Capítulo tres

Esa noche tomé un taxi hasta el club, lo cual fue un error. Un tráfico inusual hizo que llegara a las nueve y tres minutos. Fui corriendo al despacho, pero Liesl me detuvo en la barra de arriba.

—David y el dueño guapo ya están dentro —dijo por encima de la música mientras jugueteaba con un mechón de su pelo púrpura—. Hudson me ha dicho que esperes aquí. Ya te dirá cuándo quiere verte.

—¡Maldita sea! Tampoco he llegado tan tarde, ¿no?

—No. Hará diez minutos que entraron. No tienen ni idea de a qué hora has llegado.

Me tranquilicé, agradecida por que mi exclusión de aquella reunión no se debiera a que me había retrasado. Me senté en el taburete de la barra que estaba más cerca del despacho y dejé la bolsa con el ordenador en el suelo, a mis pies.

—Espera, Laynie —dijo Liesl saliendo de la barra—. Deja que te vea.

Me volví a poner de pie y me giré para mostrarle mi atuendo. Lo había elegido porque el color le daba un toque de mujer de negocios, pero la falda ajustada y negra era más propia de un club nocturno que de una secretaria de oficina.

—¡Joder, chica, vas muy bien! —La aprobación de Liesl me tranquilizó más de lo que ella se podía imaginar. O puede que sí se lo imaginara. Era una buena amiga.

—Gracias. Necesitaba saberlo. Sobre todo después de lo de anoche con el señor Descontento.

—Ahora el Nazi de la Barra y de la Ropa.

Me reí y volví a subirme en el taburete. El mismo en el que Hudson se había sentado la primera vez que le vi.

—Oye, ¿sabías que él es el tipo del traje del que te hablé? El que me dio los cien dólares.

—¡Te estás quedando conmigo!

—No. ¿Crees que quiere que se la chupe para conseguir el ascenso?

—¿Tan malo sería que fuera así?

—Sí. Sería absoluta y maravillosamente horrible. —Pero, sobre todo, lo más horrible era que aquella idea no sonaba tan mal.

Mientras trataba de vaciar mi mente de las imágenes de una mamada a Hudson, me puse a contemplar la sala. Estaba a medio gas, incluso para ser miércoles por la noche. Desde la barra, tenía una visión completa de las diez salas en forma de burbuja que rodeaban el perímetro de la planta superior. Aquellas burbujas eran lo que más resaltaba del Sky Launch. Cada una de ellas, con su forma redonda, tenía una pared de cristal que daba a la pista de baile de la planta de abajo y contaba con un acceso privado, como los palcos de un estadio. Todas tenían un asiento circular alrededor de una mesa donde cómodamente cabían ocho personas. Aquellas burbujas eran un lugar relativamente tranquilo y discreto, pese a seguir formando parte del club. Cuando se encendía la luz de las que estaban ocupadas, las paredes del exterior de las burbujas tenían un resplandor rojo. Solo dos estaban encendidas. Una lástima. Si el club tuviera la notoriedad que podía alcanzar, esos habitáculos se llenarían a los diez minutos de abrir.

—Dios, espero que esto mejore —dijo Liesl echándose sobre la barra a mi lado—. No puedo pasar toda la jornada a este ritmo. ¡Es muy aburrido!

—Yo también lo espero. —Ya debería habernos invadido la clientela veraniega. La falta de trabajo me hizo sentirme más segura en cuanto a mis ideas para el club. Me moví inquieta, deseosa de entrar en el despacho para compartirlas con mis jefes.

—¿Qué has hecho hoy? —preguntó Liesl.

—Me he pasado toda la mañana preparando una presentación en PowerPoint. Me acosté a eso de las dos.

Liesl entrecerró los ojos.

—Tienes que dormir más, Laynie.

—No. Cinco horas es suficiente.

La verdad era que me sentía bastante bien. Ordenar mis mejores ideas para el Sky Launch en una presentación había resultado muy terapéutico, pues así calmé mis preocupaciones respecto a mi futuro en el club. Hudson no me despediría después de ver cuánto tiempo y esfuerzo había dedicado al negocio, ¿verdad? No si mis ideas eran buenas. Y yo sabía que lo eran.

Me saqué el teléfono del sujetador, donde lo guardaba —no había bolsillos en mi ajustadísimo vestido—, y miré la hora. Eran casi las nueve y media. ¿Cuánto tiempo me iban a tener esperando?

Salieron unos minutos después. Me puse de pie en cuanto los vi, me alisé el vestido y miré a Hudson, deseando ver en su cara una muestra de aprobación.

Pero la expresión que me dedicó me cortó la respiración: un gesto de absoluto poder y dominación masculinos. A pesar de la oscuridad del club, noté cómo sus ojos me examinaban detenidamente, del mismo modo que lo hacía cada vez que nos veíamos. Una vez más, sentí que tiraba de mí con su abrumador magnetismo y el corazón se me aceleró solo con verle. Las piernas se me volvieron de gelatina y las rodillas se me doblaron, haciendo que el cuerpo se me venciera hacia delante.

En sus brazos.

Él me agarró con una elegante soltura que se contradecía con la firmeza del cuerpo que me mantuvo en pie. Mis manos se agarraron a su camisa —¿cómo las había metido por debajo de su chaqueta?— y contuve el deseo de pasarlas por los firmes pectorales que noté debajo de ellas.

Él malinterpretó mi movimiento y pareció pensar que trataba de buscar una mayor estabilidad.

—Alayna —su voz fluyó hacia mí como un líquido sexual—, ya te tengo.

«Ya te tengo». Desde luego que me tenía.

—Laynie, ¿estás bien? —David asomó por encima del hombro de Hudson. ¿Tenía que preguntarlo? ¿No veía que me estaba ahogando de deseo?

—Sí —conseguí decir—. Estoy…, eh…, zapatos nuevos.

Hudson bajó los ojos hacia mis sandalias adornadas con piedras de bisutería.

—Son bonitas. —Su voz salió tan grave que retumbó y se me hizo un nudo en el estómago al oírle.

—Ah, gracias. —Estaba respirando de forma entrecortada. Me avergoncé cuando me di cuenta de que seguía en los brazos de Hudson. Me solté y me puse de pie.

—Siento que te hayamos hecho esperar. —Las manos de Hudson siguieron sobre mi cuerpo hasta que recuperé el equilibrio—. Tenía que hablar con David de unos cuantos asuntos en privado.

—No hay problema. —Aún sentía el calor de las manos de Hudson sobre mi piel desnuda. Para distraerme, empecé a hablar de trabajo—: Tengo muchas ideas sobre el club de las que me gustaría hablar. He traído mi ordenador portátil.

Los labios de Hudson se curvaron con un atisbo de sonrisa.

—Qué detalle. Queda con David. Estoy seguro de que estará muy interesado.

«Qué detalle». Como si hubiera hecho algo bonito. Algo propio de un niño grande. Vaya condescendencia de mierda.

Se me cayó el alma a los pies. La verdad es que no tenía por qué sentirme tan decepcionada. No me habían pedido que preparara nada. Había sido mi hiperfocalización. De hecho, ni siquiera sabía por qué me habían invitado a la reunión. Sobre todo en ese momento, que parecía que había acabado y yo no había asistido a ella.

—¿Qué te parece mañana, Laynie? —sugirió David—. Vas a abrir de todos modos. ¿Por qué no vienes antes? ¿Te dará tiempo de llegar a las seis y media?

—Sí. Dejaré aquí el ordenador, si no te importa. —Me agaché para recoger la bolsa, pero Hudson la cogió antes que yo.

Se la dio a David.

—David, ¿puedes guardar esto en el despacho? Tengo que comer algo. Alayna vendrá conmigo. He reservado una de las burbujas. —Entrecerró los ojos mientras miraba las que estaban vacías—. Aunque al parecer no hacía falta ninguna reserva.

Yo me puse tensa ante la última exigencia de Hudson. ¿Por qué no venía David con nosotros? ¿Tenía pensado Hudson despedirme delante de un salmón rebozado con nuez? ¿De qué era de lo que habían estado hablando en privado?

También podía ser que el interés que Hudson mostraba por mí fuese menos de trabajo y más de placer. Las miradas que me había dedicado lo sugerían y, tras descubrir en él ese mismo gesto en varias ocasiones, me daba cuenta de que quizá no me lo había imaginado porque había estado tratando de convencerme a mí misma de lo contrario.

Pero esa posibilidad me asustaba más que ser despedida. Especialmente cuando ya había sentido un atisbo de fijación. Me había mantenido muy estable durante los últimos tres años. No podía obsesionarme ahora con mi atractivo jefe. Esa amenaza siempre estaba presente. Estaba claro que debía negarme a lo de la burbuja.

Pero no había renunciado a mi ascenso. Y como existía una ligera posibilidad de que Hudson quisiera hablar conmigo de eso, tenía que aceptar la cena; aunque mi conformidad casi no parecía necesaria, puesto que él ya había colocado la mano sobre la parte inferior de mi espalda para llevarme a una de las burbujas más privadas antes siquiera de que yo aceptara ir. El cuerpo se me puso en tensión con su caricia y el estómago se me retorció en un nudo de nervios que no era precisamente desagradable.

Fui muy consciente de las miradas que nos seguían, las de las pocas personas que había en el club, segura de que muchas de ellas lanzaban destellos de envidia. ¿Sola en una burbuja con Hudson Pierce? Todas las mujeres de Manhattan debían de estar celosas. Se sabía que en esas burbujas pasaban cosas raras. Sonreí pensando en diferentes posibilidades.

Maldita sea. ¿En qué narices estaba pensando? Este tío me había invitado a cenar, no a su cama. Solo porque a mí se me cayese la baba con él no significaba que a él le pasara lo mismo. Aquel babeo tenía que terminar de una vez por todas, aunque a él sí le pasara lo mismo.

Dentro de la burbuja, encendí la luz de ocupado simplemente por costumbre. Normalmente es lo que hace la camarera cuando sienta a los clientes, pero como casi nos habíamos saltado todos esos formalismos, me encargué yo de encenderla. Tenía que hacer algo con mi energía nerviosa. Siguiendo con la costumbre del trabajo, cogí el menú de la pared y se lo di a Hudson, que estaba de pie esperando junto al asiento.

Cogió el menú de mis manos e hizo un gesto para que me sentara.

—Por favor.

Hacía bastante tiempo que no entraba en una burbuja sin estar de servicio y aquel giro en mi papel junto con el aura de «folla conmigo» que rodeaba a Hudson me desestabilizaba. Me deslicé sobre el afelpado cojín apoyándome en la mesa para mantener el equilibrio.

Hudson permaneció de pie, mirándome intensamente durante unos segundos antes de quitarse la chaqueta gris del traje y colgarla en la percha que tenía detrás de él. Joder. Estaba aún más bueno solamente con la camisa gris ajustada. Me mordí el interior del carrillo mientras admiraba sus fuertes muslos tensándose bajo la tela del pantalón al sentarse. Madre mía, qué rico estaba.

Dios, me había metido en un lío.

Lanzó el menú plastificado sobre la mesa sin mirarlo.

—No necesito esto. ¿Y tú?

—No. Gracias, señor Pierce. —Me sabía el menú de memoria. Además, de ningún modo podía comer en su presencia.

—Hudson —me corrigió.

—No. Gracias, Hudson. —Sus ojos se agrandaron ligeramente cuando pronuncié su nombre—. Ya he comido.

—¿Y una copa? Aunque sé que empiezas a trabajar a las once.

Me lamí los labios pensando más en el hombre que había sentado enfrente de mí que en la sed y preguntándome qué tendría guardado para mí.

—Quizá un té helado.

—Bien.

Por la costumbre, extendí el brazo para pulsar el botón del centro de la mesa y llamar a la camarera, pero él llegó antes que yo y nuestros dedos se tocaron. Me moví para retirar el brazo, pero de nuevo él fue más rápido y me cogió la mano. Inspiré bruscamente al sentir su piel sobre la mía.

—No quería asustarte. Estaba admirando la suavidad de tu piel. —Pero no apartó los ojos de mí.

—Ah.

Pensé decirle que había estado en un balneario maravilloso, pero ¿qué le importaba a él? Además, me costaba hablar con eso que le estaba haciendo a mi piel, abrasándola por completo con su caricia.

Le sonó el teléfono y me soltó la mano. Yo me la llevé al regazo, pues necesitaba el calor de mi cuerpo tras haber perdido el del suyo.

—Perdona. —Se sacó el teléfono del bolsillo de los pantalones y lo silenció sin mirar la pantalla.

—Puedes contestar si quieres. —Yo podría hacer uso de esos minutos para aclararme las ideas. Porque ¿qué demonios quería de mí? No saberlo no solo me estaba matando, sino que además, cuanto más tiempo pasara con Hudson, más fácil me resultaba pensar en él y en sus increíbles ojos grises. Y en su cuerpo musculoso. Y en su voz dulce.

—No puede haber nada tan importante como para interrumpir esta conversación.

Y en sus palabras aún más dulces.

Abrí la boca para decir algo, pero me interrumpió la puerta al abrirse. Sasha entró con una bandeja con comida y bebidas. Vi cómo dejaba un plato de corvina y una copa de vino de Sancerre delante de Hudson y un vaso de té helado delante de mí. Hudson debía de haberlo pedido antes, pero ¿cómo sabía que yo iba a querer té helado?

Él debió de notar mi desconcierto.

—Le había preguntado a Liesl qué bebes normalmente. Si llegas a decir que querías otra cosa no te parecería tan genial en este momento.

Aquello hizo que se ganara una sonrisa. Cualquiera que fuese su juego, se estaba esforzando.

—Bueno, «genial» no es la palabra que utilizaría para describirte. —«Atractivo, ardiente, volcánico»… Todas esas palabras eran mucho más apropiadas.

—¿Qué palabra utilizarías entonces para mí?

Me ruboricé y retrasé la respuesta dándole un sorbo al té.

Por suerte, Sasha habló en ese momento:

—¿Algo más, señor Pierce?

Yo levanté una ceja. ¿La invitaría también a ella a llamarle Hudson?

—Estamos servidos.

No. Nada de tuteos para Sasha. Solo para mí. Vaya, ¿por eso apareció una humedad entre mis piernas?

La puerta se acababa de cerrar tras salir Sasha cuando Hudson volvió a preguntar:

—¿Qué palabra utilizarías para mí, Alayna?

El modo en que mi nombre sonaba con su voz sensual hizo que se me pusiera la carne de gallina.

—«Controlado» —respondí sin dudar.

—Interesante. —Dio un bocado a su corvina y yo miré, hipnotizada, el modo en que su boca se curvaba alrededor del tenedor—. No es que lo de «controlado» no me describa exactamente. Pero por la expresión de tu cara había pensado que ibas a decir otra cosa.

Estuve a punto de preguntarle qué es lo que había pensado que iba a decir yo, pero no estaba segura de querer atravesar esa puerta que él había abierto. No insistió y pasó los momentos siguientes comiendo en silencio.

Con la intención de dejarle comer, giré mi cuerpo para mirar hacia la discoteca, que estaba debajo. Incluso habiendo desviado la mirada, sentí la presencia de Hudson sobre mí como un manto. Me hice preguntas sobre el hombre que estaba sentado delante de mí. ¿Por qué había comprado el Sky Launch? ¿Qué quería de mí? Y la pregunta que más me intrigaba: ¿qué sentía yo por aquel macho dominante que mandaba sobre mí, me reprendía y me hacía querer subirme a su regazo y frotarme contra él como una gatita? Sí, era atractivo pero ¿me gustaba? ¿O no era más que otro estúpido, rico y pretencioso por el que inexplicablemente me sentía atraída?

—Sé por qué has accedido a cenar conmigo, Alayna.

Me giré para mirarle y me quedé inmóvil, preguntándome adónde quería ir a parar. En primer lugar, lo cierto es que yo no había accedido a cenar con él, si es que se podía llamar así. Más bien, él me había llevado hasta allí. En segundo lugar, muchos de los motivos por los que no me había opuesto a ir con él serían embarazosos si él los nombraba. Eran muchos: saber sus planes para el club, conseguir un ascenso, poner celoso a David… Acostarme con Hudson.

No, acostarme con él no. Eso no podía estar en mi lista de motivos. No podía.

Hudson dio un sorbo de vino y, a continuación, se limpió esos labios de contorno perfecto con la servilleta.

—Debo ser sincero contigo. No tengo intención de ayudarte con tu deseo de convertirte en encargada.

Me moví nerviosa en mi asiento sin saber si debía relajarme o sentirme decepcionada. Por un lado, probablemente ese fuera el motivo menos humillante que él podía mencionar para que yo cenara con él. Por otro, ahí desaparecían mis posibilidades de ascender.

—Eso no quiere decir que no vayas a conseguirlo. —¿Tenía Hudson alguna especie de habilidad para leer la mente? Eso explicaría lo bien que le iba en el mundo de los negocios—. David me ha dicho que eres muy capaz y estoy seguro de que conseguirás el puesto sin mi ayuda. Puede que yo sea el dueño del Sky Launch, pero no soy tu jefe. David es tu jefe y seguirá siéndolo a menos que el negocio deje de prosperar bajo su mando.

Bueno, eso podía soportarlo. David prácticamente me había garantizado un puesto en la gestión. Mi plan volvía a estar encarrilado. Y lo más probable era que aquello significara que Hudson no tenía pensado pasar mucho tiempo en el club. Puede que mi suspiro se oyera.

Hudson apoyó la espalda en el sofá y echó el brazo por encima.

—Pero no te he invitado para hablar del club.

«Por fin». Tragué saliva.

—¿Por qué me has invitado?

Un atisbo se sonrisa cruzó por el rostro de Hudson.

—Quizá me gustes.

Me estremecí mientras la excitación me recorría la espalda. Pero no me fiaba de que estuviera simplemente tratando de ligar conmigo. Se demoraba mucho en hacer su jugada y ese no sería nunca el estilo de Hudson. Había algo más.

Dios, esperaba que hubiera algo más. Si solo intentaba ligar conmigo, ¿qué narices iba a decir yo?

Le di un sorbo a mi té helado deseando que fuese algo más fuerte.

—Quizá esté saliendo con alguien —dije cuando solté el vaso.

—No. Ningún hombre permitiría a su mujer ponerse la ropa que llevabas ayer. Al menos, no en público.

La mención a la ropa que yo había bautizado como problemática y la idea de que algún hombre «me permitiera» hacer algo me irritó.

—Puede que no me vayan los novios controladores.

Retorció ligeramente la boca.

—Muy bien, Alayna. ¿Estás viéndote con alguien? —preguntó levantando una ceja.

Por supuesto que no estaba viéndome con nadie, maldita sea. Me miré el regazo y mi expresión le dijo a Hudson lo que necesitaba saber. ¿Por qué me alteraba tanto ese hombre? Yo era normalmente una mujer segura y con facilidad de palabra. Pero no cuando estaba con él.

Me incorporé en mi asiento tratando de mostrar seguridad.

—No es por eso por lo que me has invitado, Hudson. Tienes algún plan.

—Algún plan. —Hudson emitió un sonido que creo que era su versión de una risa ahogada—. Sí, Alayna. Tengo un plan.

Entonces, en lugar de compartir conmigo ese plan, cambió de tema:

—Supongo que lo pasaste bien en mi balneario la semana pasada.

Sorprendida por absolutamente todo lo que estaba diciendo, intenté seguir el giro de la conversación.

—Ah, no sabía que eras el propietario… Espera… —y se me encendió la luz—, ¿el regalo era tuyo?

—Sí. ¿Lo pasaste bien?

—Ni… de… coña. —Estoy bastante segura de que me quedé con la boca abierta. De hecho, se me abrió física y literalmente.

—¿Ni de coña?

Al darme cuenta de que mi respuesta no había expresado lo que yo quería, lo intenté de nuevo:

—Quiero decir que sí, que lo pasé muy bien. De hecho, fue una maravilla. Pero ni de coña pudiste hacer algo así. ¿Por qué lo hiciste? No debiste hacerlo.

—¿Y por qué no?

Toda una variedad de razones pasaron por mi mente. La primera, porque era escalofriante y de locos. Pero a mí me habían llamado las dos cosas muchas veces y no iba a dedicar esos adjetivos fácilmente a otra persona. Me agarré a la siguiente razón.

—¡Porque es demasiado!

—No para mí.

—Pero para mí sí. —¿Cómo es que no lo entendía? Aquella enormidad se desbordó dentro de mí como las burbujas de champán de una botella recién descorchada—. ¡Es demasiado! ¡Y ni siquiera me conoces! Es del todo inadecuado y poco profesional, inaudito, inadecuado. De haber sabido que era de tu parte, nunca lo habría aceptado. —Aquello no podía tratarse solamente de querer enrollarse conmigo. Podría haberme conseguido con mucho menos, por mucha vergüenza que me diera reconocerlo.

Hudson respiró hondo, tratando de mantener la paciencia.

—No es para nada inadecuado. Fue un simple regalo. Considéralo una prima de bienvenida.

La voz se me tensó mientras me esforzaba para controlarme y no gritar de la frustración.

—Pero no se hacen regalos así a mujeres que trabajan para ti a menos que estés dirigiendo un tipo de local completamente diferente.

—Estás exagerando, Alayna.

—¡No! —Por fin, fui consciente de lo que me acababa de decir—. ¿Y qué quieres decir con lo de prima de bienvenida? ¿Como si fuera un incentivo por entrar en una empresa? —Varias de mis compañeras me habían hablado de las primas que les habían ofrecido al ocupar sus puestos con sueldos de seis cifras tras licenciarse. Coches y regalos así.

—Sí, Alayna. —Levantó una mano en el aire—. Ese es mi plan. Me gustaría contratarte.

No podría haberme sorprendido más si me llega a pedir que me desnudara delante de él. O quizá fuera eso lo que me estaba pidiendo. Exactamente, ¿para qué quería contratarme?

—Ya trabajo para ti y soy feliz donde estoy.

—Te repito que yo no considero que trabajes para mí. No soy tu jefe. Soy el dueño del establecimiento donde trabajas. Eso es todo. ¿Ha quedado claro?

Semántica. Pero comprendí lo que estaba tratando de hacer, separarse de mí y de mi trabajo en el Sky Launch, así que asentí.

—Esto no afectaría a tu trabajo en el club. —Apartó el brazo del asiento y se echó hacia delante—. Puede que «contratar» no sea la palabra correcta. Me gustaría pagarte para que me ayudes con un problema. Creo que serías perfecta para esa tarea.

Toda la conversación hacía que la cabeza me diera vueltas, pero atraía toda mi atención.

—Tú ganas. Me pica la curiosidad. ¿Qué tarea es?

—Te necesito para romper un compromiso matrimonial.

Tosí, preguntándome si le había oído bien, aunque sabía que sí.

—Eh… ¿Qué? ¿De quién?

Hudson se echó hacia atrás y sus deslumbrantes ojos grises brillaron bajo las luces estroboscópicas.

—Mío.