, debiera darle las gracias a Brian.

El número desde el que Hudson había llamado la noche anterior sonó solamente una vez antes de que respondiera.

—Alayna. —Su voz era calmada y sensual. No sensual como si estuviera seduciéndome, sino como el sexo que exudaba de forma innata.

Mi seguridad me abandonó.

—Eh… Hola, Hudson.

Hice una pausa.

—¿Hay algo que pueda hacer por ti? —Noté cómo disfrutaba de mi inseguridad. ¿Por qué no podía mostrar yo la misma confianza que él? Nunca había tenido problemas de ansiedad en el trabajo ni en los estudios.

Pensar en los estudios me dio el empujón y solté la pregunta que me había estado dando vueltas durante la comida:

—¿Cómo sabías que yo era inteligente?

Oí un chirrido y me lo imaginé reclinándose en un sillón de cuero tras una mesa de ejecutivo.

—¿A qué te refieres?

—Dijiste que yo era… —me ruboricé, y me alegré de que no pudiera verme—guapa e inteligente…

Me interrumpió:

—Deliciosamente guapa y tremendamente inteligente.

—Sí, eso. —El hecho de haberlas oído antes no hizo que sus palabras fuesen menos efectivas. El tono prosaico de su voz podría haber parecido indiferente y frío, pero era todo menos eso. Un escalofrío me recorrió la espalda. Me aclaré la garganta—. Pero casi no habías hablado conmigo. ¿Cómo podías saber nada de mi inteligencia?

Hizo tan solo una breve pausa.

—El simposio de graduación en Stern. Te vi allí.

—Ah. —El simposio se había celebrado un mes antes de la graduación y en él habían presentado a los mejores alumnos del máster. Cada uno de nosotros había defendido una idea innovadora ante un jurado de expertos. Mi presentación se llamaba Mercadotecnia de las publicaciones en la era digital. No había querido saber quién estaba en el jurado, consciente de que sus nombres me habrían lanzado a una investigación obsesiva y a acecharlos a través de la red. Después, a los expertos y a los participantes se les invitaba a una velada con vino y queso para que los estudiantes pudieran charlar y los ejecutivos pudiesen hacerles ofertas de trabajo. Yo me había presentado por vivir la experiencia. Por disfrutar de ese honor. No buscaba trabajo, así que me salté el evento posterior.

Ahora me preguntaba qué habría ocurrido si hubiera ido. ¿Me habría buscado Hudson? ¿Era una completa coincidencia que él hubiera hecho una oferta por el club en el que yo trabajaba casi en la misma época en que se celebraba el simposio?

—¿Es esa la única razón por la que llamas, Alayna? —Su tono profesional tenía cierta connotación de burla.

—No.

Cerré los ojos y me agarré al borde de mi escritorio en busca de apoyo. Aceptar su oferta me estaba costando más de lo que debería. No podía evitar sentir que aquello era demasiado fácil, como si estuviera vendiendo mi alma al diablo. Pero también sentí un arrebato de excitación, una fuerte descarga eléctrica de libertad.

—Tu proposición… Me gustaría hacerlo. Digo que sí. —Recordando su otra propuesta de seducirme, aclaré—: Me refiero a tu oferta de pagar los préstamos de mis estudios.

Su sillón volvió a chirriar y me lo imaginé de pie, con la mano en el bolsillo de un traje italiano. «Ñam, ñam».

—Me alegra saberlo, Alayna.

Aparté aquella visión de mi cabeza y esperé a que dijera algo más. Como no lo hizo, hablé yo:

—¿Y qué pasa ahora?

—Tengo un hueco en mi agenda a las cuatro y media. Ven a mi despacho de Industrias Pierce a esa hora para ultimar los detalles.

Iría a verlo en —miré mi reloj—dos horas. El corazón se me aceleró.

—Qué bien. Es decir, está bien. Me parece bien.

Se rio entre dientes.

—Adiós, Alayna.

—Adiós. —Me quedé abrazada al teléfono durante varios segundos después de que él colgara, hipnotizada por el efecto que aquel desconocido provocaba en mí, preguntándome si sería capaz de realizar la farsa que él había preparado, deseosa de poder frustrar las insinuaciones que había hecho.

De acuerdo, quizá no esperaba conseguir esto último, pero quería creer que sí. Por mi propia salud mental.

También pensé en el simposio y consideré la posibilidad de que Hudson Pierce hubiera hecho mucho más de lo que había dicho para montar aquella farsa a sus padres.

Quizá esa idea debía haberme asustado. Pero lo único que consiguió fue hacer que sintiera más curiosidad.