El sol matinal se derramaba a través de las ventanas, mientras D’Agosta mantenía los dedos sobre el teclado de su ordenador y la mirada fija en la pantalla. Llevaba unos diez minutos en la misma postura. Había que hacer un millón de cosas, pero él experimentaba algo parecido a la parálisis. Era como estar en el ojo de un huracán: alrededor todo era actividad frenética, pero en el epicentro de la tempestad no había nada.
De repente se abrió la puerta del despacho, y al volverse vio irrumpir a Laura Hayward. Se levantó enseguida.
—Laura —dijo.
Ella cerró la puerta y se acercó a la mesa. Su expresión gélida provocó un vuelco incómodo en el estómago de D’Agosta.
—Vinnie, a veces puedes ser un egoísta del copón —dijo en voz baja Hayward.
Él tragó saliva.
—¿Qué pasa?
—¿Que qué pasa? Pues que me han dejado sin ascenso en el último minuto. Y la culpa es tuya.
La miró un momento sin entender nada, hasta que se acordó de la conversación en el pasillo de Digital Veracity y de la amenaza implícita del desarrollador de software.
—Kline —dijo, mientras se dejaba caer contra la mesa.
—Pues sí, majo, Kline.
D’Agosta la miró un momento. Luego bajó la vista.
—¿Qué ha hecho?
—Donar cinco millones al Fondo Dyson. A condición de que me aparten para el equipo especial.
—No puede. Eso es soborno. Es ilegal.
—Por favor, ya sabes cómo van las cosas en esta ciudad.
D’Agosta suspiró. Sabía lo que debería haber sentido (justa indignación, e incluso rabia), pero de pronto sólo sentía cansancio.
—Rocker no es tonto —observó amargamente Hayward—. Sabe que si rechaza un donativo así, le crucificarán, sobre todo si es para una patata caliente política como el Fondo Dyson. Y la que se queda con un palmo de narices es una servidora.
—Laura… Lo siento tanto… Eres la última a quien quería perjudicar, pero yo sólo hacía mi trabajo. ¿Qué tenía que hacer, dejar que el fanfarrón de Kline campara a sus anchas? Es una persona de interés para la investigación. Amenazó a Smithback.
—Lo que tenías que hacer era actuar con profesionalidad. Desde el asesinato de Smithback, estás fuera de madre. Ya me enteré del registro a lo bestia que le hiciste a Kline en las narices. Sabías que tenía malas pulgas, pero le provocaste. Y ahora él me ataca a mí para vengarse.
—Sí, es verdad, intentaba provocarle para desencadenar un movimiento en falso. Es de los que no soportan quedar mal. Si llego a saber que la tomaría contigo, no lo habría hecho. —Inclinó la cabeza, dándose un masaje en las sienes—. ¿Qué puedo decir?
—Para mí el puesto era lo más importante.
Sus palabras quedaron en el aire. D’Agosta alzó lentamente la vista y la miró a los ojos.
Llamaron con suavidad a la ventana del despacho. Al girarse, D’Agosta vio en la puerta a un sargento de guardia.
—Perdone, señor, pero creo que debería poner el canal dos.
D’Agosta se acercó sin decir nada al televisor montado arriba, en la pared, y apretó el botón. Apareció en pantalla un vídeo que parecía de aficionado, con mucho grano y movimiento, lo cual no le impidió reconocer de inmediato a la mujer de la imagen: Nora Kelly. Llevaba una bata de hospital muy fina. Se la veía pálida, despeinada. Parecía que estuviese en una mazmorra: paredes de piedra basta y paja por el suelo. La vio acercarse al objetivo, titubeante.
—Ayúdeme —decía.
La imagen se fundió de golpe.
D’Agosta se volvió hacia el sargento.
—¿Se puede saber qué es eso?
—Lo han pasado hace un cuarto de hora por la tele. Acaban de enviar el original por mensajero.
—Quiero que lo examinen nuestros mejores analistas. Ahora mismo, ¿me explico? ¿Dónde lo han dejado?
—Ha llegado por e-mail.
—Sígale la pista.
—Sí, señor.
El sargento se fue.
D’Agosta se dejó caer en la silla y cerró los ojos, con la cabeza apoyada en las manos. Dedicó un minuto a serenarse. Después se humedeció los labios y dijo con calma:
—Voy a encontrarla, Laura, aunque sea lo último que haga como policía. Cueste lo que cueste, me encargaré personalmente de que Nora Kelly no muera. Y de que los culpables lo paguen muy caro.
—Ya estás en las de siempre —dijo Hayward—. A eso me refería, justamente. Si quieres salvar a Nora Kelly, tendrás que controlar tus emociones. Tendrás que volver a actuar como un policía profesional. Si no, la próxima vez no seré yo la única perjudicada.
Se dio la vuelta sin decir nada más y salió del despacho, cerrando la puerta con firmeza.