Kayden
#8: Retarse a uno mismo
Cuando volvemos de la montaña, me voy a mi habitación. Necesito escapar de todo lo que siento. El baño está ocupado, así que me voy a la cama y miro al techo mientras la lluvia golpetea contra la ventana. Al otro lado de la habitación, Luke ya está acostado boca abajo en la cama, roncando.
A medida que el alcohol recorre mi cuerpo, las emociones se precipitan hacia mí como un mar de agujas. Tengo que escapar de ellas. Es el único modo que tengo de lidiar con la vida.
Me pongo de lado, levanto el puño y lo aplasto contra la cabecera lo más fuerte que puedo. Me crujen los nudillos y Luke salta de la cama.
—¿Qué coño ha sido eso? —Mira a su alrededor mientras las luces plateadas relampaguean en el exterior.
—Ha sido un trueno —miento y me doy la vuelta. Cierro los ojos y me llevo la mano al pecho mientras un dolor abrasador explota en mi brazo. Un momento después, caigo en un profundo sueño.
—No te quedes aquí solo toda la noche —dice Luke mientras va hasta el minifrigorífico que hay en la esquina. Coge una cerveza y la abre—. Te estás comportando de un modo extraño desde la ceremonia de graduación.
Me siento en el sofá y flexionó la mano una y otra vez, observando mis venas.
—Es que me siento un poco mal por tener que irme. —La verdad es que sí, me siento raro. Quiero irme, marcharme a la universidad, ser libre, pero la idea de estar fuera, rodeado de cosas que no entiendo, es asquerosamente aterradora.
—Deberías follar, pero con alguien que no fuera Daisy. —Abre la puerta y la música de fuera se cuela en la habitación—. Eso es lo que voy a hacer yo. —Cierra la puerta y me deja solo, atrapado en mis pensamientos.
Tiene razón. Debería subir y echar un polvo con la primera chica que me encuentre. Es la mejor forma de pasar el tiempo y la vida, pero no puedo dejar de pensar en mi mano y en mi futuro de mierda.
Al final me levanto del sofá. Voy a la pared y miro la puerta. Entonces levanto el puño y golpeo la pared tan fuerte como puedo. El yeso y la pintura se desmoronan y se me levanta un poco la piel, pero no es suficiente. La golpeo otra vez, y otra, hasta que se hacen agujeros, pero mi mano sufre muy pocos daños. Necesito algo más duro… Necesito ladrillo.
Me vuelvo hacia la puerta, que se abre y entra mi padre. Echa un vistazo a los agujeros de la pared y después a mi mano con cortes, cuya sangre salpica la alfombra.
—¿Qué coño te pasa? —Sacude la cabeza y se acerca a mí, mirando el yeso y la pintura en el suelo.
—Ni idea. —Acuno la mano en mi pecho y salgo deprisa, pasando por su lado.
Dentro de la casa, la gente está riendo, gritando, cantando y las luces brillan en la oscuridad. Salgo al jardín trasero. Está detrás de mí, sé que me alcanzará y que está furioso.
—Kayden Owens —dice lanzándose delante de mí. Está jadeando con los ojos llenos de ira. Le huele el aliento a whisky y el viento arroja hojas por todos lados—. ¿Estabas intentando joderte la mano a propósito?
No hablo, me dirijo hacia la caseta de la piscina sin saber adonde ir, pero sintiendo que tengo que moverme.
Cuando llego a la puerta, me agarra por el codo y tira de él para darme la vuelta.
—Explícate. Ahora.
Lo miro fijamente y empieza a gritarme, diciéndome lo jodido que estoy, pero apenas le oigo. Miro sus labios moverse, esperándolo. Segundos más tarde, su puño se estampa contra mi cara; casi no lo siento. Lo hace una y otra vez y sus ojos se quedan vacíos. Me caigo al suelo y me propina fuertes patadas, una tras otra, gritándome que me levante. No lo hago. No estoy seguro de querer hacerlo. Quizás es hora de que termine; de todas formas, no hay mucho por lo que quedarme.
Oigo mi corazón latiendo con calma dentro de mi pecho y me pregunto por qué no reacciona. Nunca lo hace. Me pregunto si está muerto. Quizás lo esté. Quizás yo estoy muerto.
Entonces, de la nada, aparece una chica detrás de mi padre. Es pequeña y parece aterrorizada, como debería estarlo yo. Le dice algo a mi padre y cuando la mira, me parece que la chica va a salir corriendo. Pero se queda hasta que mi padre se va.
Me siento en el suelo, confuso, sin saber qué decir porque las cosas no deberían ser así. Se supone que la gente pasa de largo, hace como que no ve nada, pone extrañas excusas.
Se llama Callie y la conozco del instituto. Me mira horrorizada.
—¿Estás bien?
Es la primera vez que alguien me pregunta eso y me sobresalto.
—Estoy bien —digo más bruscamente de lo que pretendía.
Se da la vuelta para irse, pero no quiero que se vaya. Quiero que vuelva y que me explique por qué lo ha hecho. Así que le pregunto y ella intenta decírmelo, pero no tiene sentido.
Al final, me doy por vencido y le pido que me traiga un botiquín de primeros auxilios y una bolsa de hielo. Me meto en la caseta de la piscina y me quito la camiseta. Intento limpiarme la sangre de la cara, pero tengo mala pinta. Me ha pegado en la cara, algo que no suele hacer a no ser que esté muy cabreado.
—De verdad, necesitas puntos —me dice—. O te va a quedar una cicatriz.
Intento no reírme. Tengo muchas cicatrices. Los puntos no van a ayudarme. Pegan la piel, los cortes, las heridas, curan las heridas de fuera. Todo lo que tengo roto está por dentro.
—Puedo soportar las cicatrices, especialmente las físicas.
—Deberías pedirle a tu madre que te lleve al médico y contarle lo que ha ocurrido —dice, negándose a dejarlo pasar.
Empiezo a desenrollar una pequeña gasa, pero con una sola mano es difícil, y se me cae al suelo como a un tonto.
—Eso no va a ocurrir nunca e incluso si ocurriera, no importaría. Nada de esto importa.
La coge del suelo y espero que me la devuelva, pero desenreda la gasa ella misma. La pone sobre mis heridas, mirando mis cicatrices, notando la maldad que hay en ellas. Hay algo en sus ojos que me resulta familiar, como si ella también estuviera atrapada. Me pregunto si ese es el aspecto que tengo.
Mi corazón empieza a latir desesperadamente en el interior de mi pecho por primera vez desde que recuerdo. Comienza de manera sutil, pero cuanto más cerca están sus dedos de mi piel, más ensordecedor se vuelve, hasta que ya no puedo escuchar nada más. Intento no sentir pánico. ¿Qué coño le pasa a mi corazón?
Callie da un paso atrás con la cabeza gacha, como si quisiera esconderse. Apenas puedo verla con el ojo hinchado y quiero ver su cara. Estoy a punto de extender la mano para tocarla, pero se va después de girarse dos veces para asegurarse de que estoy bien. Hago como que no me importa, pero mi corazón sigue martilleando dentro de mi pecho, más y más fuerte.
—Gracias —empiezo a decirle. Por todo, por no dejar que me pegue, por acercarte.
—¿Por qué?
No puedo responderle, porque todavía no estoy seguro de estar agradecido.
—Por traerme el botiquín de primeros auxilios y la bolsa de hielo.
—De nada.
Sale por la puerta y el maldito silencio vuelve para atormentarme.
He tenido que llevar la mano vendada una semana y el entrenador se ha enfadado porque no podía jugar. Las cosas no van tan bien como esperaba. Pensaba que al estar por fin lejos de casa mantendría a raya la oscuridad que me posee, pero estaba equivocado.
Ha pasado más de una semana desde que Callie pintó aquellas bonitas palabras en la roca. Significaron más para mí de lo que ella pueda adivinar. O tal vez lo sabía, por eso me tuve que alejar. Es una emoción a la que no puedo hacer frente.
Estamos casi al final de la semana, me siento muy mal y mi cuerpo es consciente de ello. Estoy en la cama, preparándome para ir a clase cuando Daisy me envía un mensaje raro.
Daisy: Hola, creo que deberíamos salir con otras personas.
Yo: ¿Qué? ¿Estás borracha?
Daisy: No. Estoy completamente sobria. Sólo que estoy aburrida y cansada de estar sola todo el tiempo. Necesito más.
Yo: No puedo dar más cuando estoy en la universidad.
Daisy: Entonces supongo q no me quieres tanto como pensaba.
Yo: ¿Q quieres q haga? ¿Q la deje?
Daisy: No sé lo q quiero, pero no es esto.
Al mismo tiempo recibo otro mensaje y cambio la pantalla.
Luke: Acabo de recibir un mensaje de D Man y me ha dicho que cree que Daisy te ha engañado con Lenny.
Yo: Joder, ¿en serio? ¿Con Lenny?
Luke: Sí, dice que ocurrió en la fiesta de inicio de curso de Gary o como se llame.
Yo: La fiesta de inicio de curso fue antes de que viniera a visitarme.
Luke: Sí… lo sé. Lo siento, tío.
Yo: Yo también.
Apago el teléfono sin molestarme en contestar a Daisy. En realidad no me ha jodido mucho, pero sé que debería. Me siento vacío.
En clase de oratoria, escucho a una chica dar un discurso sobre los derechos de la mujer. Tomo apuntes, pero sobre todo miro por la ventana. Miro el estadio de fútbol en la distancia, deseando estar fuera corriendo y liberando toda la energía reprimida.
De repente, veo a Callie caminando por el césped con un bolso en el hombro. Está hablando por teléfono, tiene el pelo suelto y sus piernas se mueven rápidamente. Lleva pantalones negros y una sudadera. Está cruzando el aparcamiento y grita algo cuando Luke aparece en la acera, dirigiéndose a ella. Está cojeando y mira a su alrededor como si estuviera haciendo algo malo.
Se reúnen bajo un gran roble donde hay hojas apiladas. Callie dice algo y le da el móvil a Luke. Se saca los mechones de pelo que se le meten en la boca mientras Luke teclea en el teléfono. Se ríe cuando él dice algo. Me quedo alucinado al verlos.
Cuando le devuelve el móvil, se despiden y caminan en direcciones opuestas. Callie desaparece entre una fila de coches que están en el aparcamiento y Luke se va cojeando a la zona de atrás del campus. Nunca me ha mencionado que se estuvieran viendo. ¿Por qué queda con ella? ¿Por qué coño me importa?
Me meto la mano en el bolsillo, cojo el móvil y vuelvo a encenderlo.
Yo: ¿Xq estabas hablando con Callie?
Luke: ¿Dnd coño stás? Estaba mandándote msjs y de repente tu mvl estaba apagado.
Yo: En clase… Te he visto x la ventana.
Luke: Ok… ¿Xq te importa lo que estábamos haciendo?
Yo: No me importa. Sólo preguntaba.
Luke: Sólo estábamos hablando. Tengo q irme. Va a empezar la clase.
Me estoy volviendo loco y no tiene sentido. Deberían joderme más los tres años de relación que acabo de tirar a la basura, pero eso no es nada comparado a la idea de que Callie y Luke estén saliendo juntos.
Al final, empujo la mesa y monto un numerito, ya que salgo de la clase hecho una furia en mitad del discurso de la pobre chica. Fuera, la luz del sol me deslumbra mientras camino hacia los bancos del patio. Me desplomo en uno, bajo la cabeza hasta mis manos y cojo aliento. No puedo reaccionar así con nadie. Nunca. Es una de mis reglas. No arrastrar nunca a nadie a mi mierda. Callie es la última persona que necesita esto.
Cuanto más tiempo estoy sentado, más nervioso me pongo y me doy cuenta de que la única manera de arreglarlo es enterándome de qué pasa. Le mando un mensaje a Luke y le pregunto si me puede dejar su camioneta. Dice que sí, pero si estoy de vuelta sobre las dos porque tiene que ir a algún sitio, y me dice que las llaves están en la cómoda.
Conduzco hasta el gimnasio donde Callie me dijo que hacía kickboxing. Estaba vestida como si fuera al gimnasio, así que he dado por hecho que iba allí. Sin embargo, cuando llego, no estoy seguro de si quiero tener razón o no.
Salgo de la camioneta y me quedo mirando el pequeño edificio de ladrillo.
—¿Qué coño estoy haciendo aquí? —murmuro y me vuelvo a la camioneta. Entonces Seth sale de un coche unas filas más abajo.
Me saluda con un cigarrillo en la mano y una mirada perpleja.
—Hola.
Me aparto de la puerta de la camioneta y me acerco a él.
—¿Vas a hacer ejercicio?
Se mira los vaqueros y la camiseta abotonada.
—No, he venido con Callie para hacerle compañía.
Asiento y pienso que soy un maldito idiota por haber venido. ¿Desde cuándo persigo a las chicas?
—Ya.
Seth tira el cigarrillo al asfalto y lo pisotea con la punta de su bota.
—¿Qué haces tú aquí? —Mira mis vaqueros oscuros y la camiseta lisa, que obviamente no es ropa de deporte.
Me encojo de hombros.
—Ni idea. La verdad es que no lo sé.
Señala con el dedo las puertas de cristal del gimnasio.
—Callie está dentro. Seguro que estaría encantada de hablar contigo.
Aprieto los nudillos, incluso los que están vendados. Duele, pero me calma.
—De acuerdo, entraré contigo un segundo.
Sonrío y rodeamos los coches hasta la entrada del edificio. Un hombre enorme entra con una mochila sobre el hombro y Seth le abre la puerta.
—¿Puedo preguntar qué te ha pasado? —Señala mi mano con la cabeza mientras entramos.
Levanto la mano vendada.
—Me hice daño en el entrenamiento.
—Qué mierda. —Me guía por las cintas de correr hasta la parte de atrás, donde están las colchonetas. La habitación apesta a sudor y calor y hay mucho ruido procedente de las máquinas. Suena música movida por los altavoces para animar a la gente.
Callie está cerca de las colchonetas, dándole patadas a un saco que cuelga del techo. No me gusta lo feliz que me siento de verla, o lo feliz que se siente mi cuerpo de verla. Las emociones estallan dentro de mí.
Está dando saltos y no tiene la chaqueta puesta. Lleva un top y el pelo recogido. Nunca he visto tanta piel y disfruto del espectáculo: las pecas de sus hombros, el arco de su cuello, la clavícula. Los pantalones ajustados que lleva revelan extraordinariamente la forma de su culo y sus piernas.
—No le hagas daño —dice Seth, inclinándose—. Lo digo en serio.
Parpadeo.
—¿De qué estás hablando?
Señala a Callie.
—No le hagas daño —repite y gira sobre sus talones, dándome la espalda. Se acerca a Callie y le dice algo.
A ella se le ilumina la cara y me mira fijamente. Me saluda tímidamente y me acerco a ella con las manos metidas en los bolsillos de los vaqueros.
El sujetador blanco se le transparenta y cruza los brazos sobre el pecho.
—¿Qué haces aquí? —pregunta, balanceando la punta del pie atrás y adelante en la colchoneta.
—Estaba conduciendo y he visto el coche de Seth —miento—. Así que he parado para saludar.
—Hola. —Aprieta los labios.
Sacudo la cabeza y me río entre dientes. Rodeo el saco de boxeo y le doy un empujoncito para luego escabullirme a un lado cuando éste rebota.
—No estabas de coña cuando me hablaste del kickboxing.
Aprieta la goma que sujeta su cola de caballo.
—¿Creías que lo decía para impresionarte? —Agita las pestañas y camina a un lado. No sé si lo hará a propósito para tontear conmigo. Lo dudo. Me sorprendería que supiera cómo flirtear.
—Bueno, esperaba que así fuera. —Le doy al saco con mi mano buena.
Su mirada se dirige a Seth, que está practicando con pequeñas pesas, moviendo las caderas mientras canta la canción que está sonando.
—No, lo hago por diversión.
—¿Eres buena? —Observo dudoso su pequeño cuerpo.
Se le escapan de la coleta unos cuantos mechones de pelo húmedos que le enmarcan la cara y se pone las manos en las caderas, tratando de parecer una chica dura, pero yo sólo veo el sujetador que se le transparenta.
—¿Quieres comprobarlo?
—Oh, eso son palabras mayores para una chica tan pequeña. —Estoy tonteando con ella y sé que es una mala idea por varias razones, pero ahora me siento más vivo que nunca. Cojo uno de los guantes de la esquina de la colchoneta y me los pongo.
—Venga, dame tu mejor golpe.
Ella junta las cejas.
—¿Quieres que te pegue? ¿De verdad? ¿Y si te hago daño?
—Quiero que me pegues —digo y para intentar irritarla añado—: No me importa que me hagas daño, si es que puedes.
Sus ojos azules se vuelven fríos; su expresión seria y sube los puños frente sí. Balancea su cuerpo con agilidad, echándose hacia atrás. Está en forma, pero es tan pequeña que no puede hacerme daño.
Gira las caderas, alza los pies y la punta de su zapatilla pega contra el guante. Se me va el brazo hacia atrás y mis pies se deslizan por la colchoneta. Joder. Duele. Mucho.
Sonríe y vuelve a poner el pie en el suelo.
—¿Te ha dolido?
—Un poco —admito, sacudiendo la cabeza—. ¿Sabes? Eres muy dulce, pero te doy permiso para pegarme y, joder, eres despiadada.
—Lo siento. —La risa en su voz dice otra cosa—. No quería darte fuerte.
—Creo que sí querías. —Cojo otro guante y meto los dedos dentro—. Vale, a ver qué más sabes hacer.
Me mira boquiabierta y con las manos en los costados.
—¿Estás hipando? No querrás que boxeemos.
Me doy con un guante en el otro.
—No, claro que no. Intentaré protegerme de tu ira.
Se ríe y eso hace que mi corazón salte dentro de mi pecho.
—De acuerdo, pero luego no digas que no te advertí.
Le sonrío y avanzo.
—Dame tu mejor golpe.
Intenta parecer peligrosa, sus labios forman una línea, sus ojos no parpadean; es divertido y excitante a la vez. Se ladea, y creo que va a levantar el pie y golpearme, pero se mueve en círculos a mi alrededor. Me vuelvo con ella, curioso por lo que está haciendo y de repente levanta el pie y me golpea en la mano. Apenas puedo bloquearla y ella baja el pie, dándome poco tiempo para reaccionar cuando gira y me golpea en el otro guante.
Coloca el pie en el suelo con una mirada orgullosa.
—¿Has tenido suficiente?
Niego con la cabeza mientras me reposiciono.
—De acuerdo, si quieres jugar sucio, ¡prepárate!
Se balancea sobre sus pies, preparándose para saltar y darme una patada. Antes de que lo haga, me lanzo hacia adelante, envuelvo los brazos alrededor de su cintura y giro alrededor de ella, presionando su espalda contra mi pecho.
Me quedo muy quieto, esperando que no se asuste, pero echa su brazo hacia mí mientras trata de agacharse para escapar de mis brazos. La agarro con fuerza y la aprieto contra mi pecho.
—Esto no vale —dice—. Estás rompiendo las reglas.
—Venga —la provoco mientras intenta darme una patada en la espinilla y me echo hacia atrás, manteniéndola agarrada—. Parecías muy dura cuando eras la única que se divertía.
De repente su cuerpo se queda quieto. Entonces levanta las manos, me coge los brazos y sin previo aviso, los separa de ella. Intento sujetarla porque estaba disfrutando de su calor y agarro la parte inferior de su camiseta. Se tropieza conmigo y nuestras piernas se enredan. Nos giramos, tropezamos con nuestros pies y nos caemos en la colchoneta. Rápidamente, Callie coloca las piernas sobre mi cintura y se me sube encima, agarrándome los brazos con sus pequeñas manos.
Se le ha deshecho un poco la coleta que lleva y su pelo toca mis mejillas mientras se inclina sobre mí. Su pecho sube y baja, su piel está húmeda, sus ojos son severos.
—He ganado —dice, moviéndose.
La siento encima de mí: su olor, el modo en que sus piernas están colocadas alrededor de mi cadera, todo es excitante. Estoy empezando a ponerme caliente y pronto se dará cuenta, porque estamos pegados.
—Eres cruel cuando luchas —digo—. No tenía ni idea de que fueras así.
Frunce el ceño.
—Yo tampoco.
Dejo pasar unos segundos, aun sabiendo que debería moverme. Fijo la mirada en sus labios y estoy a punto de deslizar la mano por su espalda, enredarla en su cabello y tirar hacia abajo para besarla.
—Vale, siento mucho interrumpir este bonito momento —dice Seth y su cabeza aparece por encima de nosotros—. Pero tengo que hacerlo. La señorita Callie tiene un compromiso.
Parpadea y sus mejillas se tiñen de rosa, como si estuviera despertando de un sueño y se pone en pie de un salto.
—Lo siento. Me he dejado llevar.
Levanto los hombros.
—¿Adonde vas?
—Eh… —Se mueve la goma del pelo para ajustarse la coleta—. He quedado con Luke.
—¿Luke? ¿Con Luke?
Asiente mirando a Seth.
—Sí, con él.
Me levanto del suelo y me quito los guantes.
—¿Por qué?
Se pasa el brazo por la frente.
—No puedo decírtelo.
Arrojo los guantes a la esquina, irritado.
—Vale.
—Quiero contártelo —añade—, pero no puedo.
—De acuerdo. De todas formas, tengo que irme. Tengo cosas que hacer. —Me separo de ella, sabiendo que es lo mejor que puedo hacer, pero deseando ser el chico al que va a ver.