El teniente D’Agosta estaba sentado en su cuchitril del edificio de jefatura, absorto en la pantalla del ordenador. Era escritor. Tenía dos novelas publicadas, con muy buenas críticas. Entonces, ¿por qué narices le costaba tanto redactar un informe provisional? Aún le escocía el rapapolvo del jefe de policía de la tarde anterior. Estaba claro que Kline había tenido acceso a él.
Dejó de mirar la pantalla y se frotó los ojos. Por la única ventana del despacho, que le permitía ver un trocito de cielo, entraba sin fuerzas la luz de la mañana. Dio un trago a su tercera taza de café e intentó despejarse la cabeza. Tenía la impresión de que a partir de cierto punto lo que hacía el café era cansarle más.
¿Cómo podía haber pasado sólo una semana desde el asesinato de Smithback? Sacudió la cabeza. En aquel momento debería haber estado en Canadá, visitando a su hijo y firmando papeles para su inminente divorcio, pero no, lo que estaba era encadenado a Nueva York y a un caso que se volvía más extraño cada día.
El teléfono sonó en la mesa. Lo que le faltaba, otra distracción. Descolgó, suspirando para sus adentros.
—Homicidios, aquí D’Agosta.
—¿Vincent? Soy Fred Stolfutz.
Stolfutz era el fiscal adjunto que le estaba ayudando a redactar la petición de orden de registro de la Ville.
—Hola, Fred. ¿Qué, qué te parece?
—Si pretendes entrar a buscar pruebas de homicidio, ya puedes olvidarte. No existe base suficiente para que algún juez te conceda una orden, sobre todo después del numerito de Kline del otro día.
—Pero bueno, ¿cómo te has enterado tú de eso?
—Ya lo sabe todo el mundo, Vinnie. Por no hablar de que el jefe…
D’Agosta le interrumpió, impaciente.
—Entonces, ¿qué posibilidades tengo?
—Pues… Dices que está en pleno bosque, ¿no?
—Exacto.
—Entonces, descartada la doctrina del caso Horton: no puedes acercarte bastante para reconocer pruebas a simple vista, pongamos por caso, u oler humo de marihuana. Tampoco habrá circunstancias que lo exijan, como alguien que pide ayuda a gritos, o algo por el estilo.
—Gritos ha habido muchos, pero de animales.
—Sí, es lo que me estaba planteando. Por homicidio nunca entrarás, pero por crueldad con animales es probable que te pueda redactar algo. Eso sí que podría tener un pase. Si vas con un agente de control de animales, puedes estar atento a las pruebas que buscas.
—Interesante. ¿Tú crees que colará?
—Sí.
—Eres un genio, Fred. Llámame cuando sepas algo más.
D’Agosta colgó el teléfono y se concentró otra vez en su problema.
A primera vista no era complicado. Había testigos buenos, excelentes, que habían visto entrar y salir del edificio a Fearing; y aunque los resultados no fueran oficiales, y no se pudieran usar en ningún juicio, se había encontrado ADN de Fearing en el lugar del crimen, algo que tarde o temprano confirmarían los resultados oficiales. Fearing estaba persiguiendo a Nora. También en ese caso tenían la prueba de su ADN. Su nicho estaba vacío, sin cadáver. Ésas eran las pruebas, por un lado.
¿Y por el otro? Un forense agobiado de trabajo, borde y poco escrupuloso que no podía reconocer que se había equivocado. Un tatuaje y una marca de nacimiento, que tanto en un caso como en el otro, teniendo en cuenta el tiempo pasado en el agua por el cadáver, podían ser falsos o haber dado lugar a confusiones. La identificación de una hermana, pero no sería la primera vez que un pariente demasiado traumatizado, o un cadáver demasiado cambiado, provocaban falsas identificaciones. Podía ser un fraude del seguro, con la complicidad de la hermana. La desaparición de esta última no hacía sino abonar esas sospechas.
No, Colin Fearing estaba vivo. De eso D’Agosta no tenía la menor duda. Y no era ningún zombi, qué narices. ¿Quién estaba detrás, Kline o la Ville? Pensaba presionar a ambos.
Cogió el café, se lo quedó mirando y lo vertió en la papelera, seguido por la taza. Menos meterse porquería en el cuerpo. Pensó en el crimen en sí. A él no le parecía una violación frustrada. Por otra parte, al entrar, el culpable había mirado a la cámara: sabía que le grababan… pero le daba igual.
Tenía razón Pendergast. No era un asesinato desorganizado, sino que detrás existía un plan. Pero ¿qué plan? Masculló una maldición.
Sonó otra vez el teléfono.
—D’Agosta.
—¿Vinnie? Soy Laura. ¿Has visto el West Sider de esta mañana?
—No.
—Pues más vale que lo busques.
—¿Qué pone?
—Tú échale un vistazo. Y…
—¿Y qué?
—Y espérate una llamada del jefe. No le digas que te he avisado, pero prepárate.
—Mierda, otra vez no.
D’Agosta colgó, se levantó y fue a los ascensores más cercanos. Probablemente pudiera gorronearle a alguien el West Sider allá mismo, en la planta, pero si era verdad lo que decía Laura, necesitaría algo de tiempo para digerirlo, fuera lo que fuese, antes de que le llamara el jefe.
Sonó el timbre del ascensor. Se abrieron las puertas. Minutos después, llegó al quiosco del vestíbulo y vio el West Sider donde siempre, colgado de forma muy visible en el expositor de arriba a la izquierda. Dejó las dos monedas en el mostrador, cogió el primer ejemplar del montón y se lo puso debajo del brazo. Luego entró en el Starbucks del otro lado del vestíbulo, pidió un exprés normal, se lo llevó a una mesa y abrió el periódico. El titular se le echó prácticamente encima:
¡Sacrificio de animales!
Muerte ritual en la Ville
Posible relación entre el vudú y el asesinato de Smithback
por Caitlyn Kidd
Contempló el exprés, que a duras penas cubría el fondo del vaso de papel. ¿Qué había sido de las tacitas precalentadas donde lo servían antes? Se lo echó al gaznate casi sin probarlo. Luego alisó el periódico y empezó a leer.
Tenía que reconocer que para ser una mierda de artículo no carecía de eficacia. Nora Kelly y la reportera habían subido de noche a la Ville, habían saltado la valla y lo habían oído todo. Después las había perseguido alguien o algo cuya identidad no quedaba clara, aunque la reportera insinuaba que tenía el aspecto de un zombi. A continuación se preguntaba cómo era posible que el Ayuntamiento dejara cerrar una vía pública, y si se estaba infringiendo la legislación sobre malos tratos a animales. Aparecían citas del artículo de Smithback sobre la Ville, así como descripciones de los vévé dejados en la puerta de su casa antes del asesinato, y de las cosas raras que habían aparecido en el propio lugar del crimen. Se citaban unas declaraciones del director de una organización pro derechos de los animales. La reportera no decía abiertamente que hubiese alguna relación entre la Ville y el asesinato de Smithback, pero estaba muy claro por dónde iba el artículo: Smithback había empezado a escribir sobre sacrificios de animales y su intención era seguir haciéndolo. A D’Agosta le dolió en especial una frase, típica de aquel género de reportajes: «Hemos intentado ponernos en contacto varias veces con el teniente Vincent D’Agosta, el detective que dirige la investigación del homicidio de Smithback, pero todas las tentativas han sido infructuosas».
«Todas las tentativas.» Su móvil estaba encendido día y noche, qué narices, y cuando no trabajaba tenía desviado el teléfono del despacho. Ahora que lo pensaba, sí que había recibido una o dos llamadas de la tal Kidd, pero ¿alguien tiene tiempo de devolverlas todas? ¿«Todas las tentativas»? ¡Anda ya! Como máximo dos. Bueno, vale, tal vez tres.
Ahora ya sabía exactamente por qué le había llamado Laura Hayward.
El artículo anterior, sobre vudú, era de chiste, pero aquel tenía cierta base real, y a la lastimosa descripción de la muerte entre balidos de la cabra no le faltaba fuerza, sino todo lo contrario. Él ya sabía lo rabiosos que se podían poner los amantes de los animales.
En la cafetería empezó a sonar el tema principal de El bueno, el feo y el malo. D’Agosta cogió rápidamente el móvil, lo abrió y salió al vestíbulo.
El jefe.
—Volvemos a hablar —dijo Rocker.
—Sí, señor.
—Supongo que ya ha visto lo del West Sider.
—Sí, señor.
Procuró adoptar un tono respetuoso, como si el día anterior no hubiera pasado nada.
—Está visto que lo de Kline podría ser una pista falsa, ¿eh, teniente?
Había cierta frialdad en la voz.
—Mantengo abiertas todas las líneas de investigación.
Un gruñido.
—Bueno, y ¿qué le parece? ¿Ville o Kline?
—Ya le digo que estamos siguiendo las dos líneas.
—Todo esto se ha salido de madre. El alcalde está preocupado. Acaban de llamarme del News y del Post. Lo de que a usted no le encontrasen para hacer declaraciones… Mire, tiene que estar al pie del cañón, tranquilizando a la gente y dando respuestas.
—Organizaré una rueda de prensa.
—Muy bien. A las dos sería buena hora. Céntrese en la Ville, y no mezcle a Kline.
La línea crepitó al cortarse la llamada.
D’Agosta volvió al Starbucks.
—Un exprés cuádruple —dijo—. Para llevar.