Monica Hatto abrió los ojos y se irguió frente a la mesa, levantando los hombros para parecer despierta. Paseó a su alrededor una mirada nerviosa. Según el reloj grande de la pared de baldosas del fondo, eran las nueve y media. A la última recepcionista del anexo del depósito de cadáveres la habían despedido por quedarse dormida en horario de trabajo. Mientras arreglaba los papeles de la mesa, echó otra mirada al reloj y se relajó un poco. Las luces fluorescentes del anexo bañaban con su tono acostumbrado las baldosas del suelo y las paredes, y el aire tenía el olor acostumbrado a productos químicos. Sin novedad.
Pero se había despertado por algo.
Se levantó y se pasó las manos por el uniforme, alisándolo sobre sus copiosos michelines en un esfuerzo por dar una imagen pulcra, alerta y presentable. No se podía permitir perder aquel trabajo. Estaba bien pagado, y encima le daba derecho a prestaciones médicas.
En el piso de arriba se oyó un ruido sordo, como si pasara algo. Quizás estuvieran trayendo un «tieso». Se sonrió, orgullosa de empezar a dominar la jerga. Luego sacó del bolso un espejito de maquillaje para hacerse unos retoques en los labios, darse unos toquecitos en el pelo y mirarse la nariz, por si tenía aquel brillo aceitoso tan horrendo.
Oyó pasos, pero no llegaban de los ascensores, sino de la escalera, cosa rara.
Se acercaban deprisa. La puerta se abrió de par en par, chocando con la pared, y apareció una mujer con un vestido de noche negro y tacones altos. Iba tan deprisa que su pelo cobrizo flotaba por detrás.
Hatto se quedó muda por la sorpresa.
La mujer se paró en medio del anexo, con la cara gris bajo la horrible luz del fluorescente.
—¿Quería usted al…? —empezó a decir Hatto.
—¿Dónde está? —chilló ella—. ¡Quiero verlo!
Monica Hatto se la quedó mirando.
—¿El qué?
—¡El cuerpo de mi marido! ¡William Smithback!
Retrocedió, aterrada. Era una loca. Por encima de los sollozos con que la desconocida esperaba la respuesta, Hatto oyó retumbar el ascensor, lentísimo en subir.
—¡Se llama Smithback! ¿Dónde está?
De golpe se oyeron berridos por el interfolio, a sus espaldas.
—¡Una intrusión! ¡Se ha producido una intrusión! ¿Me oyes, Hatto?
La voz la sacó de su inmovilidad. Pulsó el botón.
—Una…
La voz del interfono le impidió terminar.
—¡Hay una loca de camino al mostrador! ¡Podría ser violenta! ¡No te enfrentes físicamente a ella! ¡Ya van para allá los de seguridad!
—Ya ha…
—¡Smithback! —exclamó la mujer—. ¡El periodista asesinado!
Involuntariamente, los ojos de Hatto se desviaron hacia la sala 2, donde habían estado trabajando en el cadáver del famoso reportero. Era un asunto de los gordos, con una llamada del jefe de policía y portadas de periódico.
La mujer fue hacia la puerta de la sala 2, que se había dejado abierta el equipo nocturno de limpieza. Hatto comprendió con retraso que debería haberla cerrado con llave.
—¡Espere, está prohibido entrar…!
La mujer cruzó la puerta. Hatto se quedó clavada al suelo de puro pánico. En el manual de empresa no decían cómo reaccionar ante una situación así.
Se oyó el timbre del ascensor y el chirrido de las puertas al abrirse. Dos guardias de seguridad salieron al anexo jadeando.
—Eh… —resolló—. ¿Adónde se ha ido…?
Otro jadeo.
Hatto se volvió y señaló la sala 2 sin decir nada.
Los dos guardias se quedaron un momento donde estaban, intentando recuperar el aliento. Se oyó un golpe en la sala, un impacto metálico y el chirrido de un cajón de acero al abrirse. Después, un desgarrón y un grito.
—Ay, Dios mío… —se lamentó uno de los guardias, que reanudaron su pesado avance a través del anexo, hacia la puerta abierta de la sala 2.
Hatto les siguió por curiosidad morbosa, venciendo la resistencia de sus piernas.
Lo que vieron sus ojos no se le olvidaría nunca. La mujer estaba en medio de la sala, con cara de bruja, desgreñada, enseñando los dientes y echando chispas por los ojos. Detrás había un cajón abierto. Sacudía una bolsa de cadáveres, ensangrentada y vacía. Lo que tenía en la otra mano parecían plumas atadas.
—¿Dónde está su cadáver? —chillaba—. ¿Dónde está el cadáver de mi marido? ¿Y quién ha dejado esto aquí?