Capítulo veinte

La segunda partida empezó casi dos horas después, en la arena de la playa privada que había bajo Mabel Shores. Tardamos más de una hora en cambiarnos y subir las sillas de la playa y la moto acuática del cobertizo al Ford Raptor que la familia utilizaba para recorrer los setecientos metros cuesta abajo hasta la playa. Millie preparó un almuerzo para más tarde y una nevera portátil con bebidas.

Sophia se había sosegado cuando llegamos a la playa y decidió dormitar mientras los demás terminábamos de colocar las hamacas y el resto de las cosas. Cuando me recosté junto a Hudson bajo una gran sombrilla con los colores del arco iris, me convencí de que podía relajarme y disfrutar de la cálida brisa y del sonido acompasado de las olas revolviéndose sobre la arena.

La idea de la tranquila serenidad desapareció cuando Adam y Chandler sugirieron una partida de vóley playa.

—Alayna. —Hudson levantó los ojos de su tableta electrónica—. Nosotros podríamos formar un equipo.

—¿Tú juegas?

Yo había estado a punto de poner mi hamaca bajo el sol para tratar de conseguir un cancerígeno bronceado, pero me podía dejar persuadir por un partido amistoso.

Él me miró con el ceño fruncido y con cierto desafío reluciendo en sus ojos.

—No te sorprendas tanto. Se me da muy bien.

Estaba segura de que así era por su tono de voz e, imaginando lo competitivo que debía de ser un hombre con tanto éxito, supuse que era bastante bueno.

—Pocas veces pierde —confirmó Jack, que volvía de darse un baño en el mar. Agitó su pelo largo y mojado antes de sentarse—. Ha salido a su viejo.

Hudson negó con la cabeza de forma casi imperceptible, al parecer no quería atribuir a su padre ninguna de sus habilidades.

—Fantástico. —Sophia se removió en su asiento, recordándonos a todos su presencia—. Yo trato de relajarme y todos los demás vais a estar haciendo ruido y comportándoos como salvajes interrumpiendo la tranquilidad.

—Para eso son las playas —dijo Jack levantando la voz hacia atrás, sin molestarse en mirar a su esposa directamente—. Puedes volverte a casa si no te gusta.

La oposición de Sophia hizo que me decidiera.

—Acepto. —Me quité el pareo y empecé a untarme con protector solar las zonas de mi cuerpo que ahora quedaban desnudas mientras Adam y Chandler ponían la red en los palos que estaban clavados en la arena.

—¿Ese es tu bañador? —refunfuñó Hudson a mi lado—. Vas prácticamente desnuda. Va a distraer a los hombres del juego.

—Considéralo un arma secreta.

—Pero uno de esos hombres voy a ser yo. —Se ajustó despreocupadamente su bañador largo azul marino.

Yo le lancé una sonrisa y me derretí por dentro ante su clara excitación.

—Eso luego, grandullón. —Era una promesa—. Mientras tanto, ¿te importaría darme crema en la espalda?

Me incliné hacia delante y me abracé las rodillas. Hudson cogió la loción y se sentó detrás de mí, rodeándome con las piernas. Ahogué un gemido mientras sus manos me aplicaban la loción, amasando mi piel durante más tiempo y con más profundidad de la necesaria.

—Me encanta acariciarte la piel —murmuró junto a mi oído y, a continuación, me mordió el lóbulo de la oreja, suavizándolo después con un suave lametón de su lengua.

Fue un gesto tremendamente sexual, algo que no esperaba que hiciera delante de los demás. O había finalizado su juego o ya no le resultaba tan fácil separar unas cosas de otras como antes.

Giré la cabeza hacia él para ver si podía interpretar su expresión, pero me detuve al ver que su madre nos observaba, formando con los ojos unas estrechas hendiduras de rabia. Así que ese era el motivo que había tras el despliegue de Hudson. Sentí en mi pecho una oleada de satisfacción, pero, a la vez, también otra de decepción. Aunque, en general, disfrutaba de la tristeza de Sophia, nuestro deber era conseguir su aceptación, no su enemistad. Esta tarea era imposible, yo ya lo había aceptado. Pero sabía que Hudson no y me dolía el sufrimiento que su madre le provocaba.

—La red está lista —anunció Adam dando una patada a un montón de arena en dirección a nosotros para asegurarse de que le prestábamos atención.

Hudson se puso de pie y extendió la mano para ayudarme a levantarme. Cuando me puse de pie, no me soltó, ni siquiera mientras me tiraba de la parte baja del bañador con la otra mano para subírmelo tras haber estado sentada. Durante todo el rato sentí la mirada de Sophia y sabía que me encontraba dentro de su radar. Iba a lanzar un disparo enseguida, lo intuía.

—Maldita sea. Yo quiero jugar —se quejó Mira—. Sabéis que sería la mejor del equipo.

—Sí que lo serías, cariño. —Adam se agachó para acariciarle el vientre que sobresalía por encima de la parte inferior de su biquini—. Pero juegas con mucho ímpetu y eso no sería bueno para nuestra pequeña Gominola.

—Sí, tienes que cuidar de mi primer nieto —dijo Jack orgulloso.

Sophia miró a su marido.

—Pero técnicamente no será nuestro primer nieto, Jack. —Hizo una pausa para asegurarse de que todos los oídos la habían sintonizado—. El bebé de Celia y Hudson reclama ese título.

Un zumbido me invadió los oídos y sentí que me mareaba, como si estuviera en un carrusel. «El bebé de Celia y Hudson». ¿Cómo…? ¿Qué…?

Mi sorpresa aumentó al ver la reacción de Hudson. No lo negó. En vez de eso, trató de atraerme más hacia sí.

—Alayna —susurró.

—¡Sophia! —oí que siseaba Jack—. ¿Cómo te atreves a comparar eso con el bebé de Mira?

Apenas escuché cómo Mira decía algo, pero no pude entender nada que no fuera la fría decepción que me agitaba los huesos. Tenía que salir de allí, tenía que pensar, tenía que respirar. Me solté de la mano de Hudson y me fui, caminando rápidamente por la playa para alejarme de la familia Pierce.

—Vete a la mierda, madre —dijo Hudson detrás de mí cuando aún podía oírlo.

«Un bebé. Hudson ha tenido un bebé. Con Celia». Ni siquiera podía tratar de imaginarme dónde estaba ese bebé o qué le había pasado, demasiado dolida ante la simple idea de que existiera. Aquello era ridículo. Hudson no era mío, nunca lo fue. Pero un bebé…, solo una forma más de pertenecer a Celia. Era de Celia.

Seguí caminando cuando Hudson me llamó. Pero no me escapé de él cuando vino corriendo para alcanzarme.

—Estoy bien —dije forzando una sonrisa—. Estoy interpretando el papel de novia herida.

Adecuó su paso al mío, pero no intentó tocarme.

—Entonces, ¿por qué lloras?

Había esperado no tener que admitir que las lágrimas estaban cayendo por mis mejillas. Me las sequé con la palma de la mano mientras mantenía aún la sonrisa.

—Solo estoy sorprendida. —Mi voz sonaba tensa a pesar de la alegría que había tratado de insuflarle—. No sabía que te habías acostado con ella.

—Y no lo he hecho.

—Está claro que sí.

—No. Mi madre cree que dejé embarazada a Celia. Pero no.

Sus palabras hicieron que me detuviera y una burbuja de esperanza se empezó a formar dentro de mí.

—¿Y eso por qué?

Me pasó la mano por la cara antes de contestar.

—Porque cuando Celia se quedó embarazada yo les dije a nuestros padres que era mío.

Crucé los brazos por encima de mi pecho esperando algo más, pero no dijo nada.

—¿Te vas a explicar?

—No. —Imitó mi postura—. No es relevante.

Me di la vuelta y empecé a caminar más rápido esta vez. ¿Cómo esperaba que participara en esta falsa relación de mierda si no tenía toda la información? Quizá yo no fuera más que una pieza en sus juegos mentales. Eso era lo único que tenía sentido.

—Alayna, para.

Me siguió y me agarró del brazo. Esta vez, yo me solté.

—¡Para! —Me alcanzó y me agarró con fuerza por los hombros. Me dio la vuelta para que le mirara—. ¡He dicho que pares!

—¿Por qué no puedes decírmelo? —Mis lágrimas se convirtieron en sollozos.

—¿Por qué no confías en mí?

Dejé escapar una sola carcajada, enfurecida por lo insensato de su pregunta.

—Qué gracia. Me pides que confíe en ti cuando tú no me cuentas absolutamente nada.

Es decir, ¿qué sabía yo sobre él? Además de su pericia en la cama y unos cuantos chismorreos al azar que me había explicado en un largo viaje en coche, no me había contado nada.

Su voz se volvió más tensa.

—Sabes más cosas sobre mí que la mayoría de la gente.

Sentí aquello como una acusación. Que yo sabía eso…, lo único que él no quería que nadie supiera… Pero ni siquiera había sido él quien me lo había contado. Y no era más que un detalle de la compleja constitución de Hudson Pierce.

—No —dije levantando el mentón con actitud desafiante—. Sé una cosa sobre ti que la mayoría de la gente no sabe. Es muy diferente.

—Es lo único que importa.

—Y una mierda. —Si de verdad pensaba así… ¿Cómo podía estar tan ciego como para creer que lo único que importaba de él eran los errores de su pasado? Aquello me rompió el corazón y la voz se me quebró al hablar—: Hay muchas más cosas en ti aparte de eso.

Quise tocarle, acariciarle la cara, hacer que lo comprendiera. Extendí una mano vacilante hacia él, pero dio un paso atrás.

—Está claro que sí me conoces —espetó—, si es que te sientes bien diciendo algo así.

Su tono era desagradable, sarcástico. No me creía. Estaba dándole la vuelta a mis palabras, a lo que había querido decir.

Aparté la mirada de él tratando de asimilarlo todo. Sí que sabía cosas de él, cosas que había descubierto estando con él. Sí que creía que él era mucho más que el hombre que manipulaba a las mujeres por capricho. Lo veía en él, lo notaba cuando me besaba y cuando estaba tumbado entre mis piernas.

Y si de verdad creía en su sinceridad en esos momentos, tenía que decirle que confiaba en él.

Lo cual significaba que en ese momento me estaba diciendo la verdad. No era el padre del hijo de Celia. Pero entonces, ¿por qué les había dicho a sus padres que lo era?

Al comprender lo que pasaba, sentí como si me hubieran golpeado en el estómago con una tonelada de ladrillos.

—Es porque la quieres, ¿verdad? —Decirlo en voz alta hizo que el peso se volviera aún mayor—. Por eso les dijiste a tus padres que el bebé era tuyo.

—¡No!

Su desafiante protesta hizo que me diera la vuelta para mirarle.

—No hay ninguna otra razón lógica.

Para asumir una responsabilidad tan enorme por otra persona era necesaria una conexión emocional. Aquello demostraba que no se trataba de ningún sociópata, que podía querer a alguien hasta ese punto, pero eso suponía para mí muy poco consuelo en ese momento.

—Déjalo ya, Alayna.

Era una orden, dada con un tono grave y tranquilo que supuse que pocos rebatirían. Pero estaba decidida a oír cómo confirmaba la verdad que me mataría.

—Estás enamorado de ella.

Levantó los brazos para dar más énfasis a sus palabras.

—¡Por el amor de Dios! Si por lo menos fuera capaz de tener ese sentimiento, no sería de Celia de quien estaría… —Se interrumpió a sí mismo cerrando la boca de golpe.

«No sería de Celia de quien…». Sus palabras resonaban en mis oídos como una canción que me encantaba oír.

Dio un paso hacia mí. Colocó las manos a ambos lados de mi cara y levantó mi mentón hacia él.

—No estoy enamorado de Celia. Te prometí que sería sincero contigo, Alayna, pero no sirve de nada si no confías en mí.

Yo seguía dándole vueltas a su lapsus. No sería de Celia de quien… ¿qué? ¿Estaría enamorado? Entonces, ¿de quién? ¿De mí?

Pero eso no lo iba a reconocer. Por ahora, aquella casi declaración era suficiente. Me calmó los nervios y me apaciguó el corazón.

Hudson me alisó el pelo por detrás de la oreja y yo me quedé mirando sus ojos grises, observando en ellos una ternura que no había visto antes.

—Nunca me he acostado con Celia. —Su voz sonaba suave, pero convincente—. Por favor.

—De acuerdo.

Levantó una ceja sorprendido.

—¿De acuerdo?

—De acuerdo, confío en ti.

—¿Sí?

Pensé en lo mucho que había deseado contar con la confianza de Brian, en lo decepcionada que me había sentido al darme cuenta de que aún no la tenía. Hudson necesitaba que alguien…, que yo le creyera. Debería habérselo dicho a cada segundo. Si lo amaba como creía hacerlo, tendría que esforzarme por darle más confianza en sí mismo.

—Sí —respondí con una sonrisa.

Su cuerpo se relajó como si le hubieran quitado un enorme peso de los hombros.

—Gracias. —Me besó en la frente—. Gracias.

Estuve concentrada en él durante ese rato, pero no tanto como para no darme cuenta de lo raro que era todo. Nos estábamos abrazando, intercambiando promesas que eran propias de algo más que simples amantes. «¿Qué estamos haciendo?». Casi se lo pregunté. Sentí la forma de aquellas palabras en la lengua, pero no pude reunir el aire para expulsarlas por mis labios. ¿Lo había notado él también?

Si se había dado cuenta, no me lo mostró y bajó mi cabeza hacia su hombro, donde no pudiera verlo en sus ojos. Y estaba bien así. Disfruté de su abrazo, del calor y la seguridad que me proporcionaba, independientemente de lo que eso significara para nosotros.

—Mira. Mi madre se va —dijo después de que pasara la ocasión de abordar lo que acababa de pasar.

Me separé de él y miré hacia el grupo que habíamos dejado atrás. Como era de esperar, Sophia iba caminando sola por el camino que llevaba a la casa con su enorme pamela. Sin ella allí, la idea de volver con los demás era más tolerable.

—Deberíamos volver.

—Deberíamos. —Había en su voz cierto tono de renuencia y sus ojos bajaron a mis labios—. Primero tendríamos que besarnos y hacer las paces. —Ya había empezado a bajar su cara hacia la mía—. Por si alguien nos mira.

No me dio tiempo a decir que sí antes de que una mano me rodeara el cuello por detrás y su lengua se deslizara en el interior de mi boca. Al contrario que la mayoría de nuestros besos, que normalmente reservábamos para el sexo, este fue dulce y tranquilo. Eso no quiere decir que careciera de pasión. Hudson chupó, lamió y mordisqueó primero mi labio superior y, después, hizo lo mismo con el inferior. Luego, su lengua volvió a meterse dentro de mi boca, acercándose a la mía, buscándola y girando alrededor de mí en una lenta espiral.

Él había calificado aquello como un beso para nuestros lejanos espectadores, pero fue completamente nuestro, una mezcla armónica de él y yo, tan completamente fusionada que ya no sabía distinguir dónde empezaba él y dónde terminaba yo ni a quién pertenecía cada sabor. Y fue más: una canción de amor sin palabras, una promesa sin temor. Fue una chispa, el comienzo de algo nuevo.

Nos separamos titubeantes, temerosos los dos de romper el hechizo. Después, deslicé mi mano en la suya y retomamos nuestros papeles de novia y novio.

Hudson cambió después de aquello, quizá porque Sophia se había ido, pero preferí creer que tenía más que ver con la fe que yo había puesto en él. Se volvió juguetón y animado. Primero lo vi durante el partido de voleibol contra Adam y Chandler. Dominó el juego con gran destreza, del mismo modo que estaba segura de que dominaba una sala de juntas. Pero entre un juego y otro, me sorprendió chocando su mano con la mía en el aire y dándome suaves palmadas en el culo. No me pareció que estuviera actuando. No había necesidad de convencer a Adam ni a Chandler de nuestra relación.

Recibí con agrado aquel cambio, aceptándolo quizá con demasiada rapidez, mientras la línea entre lo real y lo fingido se volvía más difusa.

Después de ganar los dos tiempos del partido, dimos una vuelta en la moto acuática. Hudson conducía y yo iba sentada detrás y me agarraba a él con fuerza. Conducía con seguridad por las agitadas aguas y yo sentí la excitación de la velocidad y la cercanía de su cuerpo y lo fácil que era simplemente estar con él.

Cuando perdimos el equilibrio y caímos al agua, me agarré a él, me reí y le besé sin piedad antes de levantar la moto acuática y subirme detrás.

—¿Otra vez, preciosa? —gritó por encima del sonido del motor.

—Otra vez.

Después de recoger y regresar de la playa, nos cambiamos de ropa y bajamos al porche, donde Jack preparó una barbacoa de salchichas y perritos. Sophia dijo que tenía otro insufrible dolor de cabeza y solo apareció un momento para darnos las buenas noches, aunque sospeché que en realidad había bajado para llenarse la copa.

Terminamos la velada con varias partidas de póquer en las que Jack nos desplumó a todos. Después, Hudson y yo nos dirigimos a nuestro dormitorio, cada uno recorriendo con la mirada los paisajes del cuerpo del otro mientras subíamos las escaleras.

Apenas se había cerrado la puerta después de entrar cuando Hudson me atrapó contra la pared, presionando su cuerpo sobre el mío mientras tomaba mis labios con un beso desesperado y hambriento explorando y buscando mi lengua hasta que empecé a jadear dentro de su boca. La cabeza me daba vueltas y las bragas se me empaparon al instante por la excitación, pero reuní la fuerza suficiente para apretar mis manos con firmeza contra su pecho.

—Espera, Hudson —dije sin aliento.

—Joder, Alayna. Tengo que meterme dentro de ti. No puedo esperar más.

Volvió a acercarse, pero giré la cabeza y su boca se dio contra mi mandíbula.

—Enseguida, H. —Salí rápidamente de entre sus brazos—. Baja las luces como hiciste la otra noche. —Caminé hacia atrás mientras hablaba hasta que llegué al vestidor donde habíamos guardado las maletas. Hudson había colgado varias prendas de ropa y había guardado otras en los cajones, pero yo aún no me había molestado en deshacer la maleta—. Acomódate en la cama. Desnudo —le ordené con un guiño.

—Vaya, tú llevas las riendas —dijo apoyándose en la pared con un brazo extendido—. Qué adorable.

—No me hables con condescendencia. —Me agaché en el interior del vestidor para buscar el picardías que se había perdido la noche anterior. Cuando lo encontré, lo enrollé apretadamente en mi puño para que no pudiera verlo aún y fui al baño.

—No lo estoy haciendo. Estoy excitado. —Se acarició la entrepierna de sus pantalones—. Ya se me ha puesto dura.

Curvé los labios con una sonrisa maliciosa.

—Bien. Ahora haz lo que te he dicho. —Me detuve en la puerta del baño—. ¡Y no te quedes dormido!

—Entonces, no te quedes una eternidad dentro del baño.

Sonreí y cerré la puerta. Nerviosa con los preparativos, me cambié a la velocidad del rayo. El día había sido más que maravilloso y real. Durante mucho tiempo no había sentido tanta felicidad como con Hudson. Y estaba segura de que a él le ocurría lo mismo. Nos estábamos encariñando el uno del otro. Y ahora quería celebrar esos sentimientos con mi amante, confirmar lo profundo de mis emociones con mi cuerpo si aún no podía expresarlo con palabras.

Dejé que el pelo me cayera sobre los hombros, apagué la luz del baño y, a continuación, abrí la puerta. La iluminación era tenue, así que di un paso hacia delante para que pudiera verme.

Hudson estaba sentado desnudo sobre la colcha. Se quedó sin respiración cuando me vio.

—Dios mío, Alayna. Eres increíblemente hermosa. —Se puso de rodillas—. Quizá deje que lleves eso puesto mientras te follo.

Estaba acostumbrada a su descarado lenguaje sexual, pero me sonrojé de todos modos.

—Ven aquí —dijo con un gruñido.

Empecé a caminar hacia él y, entonces, me detuve.

—Espera. Soy yo la que lleva las riendas, ¿recuerdas?

Se sentó sobre sus pies e inclinó la cabeza.

—Entonces, encárgate tú.

Sentí cómo un hormigueo se extendía desde el vientre hacia todo mi cuerpo, excitada por el modo dominante en que renunciaba a su autoridad. Siempre había sido él quien había dominado nuestro sexo, pero ahora me dejaba a mí al mando; esa elección incluso podía reducir la intensidad de la experiencia para él, aunque yo esperaba que no fuera así. Esto añadía un elemento de presión que no me había esperado, pero que también me excitaba.

—Siéntate con la espalda apoyada en el cabecero. —Mi orden sonó más fuerte de lo que esperaba.

Hudson sonrió y, a continuación, hizo lo que le había ordenado.

Eché los hombros hacia atrás para cobrar más confianza de la que tenía, y también para mostrar el pecho embutido en aquel picardías. Me acerqué a los pies de la cama. Mirándole, subí sobre ella y avancé lentamente hacia él.

Mantuve la mirada en su rostro viendo cómo sus ojos pasaban rápidamente de los míos a mis pechos mientras me deslizaba hacia él. Mis manos recorrieron sus pantorrillas mientras me acercaba y, después, pasaron por sus rodillas hasta sus firmes muslos. Me detuve en la base de su pene, duro como una piedra, y bajé la cabeza. Lamí todo su miembro con un lengüetazo.

Las pupilas de Hudson eran ascuas encendidas de deseo.

—Hazlo otra vez.

Lo más normal en mí habría sido cumplir su orden, pero no estaba dispuesta a renunciar a mi control.

—Quizá lo haga.

Su sonrisa se hizo más grande. Había puesto a prueba mi dominio y yo había aprobado.

Volví a bajar la cabeza, esta vez besándole el capullo, sin apartar mis ojos de los suyos. Le lamí el glande una vez más, deleitándome con su sabor salado antes de introducir su erección por mis labios hacia el calor de mi boca.

Lanzó un gemido.

—Ah, preciosa, qué bien me la chupas.

Le provoqué, toqueteándole y acariciándole las pelotas con una mano mientras lamía, chupaba y saboreaba su polla con mi lengua, sin entrar en ningún momento en un ritmo constante. Enseguida, introdujo los dedos entre mi pelo y empezó a hacerse con el control, inmovilizando mi cabeza encima de su pene mientras se movía para meterse en mi boca, imponiendo el ritmo que tanto deseaba.

Dejé que se hiciera con el control solamente un momento, disfrutando de los gruñidos y gemidos que acompañaban a sus embestidas. Entonces, tiré de su brazo para que lo apartara de mi cabeza y levanté el cuerpo, dejando que su polla se saliera de mi boca.

Lanzó un gemido.

—¿Quieres más? —le tenté—. Vas a tener que esperar. —Subí por su cuerpo, abrí las piernas para montar a horcajadas sobre su cintura y sentí su miembro firme golpeándose contra mi culo.

Sus ojos se abrieron de par en par, curiosos.

Extendí las palmas de mis manos sobre su torso desnudo y me incliné para tomar su boca. Su beso era codicioso y ardiente y su lengua se movía por el interior de mi boca. Movió las manos hacia los lados de mi cara, sujetándome en aquella postura con mis labios apretados sobre los suyos, pero moví la cabeza para soltarme.

—¿Qué quieres? —preguntó jadeante.

Lo llevé al límite de su paciencia para que me permitiera ser la parte dominante. Sin embargo, estaba dispuesto a intentarlo y eso me complacía inmensamente. Aunque no me había otorgado su confianza en otros aspectos, sí me la estaba dando en esto. Era un gran paso para él y, aunque una buena parte de mí quería dejarle que me tomara del modo que deseara, seguí aferrada al papel contrario por lo mucho que significaría probar para los dos.

Sin embargo, no sabía qué responder a su pregunta. ¿Qué era lo que quería?

—Tócame los pechos —dije por fin.

Hudson deslizó las manos por el interior de mi picardías de seda. Con una sacudida de sus pulgares, los pezones se me pusieron duros como una piedra, y los pechos pesados y sensibles mientras él los apretaba con sus firmes manos.

Bajé la cabeza para lamerle los labios, pero, en cambio, él hundió la suya en mi escote. Me bajó la tela del camisón y se metió la punta de mi pecho en la boca. Chupó y tiró de mi pezón, haciendo que de mi garganta se escapara un pequeño grito.

—Ah, Hudson. Dios.

Una mano se deslizó bajo el delgado encaje de mi bragas y me rozó el clítoris de camino a la caliente abertura de mi coño.

—Ya estás húmeda, preciosa —dijo soltando el pezón de su boca para hablar. Lamió ligeramente la punta y yo me estremecí—. ¿Quieres que te meta los dedos? Dime.

A Hudson se le daba muy bien convertir mi mente en papilla mientras mi cuerpo se volvía maleable bajo sus manos. Sucumbí al placer que me ofrecía, pero a mi manera.

—Quiero tu polla dentro de mí —dije en voz baja, sin sentir ningún alivio al decir aquellas palabras.

Sonrió, pero no se movió para obedecer mi orden. En lugar de eso, chupó mi otro pecho, provocando un gemido involuntario por mi parte.

—Pero todavía no estás lista para mí, preciosa —aclaró después.

—Ya estoy lo suficientemente preparada. —Esta vez hablé con más contundencia—. Quiero montarte.

Un destello de deseo cruzó por su rostro. Con un movimiento repentino, me rompió las bragas, sacó la tela rasgada de debajo de mí y las lanzó a un lado. Yo sentí un escalofrío ante aquella acción tan primaria y la lujuria recorrió mis venas como un reguero de pólvora. Desesperada por tenerlo, por poseerlo, me moví hacia atrás para mantener el equilibrio sobre él. Cogí su precioso y grueso pene con la mano y levanté el capullo hacia mi húmeda abertura. Mi excitación aumentó cuando su polla palpitó en mi mano.

—No se me ocurre la razón por la que merezco esto —dijo Hudson con voz ronca, colocando las manos sobre mis pechos—. Debería ser yo quien te recompensara por tu creíble interpretación de novia de hoy.

Me quedé inmóvil. Su comentario me dolía, pero no estaba segura de si debía hacerlo. ¿Me estaba recordando que ese día había sido fingido? ¿O estaba tratando de provocar una reacción en mí? ¿Se estaba poniendo en guardia para evitar que los sentimientos entrasen a formar parte de nuestra relación?

O quizá era que no sentía nada de lo que yo creía y sus palabras simplemente manifestaban que le había parecido acertada nuestra representación ese día.

No, no era verdad. Creía con todo mi corazón que algo más había surgido entre los dos. Quizá él no era capaz de admitirlo ante mí, o incluso ante sí mismo, pero yo lo sabía. Lo sabía.

Me fui deslizando sobre su palpitante polla y me la metí dentro ahogando un grito. Tenía razón. No estaba del todo preparada y la sentí grande y entera dentro de mí. Me retorcí, tratando de calmar la dentellada de malestar mientras me la metía más adentro. Hudson colocó la mano sobre mi torso y me empujó para que me echara hacia atrás. Esa posición me abrió más y me deslicé hasta el fondo.

—Joder —gruñó—. Cómo me aprietas, Alayna. Me gusta.

Levanté las caderas para elevarme por su miembro antes de volver a bajar.

Hudson se movió nervioso debajo de mí, deseando ser él quien marcara el ritmo. Pero yo mantuve mi velocidad constante deslizándome suavemente arriba y abajo por su dura erección. Sus manos se movían sobre mí sin cesar, pasando de mis pechos a mis muslos y mis caderas antes de que por fin colocara una palma de la mano sobre mi estómago y moviera su dedo pulgar por mi clítoris ejerciendo una deliciosa y firme presión.

—Dios. ¡Ah, Dios! —grité estrujándole y apretándome sobre él. Aquella sensación tan exquisita de su polla rozándose contra las paredes de mi vagina sumada a la atención experta que le estaba dedicando a mi tierno clítoris me estaba volviendo loca. Estaba a punto, casi alcanzando el orgasmo, aunque no era capaz de llegar a la descarga que tanto deseaba. Aparecieron lágrimas en mis ojos y gotas de sudor en mi piel—. Soy feliz, Hudson. Me has hecho feliz. —No podía evitar decírselo. Mis palabras se mezclaban con mis roncos gemidos.

Sus ojos se clavaron en los míos, resplandeciendo bajo sus pesados párpados con el intenso deseo de follarme. Se abrieron de par en par al oírme y una nueva chispa encendió el oscuro deseo que ya estaba allí.

—Y yo también te he hecho feliz. —Aquello salió de mi boca lo mismo que deseé que saliera el orgasmo que no llegaba. Noté la expresión de alarma en el rostro de Hudson, pero no pude evitar seguir hablando—: Nos estamos enamorando. Estos somos nosotros, enamorándonos.

—Basta.

De repente, me dio la vuelta para ponerme debajo de él, manteniendo nuestra conexión por las ingles. Me dobló las piernas por las rodillas y las echó hacia atrás mientras se volcaba dentro de mí, aporreándome con un deseo que amenazaba con partirme en dos. En esa posición, se metió hasta el fondo, más hondo de lo que nunca había estado. Quería castigarme por mis palabras, por saber que él había conectado conmigo. Pero aquel castigo no hacía más que demostrar que yo tenía razón.

Y darme cuenta de aquello, unido a sus enloquecedoras embestidas, hizo que me entregara por completo a él. Me corrí con tal fuerza que mi cuerpo se volvió loco, estremeciéndose debajo de él sin control.

Hudson siguió embistiéndome, golpeando todo mi cuerpo con cada acometida, hasta que me volví a correr. Esta vez, él me acompañó y enterró su polla aún más dentro a medida que se vaciaba mientras mi coño le ordeñaba haciendo que lanzara chorros largos y calientes.

Cuando los dos nos quedamos quietos, él se dio la vuelta, se separó de mí y se desplomó a mi lado sobre la cama. Sin palabras, tiró de mí para colocarme bajo su brazo, cerró los ojos y se quedó dormido.

Yo me puse tensa dentro de su abrazo. Normalmente, él se quedaba abrazado a mí durante más tiempo y me tocaba y acariciaba antes de quedarse dormido. Pero yo le había desafiado esa noche en más de un terreno. Necesitaba tiempo para procesarlo. Al menos, seguía agarrándome. Eso debía de ser una buena señal.

Yo tardé más tiempo en quedarme dormida, pero, cuando finalmente caí, dormí profunda y placenteramente.

Por la mañana me desperté sola, pero, a pesar de que recordaba que Celia venía de visita ese día, me sentía feliz. Hasta que fui al armario a buscar algo para ponerme y vi que lo único que había dentro eran mis pertenencias.

La ropa y la maleta de Hudson habían desaparecido.