Capítulo diez

Me puse tan nerviosa con la aventura de irnos de compras que decidí esperar a Hudson en el portal de mi casa. Esperaba encontrarme a Jordan con el Maybach, así que me sorprendí cuando Hudson llegó a bordo de un Mercedes SL Roadster.

Entré en el asiento del pasajero.

—Bonito buga.

Sus labios se curvaron formando una sensual sonrisa mientras arrancaba y se incorporaba al tráfico.

—Me alegra que te guste.

No sabía adónde mirar primero, si al lujoso coche deportivo o a Hudson con sus ajustados vaqueros azul oscuro y su entallada camisa granate. No le había visto con ropa informal y, por muy buen aspecto que tuviera con sus trajes, ese nuevo estilo hacía que algo me revoloteara en el estómago.

Bueno, en general, con Hudson siempre sentía que algo me revoloteaba en el estómago.

—Así que has venido conduciendo tú.

Normalmente, no me gusta decir lo evidente, pero de alguna forma tenía que silenciar la carga sexual que había entre los dos. Sobre todo, porque otra mañana sin parar de cuestionarme lo saludable de mi relación con Hudson me había llevado a la conclusión de que ese día teníamos que prescindir del sexo. Necesitaba contrarrestar el encariñamiento con la distancia. Esperaba no echarme atrás cuando llegara el momento de decírselo.

Me miró por encima del hombro antes de cambiar de carril.

—¿Por qué te sorprende que conduzca yo?

Me encogí de hombros mientras me ponía el cinturón de seguridad.

—Me imaginaba que siempre ibas con chófer.

No es que lo necesitara. Se desenvolvía bien con el tráfico de la ciudad y verle manejar el volante me excitaba.

—¿Qué tiene de divertido tener un coche chulo y no conducirlo?

—Buen argumento.

En el siguiente semáforo, Hudson me miró por encima de sus gafas Ray Ban de aviador.

—Estás muy guapa, Alayna. Como siempre.

Su voz rezumaba pura seducción y yo tiré del dobladillo de mi vestido suelto y sin mangas preguntándome si siempre había sido tan corto como de repente me lo parecía.

—¿Me estás dorando la píldora para que te deje elegir lo que me voy a probar?

—Voy a elegir lo que te vas a probar de todos modos.

—Claro que sí.

Al fin y al cabo, él era el que pagaba.

Avanzamos en silencio durante unos minutos, intercambiando de vez en cuando miradas cargadas con todo el peso de la atracción que sentíamos mutuamente. En otras circunstancias, ese flirteo y esa tensión habrían sido divertidos, pero no cuando me sentía tan aturdida y tan insegura.

Tenía que quitarme de encima lo que le debía decir.

—Eh… Hudson, ¿podemos ceñirnos hoy solamente a las compras?

Esperaba con toda mi alma que entendiera a qué me refería sin tener que explicitarlo.

Lo hizo. Un breve destello de decepción cruzó por su rostro, o puede que fuese cosa de mi imaginación. Su tono parecía tenso cuando dijo:

—Lo que tú quieras, Alayna.

Me arrepentí al instante de haber dicho nada. El divertido tono del flirteo desapareció y Hudson se volvió reservado e introvertido. Pensé en retirar lo que había dicho, pero ¿cómo iba a hacer eso?

—Vamos a la tienda de Mirabelle —dijo unos minutos después, sin mirarme.

—¿Mirabelle, tu hermana?

La hermana de Hudson, Mirabelle, tenía una conocida tienda de ropa de diseño en el Greenwich Village. Era del tipo de establecimientos a los que solo se puede entrar con cita previa, pero, por lo que había visto desde el escaparate, esa mujer tenía un enorme talento para la moda.

—Sí. Sus amigas le han organizado hoy una fiesta en la que van a darle los regalos para su futuro bebé, así que pensaba que no estaría en la tienda. Pero cuando ha sabido que iba a llevar a mi «novia» a probarse ropa, ha insistido en estar para conocerte. Lo cual significa que oficialmente empieza nuestro trabajo. ¿Eso te supone algún problema?

—Pues no, claro que no.

Las palmas de las manos empezaron a sudarme. Se me ocurrió que las horas que había estado preocupándome por evitar cualquier impulso de investigar a Hudson por Internet debía haberlas ocupado en investigarle de verdad por Internet. De ese modo, quizá habría obtenido más información sobre el supuesto amor de mi vida.

—¿Y si me hace preguntas? Sobre ti, sobre nosotros…

¿Cómo íbamos a dar una imagen de pareja feliz cuando la tensión entre los dos era palpable?

—No te preocupes por eso. Yo voy a estar presente. Sígueme la corriente. —Hudson se llevó la mano bajo las gafas y se frotó el puente de la nariz—. Lo cierto es que apenas vas a tener oportunidad de decir nada. Mirabelle es muy parlanchina.

—Pero… ¿qué hago?

—Simplemente, sé mi novia.

—¡Oh, Dios mío, Hudson! ¡Me habías dicho que era guapa, pero no sabía que tanto!

La alegre morena que estaba delante de mí era claramente familia de Hudson. Compartían muchos rasgos: mejillas cinceladas, mentón poderoso y el mismo tono en el cabello y la piel. Sin embargo, Hudson era ancho y musculoso y Mirabelle era menuda; además, su pequeña estatura se acentuaba con el vientre abultado que sobresalía por delante de ella.

Mirabelle siguió hablando mientras me examinaba de arriba abajo, dando vueltas alrededor de mí y de Hudson, que me sostenía la mano desde que la agarró justo antes de hacer sonar el timbre.

—Va a ser muy divertido vestirla. Tiene el tipo de cuerpo que más me gusta, incluidas tetas y caderas. —Se detuvo mientras me levantaba el vestido, ya corto de por sí—. ¡Unas piernas fantásticas, Hudson!

Una sonrisa maliciosa apareció en el rostro de Hudson y me apretó la mano.

—Sí, ya me conozco bastante bien las cualidades físicas de Alayna.

El calor se apoderó rápidamente de mi cara.

Mirabelle le dio un puñetazo juguetón a su hermano.

—Eres un chico muy malo. —A continuación, se giró hacia mí y ahogó un grito cubriéndose la boca con la mano—. ¡Oh, cielos! Estoy hablando en tercera persona. ¡Cómo he podido ser tan maleducada! ¡Estoy emocionada por haberte conocido por fin, Alayna! ¡Hudson me ha hablado mucho de ti!

Lanzó los brazos alrededor de mi cuello y me dio un cariñoso abrazo. Yo giré la cabeza para mirar a Hudson y me pregunté qué le habría dicho de mí y cómo me había permitido a mí misma meterme en esa situación sin estar preparada. Él se encogió de hombros como respuesta y me soltó la mano, dejándome ya sin excusas para no abrazar a su hermana.

Cuando Mirabelle me soltó, me di cuenta de que tenía que dejar de preocuparme y meterme en el papel. Tragué saliva y le dediqué una gran sonrisa.

—Yo también me alegro de conocerte. Pero llámame Laynie.

—Y tú me puedes llamar Mira. Huds es demasiado formal. —Pasó su brazo bajo el mío, lo que me recordó a las irritantes chicas más populares del instituto, que caminaban por los pasillos agarradas de la mano de sus amigas. Aunque tenía que admitir que no era tan irritante cuando eres tú la chica que va al lado—. Bueno, bueno, bueno. Hoy no puedo quedarme mucho rato, lo cual siento tremendamente, así que vamos a empezar. Tengo ya un millón de ideas para ti.

No había tenido ocasión de echar un vistazo alrededor, pues Mira me había abordado en la misma puerta, así que empecé a inspeccionar la tienda. Pese a ser pequeña, Mirabelle tenía una amplia gama de ropa y zapatos de mujer. Las paredes y los muebles eran de un blanco brillante, lo cual daba a la estancia un aire de elegancia y permitía que las prendas expuestas resaltaran como obras de arte.

—¿Vamos a comprar solo para la gala de mamá? —preguntó Mira con la frente arrugada como si estuviera pensando por dónde empezar.

Hudson apoyó una mano en la parte inferior de mi espalda. A pesar de que sabía que aquel gesto formaba parte del espectáculo que estábamos representando para su hermana, la electricidad que siempre acompañaba a su roce me recorrió la columna vertebral.

—Sobre todo para el desfile de moda, pero vamos a ver qué más podemos encontrar. Compraremos todo lo que le guste a Alayna.

Me lanzó una mirada que solo podía describirse como de adoración. Dios, qué bien lo hacía.

Mira tenía su atención fija en nosotros, así que me aseguré de responder a la mirada de Hudson controlándome para no perderme en sus ojos de un gris intenso.

—Ah, gracias. —Añadí dulzura a mi habitual tono nada almibarado. Me volví hacia Mira y comenté—: Hudson me mima mucho. No me lo merezco.

Él empezó a protestar, pero le interrumpió el sonido de su teléfono.

—Perdonad. —Entrecerró los ojos mientras leía un mensaje.

Mira no le hizo caso y fue colocándose ropa en el brazo.

—Esto y esto. ¡Ah, y esto te quedará perfecto! —Mirando hacia la trastienda, dijo—: Stacy, ¿puedes prepararnos un probador?

Apareció una rubia muy delgada, que salió de un despacho de la parte de atrás. Cogió la ropa que Mira le dio.

—¿Qué probador quieres usar?

Aunque se dirigía a Mira, Stacy miraba a Hudson con anhelo. Con el suficiente anhelo como para que me preguntara si tendrían un pasado en común o si Stacy deseaba que lo tuvieran.

Yo también miré a Hudson. Seguía tecleando en su móvil con el ceño fruncido y la boca apretada formando una línea recta.

—El grande, por favor. Laynie, esta es mi ayudante, Stacy. —Mira volvió a llamar la atención de la rubia—. Laynie es la novia de Hudson, así que asegúrate de que recibe un trato VIP.

—Claro —contestó Stacy con una amplia sonrisa falsa mientras sus ojos lanzaban puñales hacia mí.

Cuando Stacy se retiró y ya no podía oírnos, me incliné hacia Mira.

—Parece que no le he gustado mucho a tu ayudante. —Me callé. ¿Debía decir algo más? Decidí que sí. Era la verdadera yo quien quería saber algo sobre Stacy y Hudson, pero la otra yo, la novia, también querría saberlo—. Y parece que le gusta mucho Hudson. ¿Hay algo entre ellos?

Mira vaciló sin mirarme a los ojos.

—No le hagas caso. Stacy lleva toda la vida completamente enamorada de Hudson, aunque no es para nada su tipo. No hay nada de lo que preocuparse. Lo cierto es que es gracioso.

Parecía como si estuviera ocultando algo, pero, por otra parte, quizá simplemente le resultaba raro hablar de líos de chicas con la novia de su hermano. Me quedé con esta última explicación cuando Mira bajó la voz y dijo riendo entre dientes:

—¿Te has dado cuenta de que Hudson no le ha hecho ni caso?

—Sí. —Yo también me reí. De verdad. Me gustaba Mira.

Mira continuó cogiendo ropa y accesorios.

—Hudson, ¿qué te parecen estos? —preguntó sosteniendo en el aire unos tacones con tiras.

Sin levantar la mirada, Hudson respondió con un gruñido:

—Sí, sí.

Me mordí el labio preguntándome qué sería lo que le tenía tan preocupado. Había entrado decidido a elegir la ropa para mí y yo sabía que él quería interpretar nuestra farsa para su hermana. En cambio, llevaba con el teléfono desde que habíamos llegado. Una pequeña parte de mí temía que su actitud fuese una respuesta de pasividad agresiva frente a mi negativa a tener sexo, sin hacer caso a nuestra situación. Pero Hudson nunca mostraba pasividad agresiva ante nada.

Mira tampoco aprobó su falta de atención.

—Huds, es fin de semana. Guárdate la Blackberry —le reprendió con un codazo en el brazo—. Por fin tienes una novia. ¿Estás tratando de ahuyentarla?

Hudson dejó de teclear y levantó la cabeza.

—Sí, sí.

Yo me puse delante de él y coloqué las manos sobre sus bíceps, sus bíceps perfectamente esculpidos.

—Escucha a tu hermana y deja el trabajo.

Se guardó el teléfono y me rodeó con sus brazos.

—¿Crees que no te estoy haciendo caso?

Su rostro se había relajado, pero sus ojos mostraban aún restos de angustia.

—Vas a conseguir que crea que tienes otra chica.

Quizá sí tenía otra chica. Yo le había negado el sexo y puede que ahora él estuviera repasando su lista de contactos.

Aparté esa idea de mi mente y acaricié su nariz con la mía. A continuación, sin poder evitarlo, bajé la voz y pregunté:

—¿Va todo bien?

—Es el trabajo.

Restregó su cara contra la mía, pero no sin antes lanzar una mirada a Mira para asegurarse de que ella nos observaba. El teléfono volvió a sonar en su bolsillo. Lo sacó y dejó un brazo rodeando mi talle relajadamente. Su cuerpo se puso en tensión bajo mis manos cuando leyó el mensaje.

—Lo siento, muñeca. Tengo que hacer una llamada.

«¿Muñeca?». En mi imaginación, puse los ojos en blanco. Sin embargo, Mira sí que puso de verdad los ojos en blanco.

—Ven conmigo, Laynie. Que vaya a hacer su aburrida llamada de teléfono. Vamos a ver cómo te queda esta ropa.

Me agarró del brazo dispuesta a llevarme al probador. Hudson dejó de teclear.

—Esperad un momento. Voy con vosotras.

Mira negó con la cabeza.

—Saldremos a enseñarte la ropa. No te preocupes.

—Mirabelle, no voy a dejar a Alayna sola con mi excesivamente entusiasta hermana pequeña.

Yo vacilé entre el agradecimiento por la protección de Hudson y el recelo de que no quisiera que me quedase a solas con Mira por razones que solo él sabía. Me incliné por esto último, pero podía deberse a que soy recelosa por naturaleza.

Mira fulminó con la mirada a su hermano.

—No vas a entrar en el probador. Eso… no estaría bien.

Concluí que podría arreglármelas bien a solas con ella, si es que esa era la razón por la que no quería que estuviésemos juntas, y me solté del brazo de Mira para apoyarme en el de Hudson.

—Estaré bien, H. —Abrevié su nombre, en parte por la necesidad de utilizar un apelativo más familiar para dirigirme a él y en parte para fastidiarle—. Ocúpate de eso tan urgente.

—¿H? —preguntó de forma que solo yo pudiera oírle.

—Asúmelo, muñeco —susurré como respuesta.

Solo quería darle un besito, pero cuando mis labios rozaron los suyos, él los atrajo para darme un beso más profundo, un beso que denotaba más implicación de la necesaria, si se debía solamente a que Mira estaba delante.

La tarde pasó rápidamente mientras yo me probaba casi todas las prendas de la tienda. Mira me ayudó a vestirme, conjuntando cada una con los zapatos y los accesorios adecuados. Siempre me había gustado probarme ropa nueva, pero nunca me había visto ni sentido tan bien como con la que había elegido Mira. Me sentía como una modelo.

Con cada cambio de atuendo, me hacía desfilar ante Hudson, que sonreía y asentía mientras hablaba por teléfono. En alguna ocasión negó con la cabeza para mostrar su desaprobación, normalmente cuando la ropa era ligeramente subida de tono. Y unas cuantas veces vi un destello de deseo en sus ojos, el mismo que expresaba su ansia de posesión la noche en que le conocí. Esas prendas fueron las que decidí que eran mis preferidas.

Cuando ya habíamos elegido un vestido para el desfile de moda además de un montón de ropa más, Mira sostuvo en el aire un largo vestido de noche negro con un corpiño de corsé.

—Hemos guardado lo mejor para el final —dijo.

Aunque la idea de llevar un corsé con Hudson me ponía ligeramente nerviosa por mi primer encuentro con él, nunca había visto nada tan exquisito como aquel vestido que Mira tenía en sus manos y, antes incluso de ponérmelo, supe que quedaría precioso.

Mira me ayudó a quitarme el sujetador y, a continuación, alzó el vestido por encima de mi cabeza y lo deslizó después por mi busto.

—Hudson me ha dicho que os conocisteis en no sé qué cosa de la universidad —comentó mientras empezaba a atarme los lazos.

Tragué saliva. Había supuesto que Hudson le había dicho a la gente que nos habíamos conocido en el club, pero esa explicación tenía más sentido. Eso les habría dado la oportunidad de enamorarse a la Alayna y al Hudson ficticios. Aun así, me descolocó por un momento y me lo pensé antes de responder.

—Sí, fue en una ceremonia de graduación en Stern.

Mira apretó otro lazo.

—Tengo que saberlo: ¿fue amor a primera vista para los dos o solo para él?

Así que él había dicho que había sido amor a primera vista. Un bonito detalle.

—Sin duda, para mí también.

Vi por el espejo cómo Mira sonreía detrás de mí.

—Es muy romántico eso de que quisiera contratarte y, como tú ya tenías trabajo, comprara el club en el que trabajabas para estar más cerca de ti.

Tomé aire rápidamente, sorprendida por aquel nuevo dato de la historia.

—¿Eso te ha dicho?

Mira se llevó la mano a la boca con los ojos abiertos de par en par.

—¡Dios mío! ¿No lo sabías?

—Sí, sí. Sí que lo sabía.

No lo sabía, claro. Pero lo que realmente me llamó la atención fue la posibilidad de que pudiera ser verdad. Lo había descartado cuando se me ocurrió. Ahora, en cambio, no podía desestimar esa posibilidad tan fácilmente.

Tampoco podía pensar en ello en ese momento. No cuando Mira parecía aún asustada por haber dicho algo que no debía. Intenté tranquilizarla:

—Fue tremendamente romántico que comprara el club. Pero creía que no se lo había contado a nadie.

Esa explicación funcionó y el rostro de Mira se relajó.

—Fue una sorpresa. Normalmente, es muy reservado con sus emociones. Debes de haber despertado algo en él. —Se apartó de mí—. Y si este vestido no despierta algo en él, es que está completamente ciego. ¡Estás increíble!

Tenía razón, era cierto que estaba increíble. Cuando salimos a la tienda, Hudson hizo algo más que simplemente sonreír y asentir. Colgó el teléfono y me miró boquiabierto.

—¿Te gusta?

Ya sabía la respuesta por el deseo que vi reflejado en sus ojos. Aquella mirada suya nunca dejaba de excitarme, nunca dejaba de hacer que las bragas se me mojaran.

Asintió despacio, aparentemente sin habla, y me sorprendí por haberle llevado a ese estado. Me hizo sentirme más atractiva y poderosa que nunca.

—Vaya, Huds se ha quedado sin palabras —dijo Mira con las manos apoyadas en su vientre de embarazada—. Ver para creer.

Sin hacer caso a su hermana, Hudson se acercó a mí.

—Te cogería en brazos, pero entonces ya no podría mirarte —murmuró—. Estás espectacular, Alayna.

—Gracias —susurré.

Aquel momento fue para nosotros, no para Mira. Yo estaba guapa para Hudson y eso hacía que él lo estuviera mucho más para mí. También hizo que los pezones se me pusieran de punta, un incómodo aprieto cuando ya había un corsé que me tenía prensada.

—Bueno, chicos, os diría que os fuerais a una habitación, pero me temo que elegiríais uno de los probadores. —Mira amenazó con romper aquel momento, pero la intensidad se mantuvo durante un rato—. No tengo que preguntar si vais a quedaros con este.

—Nos lo llevamos.

Hudson no apartaba los ojos de mí, lo cual demostraba la sinceridad de sus palabras, pues no podía dejar de mirarme.

En mi mente apareció una breve imagen de él y yo haciéndolo allí mismo, en el suelo de la tienda. Pero como teníamos público —y como según yo misma había decretado, aquel era un día sin sexo— desvié los ojos. Aquella interrupción en nuestras miradas me ayudó a tomar fuerza también para alejarme.

—Voy a cambiarme.

Mira fue delante de mí, pero se detuvo en la puerta del probador para mirar su reloj.

—Ah, mierda, ¿de verdad es esta hora? ¡Voy muy retrasada! Entra tú. Le diré a Stacy que te ayude a desvestirte. —Me dio un abrazo rápido—. Ha sido maravilloso poder conocerte por fin. Te veo mañana en el desfile.

Soplé sobre un mechón de pelo que me había caído sobre la cara y entré en el probador, para nada deseosa de verme a solas con Stacy y sus ojos afilados como cuchillas. Mientras la esperaba, me llevé las manos a la espalda para ver si podía desatar yo sola el corsé y se me enganchó una uña del dedo en uno de los nudos. Examinaba la uña intentando limar el filo, cuando sentí las manos de Stacy desatándome los lazos. Me odiaba tanto que ni siquiera me había saludado.

Levanté la mirada de la uña para observarla en el espejo. Pero no era Stacy la que me estaba quitando el corsé. Era Hudson.

Me miró a los ojos, atravesando mi reflejo con una mirada codiciosa. Despacio, sin dejar de mirarme, siguió desatándome los lazos del corpiño.

Yo no le detuve. Él no preguntó y yo no le detuve.

Cuando hubo terminado de desabrocharme el vestido, sus manos fueron a los finos tirantes de mis hombros. Vi cómo movía los tirantes por encima de la curva de mis huesos y los bajaba por mis brazos. El vestido cayó al suelo, dejándome solamente con unos tacones negros de tiras y mi tanga rojo.

Los ojos de Hudson se abrieron de par en par y mi sexo se puso en tensión.

Lo deseaba. Todo lo que me dijera a mí misma sobre las relaciones sanas y las insanas no importaba. Ya estaba sumida en aquello con él. Si había un punto a partir del cual el encariñamiento me llevaría a la obsesión, ya lo habría sobrepasado. Y admitir aquello me hizo lamentar haber tratado de ser otra cosa con él.

Las manos de Hudson me recorrieron la cintura cruzándose por encima de mi ombligo. Después, mientras una de sus manos subía para acariciarme el pecho, la otra bajó por debajo de la tira del tanga. Yo abrí las piernas, una invitación a que me tocara el clítoris hinchado. Su labio se retorció ligeramente mientras deslizaba sus dedos a través de mi resbaladizo deseo, separando los pliegues de mi sexo y liberando el aroma almizclado de mi lujuria. En ese momento supo cuánto lo deseaba, por lo embarazosamente húmeda que estaba.

Él siguió tocándome el pecho, que de repente estaba pesado y tierno, mientras daba pequeñas sacudidas sobre mi pezón de punta. La atención que prestaba a mis senos aumentó la acción más abajo, su yema volvió a provocar mi clítoris y yo dejé escapar un gemido susurrante. Desplegó el brazo sobre mi torso, sosteniéndome a medida que yo me ablandaba por el placer, y cerré los ojos para deleitarme ante la proximidad del orgasmo.

—Mira, Alayna. —La voz marcada de Hudson en mi oreja hizo que mis ojos se abrieran sorprendidos—. Mira lo guapa que te pones cuando te corres.

Mi historial sexual no había sido muy amplio. Habitaciones oscuras con parejas medio borrachas y manos torpes tocando a tientas. Solo había mantenido los ojos abiertos mientras tanto por casualidad. Los espejos y los lugares públicos nunca habían formado parte de mi lista de fantasías. Pero vi cómo su mano se acercaba a mi coño y su dedo pulgar se movía en círculos alrededor de mi sensible clítoris, hundiendo su dedo en mi sexo húmedo. Tenía razón, era hermoso. Era hermoso ver cómo me acariciaba, cómo sabía qué hacer para que yo sintiera lo que quería sentir, cómo mi piel se sonrojaba y mi espalda se arqueaba. Fue hermoso ver cómo me sostenía cuando me sacudí en sus brazos, cuando el orgasmo me recorrió el cuerpo con una larga erupción.

—Pon las manos sobre el espejo.

Su ronca voz de mando y la expectativa que provocaba saber lo que estaba a punto de hacer consiguieron que me invadiera una nueva oleada de excitación, aún más intensa que antes.

Todavía temblorosa, eché las manos hacia delante y sus brazos me soltaron en cuanto conseguí sostenerme. Detrás de mí, oí su cremallera. Aquel sonido aumentó el grado de mi excitación, pues sabía que se había sacado la polla y que en pocos segundos estaría dentro de mí. Los tacones de diez centímetros que seguía llevando me ponían a su nivel y entró fácilmente en mi húmedo canal con un gruñido.

—¡Joder, Alayna!

Nuestros ojos se cruzaron en el espejo, la conexión entre los dos era aterradoramente intensa y el pánico me recorrió el cuerpo. Él lo vio, o lo intuyó, y me tranquilizó diciéndome que estaba conmigo, asegurándome que cuidaría de mí, prometiéndome que él también lo sentía.

Me mordí el labio para contener los gemidos que amenazaban con escapar por mi boca, consciente de que solo una puerta se interponía entre nosotros y Stacy, la misma Stacy que probablemente estaría en ese momento doblando y colgando la ropa que yo me había probado antes y había descartado, mientras a mí me follaba magníficamente el hombre al que ella deseaba. Pero cuando me corrí esta vez no contuve mi grito, desesperada por que Hudson supiera lo que me había hecho.

Yo seguía gimiendo cuando su propio orgasmo le invadió; él echó su peso sobre mi espalda mientras se descargaba.

Por si yo me estaba preguntado si todo aquello había sido una representación ante la ayudante de su hermana, lo que me susurró al oído fue lo contrario:

—Esto, preciosa, ha sido de verdad.