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Recurriendo a toda la presencia de ánimo que le quedaba, D’Agosta respiró más despacio y se concentró en su misión. Tenía que liberar a Nora. No centrarse en que estaba prisionero le ayudó a calmarse. El problema, más que haberse quedado atascado, era lo resbaladizas que estaban las paredes; le resultaba imposible encontrar un asidero, y menos con un solo brazo en condiciones. Se había estropeado las uñas en un esfuerzo inútil, cuando lo que necesitaba de verdad era algo puntiagudo y resistente, algún instrumento dentado que se clavara en las paredes y le ayudara a salir.

Dentado…

A menos de quince centímetros de la mano tenía una mandíbula humana con todos sus dientes. Forcejeó desesperadamente, y al final consiguió mover lo bastante el brazo sano para cogerla. Entonces giró el cuerpo hacia un lado e introdujo los dientes de la mandíbula en una grieta del techo del nicho. A fuerza de estirar y retorcerse al mismo tiempo, finalmente logró quedar libre.

Se arrastró fuera del nicho con un alivio enorme y respiró con fuerza en el centro de la sala. Todo estaba en silencio. Por lo visto el zombi y la partida de perseguidores se habían ido a enfrentarse con los manifestantes.

Volvió al pasillo central y usó el mechero con cuidado para examinarlo en toda su extensión. Por un extremo no tenía salida. En ambos lados había otras cámaras sepulcrales toscamente excavadas en la misma arcilla densa y apuntaladas con madera, pero no se parecían en nada a la sillería del vídeo. De hecho, nada de lo visto hasta entonces guardaba similitud con aquel tipo de construcción. Hasta el tipo de piedra difería. Tendría que buscar en otro sitio.

Rehízo su camino, rodeando el pozo, y llegó a la zona de la necrópolis abovedada. En las paredes había muchas puertecillas de hierro, que parecían corresponder a criptas familiares. Intentó construir en su cabeza un mapa del sótano, para rellenar mentalmente las partes por las que había circulado medio inconsciente. Había puertas en los cuatro punto cardinales; una llevaba a las catacumbas; otra, comprendió, era la del pasillo sin salida del que acababa de llegar. Quedaban otras dos por probar.

Eligió una al azar y la abrió.

También daba a un túnel, aunque a simple vista prometía más: las paredes eran de piedra mal cortada; no exactamente como las del vídeo, pero más parecidas.

Aquel pasillo olía a podrido. Hizo una pausa y encendió un momento el mechero, para ahorrar gasolina. El pasillo estaba sucio, con piedras salpicadas de barro que supuraban moho y hongos. El suelo cedía al tacto de una manera muy desagradable.

Al mover la linterna, oyó un grito en sordina al fondo de la oscuridad, corto, agudo y lleno de terror.

¿Nora?

Corrió por el pasillo hacia el sonido, mientras levantaba el mechero.