Capítulo trece

Volví a buscar información de Hudson por Internet.

No porque sintiera que necesitaba saber más cosas de él, sino porque la distancia entre nosotros me parecía tremendamente grande. Se trataba de una sensación familiar, una sensación que ya había tenido con hombres con los que había salido para después descubrir, en la terapia, que había estado exagerando. Pero esto era distinto. Estábamos lejos de verdad, no solo en mi imaginación psicótica. Y no podía soportarlo. Tenía que acercarme a él del modo que fuera, aunque solamente fuese a través de Internet.

Había ya nuevas entradas de blogs y nuevas noticias sobre el desfile de moda. El evento tuvo estupendas críticas y se recaudó más dinero del que se había previsto. Eché un vistazo a las fotos de las modelos, con cierta melancolía por haberme perdido esa parte del día. Y había fotos mías con Hudson, besándonos en la puerta de la limusina cuando llegamos. Me quedé más tiempo mirando esas fotos y guardé una sacada desde muy cerca para ponérmela en mi fondo de escritorio.

Sin embargo, la mayor parte de mis búsquedas fueron sobre Industrias Pierce y sus vínculos empresariales en Cincinnati. Estuve buscando más tiempo del debido, tratando de deducir si Hudson iba a ir allí de verdad, pero no encontré nada que me sirviera de ayuda. ¿De verdad tenía trabajo o solo quería alejarse?

Eso no debería importar. Nuestra próxima misión no sería hasta el viernes. Pero la necesidad de saber me consumía, devorándome la mente, y llegué a pasarme horas agotando cada vía de búsqueda que se me pudiera ocurrir.

Al menos, me limité a buscar por Internet y a comprobar el móvil una y otra vez para ver si había alguna respuesta suya. No llamé al aeropuerto para preguntar si el avión de Industrias Pierce había despegado. Eso no sería una conducta sana.

Además, no tenía ni idea de cuál era el aeropuerto.

Me desperté a la tarde siguiente con un nudo en el pecho. Sentía los músculos agitados incluso antes de tomar café. Eran mis habituales síntomas de ansiedad, pero no estaba segura de qué era lo que había causado el ataque. ¿Preocupada por mi reunión con David? ¿O estrés por Hudson?

En un intento por relajarme, puse un DVD de yoga antes de prepararme para salir. La concentración y la respiración uniforme me desentumeció en gran parte, pero los nervios seguían presentes.

Pasé más rato del habitual arreglándome para mi reunión en el club. No por David, sino por mí. A veces, ponerme guapa me hacía sentirme bien y estaba dispuesta a probar todos los trucos del manual para liberarme de la tensión. Pero por mucho que hiciera, la ansiedad seguía estando presente, circulando por mis venas como una constante corriente eléctrica.

Me dije a mí misma que simplemente estaba nerviosa por el ascenso. Me sentiría mejor después de reunirme con David.

Cuando me dirigía hacia la puerta, recibí un mensaje. Lo miré impaciente. Pero no era de Hudson. Era de David.

«Ha surgido un imprevisto —decía—. Lo aplazamos para el miércoles a las siete».

Entonces lo supe. El estrés no tenía nada que ver con David, pues el aplazamiento de nuestra reunión no cambió en nada el modo en que yo me encontraba. Debería haber sentido alivio o un incremento de la tensión, puesto que iba a tener que aguantar dos días más. Además, debería preguntarme qué sería lo que había sucedido. David y yo teníamos la suficiente confianza como para que me lo contara. Pero no sentí deseos de preguntar.

«Hudson». Era Hudson el que seguía apareciendo en mi mente. ¿Dónde estaba? ¿Qué estaba haciendo? ¿Pensaba en mí?

Contesté a David para confirmarle que había recibido su mensaje y di vueltas por mi apartamento, tratando de decidir el mejor modo de sacarme de la mente a mi examante. Necesitaba ingresar en un grupo. Miré en Internet para asegurarme de que aún había sesiones de Adictos Anónimos los lunes por la tarde. Así era, pero todavía me quedaba bastante tiempo hasta que comenzase la sesión.

Podía salir a correr. Después de que Jordan me hubiera estado llevando tanto en el coche, me vendría bien un poco de actividad aeróbica. Me puse unos pantalones cortos, una camiseta sin mangas y unas zapatillas y salí.

El ejercicio me ayudó a aclararme las ideas mientras las endorfinas recorrían mi cuerpo haciendo que me sintiera mejor y más segura. E invencible. Por eso, cuando vi que mi recorrido me había conducido hasta el edificio de Industrias Pierce, me convencí de que aquello no significaba nada. No significaba tanto el hecho de estar allí. Sobre todo, porque solo entré para ir al baño del vestíbulo antes de retomar la carrera.

Me sentía tan bien por el ejercicio que decidí no ir a terapia y seguir corriendo un rato más, continuando hasta el túnel de Lincoln antes de dar la vuelta. Volví a pasar por el edificio de Industrias Pierce en el camino de vuelta, volví a entrar, deteniéndome esta vez un poco en el vestíbulo, mirando los ascensores en busca de algún rastro de Hudson en el edificio. Conseguí obligarme a salir de allí antes de entrar en uno de los ascensores y pulsar el botón hasta la última planta.

Al día siguiente no fui tan fuerte.

No solo regresé tres veces al edificio, sino que las tres me metí en el ascensor. Me dije a mí misma que eso no podía considerarse exactamente acoso, pues Hudson no estaba en la ciudad, aunque aún no sabía si era verdad; además, en ningún momento llegué a pulsar el botón para subir a la planta de Hudson. En lugar de eso, dejé que el destino me llevara adonde quisiera, subiendo con la primera persona que montase para ir a la planta que fuera y, después, obligándome a regresar al vestíbulo. Tomé aquel ascensor como una ruleta. Si me llevaba a la planta superior, es que estaba destinada a detenerme en el despacho de Hudson. Pero ninguna de las veces acerté con la bala, pues los demás pasajeros no eligieron nunca su planta.

Hasta el miércoles.

Aunque tras mi turno de trabajo de la noche anterior llegué a casa casi a las seis de la mañana, me desperté y volví al edificio Pierce antes de la una de la tarde. Mi primera subida me llevó solamente hasta la quinta planta. Cuando salió el pasajero y las puertas se cerraron, me apoyé en la pared posterior de la cabina y suspiré, sabiendo que el ascensor regresaría al vestíbulo si no pulsaba ningún botón.

Pero en lugar de bajar, subió. Alguien debió de llamarlo desde una planta superior. Contuve la respiración mientras veía cómo la aguja iba subiendo cada vez más. Entonces, se detuvo en la planta superior. No en la planta superior secreta que requería un código y que me llevaría hasta el apartamento, sino en la planta donde estaba situado el despacho de Hudson. Me preparé para lo que iba a ver cuando las puertas se abrieran, esperando enterarme de algo según quién entrara en la cabina conmigo.

Pero no estaba preparada para lo que vi. Tres hombres vestidos con traje se reían y bromeaban cuando las puertas se abrieron. Y con ellos estaba Hudson.

—Alayna. —Su voz sonó tan calmada como siempre, apenas con un atisbo de sorpresa en su tono.

Me quedé helada, mi cuerpo incapaz de moverse, mi boca incapaz de hablar. Una oleada de emociones desordenadas me recorrieron el cuerpo: estaba contenta de verle, pero petrificada. Enfadada al ver que, al final, estaba en la ciudad y, en cierto modo, satisfecha de que mis sospechas fuesen ciertas.

Hudson alargó una mano hacia mí. Automáticamente, mi brazo se movió para estrecharla y tiró de mí para que me colocara a su lado. Miró a los hombres que estaban con él.

—Caballeros, mi novia ha decidido sorprenderme con una visita a mi despacho.

Conseguí sonreír antes de clavar los ojos en mis zapatillas de correr grises.

—Eso nunca puede ser bueno —dijo uno de los otros hombres y todos se rieron—. Bueno, entonces, te dejaremos con ella. Gracias de nuevo por reunirte con nosotros.

Apenas oí las despedidas que aquellos hombres intercambiaron con Hudson antes de ocupar mi lugar en el ascensor y no sé cómo conseguí recorrer la corta distancia hasta su despacho. Estaba bloqueada, con la mente aterrada por el hecho de encontrarme en un sitio donde no debería estar.

Las puertas del despacho se cerraron cuando entramos. Hudson debía de haberme cogido de la mano durante todo el camino hasta allí, pero no me di cuenta hasta que la soltó y se apartó de mí.

—¿Qué estás haciendo aquí, Alayna?

No me atrevía a mirarle, pero la falta de rabia en su tono me sacó de mi confusión. Podía salir airosa de aquello. Durante mi época obsesiva se me había dado bien buscar excusas. Le daría una explicación, él me creería y todo saldría bien.

Pero no quería volver a ser esa chica.

Fue justo entonces cuando me di cuenta de la seriedad de lo que había estado haciendo: le había estado acechando. Por primera vez en años. Había vuelto a caer, probablemente con la peor persona con la que podía volver a hacerlo. Si las órdenes de alejamiento y los litigios me habían parecido una pesadilla cuando Paul me denunció, el último objeto de mis obsesiones, solo tenía que imaginar lo que sería con un hombre poderoso como Hudson.

Pero había algo peor: recuperarme de mi adicción a Paul había sido difícil, pero posible. Sin embargo, Hudson… Ni siquiera podía soportar no estar cerca de él del modo que fuese, cualquiera que fuera el contexto.

Hudson estaba esperando mi respuesta. Pude notar cómo me examinaba. Crucé los brazos alrededor de mi cuerpo y respiré hondo.

—Pues… quería saber si habías vuelto.

Casi me eché a llorar por la sinceridad de mis palabras, pero si Hudson se dio cuenta, no lo mostró.

—Volví anoche a última hora. Podrías haberme llamado. O haberme enviado un mensaje.

Mi mente trataba de recorrer los pasos para salir airosa de conductas insanas. Me los habían repetido muchas veces durante la terapia. «Expresar abiertamente y con sinceridad tus temores». Cerré los ojos para controlar las lágrimas.

—No respondes a mis mensajes.

—No respondí a un mensaje.

Abrí los ojos y vi que me estaba mirando fijamente apoyado sobre su mesa. Me limpié la única lágrima que se escapó por mi mejilla y le miré a los ojos.

—Ha sido mi único mensaje.

Oí cómo sonaba aquello. Ridículo, una exageración. No estábamos juntos. ¿Por qué iba a tener que responder a mis mensajes? Seguro que ya se estaba arrepintiendo de su elección de novia ficticia. Ahora que veía hasta dónde llegaba mi locura.

Permanecimos con la mirada fija el uno en el otro, pero no pude interpretar su expresión. Me pareció que pasaba una eternidad antes de que su rostro se suavizara.

—No sabía que era tan importante para ti. En el futuro, me esforzaré por responder.

Me quedé con la boca abierta.

Se incorporó para ponerse de pie.

—Pero no puedes venir aquí así. ¿Qué crees que pensarán si ven a mi novia en el vestíbulo y subiendo a los ascensores cuando yo ni siquiera estoy en la ciudad?

—¿Cómo lo has…?

—Pago a gente para que se entere de cosas, Alayna.

Lo sabía. Claro que lo sabía. Yo había decidido hablar con sinceridad, pero no esperaba tener que llegar a tanto. Que él supiera que había estado varias veces en su oficina, que había deambulado por el edificio… era humillante.

Cayeron más lágrimas.

—Yo… lo siento. No he podido evitarlo.

—Por favor, no vuelvas a hacerlo.

Hablaba con severidad, pero ¿había cierto tono de compasión?

Su reacción era del todo inadecuada. Debería haber estado más enfadado, más asustado.

—¿Por qué te estás comportando así?

—¿Así cómo? —preguntó frunciendo el ceño.

—¡Lo he fastidiado todo, Hudson! Deberías estar llamando a los de seguridad para que me acompañaran a la salida. Soy un desastre y tú te muestras de lo más tranquilo.

Ahora las lágrimas caían a toda velocidad. Nada las podía detener.

Su rostro se suavizó y dio un paso hacia mí.

—No —dijo en voz baja, abrazándome con su tono pese a que sus brazos no lo hacían—. A eso me refería con lo de estar con alguien que me comprendía. Sé lo que es la obsesión. Sé lo que es tener que hacer cosas que sabes que no deberías hacer.

Me secó una lágrima de la mejilla con el dedo pulgar, dejando la mano apoyada en mi cara más tiempo del necesario.

—Cuando creas que no puedes evitar comportarte así, habla conmigo.

El nudo de ansiedad que llevaba días sintiendo se deshizo con sus palabras. ¿Tenía él razón? ¿Podríamos ayudarnos el uno al otro con nuestro dolor? ¿Podríamos curarnos el uno al otro?

Le miré a los ojos y deseé de nuevo creer lo que él creía, sintiéndome esta vez mucho más cerca de decir que sí.

Pero antes de poder decir nada, la voz de su secretaria resonó en el despacho:

—Señor Pierce, su cita de la una y media ha llegado.

Hudson lanzó un suspiro y dejó caer la mano de mi cara.

—Perdona por tener que dejarlo aquí, Alayna, pero tengo otra reunión ahora. Y esta noche me vuelvo a ir.

Mi ánimo se vino abajo. No sabía si le creía, pero sí sabía que no quería que hubiera distancia entre nosotros. Eso era lo que había provocado mi episodio obsesivo de esa semana. En fin, él me había dicho que se lo contara…

—Odio que te vayas. Hace que me sienta un poco afligida. —Muy afligida, la verdad.

Sus ojos se iluminaron.

—Estaré de vuelta mañana. —Me agarró la mano y la apretó—. Ven mañana conmigo al concierto.

El corazón me dio un vuelco.

—Sí.

—Te recogeré a las seis. Ponte el vestido.

Lo organicé todo para asistir al grupo de terapia antes de la reunión con David. Había cometido un error, pero Hudson estaba dispuesto a olvidarlo. Más que dispuesto. Y eso hacía que fuese mucho más fácil creer que no estaba condenada a comportarme como una completa loca con él. Tenía que esforzarme por estar bien.

Incómoda por tener que contarles mi situación a todos, cuando podían estar al corriente de mi relación con Hudson, hablé de forma vaga cuando llegó mi turno.

—Yo… he cometido un pequeño error.

Era una descripción bastante precisa. Mi comportamiento no había sido tan malo como podría haberlo sido. Pero todo viaje comienza con un solo paso, incluso los viajes que no deberíamos emprender, y, al ritmo que había avanzado esa semana, estaba claro que iba a estar rodando por el camino de la obsesión antes de que pudiera controlarlo.

Lauren asintió compasiva.

—Cuando llegues a casa, quiero que elabores una lista de tus conductas negativas recientes, incluyendo las que solo habías pensado poner en práctica. Después, haz una lista de conductas sanas que puedes usar como sustitutivas cuando te sientas impulsada a realizar una que sea insana. ¿Necesitas ayuda?

—No.

Ya lo había hecho antes. Más de una vez. Aún me sabía de memoria todos los comportamientos sustitutivos de la última vez que había vuelto a caer: «Correr, hacer yoga, un turno extra en el trabajo, concentrarme en los estudios, visitar a Brian». Estaba claro que tenía que actualizar mi lista.

—Bien. Tú conoces tus pautas. ¿Sigues escribiendo un diario?

—Hace un tiempo que no. —Mucho tiempo.

Lauren sonrió.

—Te recomiendo que vuelvas a empezar.

Siempre se le había dado bien dar una rápida patada en el culo.

—Vale.

Lo iba a hacer. Pero algo me decía que, de todos los consejos que me habían dado ese día, el mejor había sido el del mismo Hudson: «Cuando creas que no puedes evitar comportarte así, habla conmigo».

Estuve en silencio el resto de la sesión, repitiendo en mi cabeza una y otra vez una vieja cita que me gustaba en la que me comprometía a modificar mis actos: «Si no hay lucha, no hay progreso. Si no hay lucha, no hay progreso».

Me sentía mejor después de la terapia de grupo, más fuerte y con las ideas claras. Después, mientras Jordan me llevaba al trabajo, amplié mi lista de comportamientos sustitutivos, incluyendo marcarme el objetivo de ver las cien mejores películas según el Instituto de Cine Americano y seguir leyendo los cien mejores libros que aparecían en GreatestBooks.org.

Mi buen humor y mi actitud sana me dieron el coraje suficiente para enviarle a Hudson un mensaje antes de entrar a la reunión con David por la noche: «¿De verdad tienes que irte de la ciudad otra vez?».

Esta vez, recibí una respuesta al instante: «Eso me temo».

Me había escuchado, había cambiado su comportamiento al saber cómo me afectaba no recibir una respuesta. Antes de poder decidir cómo responderle, me envió otro mensaje: «Pero me alegra saber que estás pensando en mí».

Un hormigueo me recorrió el cuerpo. «Siempre», contesté antes de poder evitarlo. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué estábamos haciendo? Ya no éramos amantes. ¿Nos estábamos convirtiendo en otra cosa? ¿Algo así como amigos? ¿Amigos flirteando con mensajes?

Lo que fuese que estábamos haciendo me hacía sentirme bien. Tan bien que tras mi último mensaje envié otro más peligroso: «¿Estás pensando tú en mí?».

David abrió la puerta de la oficina e interrumpió mi momento de buenas sensaciones antes de que Hudson tuviera oportunidad de responder.

—Entra, Laynie.

David estaba rígido y su voz sonaba tensa. Su seriedad hizo que me escondiera el teléfono en el sujetador.

—¿Va todo bien? —Me acordé de su mensaje del lunes—. ¿Qué pasó el otro día? —pregunté mientras me sentaba delante de su mesa.

—Esto.

David lanzó un periódico doblado sobre la mesa antes de sentarse en su silla enfrente de mí.

Desconcertada, cogí el periódico y busqué qué podría haberle puesto de tan mal humor. Allí estaba, ocupando el primer lugar de la sección de noticias de sociedad del lunes, la fotografía a todo color de Hudson y yo besándonos.

—Ah, esto.

David era la única persona a la que me había dado miedo contárselo. Temía que sacara conclusiones. Conclusiones erróneas.

Y eso hizo.

—¿Quieres explicarme esto, Laynie? —Se puso de pie y empezó a dar vueltas, sin dejar de hablar el tiempo suficiente como para que yo le contestara—. Porque te voy a decir lo que parece. Parece que deseabas tanto conseguir tu preciado ascenso que, como no has podido obtenerlo jugando conmigo, has decidido ir a por el siguiente tío que pudiera darte lo que querías.

Extendí una mano delante de mí para que dejara de decir lo que estaba diciendo.

—Eso no es así, David. Nunca ha sido así.

¿Cómo podía pensar David que me había gustado porque quería conseguir un ascenso? ¿Que yo no había sido sincera cuando estuve con él?

—¿No? —Dejó de moverse y se inclinó hacia mí con las manos sobre la mesa—. Dime entonces qué es, Laynie.

—Es que… No puedo…

Mi vacilación aumentó con el sonido del teléfono sobre mi pecho. Sabía que era una respuesta de Hudson y estaba deseando leerla. Pero era imposible hacerlo en ese momento. No con David furioso delante de mí.

—Sí, eso es lo que yo pensaba. —Se incorporó y una mirada de auténtica repugnancia se unió a su ceño fruncido—. Ahora me veo obligado a darte el ascenso, a imponer tus ideas, sin importar si lo iba a hacer de todas formas, y a temer por mi trabajo. —Se rio fríamente—. Probablemente te esté preparando para que ocupes mi propio puesto.

—No, David. —Aquello era peor de lo que me había imaginado. No quería que pensara que yo estaba intentando arrebatarle su puesto de trabajo. Nos había imaginado a los dos juntos dirigiendo el Sky Launch. Aunque la parte romántica de ese dúo ya no me pareciera atractiva, seguía queriendo que llegáramos a ser esa pareja empresarial.

—¿Tiene Pierce alguna idea respecto a mí?

—David, no sigas.

Entrecerró los ojos.

—¿Sabe que eres la zorra del Sky Launch?

Aquello supuso el punto de inflexión. En lugar de sentirme mal, me cabreé. Y cuando me cabreaba, hacía uso de todas las armas de mi arsenal.

—David, si de verdad crees lo que estás diciendo, que tengo algún poder sobre Hudson, quizá deberías tener un poco más de cuidado con tu modo de hablar conmigo.

Levantó las cejas, sorprendido por mi tono firme y mi forma de hablar tan directa.

—Y ahora, siéntate para que podamos hablar de esto de un modo civilizado —continué. Esperé a que se dejara caer sobre su silla—. Bueno, a ver si lo he entendido bien. Crees que estoy saliendo con Hudson para poder conseguir un ascenso en el club. Un ascenso que básicamente tú me has prometido por mi buen trabajo aquí durante los últimos años. Un ascenso que me había ganado incluso antes de que tú y yo nos besáramos.

—¿Por qué otro motivo ibas a estar saliendo con él? —Sus palabras eran desafiantes, pero ya no había enfrentamiento.

—No es que sea asunto tuyo, pero estoy saliendo con Hudson porque… —En ese momento estaba de servicio, pero la razón que le di fue sincera—. Porque me gusta. Y yo le gusto a él. Conectamos. Pero incluso antes de nuestra primera cita, ya me había dejado claro que no intervendría para ayudarme a ascender aquí. Yo lo acepté porque sabía que podía conseguir el puesto de encargada por mis propios méritos. Dime una cosa, ¿Hudson te ha ordenado que me asciendas?

—No —contestó mientras dejaba caer los hombros.

—¿Y me ibas a ofrecer el puesto antes de ver nuestra foto en el periódico?

—Sí.

—Entonces, ¿de qué estamos hablando?

Negó con la cabeza y se encogió de hombros.

—Laynie…, yo… no sé qué decir. Supongo que me he precipitado. He dicho cosas que estaban fuera de lugar.

—Lo entiendo. Sabía que te pondrías así. —Dejé escapar un silencioso suspiro, aliviada porque se hubiera calmado tan fácilmente—. Quizá debía habértelo contado antes.

David negó con la cabeza. Después, me miró directamente a los ojos.

—No, estaba actuando por celos. Y no tenía ningún derecho a hacerlo. Fui yo quien rompió.

—No pasa nada.

Miré hacia otro lado. Su comentario sobre los celos siguió flotando entre los dos. En otro momento, yo le habría caído encima. Ahora se me hacía raro que él sintiera algo por mí. Así que cambié de tema:

—Eh…, en cuanto al ascenso…, ¿has dicho que me lo ibas a dar?

Sonrió.

—Sí, claro que sí. ¿No te lo ha dicho Pierce?

Hasta hacía poco, Hudson y yo no hablábamos mucho cuando estábamos juntos. Pero eso no se lo iba a contar a David.

—La verdad es que no.

—Bueno, pues me alegro de ser el primero en decírtelo. Felicidades. —Extendió la mano para estrechar la mía y, a continuación, la retiró—. ¿Qué estoy haciendo? Ven aquí.

Los dos nos pusimos de pie y nos juntamos a un lado de la mesa para darnos un abrazo. Yo me aparté primero. Él se dio cuenta y disimuló adoptando una actitud profesional.

—Y hemos hecho caso de tus sugerencias. Vamos a ampliar el horario a partir de agosto. Lo cual quiere decir que tienes mucho trabajo por delante para preparar el local y pensar en montones de reuniones de marketing y promoción.

Coloqué una mano sobre su brazo.

—Gracias, David.

—Te lo mereces.

Las horas que faltaban hasta la apertura del club las pasamos preparando un plan de trabajo. Fue entretenido y estimulante, exactamente lo que mi mente obsesiva necesitaba. El trabajo entró automáticamente en mi lisa de conductas sustitutivas. Ahora tenía un puesto retribuido con un salario fijo y muchos de mis turnos se desarrollarían en horario diurno. ¿Se sentiría orgulloso Brian?

Cuando el club abrió, me convertí en la sombra de David para aprender más labores de gerencia. Cuando cerramos, estaba agotada y agradecida por no tener que ir a casa caminando.

Cuando Jordan me estaba ayudando a entrar en el asiento de atrás del coche, después de que terminara mi turno, me acordé de leer el mensaje de Hudson. «Siempre», decía.

El corazón se me paró. Volví a leer el mensaje que yo le había enviado para estar segura de que recordaba bien lo que decía. Le había preguntado si él estaba pensando en mí y su respuesta fue «Siempre».