Capítulo nueve

Callie

#43: Enfrentarse a los miedos y mandarlos a la mierda

Me voy a casa con Seth y dejamos la feria atrás. Parece como si Kayden fuera a ponerse enfermo, así que no hago muchas preguntas cuando dice que necesita volver con Luke y terminar por hoy.

Cuando llego a la puerta de mi habitación, la bufanda roja está en el pomo de nuevo. Seth y yo no decimos nada mientras caminamos por el patio del campus, al aire frío y entramos en su habitación vacía. Se hunde en su cama y empieza a desatarse las botas mientras yo me quito las bambas.

Me quedo ahí, en mitad de la habitación, recordando todo lo que ha pasado. El modo en que las manos de Kayden me tocaban, el tacto de sus labios, lo increíblemente bien que me sentía.

—¿Quieres contarme por qué tienes esa cara de tonta? —Seth deja las botas en un rincón y se tumba en su cama con las manos bajo la cabeza.

Me tumbo a su lado y coloco la mejilla sobre la almohada.

—¿De verdad quieres saberlo?

Me mira por el rabillo del ojo.

—Parece como si estuvieras drogada. —Hace una pausa, apoyándose en el codo mientras se gira a un lado—. Espera. ¿Es eso lo que estabais haciendo ahí arriba? ¿Te estabas pegando un chute?

Le doy un golpe en el brazo.

—No, tonto. Estábamos besándonos.

Se ríe.

—Lo dices como si fuera algo malo.

Me encojo de hombros, concentrándome en mis uñas.

—Me siento como si estuviera mal… La última vez que alguien me besó, me sentí así.

Niega con la cabeza y suspira.

—Eso es porque la última vez sí estuvo mal, pero ahora no. Esta vez estaba bien y los dos queríais, ¿verdad?

Asiento despacio, intentando contener una sonrisa, pero aparece igualmente.

—Ha sido un beso muy bonito.

Se incorpora, apoya el peso sobre sus rodillas y se pone las manos en las piernas.

—Vale, cuéntame cómo ha sido. ¿Qué estabais haciendo? ¿Cómo ocurrió?

Me siento y me apoyo en el cabecero de madera.

—Me dijo que lo del juego era una treta para llevarme allí arriba.

Seth pone los ojos en blanco.

—Saltaba a la vista que tramaban algo.

—¿De verdad? —Me siento estúpida—. Pensaba que era algo típico de los tíos.

—Claro —me asegura—. Relájate, todo fue por diversión. ¿Y te besó como si quisiera hacerlo durante toda la noche?

Pongo la almohada en mi regazo y vuelvo a vivirlo de nuevo en mi mente.

—Sí, pero ¿no parecía Kayden distante cuando nos fuimos?

Seth se encoge de hombros.

—Parecía cansado, pero no distante.

Tiro de la goma del pelo, me hago un moño desordenado y pongo la goma alrededor.

—¿Qué pasó con el chico con el que estabas hablando?

Se mete la mano en el bolsillo y saca el móvil. Desliza el dedo por la pantalla y me lo enseña.

—Conseguí su número.

—Me alegro por ti. —Inclino la cabeza—. ¿Vas a salir con el?

—A lo mejor. —Deja el teléfono en la mesa que hay a los pies de la cama y se vuelve a tumbar, mirando la foto de la pared—. Dios, ha sido una gran noche.

Deslizo el cuerpo por la cama y me tumbo, mirando el techo.

—Sí, lo ha sido.

Y en ese momento, lo creo de verdad.

Me despierto en medio de la noche empapada en sudor, sin saber dónde estoy. El sonido de una respiración pesada llega del cuerpo caliente que hay a mi lado. Me incorporo, parpadeando en la oscuridad, aferrándome a las sábanas, jadeando y tratando de alejar el sueño que he tenido.

—Callie, escúchame —dice—. Si le cuentas esto a alguien te meterás en problemas y tendré que hacerte daño.

Mi pequeño cuerpo tiembla, mis músculos están doloridos y mi cuerpo y mi mente están heridos. Las lágrimas empapan mis ojos mientras miro al techo de la habitación con las manos inertes a mis lados y los dedos aferrados al edredón.

—Callie, ¿me has entendido? —Su cara se está poniendo roja y su tono de voz es duro.

Asiento, incapaz de hablar, agarrando fuertemente las sábanas.

Se levanta de encima de mí y se sube la cremallera; después se da la vuelta en la puerta y pone el dedo en sus labios.

—Éste es nuestro pequeño secreto.

Cuando desparece por la puerta, jadeo buscando aire, pero mis pulmones no funcionan. No puedo respirar. Me aparto las sábanas, me levanto de la cama, voy al baño e inclino la cabeza en el retrete. Vomito hasta que mi estómago se queda vacío, pero sigo sintiéndome sucia, estropeada, podrida, repugnante. Esto me está matando, comiéndome por dentro, y necesito salir.

Me meto el dedo en la garganta, desesperada por deshacerme de ello. Empujo y vomito hasta que sale sangre y las lágrimas descienden por mis mejillas. Me tiemblan los hombros mientras miro la sangre en el suelo y escucho a los niños que están fuera, riendo y jugando al escondite.

Tomo aire y me araño el cuello con las uñas.

—Vete. Vete —susurro y Seth deja escapar un fuerte ronquido.

Salgo de la cama y busco mis zapatillas en el suelo. Necesito deshacerme de los sentimientos que empiezan a aparecer. Pero no encuentro mis zapatillas. Está demasiado oscuro. Me doy un tirón en el pelo, queriendo arrancármelo y ahogo un grito.

Al final me doy por vencida y salgo a hurtadillas por la puerta. El pasillo está vacío y corro hasta el final, donde están los servicios. Me encierro en el más apartado, me apoyo en el suelo frío, inclino la cabeza sobre el inodoro y me meto un dedo en la garganta.

Cuando vomito empiezo a sentirme mejor. Sigo empujando y empujando hasta que mi estómago está completamente vacío. La calma se apodera de mí y recupero el control.

Kayden

A la mañana siguiente, después de que Callie y yo nos besáramos en la atracción, me despierto con la mente llena de mierda. Salgo de la cama y empiezo hacer la maleta, metiendo en una mochila unas cuantas camisetas y un par de vaqueros. Cierro la cremallera y me la echo al hombro.

Luke está en su cama, boca abajo y le sacudo el hombro. Se gira sobre su cuerpo, listo para darme un puñetazo en la cara.

—¿Qué coño pasa?

—Eh, necesito que me hagas un favor. —Cojo la cartera y el teléfono que están en la cómoda.

Se relaja.

—¿Qué favor? ¿Y por qué llevas una mochila?

—Necesito que me prestes la camioneta. —Me ajusto la mochila en el hombro—. Unos días.

Parpadea de nuevo, aún dormido, mientras coge el reloj de la mesita de noche.

—¿Qué hora es? —Se frota los ojos y me mira boquiabierto—. Son las seis de la mañana. ¿Estás loco?

—Necesito alejarme de aquí —digo—. Tengo que aclararme las ideas.

Suspira y se sienta.

—¿Adónde vas?

—A casa —digo, a sabiendas de que es una mala idea regresar, pero es el único sitio que conozco. No tengo otro lugar y quedarme aquí significa enfrentarme a toda esta mierda y Callie merece algo mejor—. He pensado en ir a ver a mi madre y comprobar cómo está.

Luke se frota la frente y mira el sol que aparece entre las montañas.

—¿Sabes que si te dejo la camioneta me quedo aquí tirado? ¿Qué se supone que tengo que hacer? ¿Quedarme aquí todo el fin de semana?

—Puedes pedirle el coche a alguien. —Doy una vuelta buscando las llaves y las cojo de encima de la mesa.

—Imagino que puedo pedírselo a Seth. —Frunce el ceño—. Joder, más te vale que sea importante.

Mi estómago se pone rígido.

—Lo es. De hecho, es un asunto de vida o muerte, más o menos. —Salgo por la puerta sin decir nada más, con las vendas ocultas bajo mi camiseta. Pero siento el dolor. Es todo lo que siento.

Conducir de vuelta a casa es deprimente, pero si me quedo en el campus voy a querer estar cerca de Callie y no es bueno para ninguno de los dos. Estoy haciendo lo único que sé hacer. Vuelvo a casa, donde espero que las cosas se aclaren.

Cuando aparco la camioneta delante de la casa de dos pisos, todos los recuerdos vuelven a mí. Los puñetazos, las patadas, los gritos, la sangre. Todo está conectado a mí, como las venas que tengo bajo la piel y las cicatrices de mi cuerpo. Junto a la casa y todo lo que hay dentro de ella… es todo lo que tengo.

Me tomo un segundo para armarme de valor y abrir la puerta de la camioneta. Mis botas aterrizan en un charco cuando salgo. Me inclino al interior del vehículo y cojo la mochila que hay en el asiento de al lado y cierro la puerta. Me la pongo encima del hombro y atravieso el camino lleno de dionaeas rojas y verdes. Las hojas se han caído de los árboles y el hijo del vecino está fuera, limpiándolas.

Todos los años mi madre paga a alguien para que venga a limpiarlas porque odia que estén en el patio. Dice que están muertas y que no tiene sentido tenerlas ahí, que parecen basura.

Lo saludo con la mano mientras subo las escaleras del porche delantero. Me quedo paralizado delante de la puerta, respiro profundamente y entro. Está exactamente igual que cuando me fui. No hay polvo en las fotos del recibidor ni en la barandilla de las escaleras que conducen al piso superior. El suelo está pulido, el cristal de las ventanas está limpio. Contemplo la foto de familia que cuelga de la pared más lejana y entrecierro los ojos.

Mi madre y mi padre están sentados en el centro y mis dos hermanos mayores y yo estamos de pie a su alrededor. Estamos sonriendo y parecemos una familia feliz. Pero a Tyler le falta un diente de cuando se golpeó la cara contra la mesa mientras mi padre le perseguía. Dylan tiene una escayola en la muñeca de cuando se cayó de un árbol al que se subió para esconderse de mi padre, y aunque no se vea bien en la foto, yo tengo un moratón en la espinilla del tamaño de una pelota de béisbol de un día en que mi padre me golpeó porque se me habían caído los cereales al suelo.

Me pregunto por qué nunca nadie se ha interesado por nuestras heridas; quizás es porque practicábamos muchos deportes. Cuando llegamos a una cierta edad, nos apuntaron a fútbol, y béisbol, y luego de mayores, a baloncesto y fútbol americano. Eran las excusas que mi madre ponía.

En más de una ocasión pensé en contárselo a alguien, cuando tuve la edad suficiente para que mi cerebro comprendiera lo que pasaba, pero el miedo y la vergüenza me lo impidieron. Además, empecé a hacer oídos sordos a una edad muy temprana. Después de todo, el dolor sólo era dolor. Esa es la parte fácil de mi vida. Todo lo demás, la felicidad, las risas, el amor, era más complicado.

Callie

—Estoy nerviosa por ver a Kayden —le admito a Seth mientras me lleva a mi habitación. Ninguno tiene clase esta mañana, así que decidimos salir a desayunar, solos él y yo, para poder hablar.

Afortunadamente, la bufanda no está en el pomo y cuando abro la puerta, Violet no está en la habitación, aunque ha dejado latas de soda por todas partes y un bocadillo en el escritorio.

—¿Puedo sugerirte algo? —dice Seth observando la cama deshecha de Violet—. Echa desinfectante por toda la habitación.

—Sugerencia aceptada. —Cojo una camiseta lisa y unos vaqueros de la cómoda—. ¿Me esperas fuera mientras me cambio?

Asiente y sale de la habitación.

—Date prisa, me estoy muriendo de hambre.

Cuando cierra la puerta, me quito la camiseta que huele a algodón de azúcar mezclado con tabaco. Me dejo mecer por el olor que me recuerda a cómo me sentí cuando Kayden me besó; cojo la camiseta de la cama y meto los brazos por las mangas. Me pongo los vaqueros y busco un cepillo para peinarme, pero me detengo, pensando en mis miedos y en cómo Seth me dijo esta mañana que los mandara a la mierda.

Después del incidente de la última noche, antes de volver a la habitación de Seth y regresar a la cama, me prometí a mí misma que no volvería a ocurrir. Cuando me desperté, me sentía mejor.

Me quito la goma del pelo y lo dejo suelto.

—Puedes hacerlo —susurro mientras cojo la mochila—. Te has enrollado con un chico, por el amor de Dios.

Salgo de la habitación con una sonrisa en la cara, pero mi felicidad se desvanece al ver a Seth hablando con Luke. Los dos tienen una expresión grave. Luke lleva unos vaqueros negros y una camiseta negra ajustada. Demasiado negro, pero le queda bien.

Cuando los ojos de Seth se encuentran con los míos, su mirada está llena de compasión y pena.

Junto las cejas mientras camino hacia ellos.

—¿Qué pasa?

Luke se da la vuelta con una mirada culpable en la cara.

—Eh Callie, ¿qué te cuentas?

Juego con los mechones de mi pelo, poniéndomelos por detrás de la oreja.

—No mucho. Seth y yo íbamos a salir a desayunar.

—Sí, eso decíamos. —Luke se aleja rápidamente por el pasillo, como si estuviera desesperado por desaparecer—. Le estaba preguntando a Seth si puede dejarme su coche, pero buscaré otro.

—¿Por qué? ¿Dónde está tu camioneta? —pregunto y sus hombros se ponen rígidos cuando se para en medio del pasillo.

—Se la ha llevado Kayden. —Se despide de mí con la mano, antes de girar sobre sus talones e irse—. Os veré más tarde. —Desaparece entre un grupo de animadoras.

Me vuelvo a Seth, confusa.

—¿Qué pasa?

Me mira pensativamente, suspira y pasa su brazo alrededor del mío.

—Tenemos que hablar.

Salimos al aire fresco del otoño, bajo un cielo nublado. La vivacidad del patio del campus nos rodea y hay hojas amarillas y naranjas en la hierba.

—¿Piensas contarme de una vez por qué me miras como si mi perro hubiera muerto? —pregunto mientras bajamos por la acera hasta el asfalto del aparcamiento.

Mira a izquierda y derecha antes de subirse a su coche.

—Tengo que decirte algo y no sé cómo te lo vas a tomar. —Me suelta el brazo y nos separamos para ir cada uno a nuestro asiento.

Cuando subimos y cerramos las puertas, gira la llave y hace una pausa mientras busca en la lista de reproducción de su iPod.

—Kayden se ha llevado la camioneta de Luke. —Una canción suena mientras deja el iPod de nuevo en su sitio—. Para volver a casa unos días.

Me paso el cinturón de seguridad por encima del hombro.

—Vale, ¿y por qué actuáis de ese modo?

Empuja la palanca de cambios y mira por encima de su hombro mientras se aleja de la plaza de aparcamiento.

—Bueno, porque no te ha dicho nada. —Endereza el volante y el coche se incorpora a la carretera—. Espera un minuto. ¿Te lo había dicho?

—No, pero ¿por qué me lo iba a decir? Apenas nos conocemos.

—Callie, te enrollaste con él anoche y le dejaste que te tocara las tetas.

—Eh, que te lo conté porque confío en ti.

Levanta los dedos del volante.

—Tranquila, sólo te estoy diciendo que es un paso importante para ti… Lo es, un paso importante. No lo habrías hecho con cualquier chico.

—Me gusta Kayden —admito—. Pero eso no quiere decir que tenga que contarme todo lo que hace. No soy su novia.

—¿Y qué? —Seth baja el volumen de la radio—. Debería haberte dicho algo en lugar de haberse ido sin más. Sabía que probablemente querrías verlo. Conoces su secreto más oscuro, Callie, que es la parte más dura de conocer a alguien.

Está poniendo en práctica su clase de psicología conmigo, así que me cruzo de brazos y miro por la ventana, contemplando las hojas que el viento arrastra por las calles y la cuneta.

Cuando vuelvo a mi habitación más tarde, escribo hasta que me duelen las manos; necesito contarlo todo, pero sólo me atrevo a contárselo a una hoja de papel en blanco. Nadie me acusa de nada cuando escribo, nadie me juzga, ni doy lástima; supone libertad. Cuando el bolígrafo toca el papel, por un momento, me siento libre.

El día que cambié es como una cicatriz. Está ahí, un recuerdo en mi mente, algo que siempre recordaré y no podré borrar nunca. Fue la semana después de mi fiesta de cumpleaños. Me había encerrado en el cuarto de baño y llevaba una eternidad mirándome al espejo. Me gustaba cómo era, la longitud de mi pelo, perfecto para trenzarlo. Siempre he sido pequeña para mi edad, pero de repente quería ser más pequeña… Invisible.

Ya no quería seguir existiendo.

Cogí unas tijeras del armario y sin pensarlo empecé a cortar mi largo cabello castaño. No me preocupé de que quedara bonito, sólo corté, cerrando los ojos de vez en cuando, para que el destino actuara, como había hecho con mi vida.

—Cuanto más fea, mejor —susurré con cada tijeretazo.

Al terminar, no parecía yo misma. No dormía muy bien y tenía marcas oscuras bajo mis ojos azules. Mis labios estaban agrietados y deshidratados de tanto vomitar. Me sentía fea y ese sentimiento hizo que se me formara una ligera sonrisa en la cara porque sabía que así nadie me miraría ni querría estar cerca de mí.

Cuando entré en la cocina, con la chaqueta de mi hermano puesta y los vaqueros más anchos que había encontrado, a mi madre se le fue el color de la cara. Mi padre estaba desayunando en la mesa y me miraba con horror en sus ojos. Mi hermano y Caleb también me miraban, con caras de repulsión.

—¿Qué coño te ha pasado? —preguntó mi hermano con los ojos abiertos.

No contesté. Tan sólo me quedé ahí, mirándolos, deseando ser más pequeña.

—Dios mío, Callie —gritó mi madre, con los ojos tan abiertos que parecían canicas—. ¿Qué has hecho?

Me encogí de hombros y cogí mi mochila del pomo de la puerta.

—Me he cortado el pelo.

—Estás… estás… —Respiró profundamente—. Estás horrible, Callie. No voy a mentirte. Estás hecha un desastre.

No lo sabes bien, quise decirle, pero siguió mirándome con disgusto, como si por un momento deseara que no existiera, y yo me sentía exactamente del mismo modo. Lo guardé todo en mi interior, sabía que no podía contar nada, que me miraría todavía con más odio y repulsión si se lo contaba.

Durante los primeros años de confusión, mi madre trató de entenderme. Me preguntaba cosas, me llevó a hablar con un psicólogo que le dijo que actuaba así porque necesitaba más atención. Era de un pueblo pequeño y no tenía ni idea de lo que hablaba, pero yo no intenté ayudarle a entender. No quería que supiera lo que me pasaba por dentro. En ese momento, todo lo bueno y limpio se había estropeado y estaba podrido, como los huevos que se dejaban al sol.

Lo que pasa con mi madre es que le gusta que las cosas sean bonitas. Odia ver las noticias cuando informan sobre desgracias o desastres y hasta se niega a verlas. Nunca leería los titulares de los periódicos y no le gusta hablar del dolor en el mundo.

—Sólo porque el mundo esté lleno de cosas malas no significa que tenga que dejar que me destrocen. —Eso decía siempre—. Merezco ser feliz.

Así que dejé que la vergüenza me poseyera, me matara, me marchitara, sabiendo que si lo guardaba todo dentro de mí, ella nunca tendría que ver la suciedad que había en mi interior… Todo lo malo, lo feo, lo retorcido. Podría seguir con su vida bonita, tal y como se merecía.

A veces dejaba de hacerme preguntas y le decía a todo el mundo que estaba en la edad del pavo, como le había dicho el terapeuta.

Una vez, después de que la vecina me acusara de robarle los gnomos de su jardín, oí que le decía que yo no era mala; que un día maduraría y recordaría esa etapa en la que había pasado tanto tiempo encerrada en mi habitación, escribiendo palabras oscuras, con los ojos maquillados de negro y ropas anchas como algo que desearía no haber hecho. Que me arrepentiría de haber pasado una adolescencia tan solitaria, que aprendería de ello y me convertiría en: una mujer guapa con muchos amigos y que sonreiría al mundo.

Pero la verdad es que de lo único que me arrepiento, y siempre me arrepentiré, es de lo que ocurrió en mi habitación en mi decimosegundo cumpleaños.