David estaba apoyado sobre su mesa con la mirada fija en el nuevo sofá de cuero marrón que había al otro lado de la habitación.
—¿Deberíamos moverlo a la otra pared?
Era la cuarta vez que me lo preguntaba desde que había llegado yo. La verdad es que me daba igual dónde estuviera el sofá. La única razón por la que había ido al club tan temprano era para tener algo con lo que ocupar la mente. Habían pasado treinta y tres horas desde que me había ido de los Hamptons y más tiempo desde que no veía a Hudson y lo único que quería hacer era comprarme un billete de avión a Cincinnati para buscarlo, sin importarme lo que costara.
Pero otra parte de mí, un muy pequeño pero sorprendentemente sólido brote de calma en el centro de mi ser, creía que Hudson volvería. Que volvería a buscarme. Que sentía algo por mí. Sabía que era así. Y quizá esa sensación, aunque él no pudiera admitirla, sería suficiente para traérmelo de vuelta. Por fin.
Con suerte.
Si no me aferraba a ese pequeño atisbo de esperanza, me desmoronaría. Era lo único que evitaba que me volviera loca. Eso y tratar de concentrarme en mi trabajo.
—Está bien, David. Déjalo.
—¿Estás segura? Es una idea tuya, Laynie. Haz que quede bien.
—Queda perfectamente bien como está.
Supuse que los nervios de David tenían que ver más conmigo y con mi estado de ánimo que con la ubicación del sofá. Se acercó y se sentó.
—Además es bastante cómodo. Ven a comprobarlo.
Lancé un suspiro, dejé el informe del inventario sobre la mesa y fui con él.
—Pues… no está mal —dije sentada en una esquina.
Pero lo cierto era que estaba pensando que ese nuevo sofá me recordaba al del apartamento que había encima del despacho de Hudson. Había sido eso lo primero que me había atraído de él cuando lo vi en el catálogo. Me encantaba la sensación de masculinidad de su color oscuro, pero también la calidez y suavidad de su respaldo y sus brazos curvados.
Ahora me preguntaba si cada vez que viera ese mueble me traería a la mente pensamientos del hombre que no me había llamado ni enviado ningún mensaje desde su desaparición.
Mis pensamientos viajaron al correo electrónico que había recibido esa mañana de su banco, el que me había concedido el préstamo para mis estudios. En él se decía que mi deuda había quedado saldada por completo. Y la tarjeta de crédito sobre la que había mantenido silencio también aparecía con el saldo a cero. El hecho de tener las dos deudas pagadas daba a entender que el acuerdo había terminado.
Sin embargo, yo no quería en absoluto terminar con Hudson Pierce.
—¿Qué está pasando por tu cabecita, Laynie?
Me había vuelto a perder en mis pensamientos. ¡Sí que era una mala compañía!
—Cosas —respondí sintiéndome mal por aquel menosprecio, pero no tan mal como para ampliar mi respuesta.
Él asintió y apoyó el tobillo sobre su otra pierna.
—¿Está contento Pierce con ese negocio de Plexis?
Giré la cabeza hacia él.
—¿A qué te refieres?
David me miró sorprendido.
—Imaginaba que lo sabrías. Ha salido esta mañana en el periódico.
Se puso de pie y se acercó a su mesa.
Yo no había visto las noticias por la mañana. Consciente de que me pondría a acechar a Hudson por Internet, no había encendido el ordenador más que para ver mi correo desde que Brian se había ido el día anterior. Había sido difícil controlar la obsesión pero, después de haber echado a mi hermano de casa, tenía una renovada sensación de autocontrol. Así que había apagado el ordenador y me había pasado la noche viendo algunas de las películas de la lista del Instituto de Cine Americano que no había visto aún mientras me comía medio litro de helado de menta con trocitos de chocolate. Y había llorado un poco más. En términos generales, una noche muy productiva.
David revolvió en la papelera.
—Aquí está.
Regresó al sofá y me pasó el periódico doblado por la mitad. Ojeé el artículo que me había señalado. El titular decía: «Venta de Plexis a DWO». Tras leerlo por encima, me enteré de los aspectos esenciales del artículo. DWO, una corporación rival de Industrias Pierce, había convencido a los demás accionistas de que vendieran pese a que la dirección, un Hudson Pierce que se resistía, trataba de evitar la venta.
Sentí un agujero en el estómago. A Hudson le preocupaban mucho Plexis y la gente que trabajaba allí. Debía de estar destrozado por la pérdida. No me extrañaba que hubiera salido corriendo para Cincinnati el día anterior. Probablemente estaría realizando un último esfuerzo a la desesperada por salvar la empresa.
Lo cual significaba también que me había dicho la verdad. No había salido huyendo de mí. ¿Por qué era tan egocéntrica y siempre pensaba que todo tenía que ver conmigo?
Cerré los ojos y sentí que el sofá se hundía a mi lado mientras David se sentaba de nuevo.
—Te gusta más de lo que admites.
—Sí. Le quiero. —Levanté los ojos hacia David al recordar cómo había reaccionado él la última vez que habíamos hablado sobre mi relación con Hudson—. No quería enamorarme, pero ha pasado sin más.
David sonrió, aunque mantuvo la mirada baja.
—Así es como suele ocurrir.
Tiré el periódico al suelo, apoyé los codos en las rodillas y me tapé la cara con las manos. Complicado…, así es como era aquello. Muy complicado.
David apoyó la espalda en el sofá.
—¿Y él siente…?
Le miré por encima del hombro. ¿De verdad quería hablar David de ese tema? En fin, era él quien me había preguntado.
—No estoy segura.
—Menudo desastre. —David se echó hacia delante. Estaba tan cerca de mí que pude oler el ligero aroma de su gel de baño y sentir el calor de su aliento—. Por si te sirve de algo, te diré cómo me siento yo: estúpido.
—¿Estúpido?
Me crucé de brazos. Me sentía curiosamente vulnerable sentada tan cerca de un tipo por el que antes había estado chiflada.
—Sí. —Bajó la voz—: ¿Cómo he podido dejar que te me escapes entre los dedos?
—David…
No quería aquello, no en ese momento. Mi corazón, mi mente, mi cuerpo estaban con Hudson. Él era el único hombre en el que podía pensar. Eso me asustaba un poco: pensar solo en una persona. Podría ser el comienzo de una obsesión.
Pero, por otra parte, aunque no estaba segura porque carecía de esa experiencia, ¿no podía atribuirse ese tipo de pensamientos al hecho de estar enamorada? Lauren lo había dicho. Siempre que supiera controlar mi conducta, siempre que mi sensación de cariño fuese bienvenida, ¿qué problema había en pensar en Hudson, en elegirle a él entre todos los demás? Pensé que quizá no pasaba nada. Esperé que así fuera.
Abrí la boca para hablar, para decirle a David que no teníamos ninguna posibilidad, pero él pareció entenderlo sin que yo tuviera que decir nada.
Suspiró y asintió. Después, se encogió de hombros.
—Simplemente he pensado que debías saberlo.
—Gracias —contesté, pues no sabía qué más decir. Y porque le agradecía que se hubiera tomado tan bien mi rechazo.
Se puso de pie y extendió una mano hacia mí.
—Volvamos al trabajo.
Le agarré la mano y dejé que me ayudara a ponerme de pie. David sostuvo mi mano después de levantarme.
—Pero si alguna vez vuelves a estar en el mercado…
Aunque no existiera Hudson, David y yo no podríamos estar juntos. Él había sido una opción segura, alguien que no provocaría en mí conductas obsesivas. Pero la seguridad tenía como precio no involucrarse emocionalmente de una forma sincera. Quizá arriesgaba más con Hudson, pero también podía conseguir algo real.
—Te tendré en mente. Tenlo por seguro —respondí con una sonrisa.
—¿Podemos terminar esto con un abrazo?
Asentí y David me atrajo a sus brazos. Su abrazo me hizo sentirme… bien. Más fuerte de lo que recordaba. Pero no consiguió que el corazón me latiera más rápido. Me reconfortó, pero no me calentó hasta los huesos como ocurría con los brazos de Hudson. Aun así, fue bonito y decidí disfrutar de aquella buena sensación.
David fue el primero en separarse. De repente. Se llevó un puño a la boca, tosió y sus ojos se movieron rápidamente desde mi cuerpo hacia un punto situado detrás de mí.
Yo fruncí el ceño, confundida ante su extraño comportamiento, y a continuación me giré para ver qué había detrás de mí.
—Hola, Pierce —dijo David cuando mi mirada se cruzó con la de Hudson.
La sangre desapareció de mi cara. Aquel abrazo había sido inocente, pero yo sabía qué era lo que parecería. Y no era del todo inocente, no cuando David quería más y también porque habíamos estado juntos en el pasado. Sobre todo porque yo no se lo había contado a Hudson.
La expresión de Hudson era estoica, con sus ojos clavados en los míos. No revelaban nada y eso me aterrorizó. No solo porque no pude interpretar su reacción ante lo que acababa de presenciar, sino porque eso significaba que se había cerrado más. Por el modo en que me había dejado y las circunstancias de la última vez que nos habíamos visto, podría haber tenido la misma expresión vacía si no me hubiera sorprendido abrazando a mi jefe.
—Eh…, os dejo un poco de intimidad, chicos.
Por el rabillo del ojo vi cómo David salía del despacho y cerraba la puerta tras él. Mi mirada no se alejó en ningún momento del hombre que estaba delante de mí.
Sola con Hudson, la tensión se volvió más sofocante. Estaba tan increíblemente guapo como siempre con su traje gris oscuro y una corbata azul lisa que hacía que sus ojos parecieran más azules que grises. No habló, no se movió. Simplemente me miraba. Miraba a través de mí.
Tragué saliva temiendo echarme a llorar. Llevaba más de un día deseando verle, había sufrido por él. Ahora que estaba allí todo iba mal.
—Hudson… —empecé a decir sin saber muy bien cómo continuar. Entonces, recordé el artículo—. He leído lo de Plexis. —Levanté una mano y di un paso hacia él—. Lo siento mu…
—¿Qué está pasando entre él y tú? —me interrumpió. Su tono era tranquilo, controlado, pero su ojo derecho se movía con un tic.
—Nada —respondí con un fuerte suspiro—. David estaba…, eh… —Pero ¿adónde quería llegar a parar con mi explicación? ¿Que David me había tirado los tejos y yo le había rechazado, así que nos estábamos dando un último abrazo?—. Ha sido un abrazo de amigos, nada más.
Hudson apretó la mandíbula.
—La expresión de su cara no era de simples amigos. —Avanzó un paso hacia mí—. ¿Has follado con él?
—¡No!
Entrecerró los ojos, estudiándome.
—Pero casi.
—No.
Pero aquello no era del todo cierto. En el pasado habíamos estado muy cerca de follar. De hecho allí mismo, en el despacho. Pero no me pareció un buen momento para hablar de ello. Además, todo eso había sido antes de Hudson.
—¿Por qué no te creo?
—Porque te cuesta confiar en alguien. —Sentí una punzada de culpa, pues sabía que su desconfianza muy bien podría deberse a que había notado que le estaba ocultando algo. Aun así, no me gustaba que me interrogaran. Y era cierto que a Hudson le costaba confiar en otra persona—. De todas formas, ¿qué problema hay?
Volvió a dar otro paso hacia mí.
—Ya te lo dije —respondió con un gruñido—. No me gusta compartir.
Una oleada de euforia me recorrió el cuerpo. Aún me consideraba suya. Recordé que cuando me había dicho esas mismas palabras por primera vez me había excitado al máximo. Su crudeza, la forma tan primitiva en que me reclamaba como suya.
Pero ahora, a pesar de que eso significaba que aún tenía algo por lo que luchar con Hudson, aquella frase me había tocado un punto sensible.
—¿Y yo sí tengo que compartirte con Celia?
—Maldita sea, Alayna. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? No hay nada entre Celia y yo.
Me sentí incómoda por haber insinuado lo contrario. Había acusado muchas veces a antiguos amantes de haberme engañado, pero siempre se había tratado de una paranoia mía porque dudaba que alguien pudiese amarme de verdad. Aquellas acusaciones mías habían puesto fin a mis relaciones y el estómago se me revolvió ante esa posibilidad con Hudson.
Aun así, Hudson guardaba secretos en lo concerniente a Celia. No es que mi mente me estuviera jugando malas pasadas, porque era él quien lo había confirmado. Me había pedido que confiara en que esos secretos no tenían nada que ver con nosotros. Pero si quería mi confianza, tendría que darme la suya.
—Y no hay nada entre David y yo.
—¿De verdad? —Su tono era gélido—. No es eso lo que parecía cuando he entrado.
Mis ojos se empañaron de lágrimas.
—¿Lo mismo que no era eso lo que parecía cuando te fuiste con Celia mientras yo seguía desnuda en tu cama?
Los ojos de Hudson brillaron con un destello de rabia. Me agarró de los hombros y me atrajo hacia él hasta que mi cara estuvo a pocos centímetros de la suya.
—¡Dejarte esa mañana ha sido lo más difícil que he hecho en mucho tiempo, joder! —protestó—. No hables de ello con tanta ligereza.
Entonces, aplastó su boca con la mía antes de que yo pudiese digerir lo que había dicho, antes de que pudiese comprender la dulzura de sus palabras. Mordisqueó y tiró de la piel tierna de mis labios con un beso abrasador e impaciente.
Mi cuerpo suplicó entregarse a su exigente pasión y su boca y su lengua me persuadían para que me doblegara ante él, pero mi cerebro seguía aferrado a nuestra discusión y al lugar donde nos encontrábamos. ¡Por Dios, estábamos en el despacho del club!
Me separé de sus labios.
—Hudson, para.
Pero no paró. Comenzó a besarme en el cuello y su mano fue hasta mi pecho y lo estrujó y acarició por encima de la tela de mi vestido. Su polla se apretaba contra mi muslo y sentí cómo se endurecía.
—¡Para! —repetí empujándole el pecho con ambas manos.
—No —me murmuró al oído—. Tengo que follarte. Ahora.
—¿Por qué? ¿Estás marcando tu territorio?
Aquel comentario no era del todo en serio, pero él se apartó y lo que vi en sus ojos me dijo que eso era exactamente lo que estaba haciendo.
Me revolví para soltarme de sus brazos y la náusea regresó en dolorosas oleadas.
—¡No eres mi dueño, Hudson! Deja de jugar conmigo como si fuese otra de tus mujeres. Conmigo no, ¿recuerdas?
—¿Piensas que no lo sé todavía? Cada minuto de cada día me recuerdo que no puedo conquistarte. Que no puedo hacerte eso. —Su boca se retorció—. Pero eso no significa que no desee hacerlo.
Más valdría que me hubiera golpeado. Aunque me había repetido a mí misma que era posible que yo fuera una más en la lista de mujeres con las que había jugado, lo cierto es que creía que era diferente. Las lágrimas que antes habían amenazado con salir empezaron a rodar libremente.
—Así que soy como las demás.
—No. No lo eres. —Su voz se volvió más tensa—. Ya te lo dije, mi deseo de hacerte daño no es mayor que mi necesidad de conseguirte.
—Ya has hecho las dos cosas —conseguí decir entre sollozos.
—¡Joder!
Sus rostro estaba anegado por el horror, como si le hubiera dicho que había matado a su madre. O quizá no a su madre, sino a alguien a quien él tuviera cariño.
Dio un paso atrás, alejándose de mí. Eso fue devastador, sentir tanto dolor, ver el eco de mi sufrimiento en su rostro a través de mis lágrimas torrenciales. No podía soportar sentirme así, como si estuviera perdiéndole. Necesitaba su consuelo y consolarlo a él del único modo que sabía que me permitiría. Me lancé hacia él y mis labios se apoderaron de los suyos.
Solo tardó unos segundos en rendirse ante mí y, a continuación, se mostró del modo que más me gustaba, dominante y llevando las riendas. Y yo adopté el rol contrario y me entregué a él.
—Alayna… —dijo con un gruñido.
Su mano volvió a posarse en mi pecho y lo amasó haciendo desaparecer mi ansia mientras devoraba mi boca. Me envolvió con el otro brazo y me atrajo hacia él con tanta fuerza que me sentí poseída por todos lados. Incluso por dentro, las llamas del deseo se elevaron intensamente y, al instante, mi excitación se despertó por el bienvenido asalto de su cuerpo.
—¡Hudson! —grité contra sus labios sin importarme esta vez que estuviésemos en medio de una pelea ni que la puerta del despacho no estuviera cerrada con llave—. Yo también te necesito.
Él ya sabía antes que necesitábamos aquello, cuando yo le había empujado. Era un amante tan perfecto que conocía mi cuerpo y lo que éste necesitaba mejor que yo. Cuando me sometía a él, todo se volvía fácil. Por un momento, olvidé las barreras que se levantaban entre los dos mientras él me tomaba de tal modo que no había ninguna barrera que nos pudiera separar.
Hudson echó mi cuerpo hacia atrás hasta que choqué con el sofá con mis pantorrillas y un fugaz pensamiento de «¡Oh, sí! ¡Vamos a estrenar el sofá!» pasó por mi mente cuando me soltó y metió las manos bajo mi vestido corto acampanado para bajarme las bragas por debajo de las rodillas. Me empujó sobre el sofá, me abrió las piernas y me subió el vestido por el vientre, dejando completamente expuestas ante él mis partes más íntimas.
Me sentí hermosa así, tumbada en espera de mi amante, de quien sabía que me daría y tomaría de mí lo que le placiera.
Bajó los ojos hacia mí y el deseo le nubló la vista mientras se desabrochaba el cinturón y se bajaba los pantalones lo suficiente como para liberar la abultada polla de su prisión. Por muy rápido que se moviera, me pareció que pasaba una eternidad antes de que se pusiera sobre mí haciendo que abriera más las piernas. A continuación, se deslizó dentro de mí con tal fuerza que ahogué un grito.
Me golpeó con fuertes embestidas, concentrado en su propia necesidad, en su propio deseo de llegar al orgasmo. Pero incluso a través de la niebla de su propio deseo, se ocupó de mí, presionando habilidosamente su dedo pulgar sobre mi clítoris, masajeándome para que llegara al clímax.
Puede que aquel acto fuera sobre todo físico, pero apareció una conexión más profunda a partir de la unión de nuestros cuerpos. Cada caricia aliviaba el escozor de sus anteriores palabras y estuve segura de que la motivación que había tras cada profunda embestida era ahuyentar su propio tormento, liberarse de la culpa de haberme herido.
No me colmó con su habitual lenguaje sexual, pero a duras penas nos manteníamos en silencio, porque yo gemía debajo de él y Hudson repetía mi nombre una y otra vez como un mantra, como una oración. Entonces, aquel sonido se volvió gutural mientras se doblaba sobre mí y se corría dentro de mí con una erupción tan violenta que hizo que yo me desatara con él con un grito tembloroso.
—¡Hudson!
Cayó sobre mí y enterró la cabeza en mi cuello, donde sentí el alivio de su aliento caliente sobre mi piel. Me encantaba estar allí, enterrada debajo de él, con su polla aún dentro de mí, siendo nuestro precioso vínculo tan frágil que necesitaba de aquella conexión carnal. La respiración de Hudson se volvió más regular y su cuerpo se fue relajando hasta que su peso cayó descansó sobre mí con una dulce agonía.
—Quería conseguirte —dijo justo cuando empezaba a preguntarme si se habría dormido—. Pero no quería hacerte daño. —Apretó su brazo alrededor de mí—. Eso es lo último que desearía.
Le comprendía perfectamente. Tras haber destruido a tantas personas, tras haber echado a perder mi relación con mi único pariente vivo, era un infierno imaginar que podía hacer daño a una persona más. Había estado mucho tiempo evitando intimar con nadie. Pero ahora estaba preparada para dejar atrás ese miedo y poder así conseguir la recompensa de la intimidad.
Acaricié el pelo de Hudson.
—Eso forma parte de las relaciones, H. La gente sufre. —Le besé en la frente—. Pero también puedes hacer que sea mejor.
Levantó la cabeza para mirarme a los ojos.
—Dime cómo.
Tomé su cara entre mis manos y le acaricié la piel con los pulgares, áspera por la incipiente barba.
—Déjame entrar —le supliqué.
—¿No ves que ya lo he hecho?
Cerré los ojos, esperando poder detener un nuevo torrente de lágrimas. Se había abierto, pero solo lo suficiente para que yo pudiese introducir la punta de los dedos de los pies en el umbral de la puerta que él mantenía tan firmemente cerrada. Era un gran paso para él. Pero no me estaba dejando entrar de verdad. Lo único que compartía conmigo tenía que sonsacárselo de sus labios. No me había dado su confianza. Aquello no era suficiente para poder construir nada a partir de ahí, y si eso era todo lo que iba a abrir esa puerta, no tendríamos esperanzas de futuro.
Tragué saliva y abrí los ojos, dejando que se escapara una lágrima solitaria. La limpié, me di la vuelta para salir de debajo de él y me subí las bragas.
Hudson dejó escapar un suspiro. Después, oí el sonido de su cremallera y, para mí, aquello supuso una metáfora. Se estaba guardando, se estaba cerrando. Otra vez.
Pero cuando se puso de pie, me envolvió con sus brazos por detrás.
—¿Por qué actúas como si estuviera huyendo? —me dijo al oído con voz ronca.
—Porque me dejas fuera. ¿No es eso lo mismo que salir huyendo?
—¿Y tú? ¿Qué me dices de cuando apareciste en nuestro dormitorio llorando y ni siquiera me explicaste por qué?
—Eso fue distinto.
Pero quizá no lo fuera. No le había contado lo que había dicho su madre porque me dolía demasiado. Porque estaba avergonzada.
Me dio la vuelta para que le mirara.
—¿Qué te dijo, Alayna?
Me había lanzado un guante. Si quería que se abriera, yo también tendría que hacerlo.
—Que yo era insignificante. Me llamó puta.
Dirigí los ojos hacia una mancha de pintura de la pared, incapaz de mirarle a los ojos.
Maldijo en voz baja.
—Mi madre es una mujer despiadada y cruel. —Colocó dos dedos debajo de mi mentón y me movió la cara para que lo mirara—. No eres una puta, Alayna. Ni siquiera nada parecido. Y la magnitud de tu importancia en mi vida no puede expresarse con palabras.
—También dijo que nunca podrías amarme.
Se quedó inmóvil. A continuación, dejó caer la mano de mi cara.
—Eso ya te lo he dicho yo antes.
Sentí en las tripas el fuerte dolor de sus palabras. Me solté de sus brazos.
—Bien, pues ella me lo repitió. —Volví a girarme hacia él—. Ahí tienes. Ya me he abierto. ¿Estás contento?
—Alayna…
Sentí un dolor en lo más profundo de mi ser. Esa era la razón por la que no se lo había contado, porque, a pesar de lo que él y Sophia habían dicho, yo había creído que él podría amar. Que podría amarme.
Las lágrimas inundaron mis ojos y me salpicaron la cara.
—¿Cómo pudiste creer que no me enamoraría de ti, Hudson? Aunque tú no querías que ocurriera, ¿cómo no iba a hacerlo? —Me limpié la mejilla mojada con el torso de la mano—. ¿Esto no significa nada para ti?
Se echó hacia atrás como si le hubiera dado una bofetada.
—¿Cómo puedes preguntarme eso? Por supuesto que sí. Pero, Alayna, no sabes si seguirías diciendo lo mismo si me conocieras.
—Sí que te conozco.
—No del todo.
—¡Solo porque no me dejas entrar!
Estábamos caminando en círculos sin llegar a ningún sitio.
Abrió los brazos a ambos lados.
—¿Qué es lo que quieres saber? ¿Lo que les hice a las demás mujeres? ¿Quieres saber lo de Celia? Fue por mí por lo que se quedó embarazada. Porque pasé todo un verano haciendo que se enamorara de mí aunque yo no sentía nada por ella. Por diversión. Por entretenerme con algo. Y entonces, cuando la hube destrozado por completo, ella se volvió destructiva, se acostaba con todos, salía de fiesta, se drogaba. Todo lo que se te ocurra lo hizo. Ni siquiera sabe quién es el padre.
Exhalé y me limpié las lágrimas que quedaban en mi cara.
—Así que dijiste que era tuyo.
—Sí.
—Porque te sentías responsable.
—Sí. Perdió el bebé a los tres meses. Probablemente por todo el alcohol y las drogas que había estado consumiendo antes. Estaba destrozada.
—Es terrible.
Me di cuenta de que se sentía tan responsable por la muerte del niño no nacido de Celia como por su concepción. Eso suponía tener que soportar mucho peso, mucha culpa.
Pero, aunque podía admitir que Hudson hubiera tenido algo que ver en aquella situación, eso no me desanimó.
—Es terrible —repetí—. Pero no lo entiendo. Creías que eso haría que no te amara… ¿Por qué?
Se sentó en el brazo del sofá y me lanzó una mirada de incredulidad.
—Porque eso lo cambia todo. Yo hice aquello. Ese es el que yo soy. Es mi pasado y es muy feo.
Un sollozo amenazaba con hacer aparición, pero lo contuve tragando saliva con fuerza. Muy feo… Había muchas cosas feas en mí y siempre subyacían debajo de toda conversación, en todo momento. Eran veneno y destrucción. Yo sabía muy bien lo que era feo.
Me partía el corazón ver que esa misma oscuridad acechaba a Hudson. Que él creyera que su historia era tan terrible que podría cambiar las cosas entre nosotros. No podía. Y no lo haría.
Me puse delante de él y apoyé las manos sobre sus hombros.
—¿Crees que tu fealdad es diferente de la mía?
—Esto no es como seguir a alguien por ahí ni hacer muchas llamadas de teléfono, Alayna.
—Fue una tragedia imprevista, Hudson. Un juego que se te fue de las manos. Tú no planeaste que Celia se quedara embarazada ni que tuviera un aborto. Y no puedes reducir las cosas que yo he hecho a un simple comentario como ese. He hecho daño a mucha gente. Mucho daño. Pero eso fue antes. No son pasados ideales, ¿recuerdas? Eso no significa que tengan que definir nuestro futuro. Ni siquiera nuestro presente.
Dejó escapar un soplo cálido mientras su pulgar limpiaba una lágrima que aún me quedaba en la comisura del ojo.
—Cuando estoy contigo, casi me lo creo.
—Eso solo quiere decir que tienes que pasar más tiempo conmigo.
Chasqueó suavemente la lengua.
—¿Es eso lo que quiere decir? —Bajó el dedo pulgar por mi cara para acariciarme la mejilla—. Ayer por la mañana, cuando recibí la llamada para que fuera a Cincinnati no podía ni siquiera observarte durmiendo en aquella cama. Si lo hacía, no podría marcharme.
Mi pecho se infló con aquella confesión.
—Pensaba que te habías ido porque te habías asustado. —Su mirada perpleja me obligó a explicarme—. Por todo aquello del amor.
—No me asusté. Me sorprendió, solo eso.
—¿Te sorprendió?
—Que fuera eso lo que estábamos sintiendo. —Su mirada era tierna—. Que fuera amor.
Apenas podía respirar, temerosa de que si lo hacía interrumpiría la dirección de nuestra conversación.
—Lo era —dije tragando saliva—. Lo es.
—Ah. —Sonrió—. Nunca había sentido esto antes. No lo sabía. —Deslizó las manos por ambos lados de mi torso—. Pero, Alayna, yo nunca he tenido una relación romántica sana. Todas las mujeres que me han querido… —Su voz se volvió tensa—. No quiero destrozarte también a ti.
—No vas a destrozarme, Hudson. Al principio creía que sí. Pero resulta que tú haces de mí alguien mejor. Y creo que yo hago lo mismo contigo.
—Así es.
—Si decides no… —busqué el modo de decir lo que quería expresar—continuar… con lo que sea esto que tenemos, dolerá. Pero no me quedaré destrozada.
—Pero ¿te dolería?
—Sería una enorme putada.
—Entonces, será mejor que continuemos. —Se acercó a mí y rodeó mi cintura con sus brazos—. Alayna, estás despedida. Ya no puedes seguir siendo mi novia de mentira. —Su rostro se puso serio—. Mejor, sé mi novia de verdad.
La alegría me invadió a una velocidad vertiginosa.
—Creo que ya lo soy.
—Lo eres.
—¿Puedo seguir llamándote H.?
—Desde luego que no.
Movió la boca para juntarla con la mía y me besó con unos labios dulces y tiernos, pero aun así apasionados.
No sé cuánto tiempo nos quedamos así, sobre el brazo del sofá, con su cuerpo envolviendo el mío, besándonos y abrazándonos. El tiempo no importaba en ese momento que estábamos compartiendo.
Pero finalmente, cuando recordé que el club abriría enseguida y que seguía teniendo que trabajar durante mi turno, separé mis labios de los suyos para hacerle la pregunta que sabía que estaba consumiendo la mente de los dos:
—¿Y ahora qué?
Un lado de la boca de Hudson se curvó con una sonrisa sensual.
—Ven a mi casa cuando termines aquí.
«Sí. ¡Por supuesto que sí!».
—No salgo hasta las tres.
—No me importa. Te quiero en mi cama.
—En ese caso, sí.
Con enorme reticencia, me aparté de él. Le ofrecí mi mano para que se levantara y él la agarró y se puso de pie de esa forma suya tan elegante. Soltó mi mano, se tiró de la parte posterior de la chaqueta y se ajustó la corbata, volviendo a transformarse en el hombre que la mayoría de la gente conocía: Hudson Pierce, el rey del mundo de los negocios.
Yo me quedé mirándolo hipnotizada, aún sorprendida de que ese hombre fuese mío. «Mío». Aquella era la primera vez que me lo decía a mí misma y sonó tan maravillosamente que creí que nunca me cansaría de decirlo. «Mío, mío, mío».
Miró hacia atrás mientras se abotonaba la chaqueta.
—Bonito sofá —dijo como si lo viera por primera vez.
—Gracias. —Me reí.
Me estudió con una mirada risueña antes de arreglarme el pelo y colocarme el cuello del vestido. Después, cogió mis manos entre las suyas.
—Dile a Jordan que te lleve al Bowery. Él sabe dónde es.
—¿No al picadero? —Mi voz sonó inusualmente alta, teñida de sorpresa y emoción.
—No. A mi casa. Le dejaré una llave al portero.
Yo no había estado con él en ningún otro sitio aparte del loft y ni siquiera sabía dónde vivía. Antes me había parecido bien. Pero ahora que me había invitado, no se me ocurría ningún otro sitio donde prefiriera estar.
Y, además, estaba preparada. Preparada para dejar de tener miedo a cometer errores, preparada para permitirme curarme del todo de mi pasado, preparada para empezar de nuevo sin miedo a arrepentirme.
Entrelacé mis dedos con los suyos y reí entre dientes. ¿Desde cuándo hacía yo esas cosas?
—Estamos haciendo esto de verdad, ¿no? Seguir adelante.
—Sí.
Me atrajo para darme otro abrazo, al parecer tan incapaz de soltarme como yo de soltarlo a él. Tan amarrado a mí como yo a él.
—Voy a hacer temblar todo tu mundo —le dije al oído antes de chuparle el lóbulo.
Él me mordisqueó el cuello, despertando una vez más mi deseo.
—Estoy deseándolo —contestó.
—Yo también.