Capítulo diecisiete

Torrentes de rayos de sol se filtraban por las ventanas, calentándome y despertándome antes de lo habitual según mi horario de sueño. Antes de verlo, supe que estaba sola. Cuando me di la vuelta miré con los ojos entrecerrados el reloj que había sobre la mesilla de noche, al lado de donde Hudson debía estar durmiendo. Las nueve y veintisiete.

Parpadeé varias veces para adaptar la vista mientras pensaba si quería levantarme e ir en busca de mi amante o darme la vuelta y volverme a dormir. Aún no me había decidido cuando se abrieron las puertas del dormitorio y apareció Hudson vestido solamente con unos pantalones de pijama de seda negra y transportando una bandeja con el desayuno.

—Bien, estás despierta —dijo mientras yo me incorporaba, con el olor a café despertándome aún más.

—Le estoy mostrando a mi familia lo estupendo novio que soy trayéndote el desayuno a la cama. Tortillas. Sin setas, por supuesto. No hay chupa chups con sabor a cereza.

Guiñó un ojo mientras dejaba la bandeja sobre la mesa de la zona de estar.

—De todos modos, este es uno de esos momentos poco apropiados para un chupa chups. Y deberías haber dicho novio «increíblemente» estupendo. El desayuno en la cama es lo mejor.

Aunque por lo que se me hacía la boca agua era por la nunca tediosa visión de Hudson descalzo y sin camisa.

—No soy tan estupendo. —Dejó la bandeja y se desató el cordón del pijama, dejándolo caer al suelo y mostrando su hermoso pene erecto. Se deslizó bajo las mantas y se puso encima de mí—. Voy a hacer que te lo tomes frío.

—Un desayuno frío me parece perfecto —balbuceé antes de que su beso me impidiera hablar o pensar.

Era casi mediodía y todavía no estábamos listos para vestirnos. Hudson se había ofrecido a prepararme un baño para poner en remojo mis miembros entumecidos después de tanto sexo, pero opté por compartir una ducha, pues deseaba alargar nuestro tiempo de intimidad lo más posible antes de que volviésemos a estar de servicio.

Después de secarnos y vestirnos, Hudson con unos pantalones caqui y un polo y yo con un vestido veraniego de color crema, me dejó para bajar los platos sucios del desayuno mientras yo terminaba de arreglarme. Decidí peinarme el pelo en una coleta, una opción fácil y rápida, para poder ir tras él rápidamente, aunque la idea de ocultarme en el dormitorio el mayor tiempo posible se me había pasado por la mente. Lo cierto era que, por mucho que no deseara enfrentarme a Sophia, quería estar más con Hudson.

Sin saber aún cómo moverme por la casa, me dirigí primero a la cocina, esperando que él estuviera todavía allí. Me detuve en la puerta batiente al oír unas voces, las de Hudson y Sophia.

—… No os he invitado para que os quedéis todo el día en la habitación follando como conejos —estaba diciendo Sophia.

En efecto, yo no iba a entrar todavía. Acerqué la oreja a la puerta para escuchar.

—Entonces, ¿para qué nos has invitado?

La voz de Hudson era tranquila. Su capacidad para manejar a su madre sin sobresaltos me impresionaba. ¿Era Sophia la primera mujer a la que había dominado? ¿Había practicado con ella sus aptitudes para la manipulación? ¿Nuestro elaborado plan para engañarla constituía ahora un sustitutivo de los juegos que él había ejercido con otras mujeres?

No le estaba juzgando por nada de eso. Solo sentía curiosidad.

—Os he invitado porque creo que ella…, cualquier mujer con la que te impliques, a decir verdad, tiene derecho a protegerse. Tiene derecho a saber.

—Se llama Alayna, madre. —Me sorprendió la aspereza de su tono—. Y ya lo sabe. —Se rio secamente—. Me encanta ver que crees que es imposible que nadie pueda sentir nada por mí por lo que fui en el pasado.

Sentí una presión en el pecho, dolida por lo que sabía que Hudson debía de estar sintiendo. Brian también me había echado en cara mis errores, siempre dudando de que alguna vez pudiera mejorar. La falta de apoyo familiar hizo que la curación fuera más difícil.

Tal vez Hudson y yo pudiéramos ser el uno para el otro el apoyo que necesitábamos. Esta era una idea peligrosa, pues confería demasiada importancia a nuestra relación únicamente física; pero ¿a quién quería engañar? Hacía mucho tiempo que mis emociones habían entrado en juego. ¿Qué sentido tenía seguir negándolo?

Quizá podríamos ser… algo más.

No oí parte de la conversación, perdida en mis propios pensamientos, pero cuando Sophia levantó la voz volvió a atraer mi atención.

—… No entiendo cómo has podido contárselo. ¿Y si te pone en evidencia? ¿Y si nos pone a todos en evidencia? Nuestra familia no necesita un escándalo así.

—Mi vida es algo más que un escándalo que está esperando salir a la luz, madre.

—Tu vida son muchos escándalos. Escándalos que tu padre y yo tapamos continuamente. Tu camarera la puta es uno más.

Aunque me había prometido que no dejaría que me afectara, aquel insulto de Sophia fue un puñetazo en la barriga. Los ojos me empezaron a picar, pero antes de que pudieran aparecer las lágrimas, la defensa de Hudson suavizó el golpe.

—No te atrevas a hablar así de Alayna. Si lo haces…

—¿Te has enterado de algo interesante?

Me alejé de la puerta con un respingo cuando la desconocida voz que habló detrás de mí me sorprendió. Sentí vergüenza, porque me había pillado escuchando a escondidas. Me obligué a mirarle a los ojos y me sonrojé aún más. Aquel rostro cincelado era más atractivo en persona que en las fotos que había visto en Internet y el parecido con su hijo era tan sorprendente que casi daba escalofríos, como si estuviera mirando a Hudson dentro de treinta años. Parecía más joven de los sesenta años que yo sabía que tenía, su figura era esbelta —solo con una ligera panza—y sus rasgos llamaban la atención sobre su perilla y su pelo largo y entrecano.

El padre de Hudson ladeó la cabeza y se acarició la perilla, un gesto que pareció tan natural que me imaginé que lo haría con frecuencia.

—Por la expresión de tu cara diría que ya sabes quién soy.

—Sí. Usted es Jonathan Pierce.

—Y tú…, eh…, no me lo digas… —Me examinó de tal modo que supe que le gustaba lo que veía, pero no sentí que me mirara de forma lujuriosa—. Eres un poco mayor para Chandler y Mira no tiene amigas que sean más guapas que ella. Eso solo nos deja a Hudson. He oído rumores de que estaba saliendo con alguien, pero pensaba que no era cierto.

Su tono era encantador y tranquilo y un deje en su forma de arrastrar las palabras revelaba sus raíces tejanas. Su actitud me tranquilizó, pese a que me hubiera sorprendido en una situación embarazosa.

—Soy la novia de Hudson, Alayna Withers. —Extendí la mano hacia él—. Pero, por favor, llámeme Laynie, señor Pierce.

Estrechó mi mano entre las suyas y la sostuvo mientras hablaba.

—Mis amigos me llaman Jack y tengo la sensación de que vamos a ser grandes amigos. —Me dio unas palmadas en la mano y aquel gesto consiguió mantenerse en el lado bueno de la línea que separaba lo agradable de lo repulsivo. Cuando la soltó, señaló con la cabeza hacia la cocina—. ¿Quién está ahí dentro?

Una sonrisa culpable apareció en mis labios.

—Su esposa y Hudson.

Jack giró la cabeza de forma dramática.

—Por favor, evita recordarme que estoy casado con esa mujer. —Me guiñó un ojo con picardía—. Está claro que no queremos entrar ahí. ¿Has dado una vuelta por Mabel Shores?

—¿Mabel Shores?

—Si Hudson no te ha dicho el nombre de esta casa, es que no te la ha enseñado. Qué suerte estar disponible para tener el honor de hacerlo. —Me ofreció su brazo—. ¿Vamos?

Vacilé solo un segundo, puesto que el comportamiento carismático de Jack hacía imposible decirle que no. Además, Hudson había dicho que nuestra farsa tenía como objetivo convencer a su padre y a su madre. Pasar un rato con su padre solo podía ser beneficioso para la causa. Y lo cierto era que, aunque sabía que Hudson me esperaba, posponer mi cara a cara con Sophia me parecía una excelente idea.

Jack me condujo sin ninguna prisa por la casa, proporcionándome datos históricos y arquitectónicos salpicados de ocasionales anécdotas humorísticas. La planta principal tenía una espaciosa sala de estar, biblioteca, gimnasio, una sala multimedia y dos habitaciones de invitados. La decoración seguía siendo tradicional, pero muy actualizada y elegante.

No me enseñó la planta de arriba, arguyendo que no había mucho que ver aparte de los dormitorios. También evitamos ir al comedor y a la cocina, así que salimos por la puerta de cristal del despacho, en el lado opuesto de la casa, para explorar los jardines.

Hablamos tranquilamente durante el recorrido y el encanto de Jack no flaqueó en ningún momento. Aunque me doblaba sobradamente en edad y era el padre de mi amante, me encantaron él y su descarado flirteo. Era inofensivo y divertido y mucho más agradable de lo que nunca me hubiera imaginado que podría ser un hombre de negocios tan conocido. Empecé a figurarme cómo era la familia Pierce y entendí de dónde procedía la acogedora hospitalidad de Mira ahora que había conocido a Jack. Incluso pude distinguir lo que Hudson había heredado de él, pues reconocí que su magnetismo y su destreza en el sexo venían de su padre. Y el comportamiento juguetón que Hudson adoptaba a veces. Así era su padre.

Cuando hubimos rodeado la mayor parte de los jardines de la zona este y nos dirigíamos de nuevo hacia la casa, Jack se puso algo serio.

—Entonces, tú y Hudson… Qué agradable sorpresa.

—No estoy segura de querer saber qué es lo que hay en nosotros de sorprendente.

—Nada malo. Hudson no suele salir con muchas mujeres. Me alegra ver que la chica a la que finalmente ha traído a casa es alguien tan encantadora como tú. Espero que la relación continúe.

Sonreí.

—Gracias. —Saboreé mis siguientes palabras conforme las decía, deleitándome en la dulzura de la sinceridad con que las pronuncié—: Me siento muy unida a él. Me he enamorado de una forma bastante intensa.

Jack se quedó mirándome para interpretar mi expresión.

—Sí, eso me parece. Es maravilloso. De verdad.

Su sinceridad me conmovió y una oleada de emoción me invadió el pecho. Me sentí bien al ver que alguien apoyaba nuestra fingida relación. Sirvió para que creyera aún más en la posibilidad de que hubiera algo más.

Sin embargo, mi confianza duró poco. Las siguientes palabras de Jack me recordaron las barreras que había entre Hudson y yo:

—¿Qué estaba diciendo Sophia de ti? Estaba deseando preguntártelo.

—¿Cuándo? ¡Ah!

Miré hacia otro lado, fingiendo admirar las flores de un color púrpura parecido al de las uvas que se alineaban junto al camino empedrado.

Insistió suavemente con un tono comprensivo en sus palabras:

—No ha debido de ser muy agradable. Estabas lívida cuando te vi.

Suspiré pensando cómo resumir mejor lo que había oído y cómo me hacía sentirme esa situación.

—No le gusto.

Jack se encogió de hombros.

—A Sophia no le gusta nadie. —No se molestó en ocultar su desdén hacia su mujer y me pregunté cómo habría terminado junto a ella—. Pero imagino que sobre todo no le gustas tú. Por eso me parece tan delicioso que a mí sí me gustes.

Negué con la cabeza sin hacer caso de su broma.

—¿Es por mí o es por Hudson?

—Las razones por las que me gustas no tienen absolutamente nada que ver con Hudson.

Lancé a Jack una mirada severa.

—Me refería a Sophia…, a su esposa. ¿Por qué sobre todo no le gusto yo?

Jack se acarició la perilla y retomó el paseo hacia la casa.

—No es por ti.

«Tu camarera la puta». Le seguí mientras los insultos que había oído a Sophia volvían a resonar en mi cabeza.

—¿De verdad? Apuesto a que se alegraría de ver a Celia en los brazos de Hudson.

—Porque adora a Celia. Siempre ha sido así.

Llegamos al porche de la parte posterior de la casa y Jack me hizo un gesto para que me sentara. Me hundí en un confortable sofá de dos plazas y enrosqué los pies debajo de mi cuerpo.

—¿No quiere que Hudson sea feliz?

Jack se sentó en la silla que había enfrente de mí, una mesita de madera nos separaba. Entonces, fue él quien suspiró.

—No quiere que nadie sea feliz. Especialmente Hudson. Han lidiado muchas batallas en una guerra que ha durado toda la vida y no es una mujer indulgente.

Una vez más, pensé en mi relación con Brian. Por muy incordio que se hubiera mostrado últimamente, no podía decir que no entendiera sus motivos. Él y yo habíamos lidiado nuestras propias batallas y las heridas eran profundas. Y yo no era hija de Brian. Imaginé que la relación entre los dos sería mucho peor si lo fuera. Además, aunque mi hermano podía ser dominante, ni su actitud ni la mía eran comparables a la batalla de rencores que mostraban Hudson y Sophia.

Apoyé la cabeza en el sofá y me quedé mirando el techo de hormigón de textura rugosa.

—Entonces, no hay forma de que pueda ganármela.

—No. —Su respuesta fue firme, definitiva.

Si eso era cierto, el trabajo por el que me estaban pagando estaba condenado al fracaso desde el principio.

—Parece que su hijo sí lo cree.

Jack negó con la cabeza con expresión triste y tardó un largo rato en responder.

—Es una pena. Creía que hacía tiempo que a él le traía sin cuidado.

Su expresión era franca y pude ver que, aunque lo ocultaba, se sentía muy afectado por el encono existente entre su mujer y su hijo.

Entonces, volvió a ponerse la máscara y el dolor de su rostro fue sustituido por el anterior carácter despreocupado.

—Sin embargo, a mí sí que es fácil ganarme. Puedo darte algunas ideas, por si las necesitas —añadió guiñándome un ojo.

Me reí, dejando escapar los serios pensamientos y emociones que me estaban ahogando.

—Ya me lo he ganado.

Fingió decepción.

—Maldita sea. Nunca se me ha dado bien poner cara de póquer.

—Pero apuesto a que sigue ganando muchas partidas.

—¿Quieres que juguemos luego y así lo averiguas? —Se inclinó hacia mí levantando las cejas con expresión sugerente—. ¿A solas? ¿En la casa de los huéspedes? ¿Desnudos?

Volví a reírme.

—Jugaré en la casa principal, viejo verde. Con los demás presentes y completamente vestida.

—Acabas de quitarle toda la gracia.

Los dos nos estábamos riendo cuando Hudson apareció en la puerta de la casa. Sus rasgos parecieron mostrar preocupación al ver a su padre.

—Aquí estabas. —Vino detrás de mí y me colocó una mano firme sobre el hombro—. Me había preocupado y ahora veo que hacía bien estándolo.

—Estoy bien. —Puse mi mano sobre la suya y levanté el cuello para mirarle a los ojos—. Jack me ha estado enseñando Mabel Shores. Lo he pasado de maravilla.

—Entonces, ¿no ha tratado de seducirte? —Su tono era de escepticismo.

—Claro que sí. —Lancé una sonrisa a Jack—. Pero hemos sido buenos.

Hudson dio la vuelta para sentarse a mi lado en el sofá y puso una mano posesiva sobre mi rodilla.

—Laynie, te aseguro que con la edad se adquiere experiencia —dijo Jack como si su hijo le hubiera desafiado marcando su territorio—. Si de verdad quieres pasarlo de maravilla…

Hudson apretó la mano.

—No me gusta esto.

Jack se rio, confirmando mis sospechas de que le gustaba jugar con su hijo.

—Relájate, Hudson. Solo estoy bromeando.

Desenrosqué las piernas y me incliné sobre Hudson, secretamente emocionada por su muestra de celos.

—Estamos bien, H. Él sabe que estoy totalmente entregada a ti. ¿No es así, Jack?

—Sí. —Hizo una pausa mirando a Hudson—. Me pregunto si mi hijo también lo sabe.

Hudson no respondió, al menos no con palabras. Pero sí que se quedó mirándome durante varios segundos, quizá tratando de averiguar exactamente qué era lo que había sucedido entre Jack y yo. O quizá notara que su padre sabía algo que él no, que mis emociones se estaban volviendo más profundas y auténticas. Que mi cariño por él era real.

Aparte de lo que finalmente pensara, me atrajo hacia él y acarició mi cabeza con su mejilla. Había prometido que sus acciones en público estarían todas dedicadas a nuestro auditorio, pero esta me pareció diferente. Casi como si él quisiera creer también que nuestra relación era real.