El almuerzo transcurrió con rapidez. Sophia estaba demasiado ocupada saludando a los donantes de alto poder adquisitivo y charlando con la gente como para comer con nosotros, gracias a Dios. Adam, el marido de Mira, llegó después de que nos sirvieran las ensaladas. Era cirujano y había tenido una emergencia esa mañana. Hacía buena pareja con ella, a pesar de la diferencia de estatura; Adam era alto y desgarbado y Mira bajita y menuda. Durante medio segundo traté de imaginármelos en la cama antes de darme cuenta de que después ya no sería capaz de borrar esa imagen de mi mente.
Aunque durante la comida no sucedió nada memorable, la disfruté. Seguí la charla animada entre los hermanos y reí con ellos cuando alguno le gastaba una broma pesada a otro. Las conversaciones que mantuvieron conmigo fueron tranquilas y relajadas. A menudo, temí que, al ser nueva, quisieran saberlo todo sobre mí y sobre mi familia. Cuando se llegaba a algo demasiado íntimo, Hudson desviaba la conversación. ¿Era porque conocía lo triste que había sido mi pasado? ¿O porque estaba siendo educado e intentaba que mi trabajo fuera fácil y tranquilo? Cualquiera que fuera el caso, el almuerzo fue más íntimo de lo que había experimentado en mucho tiempo.
Cuando lancé una mirada despreocupada hacia él en mitad de la comida, su sonrisa hizo que el pecho se me tensara. Podría haber formado parte de la representación ante los demás, pero mi reacción había sido real. Me di cuenta de que no habría chasquidos de goma suficientes para detener lo que estaba empezando a sentir por él.
Tras los postres y el café, la sala de baile empezó de nuevo a animarse con gente que se movía de mesa en mesa y la llegada de más invitados que solamente habían comprado entrada para el desfile de moda. Chandler encontró un grupo de chicas más jóvenes a las que tirarles los tejos y Mira convenció a Adam para que la ayudara entre bastidores, donde tenía que ocuparse de las modelos y los diseñadores.
Aunque me había gustado conocer a Mira y a Adam y Chandler no había dejado de entretenernos, me alegré de tener un minuto a solas con mi acompañante. Le pasé las manos por los hombros y la espalda para atraer su mirada. Vi en sus ojos el deseo, unas cuantas motas color cobre que resplandecían en ellos. Él me agarró la pierna y se inclinó hacia mí, pero no hubo ningún beso.
—Oye, no tenéis por qué estar todo el rato haciendo demostraciones de cariño por mí —ronroneó una voz sedosa detrás de nosotros—. Recordad que yo lo sé.
Hudson se puso tenso bajo mi mano y mis ojos siguieron a los suyos, aterrizando sobre la rubia de piernas largas que se estaba sentando a mi lado. Era intimidante, no por su actitud, sino porque era guapa de morir. Oculté las manos en mi regazo, aunque la de Hudson permaneció aferrada a mi pierna por debajo de la mesa.
—Soy Celia. —Sonrió, mostrando unos dientes blancos perfectos—. Creía que nos conoceríamos. Pero parece que a Hudson no le gusta mucho esa idea.
Miré un momento a Hudson, que, de hecho, parecía incómodo.
—No, tienes razón. Debíais conoceros —dijo mientras me acariciaba la pierna. Sentí que había un motivo para aquella caricia, pero no estaba segura de si era afán de posesión, para calmarme o para calmarse él—. Ya os habéis conocido.
—No te vas a librar de mí tan fácilmente, zoquete —dijo a Hudson con una sonrisa de superioridad y, a continuación, me brindó otra sonrisa a mí—. Lo creas o no, en realidad somos amigos.
La creí. Se la notaba cómoda al lado de Hudson y él ni siquiera se estremeció cuando lo había llamado zoquete. Aquello hizo que mi estómago se revolviera inexplicablemente. Después, tras preguntarme si se habrían acostado, sentí que una puñalada se me empezaba a clavar en el pecho. No necesitaba chasquear la goma, pues ya había relacionado aquel pensamiento con el dolor, pero la chasqueé de todos modos, puesto que por fin tenía las manos libres por debajo de la mesa para poder hacerlo.
—¿Qué quieres, Ceeley? —preguntó Hudson con un suspiro.
¿Alguien a quien Hudson llamaba con un diminutivo? La puñalada se clavó más hondo.
—Quería darle las gracias personalmente a Alayna por toda esta farsa.
Así que ella estaba al corriente. Eso me dejaba en desventaja, puesto que yo apenas sabía nada de ella.
Celia se inclinó hacia mí como si fuese a confiarme un secreto, pero empleó un tono de voz lo suficientemente alto como para que Hudson pudiera oírla:
—No puedes imaginarte lo terrible que me parecía la idea de tener que casarme con este incordio.
Una sonrisa burlona apareció en sus labios.
—Sí, puedo imaginármelo. —Los dolores de las cuchillas en mi pecho me hicieron desear apuñalar a Hudson también—. No es de los que sientan la cabeza.
Hudson retiró la mano de mi pierna e inmediatamente me arrepentí de mis palabras, aun cuando no habían sido pronunciadas con mucha maldad, ¿o sí?
Celia se rio entre dientes.
—Vaya, ya lo conoces hasta ese punto.
Volvió a reírse.
¡Puf! Era de las de risa fácil. Sentí ganas de vomitar. O de odiarla. Pero había algo en ella que me atraía.
—Es agradable hablar con alguien que lo sabe.
—Pero ¿verdad que a Hudson se le da muy bien fingir?
Lo miró con los ojos entrecerrados y pude ver las puñaladas que él le lanzó como respuesta.
—Sí que lo es.
Pensé en el tiempo que habíamos pasado juntos, las caricias, los besos en público. Algunos de ellos habían sido desconcertantes y yo le había echado la culpa a mi tendencia a pensar que hay algo más cuando no es así. Pero quizá no había sido consecuencia de mi imaginación hiperactiva.
—Me encantaría continuar con esta conversación tan maravillosa y entretenida, pero estoy viendo a una persona con la que tengo que hablar de negocios. —Hudson se puso de pie y me ofreció la mano para ayudarme a incorporarme—. ¿Alayna?
Tuve la extraña sensación de que no quería dejarme a solas con su «casi-prometida-pero-no». La última vez que había tenido la misma sensación me había enterado de algunos chismorreos bastante interesantes gracias a su hermana pequeña.
—Vete, H. Yo me quedo con Celia.
—Estaremos bien —le aseguró Celia—. Y terminaremos nuestra conversación con una fingida pelea de mujeres si quieres dar más emoción a la farsa.
Hudson apretó la mandíbula.
—Nada de peleas. Según mi guion, sois amables la una con la otra.
—Entonces, ella y yo deberíamos sentarnos a charlar, ya que se supone que somos amigas. —Celia me guiñó un ojo—. ¿Verdad, Alayna?
—Verdad. —Le devolví el guiño. No pude evitarlo. Celia me parecía casi adorable—. Y como somos amigas, deberías llamarme Laynie.
—Amables la una con la otra, pero no amigas. —Hudson respiró hondo, pero su voz seguía sonando tensa cuando volvió a hablar—: Está bien. Volveré en un momento.
Le vi alejarse, los apretados músculos de su culo ocultos bajo la chaqueta, pero su trasero igualmente atractivo. De repente, recordé que había una testigo de mi mirada lujuriosa y volví a dirigir mi atención a Celia para descubrir que ella también lo miraba del mismo modo. Además, era la mirada de adoración que había visto en sus fotos con él.
—Te gusta —dije antes de poder evitarlo. No estaba segura de querer saberlo.
Se encogió de hombros y, a continuación, frunció el ceño.
—¿De verdad? Es probable que yo sea la única oportunidad que tienes de conseguir información sobre Hudson y sobre su vida, ¿y es eso lo que quieres saber?
Me reí.
—Tienes razón, me gustaría que me dieras un poco de información. —La lista de preguntas con las que podía asaltar a Celia era tan larga que no sabía por dónde empezar. Como no estaba segura de cuánto tiempo teníamos, debía hacerlo bien—. Vale, parece que Mira creía que yo debía estar celosa de ti. ¿Debería estarlo? Es decir, ¿debería fingir que lo estoy?
Celia apretó sus labios perfectamente turgentes.
—¿No es esa una forma inteligente de hacerme la misma pregunta? No. Hudson y yo no hemos sido nunca nada más que amigos. Si él fuera un novio de los que se lo cuentan todo a su novia, te habría dicho que a mí me gustaba, pero que él nunca sintió nada por mí que no fuera amistad. Así que, a menos que seas una chica superficial que siente celos de todas las amigas de su chico, no entres en el juego de los celos.
Yo era un poco así y, sin duda, la típica celosa cuando estaba inmersa en plena obsesión. Pero estaba interpretando un papel, así que ¿por qué no hacer que mi personaje careciera de mis propias imperfecciones?
—Entonces, nada de celos. ¿Qué me dices de su familia? ¿Está apegado a ella o es igual de retraído que con los demás? No sabría decirlo.
—Los quiere a todos, muchísimo. Todo lo que Hudson puede querer a alguien, quiero decir. Pero hay que fijarse mucho para verlo. —Se reclinó en su silla y me miró—. Creo que si se enamorara de alguien, ella lo sabría.
Asentí mientras lo asimilaba. Me zambullí entonces en la pregunta que me había invadido desde la primera vez que escuché hablar de su problema.
—¿Por qué no cree la madre de Hudson que él se vaya a enamorar? Además, ella sí que es una bruja con el corazón de piedra. —Estas palabras provocaron una sonrisa en Celia—. ¿No ha salido con nadie nunca?
—Algo así. Es decir, sí que ha salido con mujeres. Ninguna a la que haya llevado para que la conozca su madre, pero sí ha salido con algunas.
El dolor de la puñalada volvió. A la vez, noté que un destello de angustia oscurecía el resplandeciente rostro de Celia. Se me ocurrió que aquella conversación debía de resultar aún más difícil para ella, teniendo en cuenta que sentía realmente algo por el hombre con el que yo tenía…, bueno, no una implicación emocional, pero sí que tenía algo.
—¿Sabes qué? Salir con ellas no es la expresión correcta. Se acostaban. Y luego jugaba con ellas. Eso le acarreó todo tipo de problemas. Más de una vez.
Me quedé inmóvil.
—¿A qué te refieres con que jugaba con ellas?
—No debería contártelo. No quiere que lo sepas. Pero la verdad es que creo que sí deberías saberlo. De lo contrario, podría pillarte por sorpresa si Sophia dijese algo.
—¿Cómo jugaba con ellas? —Mi voz era un susurro.
Celia lanzó un suspiro.
—Es difícil de explicar. Por ejemplo, él decía que solo quería ser amigo, o amigo con derecho a roce, pero después las manipulaba de esa forma tan suya, ya sabes, de ese modo que siempre consigue lo que quiere.
Desde luego que lo sabía. Solo conseguí mover la cabeza asintiendo.
—Manipulaba a esas mujeres para que se enamoraran de él. Lo cual no es muy difícil. Es decir, se trata de Hudson. Pero la verdad es que jugaba con ellas. Les daba falsas esperanzas, hacía que se engancharan a él. Para él era como un juego, una de esas cosas desagradables que los niños ricos y mimados hacen simplemente porque pueden. —Hizo una pausa—. Digo esto porque quiero mucho a Hudson. Además, yo también soy una niña rica y mimada.
Fue como si el mundo hubiera desaparecido bajo mis pies. ¿Era eso lo que Hudson estaba haciendo conmigo? Sentí un nudo en la garganta.
—¿Y… sigue haciéndolo?
—Sinceramente, no lo sé. Asistió a terapia durante mucho tiempo, así que me gustaría decir que ahora está «mejor», pero ¿quién sabe? Por supuesto, por ese motivo, a su madre se le ocurrió que, si se casaba con alguien como yo, podría mantenerlo a raya. Y mis padres quieren que me case con un Pierce y con su cuenta corriente. Son increíblemente codiciosos. Pero nunca pude soportar esas idas de olla, ni siquiera a pesar del cariño que le tengo. Y me encantaría meterme en la cama de un hombre tan guapo. ¿Te imaginas lo preciosos que serían nuestros hijos? ¡Suspiro!
Pronunció la palabra «suspiro» en lugar de suspirar de verdad. A eso es a lo que me aferré de su monólogo, pues no quería pensar en el resto. La terapia ayudaba a la gente —desde luego que sí, eso no podía negarlo—, pero tenía dudas sobre si a mí me había servido. Y sabiendo lo que sabía sobre patrones de conducta en el pasado, no solo reconocí que Hudson no debía estar acostándose conmigo, sino con nadie, si de verdad estuviera «mejor».
Exactamente lo mismo que yo no debería lanzarme a una relación sin implicación emocional si estuviera «mejor», puesto que la falta de cariño de una persona a la que yo deseara era uno de mis detonantes.
Me puse una mano sobre las piernas por debajo de la mesa para dejar de moverlas. Tenía que salir de allí.
Celia continuó, sin darse cuenta de mi tormento:
—Pero este plan de Hudson es genial. En cuanto Sophia se relaje lo suficiente como para creer que él se ha enamorado de ti, se pondrá contentísima. Quiere que Hudson sea normal. Quiere verlo feliz y enamorado. Yo misma quiero verlo feliz y enamorado. Qué pena que no sea verdad.
«Sí, qué pena».
Frunció el ceño con expresión preocupada.
—¿Estás bien? Pareces muy pálida.
¡No, no estaba nada bien! Me acababa de enterar de que el hombre con el que, para empezar, no debía estar follando probablemente estaba tratando de joder mi cerebro tanto como mi cuerpo.
—De repente no me encuentro bien. —No era mentira. Creía de verdad que podía vomitar—. Perdona, tengo que… —No se me ocurrió ninguna excusa para marcharme. Simplemente sabía que tenía que…— irme.
Me escabullí rápidamente entre la muchedumbre en dirección a la puerta, abriéndome paso hacia el interior del atestado vestíbulo. El desfile iba a empezar en quince minutos y yo iba en dirección contraria a los demás. Agaché la cabeza y me dirigí a otra puerta cuando vi a Sophia junto a la barra e intenté que no me viera. No porque me siguiera importando el estúpido timo de Hudson, sino porque no quería enfrentarme a ella.
Sin embargo, al concentrarme en evitar a Sophia no me di cuenta de que estaba pasando junto a Hudson.
—¿Adónde vas? —Extendió un brazo suavemente para detenerme y un hormigueo familiar se disparó directamente en mi seno.
Además del hormigueo, el estómago se me revolvió por la repugnancia que sentí.
—¡No me toques!
Hudson me miró confundido.
—¡Espera!
Levantó las manos para demostrar que no iba a tocarme, pero bloqueó mi vía de escape.
—¿Qué te pasa?
Busqué por el vestíbulo un modo de escabullirme.
—La pregunta más apropiada sería qué es lo que te pasa a ti.
—Alayna —dio un paso hacia mí y habló en voz baja y severa—, no sé de qué estás hablando, pero estás montando una escena. Tienes que calmarte y guardarte lo que sea para después.
Se dispuso a agarrarme del codo, pero yo me aparté antes de que pudiera hacerlo.
—No va a haber ningún después. Lo dejo. —Pasé a su lado a toda velocidad y salí por la puerta principal a la acera.
—¡Alayna! —Me siguió.
Una oleada de rabia me invadió el cuerpo y las lágrimas hicieron acto de presencia en mis ojos. Yo era vulnerable y avanzaba a trompicones y él se había aprovechado de ello. Me giré hacia él mientras las lágrimas calientes me recorrían las mejillas.
—Dime una cosa, Hudson: ¿me escogiste porque pensabas que mis problemas de obsesión harían tu juego más divertido? Porque, la verdad, ¿qué tiene eso de desafío?
Hudson apretó la mandíbula al darse cuenta de lo que pasaba.
—Celia es una bocazas de mierda. —Dio un paso hacia mí con la mano extendida. Yo me aparté. Él suavizó el tono, pero su mirada era apremiante—. Vamos a hablar de esto en la limusina.
—No quiero…
—Alayna —me interrumpió—, no es justo que hagas caso de lo que te cuente una desconocida y no me des la oportunidad de explicarme. —Vi un tic en su ojo, pero, aparte de eso, sus rasgos y su compostura se mantenían bajo control—. Te digo que hablemos de esto en la limusina que está aparcada en el garaje de al lado. Primero, como mi madre nos está mirando, voy a acercarme a darte un beso en la frente. Después, me acercaré a ella para decirle que no te encuentras bien. Te veo en el coche.
Miré hacia atrás y vi a Sophia al otro lado de las puertas con una sonrisa petulante en la cara. Yo ya le había dicho a él que lo dejaba. Entraría a trabajar en cualquier sitio de perdedores que Brian quisiera para mí, pues estaba claro que no podría trabajar en ningún lugar donde estuviera Hudson Pierce. Pero sabía que no dejaría que me fuera a menos que accediera a seguir su plan. Después, cuando llegara a la limusina, le diría a Jordan que arrancara antes de que Hudson apareciera.
Asentí de forma concisa. Él se acercó cauteloso y me besó suavemente en la frente. Crucé los brazos para ocultar mis pezones, que se me habían puesto duros a traición.
—En la limusina, Alayna. Nos vemos allí.
Me sequé un poco las lágrimas mientras me dirigía al aparcamiento que me había dicho, aligerando el paso cuando estuve fuera de su vista. Había varias limusinas aparcadas, pero localicé a Jordan apoyado en el capó jugando con su teléfono. Cuando me vio acercándome a él, abrió la puerta sin decir nada.
—Por favor, Jordan, llévame a casa. —Me atascaba al hablar.
Jordan cerró la puerta y le oí entrar en el asiento del conductor. No había dicho nada. No había dicho que sí ni que no y, por un momento, temí que solo recibiría órdenes de Hudson.
Sentí un gran alivio cuando puso en marcha el motor…
Y al instante desapareció cuando se detuvo junto a la sala de baile y Hudson subió al coche. Las puertas se bloquearon automáticamente después de que él cerrara la puerta.
«¡Mierda!». Probablemente, Hudson le había enviado un mensaje a Jordan para decirle que yo iba a salir, que le recogiera después y que no me llevara a ningún sitio sin él. Me sentí estúpidamente traicionada por mi chófer.
Mientras el coche se incorporaba al tráfico, yo me acerqué a la esquina opuesta, lo más lejos que pude del hombre que compartía el coche conmigo.
Hudson apretó un botón y habló:
—Jordan, da vueltas hasta que yo te diga. O busca un lugar donde aparcar un momento.
En condiciones normales, me habría sonrojado, avergonzada de lo que Jordan pudiese creer que íbamos a hacer en el asiento de atrás. Pero estaba demasiado enfadada y dolida como para que eso me importara.
Nos quedamos sentados unos minutos sin hablar. Me costaba imaginar que el siempre controlador Hudson Pierce se hubiera quedado sin palabras, así que supuse que su silencio era para calmarme. O para irritarme. Alguna especie de táctica de manipulación.
No me calmé. En lugar de ello, el silencio me dio tiempo para revisar cada momento de los últimos días, permitiéndome reconocer su mano tiránica en todas sus acciones. Aquello supuso una inyección para poder odiarle por su control sobre mí. Y, sobre todo, a mí misma por juntarme con aquel malparido.
—¿Qué te ha contado exactamente Celia? —preguntó por fin en voz baja.
No pude quedarme callada.
—Solamente cómo manipulas las emociones de mujeres vulnerables. ¿Es cierto?
—Alayna… —Se movió en el asiento y colocó la mano en mi rodilla.
—¡No me toques! —Apartó la mano—. Y no pronuncies más mi nombre. ¿Es verdad?
—¿Vas a tranquilizarte para que te lo pueda explicar?
Su tono suave parecía de condescendencia, lo cual aumentó mi furia. Necesitaba que lo admitiera. Tenía que oír cómo lo decía
—¿Es… verdad?
Su respuesta llegó como una explosión:
—¡Sí, es verdad! —Respiró hondo para recuperar el control—. En el pasado fue verdad.
Me quedé inmóvil con la mirada fija en él. No me esperaba una confesión. No esperaba que me contara nada, nunca lo hacía, y temí que, si me movía, él dejará de hablar. Así que permanecí inmóvil.
Se tomó su tiempo, sin mirarme mientras hacía su confesión.
—Hice… cosas… de las que no estoy orgulloso. Manipulaba a la gente. Les hacía daño y, a menudo, de forma deliberada. —Me miró atravesándome con sus ojos grises e intensos y continuó hablando con voz firme—. Pero ahora no. No quiero hacer eso ahora. Contigo no.
Su declaración me afectó, pero me sobrepuse a la emoción, pues sabía que tenía pruebas que demostraban la falsedad de sus palabras.
—Ah, ¿sí? Porque parece del todo obvio que has hecho exactamente lo mismo conmigo. Cómo me escogiste en el simposio, me seguiste la pista y me regalaste unas vacaciones en un balneario. ¡Dios! ¡Si hasta compraste el club!
Negó con la cabeza.
—No fue así. Ya te expliqué lo del regalo y, de todos modos, ya le había echado el ojo al club. Sí, cuando supe que trabajabas allí, aquello me ayudó para tomar la decisión…
Le interrumpí:
—Me «contrataste» para seducirme. Y cuando te dije que necesitaba no tener sexo contigo, de algún modo conseguiste que hiciera exactamente eso. Sí que eres un manipulador. Has abusado de mí, Hudson.
Me crucé de brazos con la esperanza de detener el violento ataque de lágrimas que amenazaba con salir.
—No, Alayna. No he querido hacer eso contigo. —La angustia de su voz desató mis lágrimas. Él se inclinó hacia delante y pensé que quería tocarme. En lugar de ello, puso la mano en el asiento a mi lado y se colocó lo más cerca que yo le permitía—. No quiero ser así contigo.
Me di pequeños toques en las lágrimas, incapaz de seguir el mismo ritmo que ellas.
—Entonces, ¿qué es lo que quieres ser conmigo, Hudson?
—¿Sinceramente? No estoy seguro.
Se reclinó sobre su asiento. Su expresión era de confusión, de estar destrozado.
De repente, parecía mucho más joven de lo que lo había visto nunca. Ya no parecía el macho alfa seguro y dominante que sabía que era, sino un miembro de mi grupo de terapia, expuesto y accesible.
Dejó escapar una breve carcajada, como si reconociera su propia vulnerabilidad y le divirtiera o le confundiera.
—Me siento atraído por ti, Alayna. No porque quiera hacerte daño ni que te sientas de una forma determinada, sino porque eres preciosa, sensual e inteligente y, sí, puede que un poco loca, pero no estás destrozada. Y eso me permite tener esperanzas. Por mí.
Dejé escapar un suspiro tembloroso. Dios mío, quise alargar mi mano hacia él. Quería consolarlo, pues sabía que sus palabras sobre mí hablaban más de él mismo de lo que nunca lo había hecho.
Pero no me moví, pues no quería perturbar todavía aquel momento. Incluso mis lágrimas se habían detenido, como si se hubieran interrumpido.
—Puede ser que haya abusado de ti. Pero soy una persona dominante. Puedo tratar de cambiar algunas cosas en mí, pero los aspectos esenciales de mi personalidad no van a desaparecer. —Su voz se volvió aún más grave—. Tú más que nadie deberías ser capaz de entenderlo.
Ya me había ganado antes. Probablemente cuando insistió en que no quería ser cualquier cosa conmigo y, desde luego, cuando insinuó que estaba destrozado y que yo no lo estaba. Y si nada de eso me hubiera convencido, sus últimas palabras lo habrían conseguido. Sí que le entendía. Más de lo que nunca pensé que fuera posible. Sabía lo que se siente cuando se es de una determinada forma y te odias por ello. Lo difícil que es cambiar y aprender a aceptar las partes de ti mismo que, en esencia, nunca van a cambiar. Y lo que te provoca creer que eres incapaz de enamorarte como lo hacen las personas normales.
Sabía lo que se sentía al ser esa persona.
—Lo siento. —Las palabras me salieron como un susurro entrecortado, así que las repetí—: Lo siento. Tú no me has juzgado y yo sí lo he hecho.
Asintió una vez y supe que ese era su modo de aceptar mis disculpas.
—Y he exagerado cuando he dicho que has abusado de mí. No he hecho nada que no quisiera hacer. Además, todo eso de tu seguridad y tu carácter dominante es bastante atractivo.
Casi sonrió, pero cerró los ojos con fuerza como si tratara de contener sus emociones. Cuando los volvió a abrir, me miraron suplicantes.
—Alayna, no lo dejes. No me dejes.
Aparté la vista, consciente de lo fácil que sería rendirme si seguía mirando aquellos ojos grises.
—Hudson, tengo que hacerlo. No por esto. Bueno, no solo por esto, sino por mi pasado. No estoy lo suficientemente bien como para salir con alguien que también tiene sus propios problemas.
Lo cierto es que no sabía si estaba lo suficientemente bien como para salir con nadie.
—Sí que lo estás, Alayna. Solo te dices esas cosas porque estás asustada.
Sus palabras hicieron que le mirara.
—Debo estar asustada. No es seguro. Para ninguno de los dos. Tú también deberías estarlo.
Dejó escapar un fuerte suspiro. Cuando volvió a hablar, lo hizo con resignación, como si no esperara que sus palabras fueran a cambiar nada, pero las pronunció de todos modos.
—Yo no lo creo así. Creo que estar con otra persona que tiene parecidas tendencias compulsivas puede proporcionar una mejor percepción y servir como cura.
Eché la cabeza hacia atrás contra el asiento y me quedé mirando el techo del coche. Quería creer lo mismo que él, que podríamos conseguir que ambos estuviésemos mejor. Pero no podía. Lo que había visto y experimentado en mi vida entre adictos me decía lo contrario. Además, si hubiera querido que me quedara con él, que confiara en él y le comprendiera, debería haberme contado sus secretos desde el principio. Y no lo había hecho.
Por mucho que me doliera, tenía que romper con aquello. Tenía que hacer lo correcto de una vez por todas.
Pero luego estaban mis problemas económicos. Por muy poco relevante que el dinero pudiera parecer en ese momento, poder mantener mi trabajo en el club tenía un enorme impacto en mi bienestar mental.
—No lo voy a dejar. —Me giré para mirarle—. Pero no puedo tener una relación contigo, Hudson. —Sentí un nudo en la garganta, pero continué hablando—: Lo único que puedo concederte es seguir con la farsa. Tengo que protegerme.
Debería haber puesto fin a todo aquello, pero no tuve la suficiente fuerza. Eso debía bastar.
Los hombros de Hudson se relajaron ligeramente.
—Lo comprendo. —Asintió como para reafirmar que lo había comprendido, lo cual me hizo sospechar que no había entendido nada, pero que aceptaba mi decisión de todos modos—. Gracias. —Se incorporó, recuperando así su aplomo, y supe que había vuelto su seguridad.
Sin embargo, yo tenía algo más que decir. Me incliné hacia él y coloqué una mano firme sobre su rodilla.
—Hudson, tú no estás destrozado.
Su expresión vaciló durante un momento con los ojos dirigidos al suelo. Cuando volvió a levantarlos, vi que recorrían mi escote desnudo. Levantó una ceja.
—¿Qué estás…? ¿Es eso…?
Bajé los ojos para ver lo que él veía. El corsé. Maldita sea, se me había olvidado. Una familiar tensión de deseo apareció en mi vientre seguida de un ansia más dolorosa en el pecho.
—Sí, me lo había puesto para ti.
Suspiró.
—Vaya. Eso ha sido…, eso ha sido todo un detalle por tu parte.
Seguíamos deseándonos y podía ser muy fácil dejar que eso nos gobernara. Pero yo era más fuerte. Podía ser más fuerte.
—Lo siento.
—Lo sé. Yo también. —Sus ojos se quedaron mirando a los míos un momento antes de cambiar por completo el rumbo de la conversación—. Puede que no sea el mejor momento, pero tengo que volver al desfile de mi madre.
—Claro.
—Y como se supone que estás enferma, vas a tener que irte a casa.
Escuché cómo le ordenaba a Jordan que fuera a mi apartamento.
—¿Cuándo es nuestro próximo espectáculo, jefe? —pregunté, casi rezando porque la respuesta fuera que pronto, sabiendo que cuanto más tiempo pasara antes de volver a verlo sería mejor.
—No estoy seguro. Esta noche tengo que tomar un vuelo a Cincinnati. —Apretó los labios—. Y no soy tu jefe.
—¿A Cincinnati? ¿Esta noche?
—Sí, esta noche. Tengo una reunión a primera hora de la mañana. Mi avión sale a última hora de la tarde. —Un avión privado. Claro—. Luego te envío un mensaje para organizar lo de los Hamptons. Saldremos el viernes por la tarde.
—Entonces, ¿vas a estar fuera toda la semana?
No sé por qué pregunté eso. No debería importarme.
—Aún no lo sé seguro.
—Ah. —Lo sentía lejos, como si se hubiera ido ya. Miré por el cristal tintado de la ventanilla y vi que estábamos en la puerta de mi apartamento. Jordan salió del coche y poco después mi puerta se abrió.
No quería salir. Me sentía rara, muy mal. Mi segunda ruptura o algo parecido en una semana. ¿Por qué esta me dolía tanto?
Sin volver la mirada hacia Hudson, salí del coche.
—Alayna —me llamó justo cuando estaba fuera. Adopté una fingida sonrisa y volví a meter la cabeza—. Gracias por el día de hoy. Creo que has causado una verdadera impresión en mi madre. Buen trabajo.
Me quedé en la acera hasta que Jordan hubo cerrado la puerta y entrado en el coche. Un escalofrío me recorrió el cuerpo, a pesar de ser un día de verano. Envolví los brazos alrededor de mi cuerpo y me dirigí al pequeño estudio, que me pareció grande por toda la soledad que albergaba.
En la puerta encontré una bolsa de café gourmet y rompí a llorar, completamente derretida ante aquel detalle suyo. «La mentira de mi goma elástica». A Hudson nunca se le escapaba nada. Me devané los sesos tratando de saber cuándo habría ordenado que me lo enviaran y me di cuenta de que tuvo que ser antes de la conversación de la limusina. Fue un gesto dulce. Me pregunté si ahora estaría deseando no haberlo hecho.
Se arrepintiera o no, aquello me dio una excusa para ponerme en contacto con él una vez más. Saqué el teléfono y escribí un cuidadoso y meditado mensaje: «Gracias por el café. Y por todo lo demás».
Fue una despedida a todo lo que fuera que hubiésemos tenido, por muy breve que hubiera sido. Necesité aquel desenlace. Puede que él también.
Pulsé la tecla de enviar y tuve un momento de pánico, preguntándome si había hecho lo correcto al poner fin a nuestra relación, preguntándome si podría deshacerlo, rezando por que su respuesta me demostrara que él estaba teniendo las mismas dudas que yo.
Pero Hudson no respondió nada en absoluto.