Capítulo cuatro

Hudson golpeó la mesa delante de él con un largo dedo.

—Cierra la boca, Alayna. Aunque es bastante adorable ver cómo te quedas estupefacta, también supone una distracción.

Cerré la boca. Un millón de preguntas daban vueltas en mi mente, demasiado rápido como para que ninguna de ellas tomara forma. Pero en algún momento, en el fondo, me di cuenta de que me había llamado adorable. Necesitaba una copa, algo más fuerte que el té helado. Hudson me acercó su Sancerre y yo lo cogí agradecida.

El vino me devolvió la voz.

—No sabía que estabas comprometido. —Entonces, me ruboricé al recordar todas las fantasías sucias que había tenido sobre Hudson y que yo había creído…, bueno, que había deseado… que estuviera flirteando conmigo. Di otro trago al vino.

Hudson miró por la ventana, quizá esperando ocultar el tormento que cruzó de pronto por su rostro.

—La verdad es que no lo estoy. —Volvió a mirarme y ahora su expresión era reservada y carente de emoción, como siempre—. Ese es el problema. Ni Celia ni yo estamos interesados en absoluto en comprometernos.

Por alguna razón, aquello me tranquilizó. Pero no consiguió aclarar nada.

—Entonces, ¿por qué no rompes con ella sin más?

Soltó un suspiro.

—No es tan sencillo.

Le dediqué a Hudson mi mejor expresión de «explícate-de-una-vez». Parece ser que funcionó.

—Sus padres han sido amigos de los míos desde hace décadas. Tienen un plan específico para la vida de su hija y no aceptan su decisión de no casarse conmigo. Si rompiera conmigo, la rechazarían emocional y económicamente. No es algo que yo desee para mi amiga.

Su explicación me indignó. ¿Estábamos a principios del siglo XXI con matrimonios concertados y mierdas así? Dios, los ricos llevaban una vida muy rara. Escogí mis palabras a conciencia, con cuidado de no mostrar lo enfadada que estaba:

—Aparte de que los padres no deberían controlar a su propia hija, a ti no te controlan. ¿O sí?

Los ojos de Hudson resplandecieron.

—No. Nadie me controla.

Su enfática respuesta hizo que me pusiera cachonda. Su dominio y autoridad eran muy… excitantes. Me lamí los labios y me encantó ver que él prestaba atención a lo que yo hacía. Estaba reaccionando a lo que yo hacía. Puede que no con tanta contundencia como yo ante él, pero la energía que había entre nosotros era real.

Crucé las piernas tratando de calmar la necesidad que sentía entre ellas.

—Hay algo que se me escapa.

Él asintió.

—Supongo que sí. —Cogió el Sancerre de delante de mí y lo terminó de un trago rápido. Saber que habíamos compartido la copa hizo que sintiera otro hormigueo en mis bajos fondos—. Alayna, si hay alguien en el mundo que tenga algo de poder sobre mí, es mi madre. Ella sabe que soy… incapaz… de amar. Le preocupa que termine… solo. Un matrimonio con la hija de su mejor amiga garantiza, al menos, que eso no ocurra. —Medía sus palabras y su tono era tranquilo. Y como siempre que hablaba, me hipnotizaba con la voz—. Haría muy feliz a mi madre si me caso con Celia. Si Celia aceptara perder toda su vida, yo aceptaría someterme a un matrimonio sin amor. Sin embargo, no me gustaría robarle el futuro feliz que podría tener al lado de otra persona.

Negué con la cabeza, confundida, abrumada, deslumbrada.

—¿Qué pinto yo en esto?

Me miró sorprendido.

—Verás, si los padres de Celia creyeran que me he enamorado de otra mujer…

—No querrían que su hija se casara con un hombre que está enamorado de otra.

—Exacto. Y mi madre estaría tan encantada de que yo hubiera encontrado a alguien con quien ser feliz que dejaría de preocuparse por mi futuro.

La idea de traicionar a alguien que quería que Hudson fuese feliz me fastidiaba. Pero también me sentía enormemente atraída por la dulzura de aquel hombre duro y viril que estaba delante de mí, lo suficientemente preocupado por su madre y su amiga como para tomar unas medidas tan extremas.

También vi una enorme posibilidad de convertirme en el enemigo en aquella situación.

—Así que se supone que yo sería la ramera de la que te has enamorado.

Las comisuras de sus labios se curvaron.

—Nadie podría confundirte nunca con una ramera, Alayna. Aunque te vistas como si lo fueras.

Otra vez el maldito problema de la ropa. Iba a quemarla cuando volviera a casa. Esa alusión provocó que de repente me enfriara y me pusiera a la defensiva. Crucé los brazos por encima del pecho y me eché hacia atrás, alejándome de Hudson Pierce.

—¿Por qué no contratas a una putilla de verdad para llevar a cabo tu farsa?

Sonrió con aires de superioridad.

—Mi madre nunca se creería que me he enamorado de una putilla. Sin embargo, tú tienes unas cualidades especiales, cualidades que harían bastante creíble la historia.

No quería seguir con aquel juego. Mi respuesta era no. Pero no pude evitar preguntar:

—¿Qué tipo de cualidades?

Sus ojos se oscurecieron y yo me quedé atrapada en ellos.

—Eres deliciosamente guapa, Alayna. Y también tremendamente inteligente.

—Ah. —Dejé caer las manos sobre mi regazo, estupefacta. Menos mal que el vino se había acabado. Me lo habría bebido de un trago y aún tenía que cumplir con mi turno de trabajo.

Hudson acabó con nuestro intenso contacto visual.

—Y eres morena. Esas tres cosas te convierten en «mi tipo», por así decirlo.

La ausencia de su intensa mirada supuso tanto un desaliento como un alivio. Y yo pude volver a pensar y construir frases coherentes. Pero también deseaba que volviera, con una furia que no sabría explicar.

—Soy consciente de tus dudas, Alayna. Y lo entiendo. Puede que este sea un buen momento para hablar de dinero. —Admiraba cómo sabía pasar con tanta facilidad de una situación de gran magnitud al puro negocio. En cuanto a mí, estaba aturdida. Ni siquiera me dio tiempo de preguntarme qué se le pagaría a alguien por fingir un romance antes de que él continuara—: Sé que tienes una sustanciosa deuda por préstamos para los estudios. Me gustaría liberarte de ella.

Me reí.

—Eso es demasiado, Hudson.

Él no tenía ni idea de cuánto había necesitado para sacar adelante mis estudios. Ni tampoco sabía lo pesada que era ahora esa carga para mí.

—Para mí no es demasiado.

—Pero sí para mí. —Me incliné hacia delante, retándolo—. Son ochenta mil dólares.

—Ochenta y cuatro mil doscientos seis, para ser exactos.

Me quedé helada. ¿Cómo lo sabía?

Como solía hacer, respondió a la pregunta que no le había hecho:

—Soy dueño del banco que te ha concedido los préstamos. Los he consultado hoy. Para mí, sería muy fácil darlos por perdidos. No habría un intercambio real de dinero, si es que eso te hace sentirte mejor.

—Es una retribución tremendamente generosa.

Demasiado generosa. Y con la misma prisa que iba a comprar un billete de lotería cada vez que el premio era especialmente alto, quise aceptar su oferta. Pero nada por lo que se pagara tanto podía terminar bien.

—A mí me merece la pena que este plan salga adelante, Alayna.

Mi respuesta era no. Ya lo había decidido. Era demasiado arriesgado aceptar un acuerdo —del tipo que fuera— con él.

Pero no pude evitar desear saber más detalles.

—¿Qué querrías exactamente que hiciera?

—Fingir que somos pareja. Te invitaría a varias reuniones en las que mi madre nos vería juntos. Tendrías que agarrarme del brazo y comportarte como si estuviésemos locamente enamorados.

—¿Y eso es todo?

No podía imaginar que fuese demasiado difícil fingir estar enamorada de Hudson. Y ese era el problema de aquella maldita situación. Fingir estar enamorada de alguien que ya me afectaba de una forma tan intensa era un fuerte detonante que podía desencadenar mi obsesión.

—Eso es todo.

Sus hombros se habían relajado de forma perceptible. Creía que me lo estaba tomando en serio, que estaba pensándome su ridícula idea, y yo casi me pregunté si no debería hacerlo.

Tragué saliva. Por ochenta mil dólares debía de haber más cosas que esperara de mí. Como él no lo iba a decir, fui yo quien tanteó la cuestión:

—En esa fingida relación… ¿hasta qué punto se espera que debo actuar?

—No te andes por las ramas. Estás hablando de sexo. —Sus ojos volvieron a oscurecerse—. Yo nunca pago por sexo, Alayna. Cuando folle contigo, será gratis.

Ahí estaba la promesa que había deseado tanto como temido. Su escueta afirmación hizo que me revolviera en mi asiento. Nunca me había sentido tan excitada y confundida a la vez. ¡Estábamos en mi trabajo, por el amor de Dios! Tenía que empezar mi jornada en menos de media hora y lo único que deseaba era responder a sus vulgares comentarios con un comportamiento igual de obsceno.

De algún modo, conseguí que mi boca se abriera para hablar.

—Quizá debería irme.

—¿Eso quieres? —Se trataba de una invitación para quedarme.

—Yo… n-no estoy segura —tartamudeé—. Sí. Debería irme.

Pero no me moví. No podía.

Hudson se aprovechó de mi debilidad y me obligó a darle el gusto de tener que explicarme.

—¿Porque mi propuesta te incomoda? ¿O porque te he dicho que voy a follar contigo?

Aquella afirmación no tuvo menos impacto la segunda vez.

—Yo…, sí. Eso.

Inclinó la cabeza y me miró con expresión desconcertada.

—Pero estoy seguro de que esto no te sorprende, Alayna. Sientes la electricidad que hay entre los dos. Tu lenguaje corporal lo expresa bastante claramente. No me sorprendería saber que ya estás húmeda.

Sentí calor en las mejillas. Me lanzó una sonrisa malvada.

—No te avergüences. ¿No sabes que yo siento lo mismo? —Se movió en su asiento—. Si te fijaras atentamente en mi cuerpo, verías la prueba.

Entonces supe que se le había puesto dura. Mi sexo se contrajo al saberlo. Si el cerebro no se me hubiera derretido del todo, ya estaría en su regazo, cogiéndole el miembro entre mis manos, chupándoselo con mi boca.

A Hudson pareció fascinarle mi desgracia.

—Dejemos por un momento de lado mi propuesta de contratarte y hablemos más de este otro tema. Por favor, sé consciente de que son cosas muy distintas. No me gustaría pensar que mi deseo sexual por ti ha formado parte de una farsa para mis padres y sus amigos.

Un ridículo mareo me invadió. Hudson Pierce me deseaba. Y yo iba a estropearlo todo si me quedaba estupefacta. Fruncí el ceño mientras me concentraba.

—Yo… no sé cómo responder ante alguien que dice que me desea.

Me miró sorprendido. Incluso estando apretados, sus labios suplicaban ser besados.

—¿Nunca te lo ha dicho ningún hombre?

Jugueteé con mi vaso, acariciando las gotas que seguían acumulándose por el hielo que aún quedaba.

—No con tantas palabras. A veces, solo con sus acciones. Y desde luego, no con tanta franqueza.

—Es una pena. —Extendió el brazo por encima de la mesa y me acarició la mano con el pulgar. Su caricia hizo que me sintiera mareada—. Yo pienso decírtelo cada vez que tenga ocasión.

—Ah.

Retiré la mano. Aquello era demasiado, iba demasiado rápido. Era posible que fuera a terminar en la cama de Hudson y que todo fuera bien y yo no perdiera los estribos. Pero aquello no era su cama: era el club. Y perdiera o no los estribos, mezclar trabajo con sexo nunca ha sido una buena idea.

Vaya. ¿Era eso lo que David había dicho cuando rompió conmigo? Menudo momento para darse cuenta.

Coloqué las manos en el borde de la mesa.

—Yo…, eh…, me siento un poco agobiada. Tengo que irme. Me has dado muchas cosas en las que pensar.

Me puse de pie y él hizo lo mismo.

—Ojalá no te marcharas. Pero si tienes que irte…

Parecía deseoso, igual que yo.

No podía mirarle. Si lo hacía, me quedaría.

—Tengo que trabajar.

Me dirigí hacia la puerta y coloqué la mano en el pomo. Pero Hudson apretó la palma sobre la puerta manteniéndola cerrada y dejándome atrapada entre él y la pared.

Bajó la cabeza hasta mi oído.

—Espera, Alayna. —Su aliento me hacía cosquillas y me abrasaba al mismo tiempo. Cerré los ojos, inhalándolo y conteniéndolo—. Te pido disculpas por haberte agobiado. No era mi intención. Pero quiero que sepas que tanto si decides ayudarme como si no con mi problema, seguiré seduciéndote. Soy el tipo de hombre que consigue lo que desea. Y te deseo a ti.

«Pues… vaya».

La palabra «excitada» no serviría siquiera para empezar a describir cómo me hicieron sentirme aquellas palabras.

De pronto, su boca estaba sobre mí, mordisqueándome el lóbulo de la oreja. Respiré hondo. Sin querer, dejé que mi cabeza se girara hacia un lado facilitándole el acceso.

Y desde luego que tomó lo que le di, mordiéndome a lo largo de todo el cuello, lanzando oleadas de deseo por todo mi vientre. Aparté la mano del pomo de la puerta y me agarré a su brazo para no perder el equilibrio. Me rodeó con el otro brazo y colocó la mano sobre mi pecho. Yo ahogué un grito ante aquel contacto y me incliné hacia él.

Me amasaba el pecho mientras hundía la cara en mi pelo.

—Debería habértelo dicho antes —susurró—, esta noche estás increíblemente guapa. No puedo apartar los ojos de ti. Seriedad y sensualidad dentro de un mismo envoltorio. —Se apretó contra mí y pude sentir su erección en la parte inferior de mi espalda—. Bésame, Alayna.

Me excitaba mucho que utilizara mi nombre de pila. Como si fuera suyo. Y en muchos sentidos lo era, porque casi nadie me llamaba por otro nombre que no fuera Laynie. Él se había apoderado de mi nombre cuando se había apoderado de mí.

Lo único que faltaba era que yo lo aceptara.

Su boca me estaba esperando cuando giré la cabeza. Al instante, atrapó mis labios entre los suyos y lancé un gemido. Deslizó la lengua de forma posesiva y con destreza, animándome a sacar la mía para jugar. Su beso fue tan exigente y seguro como lo era él, sus labios controlaban el ritmo, dejándome sin respiración y lanzando una fuerte agitación a mis partes íntimas. «Dios, imagínate sus labios ahí abajo…».

Moví el cuerpo en busca de más contacto e instintivamente él se giró también, de modo que quedamos uno frente al otro. Rodeé con mis manos su cuello y tiré de él, deseando sentirle en cada parte de mi boca. Él sabía lo que yo necesitaba: me lamió y me acarició por dentro, mientras sus manos se deslizaban hacia abajo para agarrarme el culo.

Lo quería todo de él. Mandé a la mierda mi jornada de trabajo y todas las demás excusas que había puesto durante el curso de la conversación. Aunque terminara obsesionándome, lo necesitaba dentro de mí, y no solo la lengua. Curvé mi cadera hacia la suya, suplicándole que me acariciara ahí, que calmara el ansia de mi pulpa.

Hudson respondió moviendo las manos por detrás de mí hasta mis hombros. A continuación, me apartó suavemente interrumpiendo nuestro beso, pero dejando las manos sobre mis hombros, como si tratara de mantenerme a esa distancia.

Sentí la boca vacía y fría mientras intentaba calmar la respiración. El aliento de Hudson era igual de irregular y jadeaba al mismo ritmo que yo. Mientras mi cerebro regresaba de un estado de feliz confusión, yo me sentía inquieta, incapaz de comprender su repentina retirada.

Hudson se dio cuenta de mi preocupación y movió la mano para acariciarme la mejilla.

—Aquí no, preciosa. Así no. —Me rodeó el cuello con la otra mano y apoyó su frente en la mía—. Te tendré debajo de mí. En una cama. Donde pueda adorarte como es debido.

Aquellas palabras eran una promesa. Una sensual amenaza que me hacía ansiar que se hiciera realidad.

Pero tenía que ponerme a trabajar. Y él tenía razón. Un polvo rápido en la burbuja no sería suficiente para lo que yo quería con Hudson. No para lo que necesitaba. Hudson estaba muy lejos de lo que yo quería. Pero ahora había ido más allá. Tenía que tenerlo, por muy malo que fuera para mí.

Cerré los ojos mientras Hudson bajaba la mano hasta mi pecho y la metía dentro. Abrí los ojos sobresaltada cuando, en lugar de sentir sus dedos sobre mis pechos, vi que me sacaba el teléfono.

Desbloqueó la pantalla y marcó un número. Un momento después, oí cómo sonaba su teléfono.

—Ahora ya tenemos cada uno el número del otro. Espero que lo uses. —Volvió a colocar el teléfono en la copa de mi sujetador y sus ojos se entretuvieron en mi escote antes de tirar de mí y rozar sus labios con los míos—. Llámame cuando estés lista. Mañana.

Me besó suavemente y, después, se fue. Y me dejó preguntándome si estaría «lista» para llamarle ya al día siguiente. Y si podría esperar tanto tiempo.