Prólogo

Callie

Quiero respirar.

Quiero sentirme viva de nuevo.

No quiero sentir dolor.

Quiero que vuelva, pero se ha ido.

Escucho cada sonido, cada risa, cada llanto. La gente se mueve por la habitación frenéticamente, pero no puedo apartar los ojos de las puertas correderas de cristal. Fuera se ha desatado una tormenta y la lluvia se estrella contra el cemento, la tierra y las hojas secas. Se encienden las sirenas de las ambulancias, el brillo de las luces se refleja en el agua del suelo, un brillo rojo como la sangre. Como la sangre de Kayden. Como la sangre de Kayden que estaba por todo el suelo. Demasiada sangre.

Tengo el estómago vacío. Me duele el corazón. No puedo moverme.

—Callie —dice Seth—. Callie, mírame.

Aparto la mirada de la puerta y observo sus ojos marrones llenos de preocupación.

—¿Qué?

Coge mi mano. Su piel está caliente y me conforta.

—Va a ponerse bien.

Lo miro, intentando reprimir las lágrimas, porque tengo que ser fuerte.

—De acuerdo.

Deja escapar un suspiro y me da una palmadita en la mano.

—¿Sabes qué? Voy a ver si ya puede recibir visitas. Hace casi una semana que ocurrió. Ya es hora de que le dejen tener visitas. —Se levanta de la silla y va caminando hacia la recepción a través de la sala de espera abarrotada de gente.

Se pondrá bien.

Tiene que ponerse bien.

Pero mi corazón sabe que no se repondrá del todo. Seguro que las heridas y los huesos rotos pueden curarse. Pero por dentro, tardará mucho más en curarse. Me pregunto cómo estará Kayden cuando lo vuelva a ver. ¿Quién será?

Seth empieza a hablar con el recepcionista. Apenas le hace caso mientras atiende las llamadas telefónicas y el ordenador. No importa. Sé lo que va a decir… lo mismo que ha dicho todos los días. Que sólo puede entrar la familia. Su familia, la gente que le hace daño. No necesita a su familia.

—Callie. —La voz de Maci Owens me devuelve a la realidad. Miro a la madre de Kayden con el ceño fruncido. Lleva puesta una falda de raya diplomática, se ha hecho la manicura y lleva el pelo recogido en un moño en lo alto de la cabeza—. ¿Por qué estás aquí?

Estoy a punto de hacerle la misma pregunta.

—He venido a ver a Kayden. —Me siento en la silla.

—Callie, cariño. —Me habla como si fuera una niña pequeña, frunciendo el ceño mientras me mira—. Kayden no puede recibir visitas. Te lo dije hace unos días.

—Pero tengo que volver a la universidad dentro de poco —digo, agarrándome al reposabrazos de la silla—. Y necesito verle antes de irme.

Sacude la cabeza y se sienta en la silla que hay junto a la mía, cruzando las piernas.

—Eso no va a poder ser.

—¿Por qué no? —La voz me sale más aguda que nunca.

Su madre mira alrededor, preocupada porque esté montando un numerito.

—Por favor, baja la voz, cariño.

—Lo siento, pero necesito saber si está bien —digo. Siento mucha rabia en mi interior. Nunca he estado tan enfadada y no me gusta—. Necesito saber qué ocurrió.

—Lo que pasó es que Kayden está enfermo —responde tranquilamente y empieza a levantarse.

—Espera. —Me levanto con ella—. ¿Qué quieres decir con que está enfermo?

Inclina la cabeza a un lado y me ofrece su expresión más triste, pero lo único en lo que puedo pensar es en cómo esta mujer ha dejado que a Kayden le pegue su padre durante todos estos años.

—Cariño, no sé cómo decirte esto, pero Kayden se autolesiona.

Niego con la cabeza y retrocedo.

—No.

Su expresión se vuelve todavía más triste y parece una muñeca de plástico con los ojos de vidrio y una sonrisa pintada.

—Cariño, Kayden tiene un problema, se corta desde hace mucho tiempo y esto… bueno, pensábamos que estaba mejor, pero por lo que veo estábamos equivocados.

—No —grito. Grito de verdad. Estoy alterada. Ella está alterada. Todo el mundo en la sala de espera lo está—. Y mi nombre es Callie, no cariño.

Seth corre hasta mí, con los ojos abiertos y cargados de preocupación.

—Callie, ¿estás bien?

Le miro y después a la gente de la habitación. Están en silencio y me están mirando.

—No sé… no sé qué me pasa.

Giro sobre mis talones y salgo corriendo por las puertas correderas, golpeándome los codos porque no se abren lo suficientemente rápido. Sigo corriendo hasta que encuentro un grupo de arbustos en la parte trasera del hospital, me dejo caer sobre mis rodillas y aterrizo en el barro. Me tiemblan los hombros y vomito mientras las lágrimas me empañan los ojos. Cuando tengo el estómago vacío, me doy la vuelta y me siento en la tierra húmeda.

De ninguna manera, Kayden no se ha hecho eso. Pero en lo más profundo de mi corazón, sigo pensando en todas las cicatrices que tiene en el cuerpo y no puedo evitar preguntarme: ¿y si ha sido él?

Kayden

Abro los ojos y lo primero que veo es luz. Me quema en los ojos y me distorsiona la vista. No sé dónde estoy… ¿qué ha pasado? Después escucho voces, ruidos metálicos, caos. El pitido de una máquina que parece controlar el latido de mi corazón, pero suena demasiado lento e irregular. Tengo el cuerpo frío… paralizado, como mi interior.

—Kayden, ¿me escuchas? —Oigo la voz de mi madre pero no puedo verla por la luz brillante—. Kayden Owens, abre los ojos —repite hasta que su voz se vuelve un zumbido insistente en mi cabeza.

Abro y cierro los ojos repetidas veces y los pongo en blanco. Parpadeo de nuevo, la luz se vuelve puntitos y van apareciendo caras de gente que no conozco, con expresiones llenas de miedo. Busco entre ellos a una persona, pero no la veo en ninguna parte.

Separo la mandíbula y me esfuerzo por mover los labios.

—Callie.

Entonces aparece mi madre. Su mirada es más fría de lo que esperaba y tiene los labios fruncidos.

—¿Tienes idea de lo que has hecho pasar a esta familia? ¿Qué te pasa? ¿No valoras tu vida?

Miro alrededor, a los médicos y las enfermeras que hay junto a la cama y me doy cuenta de que no es miedo lo que siento, sino pena y enfado.

—¿Qué…? —Tengo la garganta seca como la arena, me esfuerzo para que los músculos de la garganta se muevan y trago varias veces—. ¿Qué ha pasado? —Empiezo a recordar: sangre, violencia, dolor… querer que todo acabe.

Mi madre me pone las manos al lado de la cabeza y se inclina hacia mí.

—Creía que habíamos superado este problema. Pensaba que habías parado.

Muevo la cabeza a un lado y me miro el brazo. Tengo la muñeca vendada y la piel blanca llena de venas azules. Tengo una vía intravenosa en la parte superior de la mano y una pinza en el dedo. Lo recuerdo. Todo. Lo veo en su mirada.

—¿Dónde está papá?

Entrecierra los ojos, baja la voz y se acerca aún más.

—Está de viaje de negocios.

La miro sin comprender. Nunca hizo nada por mí en cuanto a la violencia se refiere, pero de alguna manera, esperaba que quizás esto la hubiera empujado a dejar a un lado la discreción y actuar de una vez por todas.

—¿De viaje de negocios?

Un hombre con una bata blanca, un bolígrafo en el bolsillo, gafas y pelo canoso le dice algo a mi madre y después sale de la habitación con una carpeta. Una enfermera se acerca a una de las máquinas de la esquina de al lado de mi cama y empieza a escribir algo en mi gráfica.

Mi madre se acerca más, cerniéndose sobre mí y me susurra en un tono de alarma.

—Tu padre no va a hacerse responsable de esto. Los médicos saben que te cortas las muñecas y toda la ciudad se ha enterado de que te has peleado con Caleb. No estás en una buena situación ahora mismo, y será peor si intentas meter a tu padre. —Se echa hacia atrás un poco y por primera vez me fijo en lo grandes que tiene las pupilas. Apenas se ve otro color, sólo un pequeño anillo en los bordes. Parece poseída, quizás por el demonio, o por mi padre… aunque los dos son de la misma calaña.

»Te vas a poner bien —dice—. Las heridas no han sido muy graves. Has perdido mucha sangre, pero te han hecho una transfusión.

Presiono las manos contra la cama intentando sentarme, pero me pesa el cuerpo y las extremidades me flaquean.

—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?

—Unos días. Pero los médicos dicen que es normal. —Me arropa con la sábana, como si de repente fuera su niño—. Pero lo que más me preocupa es saber por qué te has cortado.

Podría haberlo gritado… haber proclamado a los cuatro vientos qué me pasa. Pero mientras miro la habitación vacía, me doy cuenta de que no hay nadie a quien le importe. Estoy solo. Me he cortado a mí mismo. Y por un breve instante, deseo que hubiera sido mi final. Que todo el dolor, el odio y el sentimiento de no valer nada se hubiera desvanecido, después de diecinueve años.

Me da un golpecito en la pierna.

—Está bien, volveré mañana.

No digo nada. Me doy la vuelta, cierro los ojos y la boca. Me rindo a la comodidad de la oscuridad de la que me acabo de despertar. Porque ahora mismo, eso es mejor que la luz.