Capítulo veintiuno

Me tragué el ácido que había empezado a aparecer en mi garganta y me vestí rápidamente sin molestarme en arreglarme el pelo ni lavarme la cara ni ponerme unos zapatos. Solo que sus cosas no estuvieran no quería decir que se hubiera ido, me decía a mí misma mientras bajaba las escaleras tratando de calmar la creciente inquietud. Tenía que haber alguna explicación.

Seguí el sonido de las voces y encontré a Mira y a Sophia inclinadas sobre la mesa del comedor examinando varias cartulinas extendidas delante de ellas. Mira levantó la cabeza cuando me acerqué y sonrió.

—Buenos dí…

—¿Dónde está Hudson? —la interrumpí con los brazos cruzados sobre el pecho.

Sophia me miró amenazante por encima de sus gafas de leer.

—Se ha ido con Celia.

En sus palabras había un regusto de placer.

Mira puso los ojos en blanco y se dio la vuelta para dedicarme toda su atención.

—Le ha surgido un asunto de trabajo. Una especie de emergencia. Ha tenido que tomar el avión de inmediato a Cincinnati.

—Celia lo ha llevado en coche.

—Mamá, de verdad, ¡déjalo ya!

Nunca había visto a Mira enfadada y no parecía propio de sus rasgos, habitualmente suaves y serenos. Aquello sirvió para callar a Sophia.

—Celia había llegado ya para enseñarnos los diseños cuando Hudson se ha enterado de que tenía que marcharse. Ella se ha ofrecido a llevarlo al aeropuerto, de modo que él pudiera dejarte el coche para que volvieras a la ciudad cuando quisieras.

No estaba. Se había ido. Con Celia.

De repente, el aire de aquella casa me parecía cargado y asfixiante. Me costaba respirar. ¿De verdad se había ido Hudson por una emergencia de trabajo? ¿O estaba huyendo de nuestra conexión emocional del día anterior? Me había prometido que no me mentiría, pero esta vez no me había dicho nada en absoluto. Simplemente se había esfumado.

Además, hasta ese momento no había querido enfrentarme a ello, pero cuando afirmó que siempre me diría la verdad podía estar mintiéndome.

Era demasiado doloroso tener que abordar aquello, sobre todo en presencia de otras personas, especialmente de Sophia. Regresar a casa se convirtió en mi prioridad número uno. Él había dejado el coche para mí.

—Pero yo no sé conducir.

Mira se encogió de hombros.

—Hudson ha dicho que quizá no querrías. En ese caso, Martin puede llevarte.

—No voy a prescindir de mis empleados para…

Mira levantó las manos en el aire y lanzó una penetrante mirada de odio a su madre.

—¡Entonces la llevaré yo! O Adam o Chandler.

—Yo te llevaré.

Me di la vuelta y vi a Jack detrás de mí. Una sensación de gratitud se formó dentro de mí, tan intensa que aparecieron unas lágrimas en mis ojos.

—Gracias. Dame diez minutos para hacer la maleta.

Salí corriendo antes de que nadie pudiese decir nada más. Subí las escaleras de dos en dos y entré a toda velocidad en el dormitorio. Nuestro dormitorio. Sentí el dolor de aquel pensamiento en ausencia de Hudson. Tras sacar mi maleta del vestidor, revolví la habitación para recoger las cosas que había ido dejando por allí los últimos días: mi bañador, mi bata…, el camisón rojo.

Cuando salí del baño con el cepillo de dientes y el resto de artículos de aseo, Mira estaba de pie en la puerta.

—Laynie, no tienes por qué irte todavía.

Pasé a su lado y dejé caer las cosas en la maleta.

—Quédate hasta mañana. Podemos dedicarnos a cosas de chicas; por ejemplo, ir a que nos hagan la manicura.

Había personas realmente estupendas en la familia Pierce. Adoraba a Mirabelle. Y Jack se había convertido rápidamente en un amigo. Incluso Chandler y Adam, a pesar de su personalidad infantil, habían conseguido hacerse con mi cariño.

Pero la bondad de todos ellos era superada por el horror de Sophia.

Y ninguno de ellos significaba nada para mí en comparación con lo que sentía por Hudson.

—Gracias, Mira, de verdad. Pero no puedo quedarme aquí sin Hudson.

—Lo comprendo.

Cerré la cremallera de la maleta, me volví hacia Mira y examiné sus ojos para ver si de verdad lo comprendía. Por la ternura que vi en su mirada, pensé que sí que lo entendía.

Era posible que me comprendiera más de lo que yo pensaba. Respiré hondo.

—¿Ha dicho él… algo sobre mí? —pregunté. Me mordí el labio, avergonzada por mostrarle mi inseguridad—. ¿O ha dejado algún mensaje?

No pareció sorprenderse por mi pregunta.

—Creo que iba a llamarte o algo así. ¿Has mirado tu teléfono?

Mi teléfono… No lo había mirado desde que lo metí en el bolso cuando íbamos de camino hacia allí. Volví al vestidor y encontré el bolso colgado en una percha detrás de la puerta. Rebusqué en su interior y rápidamente localicé el teléfono.

—Está sin batería —dije—. Olvidé traer un cargador.

—¿Es un USB normal? Puedes usar mi cargador del coche.

Quise abrazarla.

—Gracias, Mira.

—No hay de qué. —Observó cómo yo ponía la maleta sobre sus ruedas—. Martin puede bajarlo.

—Ya la bajo yo.

No quería esperar y tener que llamar a alguien para que bajase una maleta que yo misma podía llevar. Eché un vistazo a la habitación una vez más y, después, me dirigí a la puerta.

—Laynie… —me detuvo Mira antes de que cruzara el umbral.

Era difícil prestarle atención cuando cada fibra de mi cuerpo deseaba marcharse. Me moví nerviosa mientras la miraba a los ojos.

Ella dio un paso hacia mí con rostro tierno y compasivo.

—Sé que te quiere —dijo con voz firme—. Sé que es así. Pero ha sufrido… cosas… que hacen que le cueste abrirse. Así que, por favor, no tomes esto como…, en fin…, como una prueba de nada si no puede decirte lo que siente.

Sentí cómo los ojos se me nublaban. Podía ser que Mira estuviera tan confundida como yo, pero me gustó escuchar aquello. Tragué saliva.

—Lo sé.

—Bien.

—Pero… —Puede que nunca volviera a tener otra oportunidad de mantener esa conversación—. ¿Por qué lo crees? Es decir, ¿qué te hace pensar que me quiere o siquiera que pueda quererme?

Seguramente, Mira sabría lo que Sophia decía sobre su hermano. Que era un sociópata, que no podía sentir nada por los demás. A menos que todo aquello hubiera sido la táctica que había seguido su madre para enfurecerme. Pero sospechaba que en lo que decía había algo más que eso. Estaba basado en alguna verdad, en la opinión de un terapeuta, en el diagnóstico de un médico.

Mira cerró los ojos un momento y dejó salir un chorro de aire continuo.

—No lo sé, Laynie. Es diferente cuando está contigo. Nunca le había visto como lo veo contigo.

—Puede ser que estés viendo lo que quieres creer.

—Puede ser. —Levantó el mentón—. Pero no voy a perder la fe en él. Espero que tú tampoco.

—Yo tampoco.

Pero quizá Hudson ya había perdido su fe en mí. Y si no en mí, en sí mismo.

Cuando volvimos abajo, Mira me dejó en el vestíbulo para ir a coger el cargador del teléfono de su coche. Jack había ido a la cochera para traer el Mercedes al camino circular de la entrada. Yo daba vueltas a un lado y a otro mientras esperaba a que llegara.

Supe que Sophia se encontraba detrás de mí sin verla. Esperé que se fuera si no le decía nada y mantuve los ojos fijos en el camino de la entrada. Me equivoqué.

—No debería sorprenderla que la haya dejado.

Seguí sin mirarla, pero imaginé la sonrisa de satisfacción que probablemente tenía, me imaginé a mí misma borrándosela de la cara de una bofetada. Pero la violencia no hacía tanto daño como una buena discusión verbal. El problema era que si mordía su anzuelo, probablemente ella ganaría. Otra vez.

—Ya le he dicho que él no siente nada. —Era una guerrera. Se le daba bien aquel juego. No tuve ninguna duda de que había sido ella quien le había enseñado a Hudson a ser tan bueno en sus propios juegos—. Por nadie —añadió.

—Eso es mentira. —Yo no tenía ninguna oportunidad de vencerla. Sophia había conseguido la reacción que estaba buscando. Pero si iba a pelear, lo haría con todas mis fuerzas—. He comprobado lo contrario.

—¿Por cómo parece quererte? Es un buen actor.

Me giré para mirarla.

—No. Por cómo parece quererla a usted. —Escupí aquellas palabras como si fuesen veneno—. Cuando no hay ningún motivo por el que deba hacerlo. Cuando usted le ha apartado, le ha traicionado, le ha destruido y le ha convertido en el hombre confundido que es por su falta de cariño, apoyo y fe. Si es capaz de querer a una mierda como usted después de todo lo que le ha hecho, no me cabe ninguna duda de su capacidad para amar.

«A usted, maldita bruja».

Entonces, abrí la puerta de la casa y salí, arrastrando la maleta tras de mí y aliviada al ver que Jack se detenía cuando yo salía. Sophia no me siguió.

Mira le había dado el cargador a Jack en el garaje. Me lo entregó a cambio de mi equipaje. Mientras Jack metía la maleta en el maletero del coche, me subí al asiento delantero y enchufé el cargador y el teléfono antes de ponerme el cinturón de seguridad.

Nos habíamos puesto en marcha antes de que el teléfono estuviera la suficiente carga como para encenderse. Tenía doce mensajes de texto y cuatro mensajes de voz. Abrí los de texto y me salté los once de Brian para ir de inmediato al único que había de Hudson.

«Crisis en Plexis. Te llamo en cuanto pueda».

El corazón se me hundió. Debía sentirme agradecida de que hubiera dejado un mensaje, pero ¿no me merecía algo más? Él me había hecho creer que sí.

Accedí a mi buzón de voz con una ligera esperanza. Él nunca me llamaba y dudé que alguno de los mensajes fuera suyo. Escuché el primero lo suficiente como para escuchar la voz de Brian y, al instante, lo borré y pasé al siguiente. Todos eran de mi hermano. Los borré todos sin escucharlos completos.

Jack fue la compañía más considerada que habría podido desear. Tras pedirme que introdujera mi dirección en el GPS, me habló lo suficiente como para darme a entender que estaba ahí si le necesitaba. A continuación, dejó que me regodeara en mi silencio.

Durante casi una hora estuve dando vueltas al teléfono en mis manos, abriendo la aplicación de los mensajes y volviéndola a cerrar sin usarla. La antigua yo, la loca y obsesiva, le habría enviado ya varios mensajes a Hudson, cada uno de ellos aumentando el tono y las acusaciones. Necesité toda mi fuerza para no hacerlo, pero sí permití que mi imaginación los redactara.

«¿Por qué te has ido? ¿De verdad es un viaje de trabajo?».

«No puedo seguir estando “de servicio”. Lo dejo».

«¿Por qué no me dejas entrar?».

«Te quiero».

Finalmente, dejé caer el teléfono en el bolso, apoyé la cabeza sobre la ventanilla del coche y cerré los ojos. Me permitiría enviar un mensaje bien pensado cuando llegara a casa. Después, iría a una sesión de grupo. Tenía que conseguir llegar hasta allí sin cometer ninguna estupidez.

Debí de quedarme dormida, porque cuando volví a abrir los ojos estábamos en el portal de mi casa. No había aparcamientos libres en toda la calle, así que Jack había encendido las luces de emergencia y se había detenido en doble fila junto a los coches aparcados.

De pie junto a la puerta del conductor, Jack se apoyó sobre la parte delantera del coche.

—Si esperas aquí, puedo buscar un aparcamiento y ayudarte a subir a tu apartamento.

Por muy inofensivo que fuese Jack, invitarle a subir a mi apartamento no me pareció una buena idea. Y no necesitaba ayuda ni ninguna compañía.

—Puedo hacerlo sola. Pero gracias. —En la acera, con mi maleta, sentí el deseo de decir algo más, de expresarle mi inmensa gratitud—. Gracias por traerme hasta aquí y por…, en fin, por… —«por no tratarme como Sophia me trata»—, por ser tan amable.

Maldita sea, otra vez me estaba quedando sin palabras.

Él chasqueó la lengua.

—La verdad es que no soy tan amable. Solo lo parezco cuando se me compara.

No tuve que preguntarle a quién se refería con lo de la comparación.

—Jack —no debería entretenerlo estando mal aparcado, pero de repente necesitaba saberlo—, ¿por qué sigue casado con ella?

—Ojalá pudiese decir que es porque recuerdo la dulce mujer que una vez fue, pero nunca fue una mujer dulce. —Miró los coches que había detrás, pero no pareció inmutarle que tocaran el claxon cuando pasaban junto a él por el carril de al lado—. Sophia llegó a nuestro matrimonio con un par de negocios que su padre nos había regalado. Yo tomé el control cuando su padre se jubiló y he dedicado toda mi vida a conseguir que triunfaran. Ahora es Hudson quien los dirige. Si me divorciara de Sophia, la mayoría de las participaciones pasarían a manos de ella. Mientras estemos casados, a Sophia no le importa lo que hagamos con ellos. Y nunca me ha pedido el divorcio. Sería demasiado vergonzoso. —Volvió a mirarme—. A veces me pregunto… Si yo me hubiera desentendido de los negocios, si me hubiera divorciado cuando los niños aún eran pequeños, ¿podría haber cambiado lo que son ahora? Pero ella habría pedido la custodia compartida, como mínimo. Y podría haberlos echado a perder aún más, poniéndolos en mi contra. No es una situación ideal, pero es lo que hay.

«No es una situación ideal». Eso se parecía a lo que había dicho Hudson. No, no era ideal, pero así era la vida.

En mi pequeño estudio, dejé la maleta junto a la puerta y me desplomé sobre la cama. Las lágrimas afloraron durante un largo rato sin parar. Ni siquiera sabía por qué lloraba exactamente. Lo único que sabía era que sentía dolor. Sentía dolor por la marcha de Hudson, por su poca disposición a abrirse a mí. Sentía dolor porque las barreras entre nuestra relación fingida y la real ahora eran tan confusas que ya no sabía cuál era la diferencia. Sentía dolor por las palabras y el odio de Sophia. Sentía dolor por la madre que había sido para su hijo y el hermano que Brian había sido para mí. Sentía dolor por las cosas que yo había hecho por Brian, por las cosas que probablemente Hudson habría hecho por su familia.

Y sobre todo, sentía dolor porque estaba sola y enamorada. Y esa era la peor combinación de todas.

Había pasado una hora antes de calmarme lo suficiente para enviarle el mensaje que me había prometido a mí misma que podía enviarle. Fue lo más inofensivo que se me ocurrió, un mensaje que decía todo lo que me atrevía a expresar sin temor a alejarle más. «Estaré aquí cuando regreses».

Ni siquiera habían pasado treinta segundos desde que lo envié cuando alguien llamó a la puerta. Teníamos un portero en el edificio y solo a los inquilinos se les permitía entrar sin pedir permiso. Pero Hudson sabía manejar sus hilos, ¿no? Era la única persona que conocía con tal poder.

La esperanza de que se tratara de él, por muy débil que fuera, hizo que me pusiera de pie y que fuera a echar un vistazo por la mirilla.

El hombre que estaba en el pasillo llevaba un traje negro y almidonado, pero su rostro no era el de Hudson, sino el de Brian.

Debía haberme imaginado que sería Brian. Su nombre aparecía en el contrato de alquiler para que le permitiesen subir. Apoyé la cara en la puerta y me debatí entre dejarle pasar o no.

—Abre, Laynie. —Un golpe fuerte al otro lado de la puerta hizo temblar mi cara—. Sé que estás ahí. El portero me ha dicho que acabas de subir.

«Joder». Debía de estar hospedándose en la ciudad, seguramente en el Waldorf. ¿Qué coño era tan importante como para tener que verme? Quizá tenía que haber escuchado sus mensajes.

A regañadientes, entreabrí la puerta.

Él la empujó para pasar. Estaba enfadado. Probablemente porque no le había hecho caso.

—¿Qué haces aquí, Brian? ¿Me estás acosando?

Esa broma me hizo sonreír, pese a que los ojos de Brian resplandecieron con más rabia.

—No me has devuelto ninguna llamada.

Vi que Brian apretaba los puños a ambos lados de su cuerpo y volvía a abrir las manos. Sabía que nunca me pegaría. Al menos esperaba que no lo hiciera nunca. Pero le había visto enfurecerse lo suficiente como para hacer un agujero en la pared de un puñetazo. Quizá al final sería una ventaja que figurase su nombre en el contrato de alquiler en vez del mío. Tendría que pagar cualquier desperfecto.

Cerré la puerta y observé a Brian con una sonrisa fingida.

—Ah, ¿me has llamado? —La inocencia no solía ser la mejor táctica con Brian, pero estaba demasiado cansada como para pensar en otra cosa—. Tenía el móvil sin batería y estaba fuera de la ciudad.

—Sí, eso me ha dicho tu jefe del club.

Dios, incluso había llamado a David. ¿Quién coño se creía?

Brian se pasó una mano por el pelo y, a continuación, dio un paso hacia mí.

—Has estado con él, ¿verdad?

—¿Quién es él?

Pero sabía que debía de estar refiriéndose a Hudson. Ese era el «él» con quien yo había estado y David lo sabía. Pero no entendía por qué estaba preocupado Brian.

Brian le dio un puñetazo a la cómoda.

—Joder, Laynie, no te andes con juegos. Esto es serio. —Se acercó a mí con los ojos entrecerrados—. Hudson Pierce. ¿Has estado con Hudson Pierce?

—Sí. —Crucé los brazos sobre el pecho—. Y con Jonathan Pierce también. Y con Sophia Pierce, Mirabelle Pierce y Chandler Pierce. En su casa de los Hamptons. Brian, ¿cuál es tu problema?

Alzó las cejas casi tanto como la voz.

—¿Que cuál es mi problema? Tú eres mi problema. Siempre, Alayna. Te he visto en las páginas de sociedad. ¿Estás saliendo con él?

Pues no. Pero eso me lo guardé para mí.

—No puedes salir con Hudson Pierce, joder. ¿Sabes quién es? ¿Sabes lo que es?

Durante un brevísimo momento sentí que el pecho me iba a explotar. No sabía cómo, pero Brian se había enterado de algún modo de los juegos de Hudson con las mujeres y estaba preocupado por mí. Llevaba años sin sentir que se interesaba por mí. No me había dado cuenta de lo mucho que anhelaba esa sensación.

—Es un puñetero gigante, Alayna. Eso es lo que es —continuó Brian—. Si le jodes, cuando le estés jodiendo no podré ayudarte. Los Pierce son tan poderosos que te aplastarán como a un gusano.

—Espera, espera un momento. —Tragué saliva y traté de entender lo que Brian había dicho—. No estás preocupado por mí. Estás preocupado por… Hudson.

—¿Por qué iba a estar preocupado por ti? —Me apuntó con el dedo índice—. Eres tú la que tiene antecedentes de volverse loca con los tíos.

—Vete.

Solo conseguí susurrar esa palabra.

—Acoso, persecución con el coche, allanamiento de morada, acecho… —Fue levantando un dedo por cada delito que nombraba.

—Vete —dije más alto. No había palabras que describieran lo muy traicionada que me sentía y ni siquiera había motivos para defenderme de sus acusaciones, porque él ya me había declarado culpable sin necesidad de juicio.

—¿Te habían invitado a los Hamptons?

—¡Vete de una puta vez! —grité—. ¡Vete! ¡Vete! ¡Vete!

No se movió.

—Es mi nombre el que aparece en el contrato, no el tuyo.

—Entonces cambiaré el contrato. O me mudaré. —Me acerqué a la puerta y la abrí para que saliera—. Pero te juro por Dios que si no te vas ahora llamaré a la policía y, aunque no consiga nada, al menos habrá en tu vida un vergonzoso incidente con tu hermana. Así que te ordeno que te vayas de una puta vez. Ahora.

—Abandono, Alayna.

Levantó las manos para mostrar que se rendía, pero siguió sin moverse.

—¡Vete!

Esta vez se dirigió hacia la puerta.

—Me voy. Pero te lo advierto, no cuentes conmigo. Que no se te ocurra pedirme ayuda ni aunque te pongas de rodillas. —Tras cruzar la puerta, se dio la vuelta y se encaró conmigo—. Estás sola en este lío.

Le cerré la puerta de golpe en sus narices.

Brian había salido de mi vida. Había salido de mi vida para siempre.

Porque ya había llorado demasiado antes o quizá simplemente porque estaba harta de familiares que oprimían a sus seres queridos cuando lo que estos necesitaban era compasión y apoyo, lo cierto es que el suspiro que salió de mi cuerpo no fue de frustración, sino de alivio.