Capítulo dos

¿Conoces ya al nuevo dueño?

Levanté la vista de mi carpeta hacia el trasero de Liesl mientras ella estudiaba el contenido del pequeño frigorífico que había tras la barra; su pelo púrpura caía en cascada y danzaba con sus movimientos. Fruncí el ceño. No me había olvidado de que había un propietario nuevo, pero intentaba no pensar en él, consciente de que me obsesionaría.

El enfado de que me lo recordaran apareció en mi respuesta.

—¿Cuándo lo iba a conocer? —No había estado en el club desde que conseguí mi licenciatura, hacía más de una semana.

Liesl cerró la puerta del frigorífico y se encogió de hombros.

—No sé. Quizá te habías pasado por aquí o algo parecido.

Me conocía demasiado bien. Me había contenido varias veces la semana anterior para no ir. Había supuesto una batalla, pero había conseguido mantenerme alejada.

—No. Lo cierto es que he pasado la mayor parte de la semana en un balneario cerca de Poughkeepsie.

—¡Cuánta finura! —Liesl la miró con expresión altiva—. ¿Te ha tocado la lotería y no me he enterado?

—Casi. Ha sido un regalo de Brian. —No se había molestado en enviar una tarjeta. Solo un sobre que contenía el billete de tren y un folleto del hotel que me entregó mi portero el día que se celebraba mi graduación. Había sido un detalle. Y muy poco propio de mi hermano. Quizá hubiera sido idea de su mujer.

—Qué… bonito. —Liesl detestaba a Brian y nunca se había molestado en ocultarlo. Ella era una de las pocas personas de mi vida que conocía mi historial, era enormemente leal y siempre estaba de mi parte. Todo lo contrario que mi hermano. Eso hizo que de inmediato entraran en conflicto.

—No seas tan bruja. Fue bonito de verdad. Hice un montón de chorradas que no había hecho nunca antes… Montar a caballo, escalar por una roca… Montones de tratamientos de spa. ¡Tócame la piel! —Extendí la mano para que me la tocara—. Nunca he tenido las manos tan suaves.

—Tienes razón. Tan suave como la de un bebé.

—Me ha sentado bien. De verdad. Justo lo que necesitaba. Relajarme y a la vez mantenerme ocupada.

—Vaya. Un punto para Brian. Puede que por fin esté madurando. —Su voz sonó más animada—. ¿Y qué tal el resto del tiempo que no has estado en el balneario?

Triste. Los cinco días del balneario habían sido perfectos, pero después de que el viaje terminara, tuve que regresar a la vida real, lo cual significaba un apartamento vacío y una mente que se negaba a dejar de funcionar.

—Me alegro de haber vuelto, si es eso lo que preguntas. Y puede que tenga cuatro o cinco archivos llenos de ideas nuevas para el club.

Se rio.

—Bueno, al menos esa es una obsesión sana.

Sonreí avergonzada.

—Medio sana.

Busqué el vodka Skyy, que, según mi informe, estaba en el estante, y marqué su presencia en el papel cuando lo encontré. Tener una mente activa tenía sus ventajas. Siempre hacía inventarios perfectos y presentaciones precisas. Era en mi relación con las personas —con los hombres, para ser exactos—donde la obsesión tenía sus inconvenientes.

Me apoyé en la barra de atrás y miré el reloj. Quince minutos para la apertura. Eso significaba quince minutos más antes de que las luces se apagaran para ponerse en modo club. Aquel lugar con todas las luces encendidas me hacía sentirme vulnerable, desnuda y fuera de lugar. Incluso la personalidad descarada y chismosa de Liesl quedaba enmudecida como si alguien le hubiera bajado el volumen. Nunca tendríamos esta conversación en modo club.

Pasé los ojos por la barra y los detuve en el lugar donde el del traje había estado sentado la última vez que fui a trabajar. No era la primera vez que pensaba en él desde aquella noche. Sabía mi nombre. ¿Lo habría oído por ahí? No mi apellido. Debía de haber preguntado a alguien, aunque no le había visto hablar con nadie más. Pero quizá antes de pedir la copa… Yo no le había prestado atención. Puede que alguien se lo hubiera dicho entonces.

—¿En qué piensas? —Liesl interrumpió mis pensamientos imitando mi postura apoyada sobre la barra.

Me encogí de hombros. Se habría asustado si le hubiera contado que un tío sabía mi nombre, habría supuesto que mi seguridad estaba en peligro. Por otra parte, yo mostraba una marcada empatía por la gente que tenía la necesidad de obtener más información de la debida. Y no quería recibir un sermón sobre posibles acosadores.

Pero podía contarle otras cosas sobre aquel misterioso desconocido.

—La última vez que trabajé, un tipo… —Hice una pausa al recordar lo magnéticamente atractivo que había sido el hombre del traje—. Un tío increíblemente bueno, la verdad, me dio cien dólares por tres dedos de Macallan. Me dijo que me quedara con el cambio.

—¿Y esperaba que se la chuparas al salir del trabajo?

—No. Pensé que era eso lo que pretendía, pero… —¿Qué es lo que quería? ¿Me había parecido que estaba muy interesado por mí o me lo había imaginado, influida por el deseo que yo misma había sentido por él?—. No sé. Se fue sin intentar nada. —Yo había tratado de ahuyentarle, pero no pareció ser esa la razón por la que se marchó—. Fue… raro.

—¿Material para una masturbación a medianoche?

—Eso no te lo voy a decir.

—Tu cara ya lo dice todo.

Durante la última semana, él había aparecido en mis pensamientos, sin duda vestido con menos ropa de la que llevaba cuando lo vi en el bar. Y aunque las fantasías sexuales eran bastante inocentes para la mayoría de la gente, pensar demasiado en un hombre no significaba nunca nada bueno para mí, y Liesl lo sabía. Pero no necesitaba que me sermoneara. Mientras no lo viera —y había pocas posibilidades de que eso ocurriera—, estaría bien.

Me puse a ordenar en la barra cosas que no necesitaban ser ordenadas y cambié de tema:

—Así que el nuevo dueño… ¿Lo conoces? ¿Cómo es?

Liesl se encogió de hombros.

—Está bien. Más joven de lo que te puedas imaginar. Unos veintisiete o veintiocho. Jodidamente rico. Pero es un maniático de la limpieza. Lo llamamos el Nazi de la Barra. Lo inspecciona todo, pasa el dedo por las barras para asegurarse de que están limpias, como si tuviera un trastorno obsesivo compulsivo o algo así. Ah, y hablando de material para una masturbación, te vuelves loca de lo bueno que está.

Liesl pensaba que cualquier tío con una cartera llena y que aún conservara el pelo era atractivo, así que lo que dijo no significaba gran cosa. Pero el apodo del Nazi de la Barra me hizo sonreír. El personal llevaba un tiempo siendo poco estricto en cuestiones de limpieza y le vendría bien un poco de firmeza. Al menos eso es lo que yo diría si fuera la encargada. Aquello me dio esperanzas de que el nuevo dueño y yo pudiéramos llevarnos bien.

Me pregunté quién sería el hombre que por fin había soltado la exagerada pasta que pedían por el club. No es que el Sky Launch no lo valiera, pero necesitaba algunas reparaciones serias para destacar en el océano de los clubes neoyorquinos. ¿Habría visto el nuevo dueño el potencial de ese local? ¿Se implicaría mucho? ¿Dejaría el negocio bajo el control de David?

—Esta noche le conocerás. —Liesl se pasó el piercing por el labio inferior—. Supongo que es un pez gordo del mundo empresarial. Probablemente hayas oído hablar de él. Houston Piers o algo así.

Me quedé boquiabierta.

—¿Te refieres a Hudson Pierce? —Esperé mientras ella asentía—. Liesl, Hudson Pierce es el empresario de más éxito de Estados Unidos con menos de treinta años. Es como un dios en ese mundillo.

Hudson había nacido en una acaudalada familia de Rockefellers de la actualidad. Era el hijo mayor y había multiplicado por diez la riqueza de los Pierce. Como estudiante de Empresariales, me habían interesado varios de sus negocios.

—Ya sabes que a mí no me importan mucho esas tonterías de la gente importante. —Liesl se incorporó sobre su metro setenta y siete de altura y sus tacones de siete centímetros y medio—. Aunque no me sorprendería que estuviera entre los diez más importantes de la lista de los tíos más buenos-barra-atractivos-barra-guapos del mundo.

Yo me mordí el labio tratando de imaginármelo. Probablemente habría visto una fotografía suya en algún sitio, pero, por más que lo intentaba, no recordaba su aspecto. Normalmente no prestaba atención a esas cosas. Pero había algo que daba vueltas en mi cerebro, algo que no lograba identificar. Una conexión que mi mente no conseguía realizar.

—En fin —dijo Liesl apoyando la espalda en la barra—, creo que está por aquí. Le he visto entrar antes en el despacho, cuando tú has ido a por las servilletas al almacén.

Asentí sin estar segura de si me entusiasmaba o no conocer a Hudson Pierce. Una parte de mí quería saberlo todo sobre una o dos de sus famosas decisiones empresariales. Y compartir con él algunas ideas podría ser estupendo.

O espantoso. ¿Y si yo no tenía ninguna sugerencia que a él ya no se le hubiera ocurrido? Hudson Pierce no necesitaba que mis pobres ideas le ayudaran a mejorar el club.

A menos que no estuviera planeado implicarse en el negocio.

Pero ¿por qué iba a comprar el club si no tenía intención de implicarse? En ese caso…

Mierda. Antes de que mi visión del futuro que deseaba estallara en mi imaginación hiperactiva, tenía que conocer a Pierce y tantearle, me sintiera o no intimidada.

Tomé aire varias veces de forma inconsciente para calmarme y, a continuación, volví a centrar mi atención en las existencias de la barra. Concentrada en mi tarea, me moví sin darme cuenta al ritmo de los compases tecno que salían del equipo de sonido y me olvidé de todas mis preocupaciones.

La música no estaba al volumen habitual —podíamos hablar cómodamente sin levantar la voz—, pero sonaba lo suficientemente alta como para no oír que la puerta del despacho se abría a la izquierda de la barra. Por eso no vi a Hudson inmediatamente. Estaba de espaldas a él mirando fijamente hacia arriba mientras alargaba el brazo para coger el Tequila Gold del estante superior. Incluso después de coger la botella y darme la vuelta, mis ojos se cruzaron primero con los de David. Me examinó de la cabeza a los pies y yo sonreí, encantada de que mi ajustado corsé no hubiera pasado desapercibido. Era por él por quien me había puesto esa maldita cosa. Apenas podía respirar bajo su apretado nudo. Pero por la mirada penetrante que me dedicó, calentando a fuego lento mi excitación, había merecido la pena.

Entonces, crucé los ojos con los de Hudson y dos cosas pasaron de forma simultánea. Primero, mi excitación llegó hasta la ebullición. Segundo, mi cerebro realizó por fin la conexión que antes no conseguía establecer. Hudson Pierce era el tipo del traje.

De forma inconsciente, escudriñé su cuerpo. Al verlo del todo me pareció aún más atractivo, sobre todo bajo una mejor iluminación. De nuevo, iba vestido con un traje, esta vez de dos piezas, un gris claro que yo casi diría que era plata. Se ajustaba a su esbelto cuerpo de una forma tan sexual que resultaba obsceno mirarle.

Cuando mis ojos llegaron a su rostro —su fuerte mentón, más pronunciado incluso de lo que recordaba, suplicando ser lamido, besado y mordisqueado— me di cuenta de que él también me estaba examinando. Saberlo hizo que mi cara ya colorada se ruborizara aún más. Aunque su mirada no era tan intensa como la primera vez que lo vi, su atracción seguía siendo igual de fuerte y supe, con absoluta e inequívoca certeza, que me deseaba tanto como yo a él.

David habló primero y sus palabras me llegaron como a través de una nebulosa, apenas las oía.

—Esta es Laynie. —Supuse que sus ojos no se habían apartado de mi pecho—. Eh…, Alayna Withers, quiero decir.

En condiciones normales, yo habría estado encantada de tenerle tan confundido y de que sus pantalones se estuvieran estirando visiblemente, pero me sentía desconcertada por el nuevo dueño. O para ser más exactos, por lo muchísimo que me alteraba.

—Hudson Pierce. —El murmullo suave y grave de Hudson hizo que mis muslos se tensaran y que las bragas se me humedecieran. Y si pensaba que se había apoderado de mí con su mirada la noche que nos conocimos, la oleada que me recorrió el cuerpo cuando me estrechó la mano consiguió aumentar aquella posesión. Casi como unas esposas invisibles que se extendieran para atarme a él de forma permanente—. Me alegra conocerla como es debido, señorita Withers.

—Alayna —le corregí, sorprendida por el profundo anhelo de mi voz—. O Laynie.

Soltó mi mano, pero su tacto permaneció en mi piel, en mis venas.

Las piezas empezaban a encajar. Por eso era por lo que sabía mi nombre. Probablemente había ido aquella noche para conocer a sus futuros empleados. Pero eso no explicaba su mirada posesiva. Quizá era de los que consideraban a las mujeres como objetos. Quizá llevara la definición de «propietario» hasta otro nivel. Aquella idea hizo que se me pusiera la piel de gallina.

Y por debajo de aquello, el pánico se adueñó de mis tripas.

No podía ser tan retorcida con mi jefe, el mandamás, el hombre que decidiría mi futuro en el club. Perder los papeles por él acarrearía graves consecuencias.

Me coloqué una mano suavemente sobre el vientre, obligándome a respirar con el diafragma para calmar mi creciente ansiedad.

Hudson inclinó la cabeza y me examinó.

—He oído muchas cosas sobre ti. Y he visto tu trabajo. —Se detuvo, paseando su mirada por mi cuerpo de arriba abajo una vez más, abrasándome la piel al observarme—. Pero nada de lo que he oído y he visto me había preparado para verte vestida así.

El color desapareció de mi rostro. No estaba segura de adónde quería llegar con esa afirmación, pero, por el tono, pensé que me estaba reprendiendo.

—¿Perdón?

—Pensaba que una licenciada en Stern que busca labrarse una carrera en administración iría vestida de una forma más adecuada.

Con la misma rapidez que había palidecido antes, ahora me ruboricé, tan avergonzada como enfurecida. Estaba claro que la parte de arriba de mi atuendo era sugerente, pero eso no pareció importarle cuando me había devorado con los ojos un momento antes.

O puede que eso de que me había devorado con los ojos no hubiera sido más que una ilusión.

Mierda. Me lo había imaginado todo, ¿verdad? Todo eso de que me deseaba… Dios, ¿cómo podía haberle interpretado tan mal?

Incluso a pesar de mi error, no podía aceptar su crítica sin responder. No tenía ni idea de si Hudson era o no propietario de otros clubes, pero estaba completamente equivocado en cuanto a lo que era un atuendo adecuado. En un club nocturno se espera ver bombones. Las tías buenas atraen clientes.

—Lo que llevo es bastante apropiado para una empleada de un club nocturno.

—No para alguien que quiere ser encargada.

—Sí, incluso las encargadas. El sexo vende, señor Pierce.

—No en un local de élite. No en el tipo de club que tengo la intención de dirigir. —Su tono autoritario resonó en mi cabeza, pero bajó el volumen y el eco de sus palabras sonó en mis huesos—: Debes saber que las mujeres lo pasan mal en el mundo de los negocios. Hay que esforzarse para que te tomen en serio, Alayna. Vestir con ropa atractiva, pero no como una ramera.

Apreté los dientes. Normalmente soy de las que discuten más allá que para ganar o perder. Había participado en varias discusiones acaloradas en más de una de mis clases de la universidad. Pero ahora estaba aturdida y me faltaban las palabras. Hudson tenía razón. Tenía ideas para el club, ideas que requerían personas que confiaran en mi destreza para los negocios. Había aprendido en Stern lo necesario para impresionar a los demás y, en mi defensa, diré que vacilé a la hora de comprar el corsé, pues me había preguntado si la apertura del centro que dejaba al aire mi vientre desde la parte interna de los pechos hasta el ombligo no sería demasiado sugerente. Sus palabras confirmaron aquel temor.

Y lo que es peor, me di cuenta de que lo que había interpretado como deseo era algo muy distinto. Él no quería apoderarse de mí. Me estaba juzgando.

Sentí un vuelco en el estómago. Allí desaparecía cualquier posibilidad de ascenso. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida? ¿Vestirme para un tío en lugar de para avanzar en mi carrera? ¡Estúpida, estúpida, estúpida!

Busqué con la mirada a David y vi que él estaba igual de petrificado ante aquella conversación.

—Eh… Sí, Laynie —dijo, tratando de reponerse—. ¿Eso es nuevo?

No me importaba lo que David dijera. El destello de sus ojos me decía que le gustaba mi ropa. Pero estaba con su nuevo jefe. Tenía que mostrarse como un profesional.

Y lo cierto es que en ese momento me importaba más la opinión de Hudson que la de David. Al fin y al cabo, la atracción por David era de la categoría número uno. El tipo de tío con el que no me implicaba emocionalmente. En cambio Hudson era…

No, no iba a pensar en él en esos términos.

Me pasé la lengua por los labios resecos.

—Es nuevo. —Esperaba no parecer tan avergonzada como me sentía—. Pido disculpas. Me he equivocado. —También sentí una especie de odio por Hudson Pierce. Aunque tuviera razón. Era un gilipollas al que se le iban los ojos, igual que los demás tíos trajeados a los que había conocido.

—Tengo en mi armario un jersey de encaje —se ofreció Liesl—. Te quedará más recatado.

—Gracias. Me lo pondré.

—Aunque, si quieres saber mi opinión, estás estupenda —me susurró Liesl al oído cuando pasó a mi lado de camino a la sala de descanso del personal.

Hudson dirigió su atención a David.

—Ahora que ya hemos solucionado esto, he cambiado de idea en cuanto a lo de volver este fin de semana. —David se mostró visiblemente relajado. Pero lo que dijo Hudson a continuación hizo que volviera a ponerse rígido—. Volveré mañana. No podré llegar hasta las nueve. ¿Podrás dedicarme un rato entonces?

Yo me puse a toquetear los servilleteros, pese a que ya los había rellenado, sin estar segura de si se suponía que tenía que participar en la conversación o si debía regresar a mis deberes.

—Por supuesto —contestó David, aunque a las nueve era cuando el club abría y no era, en realidad, un buen momento para mantener una reunión.

—Bien. —Hudson se giró hacia mí y me quedé inmóvil en pleno rellenado de servilletas—. Alayna, tú también vendrás.

Alterada aún por mi desastroso error, no me entusiasmaba aceptar aquella invitación. Más bien, aquella orden. Pero tendría que superar mi mal comienzo si esperaba seguir trabajando con él. Pese a no estar siquiera segura de que esperara una respuesta, se la di:

—Sí, señor.

Hudson entrecerró los ojos, así que no lo sé con certeza, pero parecían estar dilatados. Me escudriñó como si estuviera decidiendo algo: o despedirme o darme otra oportunidad. Tras varios segundos de sufrimiento, simplemente asintió.

—Hasta mañana. —Y se dio la vuelta para marcharse.

David y yo observamos en silencio cómo Hudson se dirigía hacia las puertas del club. Al menos yo le observé, demasiado entretenida con lo que se atisbaba de su prieto trasero bajo la parte baja de la chaqueta como para fijarme en lo que David estaba haciendo. Vaya, Hudson tenía tan buena pinta por detrás como por delante. Si iba a ir mucho por el club, yo iba a tener que empezar a ponerme salvaeslips.

En el momento en que la bonita espalda de Hudson desapareció por la puerta, David dejó escapar un suspiro, recordándome que estaba presente.

Le miré con los ojos abiertos de par en par.

—¿Qué coño…?

David se rio entre dientes.

—No tengo ni idea. Solo he visto a Pierce una vez antes de hoy y no hemos hablado mucho, aparte de explicarle el funcionamiento actual del negocio. Pero es realmente raro.

—Bueno, ¿qué esperabas, habiéndose criado con toda esa riqueza y esa presión para tener éxito?

¿Por qué narices le estaba defendiendo? Ese hombre me había puesto nerviosa y me había intimidado y humillado. Y puede que me hubiera excitado un poco. Ah, y me había puesto cachonda a más no poder. Ni siquiera iba a reconocer la fijación que sabía que iba a sentir por él si no me controlaba.

Respiré hondo, esperando soltar el extraño nudo en el estómago que me había provocado pensar en Hudson.

—No sé ni lo que digo. Supongo que tendremos que esperar a ver.

—No te preocupes, Laynie.

Al recordar que era con él con quien casi estaba saliendo, miré los ojos azules de David y me esforcé en volver a recuperar la certeza de que era perfecto para mí.

—Pierce tiene muchos activos importantes —continuó, creyendo que mi preocupación era por mi trabajo—. No querrá pasar mucha parte de su tiempo en el club. Estoy seguro de que va a dejar que las cosas vayan más o menos como ahora, quizá con algún que otro pequeño retoque. Y mientras mi opinión sea tenida en cuenta, tu papel será más importante.

David sonrió, mirando más hacia mi pecho que hacia mi cara.

—¿Quieres quedarte y ayudarme a cerrar esta noche?

Su juguetón cambio de actitud me dio la seguridad que necesitaba.

—Ya contaba con ello.

A las cuatro de la mañana el club cerró y David y yo trabajamos con rapidez y eficacia dividiéndonos las tareas de la gestión. Cuando acabamos de contar el dinero de todas las máquinas registradoras y lo dejamos en la caja fuerte, él dejó marchar al resto de los empleados y se sentó en su mesa para terminar los informes. Yo me senté sobre el escritorio balanceando los pies mientras le veía trabajar.

David me miró y sonrió antes de volver a centrarse en la pantalla.

—Menos mal que antes estabas tras la barra. ¡Quién sabe lo que habría dicho Hudson sobre tu ropa si te llega a ver esos pantalones!

Bajé la mirada hacia mis ajustados pantalones negros, tan apretados que se me marcaba la raja del sexo. Me hacían sentirme sensual y, por alguna razón, eso me llevó a pensar en la oscura expresión de Hudson la primera vez que posó sus ojos en mí. Una expresión, estoy convencida, que me he imaginado.

—Estupendo. ¿Me estás diciendo que tengo que deshacerme también de esto?

—Bueno, no los lleves en el trabajo. —Se puso de pie para alargar la mano hasta la impresora que estaba en la esquina de la mesa detrás de mí—. Y que conste que yo no desapruebo en absoluto esta ropa —dijo mientras su brazo me acariciaba la cintura.

Por mi parte, yo quería quemar toda esa ropa. No había hecho más que causarme problemas toda la noche. Los clientes borrachos se habían creído que podían tocarme y decirme cosas que no habrían dicho si no la hubiera llevado.

Pero yo me la había puesto por David, para el momento en que nos quedáramos solos. Ahora.

Fingí que hacía pucheros.

—Es una lástima que tu opinión no sea la que importa.

David se acercó.

—¿Mi opinión no importa?

—Lo cierto es que tu opinión importa mucho —respondí agarrándole de las solapas de la chaqueta.

—En ese caso, creo que estás de lo más sensual —dijo bajando la voz.

Cubrió mi boca con la suya y me introdujo la lengua hasta el fondo. Yo rodeé su cuello con mis brazos y metí la lengua entre sus labios. Había controlado durante toda la noche la excitación que me había provocado la intensa mirada de Hudson Pierce unas horas antes. Ahora volvía con toda su fuerza con el beso de David.

Recorrí su torso con las manos bajando hacia los pantalones. Pero cuando empecé a tantearle torpemente la hebilla del cinturón, se apartó.

Abrí los ojos sorprendida. Por un momento, esperé ver los ojos grises de Hudson devolviéndome la mirada en lugar del azul apagado de los de David. ¿Qué me estaba pasando? Vaya, ese Hudson sabía cómo cautivar a una chica.

David me acarició el hombro.

—Tenemos que dejar esto, Laynie.

Parpadeé.

—¿Qué quieres decir? ¿Por qué?

—Oye, me gustas. Me gustas de verdad. Pero… —Parecía estar luchando consigo mismo. Dejó caer el brazo desde mi hombro—. Si vas en serio con lo de conseguir el puesto de encargada, ¿de verdad crees que debemos seguir liándonos? ¿Qué pensarán los demás? Estoy seguro de que Pierce no lo aprobaría.

Yo no había pensado en ello en esos términos. En mis fantasías, David Lindt y Alayna Withers-Lindt dirigían el Sky Launch como pareja y conseguían para el club un nuevo e increíble éxito. En esas fantasías no se incluía nunca la parte en la que el resto del personal y el propietario del club me acusaban de conseguir llegar a lo más alto por haberme acostado con nadie.

—Podríamos mantenerlo en secreto —respondí en voz baja, sin estar dispuesta a renunciar a una parte esencial de mi sueño. Sin estar dispuesta a perder mi red de seguridad.

—No tiene por qué ser definitivo. Solo por ahora, sobre todo mientras no esté seguro de cuáles son los planes que Pierce tiene para mí y para el club. Creo que tenemos que darnos un descanso.

—Claro. —Fingí una sonrisa. No quería que viera lo decepcionada que estaba. Ni siquiera habíamos estado saliendo. Apenas habíamos tonteado. ¿Por qué me sentía tan dolida?

Pensé en qué había sido lo que me había atraído de David. No era el chico más inteligente que conocía ni el más atractivo. Ni siquiera lo conocía bien de verdad. Y no es que no contara con otras opciones. Yo era una chica atractiva que trabajaba en un exclusivo club nocturno. Había tenido muchas oportunidades de mantener relaciones sexuales por toda la ciudad. Oportunidades con hombres golosos. No tanto como Hudson Pierce, pero golosos al fin y al cabo.

Negué con la cabeza mientras me bajaba de la mesa de David. ¿Por qué mi cabeza seguía volviendo a Hudson? Incluso en mitad de una especie de ruptura o algo así, estaba pensando en él. Y Hudson era exactamente el tipo de hombre en el que no debería estar pensando. Nunca. Jamás. No si quería mantener el poco control que había conseguido adquirir en los últimos años.

—¿Estás bien, Laynie? —La voz de David me devolvió al extraño presente.

Maldita sea. Había estado tan segura de tener una relación con David que nos había imaginado enviando tarjetas de Navidad juntos. Vale, puede que me hubiera obsesionado con él más de lo que me gustaría admitir, pero no tan intensamente como para perder la compostura por la separación. Lo peor de toda esta situación era que ahora no contaba con un hombre protector tras el que esconderme. Ahora era vulnerable a fijarme en otros hombres que no ofrecían tanta protección. Hombres como Hudson.

Dios mío, ¿era esto el comienzo de un episodio obsesivo?

No. Iba a estar bien. Tenía que centrarme en mi ascenso. Sabía cómo superar aquello.

—Sí, estoy bien. Si ya casi has terminado, voy a ir a cambiarme.

David asintió. Fui corriendo a la sala de descanso del personal, que estaba al otro lado del pasillo. Me quité el corsé y los pantalones ajustados, me puse unos pantalones cortos de chándal y un sujetador deportivo y guardé el conjunto problemático en mi bolso de lona. Como no había un metro directo desde Columbus Circle hasta mi apartamento de Lexington con la calle Cincuenta, normalmente iba corriendo. A veces, tras un turno largo, tomaba el autobús o un taxi, pero con todo el estrés de esa noche necesitaba ejercicio para centrarme.

Quince minutos después, me lancé a la calle, respirando el aire fresco de la mañana con el resto de los madrugadores corredores de la ciudad de Nueva York. Me encantaba la sensación de unidad que aquello me proporcionaba; aunque la mayoría de los demás corredores estaban empezando el día y no terminándolo, como yo.

Rápidamente cogí velocidad y corrí por el margen sur de Central Park, pero aquel ritmo constante de mi cuerpo no era suficiente como para apagar mis pensamientos sobre David y mi futuro en el Sky Launch. No fue suficiente para ahogar mis pensamientos sobre aquel atractivo nuevo propietario que me había pedido esa misma noche que me reuniera con él. La preocupación volvió. ¿Estaba pensando Hudson en despedirme? ¿O aún podía contar con una oportunidad para que me ascendiera?

De algo estaba segura: sería más cuidadosa en la elección de mi atuendo en el futuro.