Capítulo diecinueve

Me desperté temprano y me di cuenta de que Hudson ya estaba trabajando detrás de mí en la cama, de nuevo con su portátil. Pero no dejé que viera que estaba despierta para así darme tiempo de procesar lo que había ocurrido la noche anterior.

Quizá porque era un nuevo día o tal vez porque no estaba cara a cara con Sophia, la cuestión no me parecía tan agobiante como la noche anterior. Lo cierto era que, cualquiera que fuese nuestra relación, no cambiaba el hecho de que yo estuviera enamorada de Hudson Pierce. Y estar enamorada de Hudson Pierce me ponía de su parte, fuera él o no capaz de corresponder a mis sentimientos. Y estar de su parte significaba demostrarle a Sophia que su hijo no era el sociópata insensible que ella creía que era, una tarea que podía resultar imposible, pero decidí esforzarme al máximo. Al fin y al cabo, ese era el trabajo para el que me habían contratado.

Y si lo realizaba bien, aquella tarea podía resultar incluso agradable.

Decidida, me desperecé y me incorporé apoyándome en el cabecero de la cama para echarme sobre Hudson. Necesitaba que saliera de su ordenador para que subiese a bordo conmigo.

—Buenos días, preciosa. —Me miró y sus ojos se posaron sobre mis pechos desnudos antes de volver a concentrarse en la pantalla con ojos parpadeantes—. ¿Has dormido lo suficiente?

—Sí. —El despertador de la mesilla decía que habían pasado pocos minutos de las ocho. Para mí era temprano, pero me sentía descansada, adaptada en cierto modo a su horario de sueño tradicional.

Lo sorprendente era que Hudson siguiera en la cama a esa hora de la mañana, aunque despierto y trabajando. Durante nuestro juego para conocernos el uno al otro había descubierto que normalmente se levantaba alrededor de las seis. Supuse que esa mañana se había quedado más rato por mi comportamiento de la noche anterior. Había notado mi angustia y le preocupaba que me sintiera así. ¿No demostraba eso su capacidad para amar?

Ahora no era el momento de ponerse a analizar. Aparté ese pensamiento para sopesarlo después.

Le rocé el hombro con los labios y le pasé los dedos por el suave vello de la base del cuello.

—Hudson, ¿vas a trabajar todo el día?

Dejó de teclear y acarició su áspero mentón contra mi sien.

—¿Te molesta que trabaje?

—Lo cierto es que no. Pero estaba pensando… —Respiré hondo y, a continuación, me lancé en plancha—: La verdad es que no vi a tu madre ayer. ¿No deberíamos intentar pasar más tiempo con ella hoy?

Se puso en tensión.

—No sé si eso es necesario.

Había supuesto que nos había mantenido a su madre y a mí separadas a propósito, que trataba de controlar la animadversión que había entre nosotras. Aunque le agradecía el detalle, era contraproducente. Habíamos ido a los Hamptons por ella.

—¿No es ella la persona a la que tenemos que impresionar con nuestra fabulosa relación de mentira?

—Estar aquí juntos ya es suficiente. —Alzó la cabeza y, una vez zanjado el asunto en su mente, volvió a la pantalla.

Pero no estaba zanjado para mí. Me moví para ponerme de rodillas delante de él y llamar su atención.

—No, no es suficiente. —Levantó los ojos para mirarme—. Creo que deberíamos atacarla a lo grande. Restregarle lo nuestro en la cara. Pero tienes que dejar de lado tu trabajo para que sea convincente de verdad. Demostrarle que estás tan enamorado de mí que ni siquiera puedes concentrarte en tus negocios. Que solo puedes pensar en mí.

Hudson se pasó una mano por la cara sin afeitar y negó con la cabeza.

—¿Qué? ¿No es una buena idea?

Se encogió de hombros.

—Podría serlo. —Cerró la tapa de su ordenador y lo dejó sobre la mesilla de noche—. Pero ¿de verdad quieres estar con mi madre? Puede ser…

—¿Una verdadera bruja?

—Iba a decir «desagradable», pero lo que has dicho también vale.

Por supuesto que no quería estar con Sophia. Pero me había dado cuenta de que me odiaba aún más que yo a ella. Pasar el tiempo con ella podría ser más desagradable para ella que para mí.

—Solo serán dos días más. Puedo soportarlo.

Hudson levantó una mano y la puso sobre mi mejilla.

—Eres bastante increíble, ¿sabes? —Bajó la mirada—. La verdad es que me está costando concentrarme en nada que no sean tus preciosos pechos desnudos.

Me atrajo para besarme y metió su ávida lengua dentro de mi boca.

Cuando movió la mano alrededor de mi pecho, me aparté.

—No, no, no. No podemos quedarnos aquí encerrados toda la mañana. Tenemos que bajar para que nos vean. O para que nos vea Sophia, al menos. ¿A qué hora es el desayuno?

—A las ocho y media —respondió con un suspiro.

—Vaya, entonces voy a tener que ducharme después. —Me levanté de la cama de un salto y empecé a rebuscar entre la ropa de mi maleta—. Espero que a nadie le importe que huela a sudor y sexo.

Hudson se acercó a su maleta.

—Yo no me pienso quejar.

Cuando saqué un atuendo que ponerme recordé la noche del concierto, cómo había reaccionado Hudson a mi mano sobre su pierna.

—Te advierto ahora mismo que voy a jugar a esto a tope. —Me puse unas bragas rosas—. Prepárate para muchos cariñitos, caricias, besos y cosas así. —Después, me puse unos pantalones cortos de color canela.

Hudson también se vistió rápidamente, colocándose unos vaqueros sin molestarse en ponerse ropa interior.

—Gracias por avisar. Aunque probablemente sea yo el que empiece la mayoría de los cariñitos, caricias, besos y demás —se detuvo para pasarse una camiseta oscura y lisa por encima de la cabeza—, ya que es de mis sentimientos de lo que tratamos de convencerla, no de los tuyos.

Me quedé inmóvil. ¿Sabía él que mis sentimientos eran más profundos? ¿Estaba tratando de dar a entender que lo sabía?

No. Estaba leyendo demasiado entre líneas. Me pasé las manos por detrás para abrocharme el sujetador.

—Bien dicho. —Me giré para mirarle—. Pero ¿sabrás hacerlo?

—¿Me estás desafiando?

—Si eso sirve de algo… —Me pasé una blusa azul sin mangas por encima de la cabeza.

—No necesito que me desafíes. Puedo hacerlo.

Deslicé los pies dentro de las chanclas y contuve una carcajada, pues sus palabras me parecieron muy poco propias de él. Cuando me recompuse, le miré a los ojos.

—Entonces, ¿que comience el juego?

—Que comience el juego.

Dios, era adorable.

Llegamos a un comedor vacío y, después, entramos tranquilamente en la cocina, donde Millie nos señaló de inmediato el porche antes de empezar a recoger rápidamente platos y cubiertos para nosotros. Hudson me cogió de la mano, entrelazó sus dedos con los míos y apretó, una silenciosa reafirmación antes de entrar en el campo de batalla. Después, me sacó por la puerta de cristal para llegar adonde Mira, Adam, Jack y Sophia estaban ya comiendo huevos, patatas guisadas, jamón y fruta. Supuse que Chandler estaría durmiendo después de su aventura nocturna. Era un adolescente, así que no se podía esperar que se levantara antes del mediodía.

Sophia fue la primera en vernos.

—Bueno, bueno. Han conseguido salir del dormitorio.

La expresión de Mira fue de asombro y, después, de vergüenza cuando nos vio.

—¡Mamá!

Adam farfulló un saludo poco entusiasta concentrado en lo que fuera que estaba leyendo en su teléfono. Jack nos saludó con la cabeza, después guiñó un ojo y volvió a sentarse en su silla como si se dispusiera a ver algo entretenido.

Sophia dejó el tenedor en la mesa y se dio pequeños toques en los labios con una servilleta.

—Es una simple observación. No esperaba que bajaran tan temprano. —Posó los ojos sobre mí—. Sobre todo, cuando Alayna estuvo nadando hasta tan tarde.

Esa frase intentaba recordarme algo: «Soy yo quien está al mando. Usted es insignificante».

Me moví nerviosa mientras Hudson me lanzaba una mirada, probablemente comprendiendo que mi estado de ánimo de la noche anterior se debía a Sophia. Ella sabía que no le había hablado a él de nuestra conversación. De haberlo hecho, probablemente Hudson y yo no habríamos salido del dormitorio a primera hora de la mañana. Había apostado y había ganado aquella mano. Pero a mí aún me quedaban cartas para seguir jugando.

Mantuve una expresión tranquila e incluso levanté ligeramente el mentón.

—Hudson y yo queríamos asegurarnos de pasar un rato con usted. —Mis palabras se deslizaban como la miel, pero, por debajo, eran pimienta picante—. ¿Le apetece? Lo digo porque usted también estuvo levantada hasta tarde. Y tenía ese molesto dolor de cabeza.

—No lo tendrías si dejaras de empinar el codo —se burló Jack.

Sophia no hizo caso a su marido.

—Me encuentro mejor. Gracias. —Su tono firme contradecía su hipocresía—. Y nunca rechazo una oportunidad de pasar un rato con mi hijo. Por favor, sentaos con nosotros.

En ese mismo momento, Millie colocó dos cubiertos más y Hudson acercó dos sillas a la mesa mientras Mira y Adam ocupaban ya el sofá de dos plazas. Cuando me senté, me puse una servilleta en el regazo y cogí la taza de café que me daba Hudson. Delante de mí pusieron un plato de desayuno con comida.

Desayunamos en silencio durante varios minutos, con los ruidos habituales de cualquier comida como único sonido. Hudson y yo intercambiamos varias miradas, los dos deseosos de hacer gala de nuestro supuesto romance, pero sin saber ninguno cómo mostrarlo. Bajo la mesa, mi pierna se movía con nerviosismo hasta que él la detuvo con una mano firme. Dejó la mano apoyada sobre ella mientras continuaba comiendo y mi piel se estremeció con su contacto.

Cerré los ojos y tomé aire. El olor de las flores del verano flotaba en el aire y la brisa era cálida y agradable. Hacía un día precioso, el entorno era bonito y aquella sensación me relajó lo suficiente como para romper el silencio:

—Bueno. —Esperé a que todos los ojos se posaran en mí para continuar—. ¿Cuál es el plan del día?

El rostro de Mira se iluminó como si estuviera agradecida por la conversación.

—Adam y yo queremos ir a la playa. ¿Verdad, cariño?

—Ajá —murmuró Adam sin levantar la vista del teléfono.

¿Qué les pasaba a los hombres de aquella casa? Siempre absorbidos por sus aparatos electrónicos.

Si a Mira le importaba la actitud distraída de Adam, no lo demostró.

—Hace una temperatura perfecta para un día de playa. Podemos relajarnos y disfrutar de un baño de sol. Millie nos preparará el almuerzo para llevárnoslo. ¿Queréis venir con nosotros?

Llevaba en casa de los Pierce más de un día y aún no había ido a ver el mar, que estaba al borde de la propiedad de los Hamptons. Lo de la playa me pareció maravilloso.

—A mí me apetece. ¿Hudson?

Hudson adoptó una sonrisa demasiado amplia, pero probablemente fui yo la única que lo notó.

—Cariño, yo voy adonde vayas tú.

Me sorprendió no morirme de vergüenza al oír las palabras que había escogido.

—Hudson, se te va a llenar el ordenador de arena —dijo Sophia—. Y no hay buena conexión a Internet. ¿No prefieres trabajar aquí?

El convencimiento de Sophia de que Hudson iba a pasarse el día trabajando se adecuaba perfectamente a mi plan. Pero ¿cumpliría él su parte? En ningún momento se había mostrado del todo de acuerdo.

Hudson dejó el tenedor en la mesa y miró directamente a Sophia.

—La verdad es que hoy no voy a trabajar nada, madre. —Movió la mano desde debajo de la mesa hasta mi cuello y me acarició suavemente por debajo del pelo—. Le he prometido a Laynie que le voy a dedicar toda mi atención durante el resto de este viaje.

Yo habría preferido que hubiera dicho que ni siquiera podía concentrarse en el trabajo, pero, aparte de que su versión era mucho más creíble, la utilización de mi diminutivo había sido perfecta. Incluso Adam levantó la vista el tiempo suficiente como para intercambiar una mirada de sorpresa con su mujer.

La reacción de Sophia fue divertidísima. Ahogó un grito.

Aunque me hubiera gustado deleitarme en cada segundo de la conmoción de Sophia, dirigí mi atención a Hudson.

—Gracias, H.

Mi gratitud era más profunda que el superficial teatro que estábamos interpretando. Agradecí que hubiera escuchado mis sugerencias, que me hubiera oído y que, a continuación, actuase en consecuencia.

Los ojos grises de Hudson borraron a nuestros espectadores de mi visión.

—De nada —murmuró—. Te lo mereces.

¿Era su respuesta tan sincera como mi agradecimiento? ¿O simplemente era un actor excelente?

—Mamá, ¿vienes a la playa con nosotros?

Mira prácticamente daba saltos en su asiento ante la idea de una excursión familiar de las que tanto le gustaban.

La expresión de Sophia no se inmutó y su voz sonó tranquila:

—Sí. ¿Por qué no?

Jack soltó una carcajada.

—¿Sophia pasando el día en la arena? Eso tengo que verlo.

De nuevo, Sophia no hizo caso a su marido, pero Jack pareció igualmente encantado.

—Adam —dijo Mira mientras le daba un codazo en las costillas—, ve a despertar a Chandler. Podemos sacar la moto acuática.

—Eh…, vale.

Adam se guardó el teléfono en el bolsillo de sus pantalones caqui, arrugó su servilleta convirtiéndola en una bola y se puso de pie, aparentemente agradecido por tener una excusa para marcharse. Se me ocurrió que nunca lo había visto cerca de Sophia. Quizá se hubiera concentrado en su teléfono para evitar relacionarse con ella. Muy inteligente.

Mira dirigió su atención a Jack.

—Y papá, como te vuelvas a poner un tanga, juro por Dios…

—Está bien. —Apoyó la espalda en su asiento—. Iré vestido como un viejo. Pero solo por ti, mariquita.

Mientras su familia conversaba alrededor, Sophia permaneció sentada solemnemente con mirada calculadora. Al menos, eso es lo que interpreté al ver sus ojos entrecerrados, sin fijar la vista en nada de lo que había en la mesa delante de ella y con las manos entrelazadas.

—Hudson —dijo por fin—, los Werner llegan esta noche a su casa de los Hamptons.

—Qué bien. —Empujó con el tenedor lo que le quedaba de jamón sin que su rostro se inmutara—. ¿Por qué me lo dices?

Coloqué una mano sobre la rodilla de Hudson, preparándome para lo que deparaba aquella conversación.

—Celia viene también. —Ahí estaba la bomba explosiva de Sophia—. Como ha pasado mucho tiempo sin que estéis un rato juntos, la he invitado a almorzar mañana.

El rostro de Hudson era de acero, con la mandíbula apretada mientras dejaba el tenedor con un ruidoso tintineo. Celia constituía para mí un punto débil. Provocaba mis celos de un modo absurdo e ilógico, pero, aun así, real. Para evitar que mis emociones me delataran, me mordí un labio. Con fuerza.

El rostro de Mira se puso colorado.

—¡Mamá! ¿Por qué has hecho eso?

Jack, que había puesto los ojos en blanco al oír a Sophia, se acercó entonces a su hija y apoyó el brazo en su propia pierna.

—Sinceramente, Mira, ¿te sorprende este tipo de comportamiento de tu madre?

Sophia levantó las cejas con fingida inocencia.

—¿Qué he hecho?

Mira respondió con un gruñido. Hudson permaneció en silencio mientras la rabia salía en oleadas de su cuerpo.

O Sophia estaba encantada con la rabia de su hijo o no se dio cuenta.

—La cuestión es que hemos estado hablando de volver a decorar las habitaciones principales. He pensado que esta era una oportunidad para que viniera a mostrarnos algunas ideas mientras se ponía al día con su querido amigo —comentó y apareció su nauseabunda sonrisa dulce—. Alayna, tú ya conoces a Celia. ¿Sabías que se encargó de la decoración de las oficinas y de la casa de Hudson?

Lancé una mirada a Hudson, que apenas podía contener su rabia.

—Sí.

Di un sorbo al café para pensar mis siguientes palabras. El apartamento que había sobre su despacho no era la casa donde Hudson vivía. Yo nunca había visto su casa, pero, por supuesto, Sophia suponía que sí. Cualquier cosa que dijera tenía que pensármela cuidadosamente.

—Celia tiene un gusto excelente. Creo que ha sabido captar muy bien el estilo de Hudson, tanto en su casa como en su lugar de trabajo.

En cualquier caso, aquello era cierto en cuanto a su despacho y al loft. Esperaba que también lo fuera en su casa.

—¿Cuál es tu habitación favorita?

—Sophia… —El tono de Jack era una advertencia.

Hudson se puso tenso a mi lado y yo me metí un bocado de huevos en la boca para darme tiempo. Él había dado a entender que nunca llevaba mujeres a su casa, lo cual a mí me había parecido una buena medida de seguridad. No podía acechar la casa de un hombre si no sabía dónde estaba. Pero ¿sabía Sophia que su hijo no llevaba a su casa a ninguna mujer? ¿Estaba tratando de tenderme una trampa o me estaba portando de forma paranoide?

Además de la preocupación por responder correctamente, estaba la presión de los celos: Celia había estado en la casa de Hudson. Tenía que haber estado si había diseñado el interior.

Me tragué aquel escozor amargo con los huevos y le di a Sophia la única respuesta que podía ofrecerle, por muy pobre que fuera.

—Pues me gusta toda la casa. No podría escoger ninguna habitación.

Hudson me agarró la mano, que aún tenía apoyada en su rodilla, y la entrelazó con la suya.

—¿No me habías dicho que lo que más te gustaba era la biblioteca?

Gracias a Dios. Se había tranquilizado lo suficiente como para darme una pista.

—Solo porque tiene libros.

Por supuesto que me encantaría la biblioteca, pues era una ávida lectora.

Sophia sonrió con aire de suficiencia.

—Apenas tiene libros.

Solo Hudson podía tener una biblioteca sin libros.

Él se aclaró la garganta.

—Lo cierto es que nos estamos encargando de mejorar ese aspecto. —Intercambié con él una mirada que esperaba que expresara mi gratitud—. A Alayna le encanta leer, así que he comprado unos cuantos desde que nos conocimos. Hace ya bastante tiempo que no has ido por allí, madre.

—No me han invitado.

—¿Y desde cuándo eso es un impedimento para ti?

Esta vez, el comentario de Jack consiguió que su mujer frunciera el ceño y él respondió con un inocente gesto de desdén.

Sophia volvió a dirigir su atención hacia mí.

—Entonces, ¿oficialmente vivís juntos?

—No —respondí.

Hudson contestó al mismo tiempo:

—Sí.

Lo miré a los ojos sorprendida. Decir que vivía con él era una mentira bastante grande como para no comentarla antes conmigo. Y mucho más como para hacerlo público.

Me penetró con la mirada.

—Pero prácticamente ya estás viviendo conmigo. Cuando venza tu alquiler el mes que viene. ¿O es que has cambiado de idea?

En mi pecho se formó una burbuja de emoción incontrolada. Por un momento, pensé que era real, como si me estuviera pidiendo que entrara en su vida.

Pero no era real. Aunque sí había sido una estupenda jugada por parte de Hudson, con la que seguro que irritaría a su madre. No podía echarla a perder.

Tragué saliva y sonreí con timidez.

—No, no he cambiado de idea. Simplemente, no sabía que se lo íbamos a decir ya a tu familia.

—¡Qué narices! Se lo estoy diciendo a todos. —Prácticamente, su rostro se iluminó. Dios, qué bien se le daba—. Es lo mejor que me ha pasado nunca.

Jack asintió con los ojos brillantes.

—A mí me parece estupendo.

Sophia miró a su esposo con el ceño fruncido.

—¿Y tú qué haces aquí, Jack? Llevabas años sin salir con nosotros de vacaciones.

—Mira me ha invitado.

—Venía Hudson y hacía mucho tiempo que no nos juntábamos toda la familia.

Mira actuaba con las mejores intenciones. ¿Cómo había podido vivir toda su vida en esa familia y no darse cuenta de que nunca podría ser la tribu de los Brady que tanto anhelaba? Yo los conocía solamente desde hacía un rato y veía su incompatibilidad anunciada con un gran letrero de neón.

—¿Cómo es tu familia, Laynie? —preguntó Mira, a propósito de familias incompatibles—. ¿Estáis muy unidos?

Respiré hondo.

—La verdad es que no. Mis padres murieron en un accidente por conducción ebria. Mi hermano ha cuidado de mí, pero ahora estamos… —aún no había pronunciado en voz alta aquella palabra ante nadie, pero era la verdad y tenía que decirlo— separados.

—¡Oh, no! —Mira se llevó la mano a la boca.

Hudson se quedó en silencio, pero levantó una ceja mientras soltaba mi mano y me acariciaba suavemente la espalda. Sabía que Brian había estado tratando de ponerse en contacto conmigo y probablemente comprendió que esa separación había sido reciente.

Jack negó con la cabeza y chasqueó la lengua.

—Espero, al menos, que ese borracho recibiera su merecido.

Juro que miró a Sophia cuando pronunció la palabra «borracho».

Esa era una oportunidad para mentir. Lo había hecho cuando la gente me preguntaba, pero ahora quería decir la verdad. Si así iba a sorprenderles o a ganarme su simpatía, no lo sabía.

—Se puede decir que sí. El borracho era mi padre. Lo cierto es que era un verdadero alcohólico.

—Lo siento —contestó Jack en voz baja—. No lo sabía.

Los ojos me brillaban.

—Fue hace años. He aprendido a asumirlo.

No podía mirar a Hudson. No le había contado nada de mis padres, pero si había investigado lo suficiente como para descubrir lo de mis órdenes de alejamiento, seguramente ya lo sabría. No podía soportar que me mirara con compasión.

—Un pasado muy poco ideal —dijo Hudson con voz lo suficientemente alta como para que todos le oyeran, pero al mismo tiempo con dulzura, mientras sus dedos continuaban con su amplio recorrido por mi espalda—. Es algo que Alayna y yo tenemos en común.

Me giré hacia él y descubrí que no me miraba con compasión, sino que me comprendía. Cada vez me daba más cuenta de que yo era especial para él porque se identificaba conmigo. ¿Éramos de verdad tan parecidos?

—No me gusta lo que estás insinuando —gruñó Sophia.

—No estoy insinuando nada, madre. Estoy manifestando una realidad nada agradable.

—Durante el resto del día guárdate para ti tus desagradables realidades, ¿de acuerdo? —No ocultó la furia que sentía. Apartó la silla y se levantó de la mesa—. Ahora, si me perdonáis, voy a prepararme para nuestra excursión a la playa.

Después de todas las cartas que habíamos jugado durante el desayuno, Hudson la había herido con un breve comentario. La prueba estaba a la vista en su expresión.

Miré a Hudson con una disimulada sonrisa victoriosa y él me la devolvió con el mismo brillo de placer en sus ojos. Esta mano la habíamos ganado nosotros.