Capítulo dieciocho

La comida está lista. ¿La sirvo aquí fuera?

Me giré en los brazos de Hudson para ver quién había hablado y vi a una mujer mayor en la puerta de la casa. Tenía el cabello completamente gris y su rostro más arrugas que el de Jack o el de Sophia, pero supuse que tenía más o menos su edad. Se estaba limpiando las manos con un delantal blanco que llevaba puesto sobre un vestido azul marino liso.

—Millie, eres un ángel —dijo Jack—. Es una idea estupenda lo de comer aquí.

—Voy a decirles a Adam y a Chandler que vengan con ustedes.

No era una pregunta, pero entendí que con lo que decía les daba a los Pierce la posibilidad de objetar algo, lo cual no hicieron.

Poco rato después, Adam y Chandler estaban sentados con nosotros en el porche disfrutando de un almuerzo de bocadillos de carne fríos, ensalada de frutas y limonada. Aunque muy sencillo, fue uno de los mejores almuerzos que había tomado desde hacía siglos.

Esperé hasta que no pude seguir conteniendo la curiosidad y pregunté por qué Sophia y Mira no comían con nosotros. No es que deseara la compañía de Sophia, pero me habría encantado pasar un rato con la hermana de Hudson.

—Han salido a comprar cosas para el bebé —respondió Adam entre mordisco y mordisco a su bocadillo de jamón. Dio un sorbo a su limonada—. Mira quería invitarte. Te ha estado buscando antes de irse, pero no ha podido encontrarte.

—¡Lástima! Ha debido de ser cuando estábamos recorriendo el jardín. Lo siento, Laynie. —Jack no parecía lamentarlo tanto.

Mi reacción ante tal posibilidad salió sin pensar:

—A la mierda. No pensaba ir a ningún sitio con Sophia y mucho menos de compras. —Me tapé la boca con la mano—. ¡Perdón!

Chandler fue el primero en estallar con una carcajada, a la que se unieron después Jack y Adam. Incluso Hudson dejó escapar una risa entre dientes.

—Estoy completamente de acuerdo contigo en eso —dijo Adam cuando pudo hablar.

—Creo que mamá piensa lo mismo de ti —comentó Chandler colocando los pies sobre el borde de la mesa—. Parecía encantada cuando ha visto que Mira no te encontraba.

—¡Chandler! —El tono de Hudson era de advertencia.

—No pasa nada, H. —Puse una mano sobre su pierna con cuidado de no mostrar ante los demás lo mucho que disfrutaba sintiendo sus apretados músculos a través de la tela de los pantalones—. Tu madre y yo estamos muy lejos de ser amigas. No es ningún secreto.

Hudson asintió, pero con el ceño fruncido. ¿De verdad le importaba tanto la opinión de su madre? Jack tenía razón. Era una lástima.

Tras el almuerzo, Adam y Chandler me acorralaron para jugar a la X-Box 360 con ellos en la sala multimedia. Hudson se tendió en el sofá a nuestro lado con sus gruesos informes y carpetas ocupando la mayor parte del sofá mientras trabajaba en su ordenador portátil. Al final, Jack sacó una baraja de cartas y jugamos al póquer utilizando pistachos como fichas. Tal y como había sospechado, Jack ganó la mayoría del tiempo, aunque Chandler también tenía buena maña con el juego.

Tras perder todos mis pistachos con un farol que Chandler no se creyó, me desperecé y miré a Hudson. Aunque no había participado en nuestros juegos, nunca me olvidé de que estaba al lado y su presencia invadía cada parte de mi cuerpo como una constante vibración eléctrica. A veces, cuando le lanzaba una mirada, lo cual hice a menudo, vi que él ya me estaba observando. Era nuestro propio juego de calentamiento secreto, mirándonos el uno al otro, desnudándonos con los ojos. Después, supe que cumpliría las promesas que había en su sensual mirada.

Esta vez, sus ojos estaban pegados a la pantalla y sus gafas descansaban en la parte baja de la nariz mientras movía los dedos por el teclado a un ritmo que indicaba que estaba pensando mientras escribía. Crucé por detrás de él y me incliné para apoyar mi mejilla en su cuello, envolviéndolo con mis brazos.

Al sentir mi roce, Hudson levantó una mano del ordenador y me dio una palmada en el brazo.

—¿Fin del juego?

—Para mí. —Me incorporé y le acaricié los hombros—. Vaya, H, estás tenso. —Hudson lanzó un suspiro mientras le masajeaba los nudos de la espalda con mis dedos—. ¿Qué es lo que te tiene tan estresado?

Esperaba que no fuera nuestro teatro de novios, aunque la tensión de sus músculos podía atribuirse a las actividades de la noche anterior. Ese hombre había realizado algunos movimientos que debieron de requerir una gran cantidad de fuerza.

—Es este problema con Plexis.

Hizo una pausa y supe que estaba pensando si decir algo más o no. No era propio de él compartir sus problemas, pero yo creía que le había convencido de que podía hablar conmigo de cuestiones del trabajo. Continué masajeándole la espalda mientras esperaba, dándole así la oportunidad de continuar.

Mi paciencia fue recompensada.

—El consejo quiere vender. Yo tengo que presentarles una propuesta atractiva para convencerles de que es más rentable quedarnos con la empresa.

Aunque él no podía verme, asentí. Miré con atención la pantalla por encima de su cabeza mientras disfrutaba de los apagados gemidos que se escapaban de su garganta según le liberaba de la tensión con el masaje.

—¿Estás redistribuyendo la producción? —pregunté. Pero no necesitaba su respuesta. Por lo que él había escrito, vi que así era—. Conseguirías mucho más si pasaras esas secciones de Norteamérica a tu planta de Indonesia. Allí tienes mucha más capacidad.

—Ah, tú eres de las que recurren a quitarles el trabajo a los americanos para ahorrar costes.

—Normalmente no —contesté formando un puño con la mano para apretar la piedra que había bajo el omoplato de Hudson—. Pero vas a perder todos tus puestos de trabajo en Estados Unidos si no haces algo, ¿verdad? Perder unos cuantos es mejor que perderlos todos.

—Sí —admitió.

Sonreí al ver que cambiaba los datos para aplicar lo que yo había sugerido, entusiasmada por haberle dado una idea que había aceptado. Apreté un poco más las manos y sentí que el tenso músculo de Hudson casi se había soltado.

—Respira hondo.

Lo hizo. Apreté el nudo una vez más y noté cómo se relajaba al hacerlo.

—Gracias —dijo ligeramente asombrado mientras movía los hombros.

Yo sacudí las manos.

—De nada.

Volví a centrar mi atención en el trabajo de Hudson y vi el documento de requisitos técnicos de un nuevo producto sobre el montón que tenía a su lado.

—Además —dije extendiendo el brazo para coger el papel—, si en su lugar empiezas a producir esta bombilla de bajo consumo en la planta americana, mantendrás esos puestos de trabajo y ahorrarás dinero con la nueva ley fiscal. Y tendrás una deducción fiscal por contratar a trabajadores estadounidenses.

Hudson negó con la cabeza.

—Esa ley solo sirve para nuevas empresas.

—No, sirve para cualquier producto que no haya sido fabricado antes en Estados Unidos, sea o no de una compañía nueva.

—Creo que no es así.

Yo había asistido a un seminario completo sobre el nuevo código tributario durante mi último semestre en Stern. Sabía de lo que hablaba. Su oposición supuso un desafío.

—¿Tienes un ejemplar del código fiscal actual?

—En mi Kindle. Por ahí debajo.

Hudson señaló con la cabeza el montón de informes que había a su lado. Rodeé el sofá y empecé a remover los papeles para buscar el aparato.

—¿No estarías más cómodo en una mesa?

—Quería estar cerca de ti —dijo sin mirarme con los labios ligeramente curvados.

Su respuesta me sorprendió. Los demás hombres de la habitación no nos estaban prestando atención. No le miré y oculté mi sonrojo mientras buscaba el Kindle. Cuando lo encontré, busqué rápidamente la ley a la que me había referido y le pasé la prueba a Hudson.

—Vaya, vaya —dijo después de leerlo—. Parece que tienes razón.

Se movió para devolverme el Kindle, pero se detuvo para mirarme fijamente. No supe interpretar lo que significaba eso, pero la intensidad de su mirada hizo que sintiera una presión en el pecho y calor en las piernas.

—¿Qué?

—Nada —respondió negando con la cabeza—. ¿Te importaría decirme qué piensas sobre el resto de mi propuesta? —preguntó tras pasarme el Kindle.

El corazón se me aceleró, encantada por la invitación. Por lo que sabía de Hudson, invitar a su novia o a la mujer con la que se acostaba a que trabajara con él en un proyecto de negocio no era su habitual modo de actuar. Aquello era un nuevo territorio para él, lo cual lo convertía exactamente en el territorio que a mí más me gustaba marcar.

Pasamos el resto de la tarde trabajando juntos: Hudson intercambiaba ideas conmigo y yo buscaba más información cuando él la necesitaba. Aunque siempre me había gustado el mundo de los negocios, no se me había ocurrido que pudiera ser tan divertido, de ahí la razón por la que había preferido dirigir un club nocturno en lugar de buscar un trabajo de oficina. Pero ahora ese tipo de trabajo me parecía bastante atrayente. Sobre todo si ese trabajo implicaba trabajar mano a mano con Hudson Pierce. Aunque, con todos los roces fortuitos y las miradas abrasadoras que intercambiamos, dudé que pudiéramos conseguir trabajar juntos durante un periodo de tiempo largo sin quitarnos la mayor parte de la ropa.

Pero lo cierto es que eso hizo que el trabajo pareciera más interesante.

El delicioso olor a asado de carne que salía de la cocina hizo que el estómago me sonara. Me desperecé.

—¿Es casi la hora de cenar?

—Justo venía a deciros que la cena está servida —respondió Mira desde atrás.

—No me había dado cuenta de que estabas en casa. ¿Cuándo habéis vuelto?

—Hace unos minutos. Mamá tiene dolor de cabeza, pero los demás ya están esperando en el comedor.

—Dolor de cabeza, ¿no?

Miré a Hudson. Empezaba a sospechar que Sophia me estaba evitando. ¿Cómo había terminado esa mañana la conversación en la cocina? ¿Había ganado Hudson la batalla concediéndome así una tregua de la maldad de su madre?

—Le suelen dar de vez en cuando.

Su expresión era tensa, sin revelar nada más. Lo cual era todo lo que quería saber. Tendría que recompensar luego a Hudson por su amabilidad.

Después de la cena, Chandler se fue con sus amigos y los demás nos dirigimos a la sala multimedia. Hudson volvió a su ordenador portátil y supuse que iba a sumergirse en el trabajo de nuevo. En lugar de eso, me pasó el portátil.

—Muy bien, Alayna. Dime algo que quieras ver de tu lista y lo bajamos de iTunes.

Asombrada, cogí el ordenador y vi que había abierto la lista de las mejores películas del Instituto de Cine Americano. Traté de no sonreír mucho, pues no quería parecer demasiado sorprendida de que él hubiera recordado mi objetivo de ver todos los títulos de esa lista. Al fin y al cabo, era mi «novio». Se suponía que debía recordar esas cosas.

Pero en realidad no era mi novio y aquel detalle me pareció especialmente conmovedor.

—¿Vas a verla tú también? —pregunté, preocupada de repente por que pretendiera seguir trabajando en su dilema sobre Plexis sin mí.

—Sí.

Ya había empezado a meter sus informes en el maletín mientras hablaba.

Elegí Cowboy de medianoche tras saber que Hudson no la había visto tampoco. Adam se encargó de preparar la película y, a continuación, se acomodó a un lado del sofá con Mira. Después de que Hudson despejara la zona, dio una palmada en el asiento junto a él, con el brazo extendido a modo de invitación. Encantada, me hundí en el sofá a su lado, acurrucándome en su cálido abrazo.

El Instituto de Cine Americano había dado a Cowboy de medianoche el número cuarenta y tres de su lista de las cien mejores películas. Pero cuando la vi abrazada a Hudson… se convirtió en mi nueva número uno.

Cuando terminó, nos separamos todos para irnos a dormir. En nuestro dormitorio, Hudson se sentó en la cama, completamente vestido, y volvió a sacar su portátil.

Aunque había renunciado a su ordenador durante la película, feliz por abrazarme y comer palomitas del microondas, había estado trabajando la mayor parte del día. Lo miré fijamente y sus rasgos intensos aparentaban cansancio. Habíamos estado despiertos hasta tarde la noche anterior y no sabía a qué hora se había despertado antes de subirme el desayuno. No me sorprendería que también hubiera estado trabajando.

—H, eres un adicto al trabajo. ¿Vas a estar con eso toda la noche?

Sonrió sin apartar los ojos de la pantalla.

—Preciosa, no es con el trabajo con lo que voy a pasar toda la noche. Pero necesito unos minutos para enviar esta nueva propuesta antes de poder dedicarme a ti. ¿Te importa?

—Tómate tu tiempo. Voy a prepararme para acostarme. —Apagué las luces como había hecho él la noche anterior y, a continuación, me aproveché de que estaba distraído para sacar el camisón que había traído antes de meterme en el baño.

No me di prisa en desvestirme y aproveché la oportunidad para afeitarme las piernas y aplicarme loción antes de ponerme el picardías de encaje rojo que había comprado el viernes por la tarde. El picardías sin espalda ni mangas me acentuaba los pechos, una zona de mi cuerpo que a Hudson le gustaba especialmente. Me quité la goma del pelo y lo dejé suelto sobre los hombros, revuelto en plan seductor.

Cuando me quedé satisfecha con mi apariencia, abrí la puerta del baño y me apoyé en el marco, esperando la reacción de Hudson.

Me encontré con un ronquido amortiguado.

Con las manos aún apoyadas en el portátil abierto, Hudson se había quedado dormido, completamente vestido. Lancé un suspiro, considerando cómo debía abordar aquella situación. Por supuesto, quería despertarlo, pero no se habría quedado así de dormido si no estuviera agotado de verdad. Además, tuve que recordarme que la noche era cuando más despierta estaba yo, no él.

Suavemente, le quité el ordenador de las manos y lo coloqué en la mesilla de noche. Aquel movimiento no le perturbó lo más mínimo. Estaba fuera de combate. Decidí dejarle dormir, pero yo no estaba nada cansada. Me pregunté si Jack seguiría despierto. Quizá quisiera jugar otra partida de póquer, aunque estar a solas con ese hombre no me parecía del todo una buena idea. Miré por la ventana y vi que la casa de invitados estaba a oscuras. Probablemente era lo mejor.

La piscina se extendía bajo mi ventana y, de repente, unos largos a medianoche me parecieron algo divino. Cambié mi lencería por un biquini, me puse la bata y cogí una toalla. Después, me coloqué las chanclas y apagué las luces antes de salir al jardín.

La piscina era climatizada y se estaba increíblemente bien en ella. Exactamente lo que necesitaba. Llevaba meses sin nadar, desde que había caducado mi inscripción en el gimnasio ese mismo año. Y tenía esa piscina para mí sola. Perfecto.

Nadé treinta largos en serio antes de relajarme con, más o menos, otra docena a un ritmo pausado. Después, me senté en un escalón de la parte menos profunda de la piscina para dejar que la frecuencia cardiaca volviera a la normalidad mientras descansaba en aquel agua tan cálida.

—¿Dónde está Hudson? —La voz de Sophia me sacó de mi ensoñación.

Yo me di la vuelta y la encontré de pie detrás de mí, vestida con la misma bata que llevaba la noche anterior y, de nuevo, con una copa de líquido ámbar en la mano. Me pregunté si bebería mucho o si mi presencia en su casa la había llevado a ello.

—Está… Se ha quedado dormido.

Salí de la piscina y cogí mi toalla, sintiéndome pequeña en su presencia. Ella provocaba en mí ese efecto en general, pero tampoco le había preguntado a nadie si podía hacer uso de la piscina y me preocupó haberme aprovechado de la hospitalidad de mi anfitriona. Aunque Sophia no había sido nada hospitalaria, así que quizá esa preocupación fuera discutible.

Aparté la vista de ella mientras me secaba, pero oí cómo se sentaba en una tumbona detrás de mí.

—Él no la quiere, ¿sabe?

La oí, pero no di crédito a mis oídos. Me giré para mirar sus ojos entrecerrados.

—¿Perdón?

—No puede. —Removía el líquido de su copa mientras hablaba, con un atisbo de dolor en su voz—. Es incapaz.

«Incapaz». Eso era exactamente lo que Hudson había dicho. ¿Había sido su madre la que le había obligado a creer aquella estúpida idea sobre sí mismo? La anterior hostilidad que había sentido hacia ella cuando la escuché en la puerta de la cocina regresó y salió de mis labios como veneno:

—Puede que esté usted proyectando su propia incapacidad para sentir ninguna emoción.

Su voz se volvió más fría, pero siguió siendo calmada, controlada:

—Sus palabras no me afectan, señorita Withers. Esta es mi casa. Hudson es mi hijo. Yo soy la que está al mando aquí.

—Váyase a la mierda.

Sonrió.

—Hudson ha estado en terapia varios años. Una terapia exhaustiva.

«También yo». Tiré la toalla y me envolví en la bata, tomándome mi tiempo para asegurarme de que mi tono era tan tranquilo como el suyo cuando volviera a hablar.

—Me lo ha contado.

—¿Sí? Pero no todos los detalles. —Se inclinó hacia delante y en sus ojos se reflejaron las luces del jardín haciendo que resplandecieran con un color rojo. No podía tener un aspecto más malvado aunque hubiera querido—. De haberlo hecho, usted sabría que no puede querer a nadie. Es un sociópata. Se lo diagnosticaron a los veinte años.

Me sorprendió. Y por la falta de fuerza en mi respuesta, ella lo supo.

—Hudson no es ningún sociópata.

¿Lo era?

—Es mentiroso y manipulador, egocéntrico, exagerado, poco sincero y superficial. Incapaz de sentir remordimientos. Solo entabla relaciones sexuales promiscuas e impersonales. —Recitó aquellos rasgos con facilidad, como si siempre estuvieran bullendo en la superficie de su conciencia—. Consúltelo. Encaja con la definición a la perfección. No le importan los sentimientos de los demás. No puede amar a nadie.

—No me lo creo.

Pero mi voz se quebró.

—Es usted verdaderamente ingenua.

—Y usted una verdadera bruja.

Cogí mi toalla y me puse las chanclas, pues necesitaba alejarme de ella y de sus terribles acusaciones. Pero sus palabras ya habían causado su efecto. Empecé a dudar, y ella lo supo.

—Está con usted solamente por el sexo. —Se puso de pie para bloquearme el camino hacia la casa—. Es atractiva. —Sus ojos se deslizaron por mi escote—. Y claramente concuerda con su tipo. Parece ser que sus preferidas para follar son las morenas de grandes pechos.

No tuve nada que decir en mi defensa. Él me había dicho que nuestra relación era solamente sexual. Pero era consciente de mis obligaciones con mi trabajo y hablé como si fuéramos una pareja de verdad.

—Si fuese solamente sexo, no me habría traído para que la conociera.

Su sonrisa se hizo más amplia.

—Eso le da a él una ventaja más. Puede sacarme de quicio y divertirse con usted a la vez. La verdad es que no tiene nada que ver con usted. Se trata de mí y de mi hijo. —Dio un paso hacia mí y necesité toda mi fuerza para no encogerme—. Usted, señorita Withers, es insignificante.

Pensé que de una bofetada la tiraría a la piscina. La verdad es que se merecía las dos cosas. Pero nuestro enfrentamiento fue interrumpido por Chandler y otros cuatro adolescentes que entraron alborotadamente en la zona de la piscina, vestidos con bañadores y con toallas en las manos.

—¿Mamá? —dijo Chandler al ver a su madre de espaldas. Sophia se apartó a un lado y Chandler me vio—. Laynie —me saludó sorprendido al verme o quizá se dio cuenta por mi mirada de que me encontraba afligida—. No sabía que había nadie aquí.

—Alayna y yo nos estábamos conociendo.

Sophia cambiaba de tono con la misma facilidad que Hudson.

Chandler levantó una ceja expresando su escepticismo.

Yo aproveché la intrusión de los chicos.

—La piscina es toda vuestra. Ya he terminado.

Sin mirar atrás, entré rápidamente en la casa por la cocina y subí hacia el ala este sin pararme hasta llegar a la puerta de nuestro dormitorio.

Entonces, las lágrimas empezaron a caer abundantes y pesadas. Me apoyé en la pared y me fui deslizando hasta quedarme sentada, incapaz de seguir de pie con el peso de mi pena. Muchas emociones y pensamientos entraron en conflicto por ocupar el primer puesto. Los insultos de Sophia me habían dolido, pero lo que más daño me causaba era la posibilidad de que tuviera razón.

¿Qué era lo que había visto yo que me demostrara lo contrario? Habíamos tenido momentos, Hudson y yo, en los que creí que de verdad le importaba, que sentía por mí algo más que atracción física, pero ¿me los había imaginado? Yo misma tenía mi historial de dar a momentos sin importancia un peso más fuerte del que tenían.

Y la descripción de Sophia de lo que era un sociópata encajaba con Hudson. No tenía por qué buscar la definición. Había participado en suficientes sesiones de terapia como para estar familiarizada con los síntomas. Pero nunca había relacionado a Hudson con su descripción hasta que su madre lo había dicho. ¿Había ignorado yo a propósito esa conexión?

¿O Sophia se equivocaba?

Algunos terapeutas me habían diagnosticado erróneamente al principio de mi terapia. Y la interpretación de mis problemas por parte de Brian había sido de lo más equivocada. ¿Y si Hudson tenía tan mala concepción de sí mismo porque Sophia también la tenía? Quizá él nunca había tenido oportunidad de demostrarle que se equivocaba.

Quizá yo fuera eso…, una oportunidad.

Esta posibilidad me calmó, aunque era lo suficientemente lista como para ser consciente de su inverosimilitud.

Me limpié la cara con la toalla húmeda y me puse de pie. Respiré hondo y abrí la puerta lo más silenciosamente que pude.

—¿Alayna? —Oí que Hudson extendía la mano para encender la lámpara de la mesilla de noche—. ¿Eres tú?

—Sí. —Me giré hacia la puerta para cerrarla y darme unos instantes para recomponerme—. No estaba cansada, así que he ido a nadar.

Respiré hondo y, a continuación, puse una sonrisa en mi rostro antes de mirarle.

—Bien, me alegra que… —Se echó hacia delante con el cuerpo en tensión—. Oye, ¿qué te pasa?

—Nada.

¿Era tan transparente? No podía hablar con él. No en ese momento.

—Tienes los ojos rojos. Has estado llorando.

—No, no. El cloro. Me molesta en los ojos.

Me froté los ojos hinchados, esperando así dar credibilidad a lo que decía.

Él inclinó la cabeza, como si estuviera pensando si era sincera con él.

Yo no podía soportar aquel escrutinio. Si insistía, me rompería. Y necesitaba poner en orden mis emociones sobre él y lo que había dicho su madre antes de hablar de ello. ¿Qué me diría? Lo podía negar o no. Si lo hacía, ¿podía fiarme de él? Si no lo negaba, ¿podía fiarme de lo que dijera?

—Eh…, voy a meterme en la ducha —dije tratando de buscar una vía de escape.

—Voy contigo.

No protesté. Pero no hablamos cuando entramos en el baño y nos desvestimos. Hudson me ayudó a desatarme la parte superior del biquini antes de empezar a quitarse la ropa. Dejé el biquini mojado en el borde de la bañera y entré en la ducha, ajustando la temperatura hasta que casi estuvo hirviendo.

Cuando Hudson vino conmigo, con el pene casi erecto, me venció el deseo. No sabía toda la verdad sobre Hudson y sí muchas verdades irrecusables sobre mí. Pero enfrentada a su cuerpo fuerte y desnudo, como era consciente de que, me amara o no, podía hacer que me sintiera mejor, al menos por un momento, le atraje hacia mí desesperadamente, buscando su boca con un ansia que nunca antes había experimentado.

—Alayna… —Se apartó, agarrándome firmemente de los hombros—. Te pasa algo. Cuéntamelo.

—Estoy bien. Es solo que…

Le quería. Esa era la razón de que estuviera tan destrozada por lo que Sophia me había dicho. Le quería y deseaba…, necesitaba… creer que Hudson también me podría querer.

Incapaz de pronunciar aquellas palabras todavía, me conformé con otra versión de la verdad:

—Te necesito.

Él sabía que le ocultaba algo, pero asintió.

—Estoy aquí, preciosa.

Entonces, tomó el mando y me satisfizo de una manera que solo él podía hacer, complaciéndome de un modo tan profundo que sólo él era capaz.

Me entregué a él y me permití olvidar que quizá no podría amarme nunca de ningún otro modo que no fuera aquel, con su boca, su lengua y su polla.

Quizá eso pudiera llegar a ser suficiente.