Capítulo cinco

Callie

#3: Intentar ser feliz #3: Ser rabiosamente feliz

Soy feliz, rabiosamente feliz. No sé si es porque he bebido o porque ha sido una buena noche. He logrado lo que pensaba que era imposible y estoy tan orgullosa de mí misma que prácticamente he saltado dentro del taxi. He bailado con Kayden, he dejado que me toque de un modo en que nadie me había tocado —al menos, con mi permiso— ¡y me ha gustado!

Seth y yo nos sentamos en los asientos de atrás de la furgoneta y Kayden le da la dirección al taxista. El interior huele a queso rancio mezclado con ambientador de pino. El taxista es un hombre de unos cincuenta años que no parece muy emocionado por tener a cuatro chicos de dieciocho años en el coche. Está sonando música de los 80 y Seth se ríe de las letras de las canciones diciéndome que son guarras y que hablan de sexo.

Luke lo escucha y se da la vuelta en el asiento.

—¿De verdad hablan de eso?

Seth apunta a los altavoces.

—Escúchalas.

Nos sentamos en silencio y nos quedamos mirando los altavoces, escuchando las canciones. Seth cierra la mano en un puño, se la pone en la boca como si fuera un micrófono y empieza a cantar.

—¿Cómo es que te la sabes? —le pregunto—. No es el tipo de música que escuchas.

Seth sonríe y se inclina cuando termina la canción.

—Mi padre es un friki de los 80. Lleva un peinado de esos con el pelo corto por delante y largo por detrás, típico de los 80.

Me río cuando hace un extraño movimiento con las caderas.

—Está hablando de sexo, ¿no? —dice Luke y el conductor sube el volumen de la radio para amortiguar nuestra conversación.

Me arden las mejillas y vuelvo la cabeza a la ventana; me subo la parte de arriba de la camiseta a la nariz para esconder mi risa. No debería pensar que es divertido, pero lo es.

—Oh, Callie borracha —anuncia Seth y deja caer las manos en su regazo—. ¿Te has bebido el Long Island entero?

Niego con la cabeza.

—Sólo la mitad.

—Borrachuza —Kayden se burla de mí con una sonrisa y me sonrojo aún más.

—Eh, que es su primera vez —protesta Seth en mi defensa, acariciándome la cabeza como si fuera un perro—. Lo ha hecho bien. Lo ha hecho genial.

Me vuelvo hacia la ventana porque sé a qué se refiere, y le quiero por decirlo.

—Me siento como si fuéramos a robar —susurra Seth mientras nos dirigimos a una tienda que está cerca de la falda de las montañas. Hemos decidido parar para hacernos con linternas y pintura de espray antes de proceder con el plan. De lo contrario, habría sido un viaje en balde.

Hay un grupo de chicos fumando. Nos observan cruzar el aparcamiento, dirigirnos a las puertas de cristal y entrar en la tienda.

—Se supone que aquí todo vale un dólar. —Luke coge un vaso de chupito de una estantería que hay justo delante de la puerta y le echa un vistazo al borde. Éste se descascarilla y lo vuelve a dejar en su sitio—. Ya veo por qué.

Suena música funky y Seth sube y baja la cabeza mientras se dirige a una estantería y coge una horrible bufanda naranja y marrón.

—Oh, creo que mi abuela tenía una así. —Se la pone alrededor del cuello y salta por el pasillo, examinando las estanterías.

—Deberíamos separarnos —dice Luke—. Y buscar linternas y pintura en espray. Así iremos más rápido.

—O simplemente podríamos preguntar al cajero. —Miro el mostrador por encima del hombro desde donde nos observa un hombre alto con el cuello fino y una expresión dura en la mirada—. Mejor no.

—Vamos a hacer una carrera —anuncia Kayden, golpeando una de las sucias banderas rojas que cuelgan del techo. No sabría decir si está borracho porque no lo conozco lo suficiente, pero parece que le cuesta mantener el equilibrio—. La primera persona que encuentre las cosas gana.

—¿Gana qué? Menuda gracia si no hay premio —remarca Luke con sarcasmo mirando al pasillo—. ¿Y si el perdedor compra las bebidas la próxima vez que salgamos?

—Suena bien. —Seth se une a nosotros desenrollando la bufanda y colocándola a un lado de la estantería—. Acepto.

Kayden y Luke levantan las manos sobre la cabeza para chocar los cinco y luego dirigen sus palmas hacia mí. Choco mi mano con las suyas y Kayden se ríe cuando mis brazos caen a mis costados.

—¿Qué os parece tan divertido? —pregunto, pero él niega con la cabeza.

—De acuerdo, éstas son las reglas. —Luke se pasea de un lado a otro delante de nosotros como si fuera el jefe—. No hay reglas excepto ser el primero en llegar al mostrador con cuatro linternas y un bote de pintura. El último pierde.

Intento no reírme. ¿Esto es lo que hace la gente para divertirse?

Luke para de caminar y sus ojos se oscurecen.

—Preparados, listos, ¡ya! —Lo dice rápido y, antes de que ninguno de nosotros pueda reaccionar, sale corriendo por el pasillo principal, derrapando con las botas por el linóleo.

Seth se escabulle por uno de los pasillos laterales y Kayden corre por el que está a mi derecha. Me quedo sola en el pasillo principal.

Empiezo a caminar balanceando los brazos y leyendo los carteles de las filas.

Cuando voy por la tercera, Kayden pasa por la otra esquina y retrocede, sonriéndome.

—No le estás poniendo muchas ganas —dice—. De hecho, parece que ni lo estás intentando.

Señalo el número del pasillo con la lista de artículos.

—Lo estoy intentando de un modo distinto, no corriendo por los pasillos buscando como un lunático.

Me mira y hace bocina con las manos, innecesariamente.

—¿Y qué tiene eso de divertido?

Suelto una risita.

—No lo sé.

Se lleva la mano a la oreja.

—¿Qué? No te escucho. Vas a tener que hablar más fuerte.

Sintiéndome tonta, imito el gesto con las manos.

—He dicho que no lo sé.

Kayden baja las manos todavía sonriendo.

—Vamos, tú corres por ese lado y yo corro por este. A ver quién de los dos gana.

Niego con la cabeza.

—Ni hablar. Tú eres el jugador de fútbol, estás siempre corriendo.

Reflexiona sobre lo que he dicho y se hace con un rollo de papel que hay en la estantería.

—Lanzo más de lo que corro. —Se echa hacia atrás, levanta el rollo de papel sobre su hombro y lo arroja en mi dirección. Se vuelve hacia mí.

Estiro uno de los brazos y lo cojo sin apenas esfuerzo. Sus brazos caen a los lados y me mira boquiabierto.

—Parece que alguien tiene un talento oculto.

Levanto el rollo de papel sobre mis hombros y se lo vuelvo a tirar.

—Mi padre es entrenador. —Lo pilla e inclina la cabeza, mirándome con interés mientras continúo—: Empecé a jugar con él y mi hermano cuando tenía tres años.

Mantiene los ojos clavados en mí y vuelve a poner el rollo de papel en la estantería.

—De acuerdo, a ver cuánto puedes correr. —Sale corriendo como una flecha y desaparece por detrás de la estantería.

Me dirijo al siguiente pasillo y él ya está al otro lado. Antes de que pueda decir nada, vuelve a salir corriendo y me apresuro para llegar al siguiente. No está ahí, así que prácticamente corro al siguiente y lo veo justo cuando está yéndose de nuevo. Empiezo a correr mientras me río a carcajadas. Cada vez que llego al final del pasillo, él desaparece al otro lado. AI final, localizo las estanterías de pintura y voy a entrar cuando Kayden aparece en el otro extremo.

Ambos nos detenemos y miramos la pintura de espray en la última fila que hay en medio del pasillo.

—Parece que tenemos un pequeño problema —dice Kayden jadeando un poco, y su mirada se encuentra con la mía.

Mi mirada se desplaza de Kayden a la pintura y salgo corriendo a por ella. Mis bambas chirrían en el suelo, él también está corriendo por el pasillo. Llegamos al mismo tiempo y chocamos con la estantería golpeando un montón de latas sin darnos cuenta. Me río cuando mis pies tropiezan con las que ruedan por el suelo y me agarro a la estantería porque pierdo el equilibrio.

—Ni hablar. —Los dedos de Kayden se posan sobre mis muñecas y tiran de mi mano—. No vas a ganar.

Llego a la estantería, pero me coge la mano y me arrastra hasta él. Retuerzo los brazos intentando deshacerme de él y pisoteo el suelo. Se oye un silbido cuando la pintura verde cae sobre el linóleo y mi calzado.

Me quedo congelada y abro mucho los ojos al ver el desastre en el suelo.

—Dios mío.

Kayden aprieta los labios intentando no reírse de mí.

—Ha sido culpa tuya.

—No tiene gracia. —Inclino la rodilla y levanto el pie—. ¿Qué voy a hacer ahora?

Coloca de nuevo la lata en la estantería y se mueve lentamente alrededor del desaguisado que acabamos de provocar. Entrelaza sus dedos con los míos y me empuja al final del pasillo.

—Vale —dice echando un vistazo alrededor—, vamos a salir de aquí y a hacer como si nada.

Me vuelvo hacia la pintura y a las huellas verdes que ha dejado una de mis zapatillas en el suelo.

—Estoy dejando huellas por todo el suelo.

—Pues quítate las bambas.

Me suelto de su mano, notando lo sudorosa que tengo la piel, y saco el pie de la bamba. La cojo por los cordones y la sostengo a mi espalda mientras caminamos por el pasillo.

Seth y Luke están al lado del mostrador mirando la sección de caramelos con una lata de pintura y linternas en sus manos.

—¿Adonde vais? —pregunta Luke y una de las linternas se le cae de las manos.

El cajero nos vigila como un halcón mientras nos dirigimos a la puerta.

Seth se vuelve y nos sigue con la mirada.

—¿Por qué Callie sólo tiene un zapato?

—Vamos al coche —dice Kayden despidiéndose con la mano—. Nos vemos allí.

Nos dirigimos a la puerta a grandes zancadas y salimos a la noche, riéndonos. Noto el cemento frío a través del calcetín y rápidamente me pongo la zapatilla. La tela negra está manchada de pintura verde. Intento limpiarla restregando el pie por el suelo, pero no funciona.

Kayden me mira divertido.

—No creo que se vaya.

Restriego el calzado.

—Son mis bambas preferidas.

Abre la puerta del taxi, nos metemos dentro y el taxista nos mira molesto. Me deslizo en la parte trasera, Kayden se sienta a mi lado y cierra la puerta. Tiene las manos en las rodillas y me mira a través de la oscuridad.

—Luke va a decir que es empate y nos va a hacer pagar las bebidas la próxima vez que salgamos. Lo sabes, ¿no?

—No está tan mal —digo—. Al menos es la mitad de dinero.

Coloca el brazo en el respaldo del asiento y sube las piernas.

—Pues pedirá más cubatas.

Intento fijarme tan sólo en que su rodilla está tocando mi pierna.

—¿Ah sí?

Asiente y desplaza la mirada al asiento delantero.

—Sí, así que prepárate.

Miro por la ventanilla las líneas oscuras de las montañas. Me distrae. La noche. La facilidad. Todo. Mi mente se deja llevar por pensamientos que no sabía que existían, como a qué saben sus labios y qué tacto tienen sus músculos bajo las yemas de mis dedos.

—Callie.

Miro a Kayden alejando mis pensamientos.

—¿Sí?

Su mirada se dirige a mis labios y abre la boca, pero luego cierra la mandíbula y una pequeña sonrisa curva sus labios.

—Ha sido divertido.

Le devuelvo la sonrisa.

—¿Sabes qué? Sí que lo ha sido.

—Joder, qué oscuro está esto —se queja Seth cuando salimos a la carretera—. Y qué sucio.

Luke sujeta la linterna frente a sí. A Seth se le ha caído justo cuando salimos del taxi y la mía no funcionaba, así que sólo nos quedan dos.

El taxi está esperándonos al final del camino. El conductor nos ha dicho que nos da veinte minutos y si no, se va sin nosotros. No le ha gustado tener que llevarnos a la montaña, donde se está celebrando una fiesta que obviamente es ilegal.

—¿Qué esperabas? Estamos en la montaña —le dice Kayden a Seth alumbrando con su linterna de lado a lado.

Las piedras crujen bajo mis pies mientras me agarro al brazo de Seth. El aire es un poco más frío y se ven relámpagos en el cielo.

Cuando llegamos al final de la roca, Luke me da la linterna y agita el espray de pintura.

—¿Quién es el bastardo que va a subir ahí? No está tan lejos, pero yo estoy agotado.

Seth sacude la mano en el aire con un aire dramático.

—Bueno, como en realidad soy bastardo, yo lo haré.

Ilumino su cara con la linterna y veo una mirada incrédula en sus ojos. Estoy sorprendida, no sabía eso de él.

—Pensaba que a tu padre le iba el rock de los 80 y llevaba ese peinado raro.

—Mi padrastro —aclara y extiende la mano hacia Luke—. Dame el espray. Me gustaría aportar mi granito de arena en esa roca.

Luke pone el bote en su mano.

—Toda tuya, colega.

Agitando la lata, Seth se aproxima a los escalones de la roca que se elevan al cielo gris. Coloca la bota en una roca que hay abajo, se balancea y se agarra a un saliente que hay a un lado. Mueve el otro pie hasta el siguiente escalón, de modo que sus dos pies están ya en el acantilado. Con el espray bajo el brazo pone la otra mano en el borde y se desliza arriba. Rueda sobre su espalda y se pone de pie.

Le enfoco la espalda con la linterna para que vea la superficie de la roca.

—¿Estás bien?

Se asoma por encima del hombro.

—Estoy pensando en algo perverso que escribir. Oh, espera, lo tengo. —Levanta el bote, coloca la boquilla hacia abajo y empieza a dibujar líneas y círculos con las manos. La pintura roja va manchando poco a poco la roca, formando letras hasta que termina y baja la mano.

—«Que te den». —Leo las letras temblando de frío y con la piel de gallina—. ¿Eso es lo que vas a escribir?

Se da la vuelta con las manos en las caderas.

—Es lo que ya he escrito y si quieres algo mejor, sube ese pequeño culo hasta aquí y escríbelo tú misma, que para eso eres escritora.

Kayden se vuelve hacia mí, su pelo parece casi negro bajo la pálida luz de la luna. Enfoca la linterna entre nuestros pies.

—¿Escribes?

Me encojo de hombros, enfocando la luz por encima de su hombro.

—En un periódico.

Por alguna extraña razón, esta información le intriga.

—Pues me encanta, no me cuesta imaginarte como escritora.

Me froto el brazo intentando entrar en calor y quitarme la piel de gallina.

—¿Por qué?

Se encoge de hombros chutando la tierra con la punta de sus bambas.

—Parece que siempre estés pensando algo profundo… ¿tienes frío?

—Estoy bien —digo castañeteando los dientes, deseando no haber dejado la chaqueta en el taxi—. Hace un poco de frío, pero estoy bien.

Se lleva las manos al cogote y tira del cuello de la sudadera que se quita por encima de la cabeza. La camiseta negra que lleva debajo se levanta un poco y puedo echar un vistazo a las cicatrices que tiene en el abdomen.

Tira de la camiseta con una mano y extiende la otra ofreciéndome la sudadera.

—Toma, póntela.

—No hace falta que me des tu sudadera.

—Pero quiero dártela.

Dudando, la acepto y el tejido me parece suave al tacto de mis dedos. Me la meto por la cabeza mientras Kayden se pasa los dedos por el pelo. La sudadera me empequeñece y me hace sentir diminuta.

—¿Mejor? —pregunta mientras meto los brazos por las mangas.

Asiento envolviéndome con los brazos, disfrutando de la calidez y del olor de su colonia.

—Gracias, pero ¿no vas a pasar frío?

Sonríe como si lo encontrara gracioso.

—Estaré bien, Callie. Te lo prometo. Un poco de aire frío no es nada.

—¡Callie! —grita Seth y doy un saltito. Se vuelve hacia el acantilado con la luz de la linterna alumbrando las rocas—. Mueve el culo hasta aquí y escribe algo poético.

Suspiro y me acerco al acantilado con la linterna enfocando mis pies. El círculo de luz muestra el camino y la base del acantilado.

—Pásame la linterna —grita Seth con las manos alrededor de la boca—. Te iluminaré mientras escalas.

—Como se te caiga, se rompe —digo en voz alta poniéndome de puntillas.

—Hazlo y punto —dice con una voz tonta de borracho mientras salta de un lado a otro por el borde, agitando los brazos.

Me preocupa que se caiga.

—¡Ten cuidado!

Kayden se pone a mi lado y me tiende la mano.

—Dámela a mí. Soy un excelente lanzador. —Pongo la linterna en la palma de su mano y Kayden echa el hombro para atrás, levantando el brazo—. Allá va.

—Vale —dice Seth cuando el brazo de Kayden sale disparado hacia adelante. Suelta la linterna y ésta se eleva por el aire como si fuera un balón de fútbol.

Seth da un chillido y pone las manos delante de él para cogerla, parpadea como una luciérnaga cuando aterriza en sus manos. Rebota, cae al suelo y se apaga.

—¿Dónde está? —pregunto mientras Luke se dirige a nosotros y enfoca la roca. Se hace el silencio durante un momento. Oímos los gritos y las risas que provienen de la fiesta.

Seth aparece de repente en la roca, estirando el brazo con la linterna en la mano.

—¡La tengo!

—Quizás deberías bajar —le advierto—. Estoy preocupada, no vayas a caerte.

—Cuando dejes tu huella en la roca. —Levanta la linterna y el resplandor ilumina lo que hay escrito detrás de él—. Vamos.

Me acerco hasta la roca, me arremango la sudadera de Kayden y me agarro al saliente más cercano. Inclino la barbilla y miro la cima mientras doblo las rodillas y me apoyo en una roca inferior. Balanceándome arriba y abajo sobre la punta de mis pies, me preparo para escalar cuando de repente oigo a alguien moverse detrás de mí.

—Déjame ayudarte —susurra Kayden en mi oreja y por primera vez en mi vida me estremezco porque un chico está a unos centímetros de mí.

—De acuerdo. —Como nunca he estado borracha, no estoy segura de si el alcohol me va a ayudar a relajarme, pero entonces pone las manos en mis caderas. Estoy bien. De hecho, estoy mejor que bien.

Con su ayuda, estiro mi cuerpo hasta llegar al siguiente saliente. Noto la roca áspera como una lija en la palma de las manos mientras me arrastro hacia arriba y las de Kayden se deslizan por mi espalda mientras me empujan. Subo la pierna y me da un último empujón en el culo antes de alejarse.

Abro los ojos desmesuradamente mientras ruedo por la cima y miro el cielo. Los puntos de la piel en los que me ha tocado hormiguean y un escalofrío me recorre el cuerpo.

Seth aparece por encima de mí. Los rayos de plata de la luna se reflejan en sus ojos.

—¿Estás bien?

Me giro sobre el estómago y me ayudo con las manos para ponerme de pie.

—Estoy bien. Ni arañazos ni cortes.

Se pone la linterna debajo de la barbilla, que ilumina su cara y hace que sus ojos parezcan brasas.

—No me refiero a la escalada, sino al pequeño detalle de que prácticamente te ha agarrado el culo.

—¿Lo has visto?

—Claro que lo he visto. Te ha metido mano.

Me toco las caderas y camino de un lado a otro por el estrecho acantilado, dándole patadas a la tierra con la punta de las bambas.

—Estoy bien. De verdad. De hecho, me siento mejor que bien.

—Creo que podría ser el alcohol el que está hablando. —Seth sostiene el espray de pintura.

—¿Tú crees? —Se la quito y la agito.

Afirma con culpabilidad.

—Creo que un poquito. Sólo espero que no llegue el momento «Oh, Dios mío» mañana cuando te despiertes.

—Estaré bien. Hoy me lo estoy pasando bien por primera vez en mucho tiempo. —Camino hacia la roca y busco dónde escribir. Leo las borrosas y sabias palabras que otros han escrito y las declaraciones de amor.

—Joder, qué alto estamos —dice Luke cuando se asoma al borde. Se pone de pie y mira por el acantilado, presionándose los nudillos—. No soy muy fan de las alturas.

—Yo tampoco —le digo mientras Kayden sube hasta la cima arrastrándose con las manos y después se tumba sobre el estómago. Jadeando, se gira sobre la espalda.

—Sí, ya me acuerdo —dice volviendo la cabeza hacia mí, sonriendo.

Oriento la boquilla del espray a un espacio vacío de la roca. Presiono en la parte superior y finjo ser una artista trazando una hermosa pintura. Las líneas se van juntando para darle a todo un significado. Cuando termino doy un paso atrás, respirando el aire, que está lleno de gases de la pintura.

Kayden se pone a mi lado y me echa el brazo por los hombros.

—«En nuestra existencia hay una única coincidencia que nos une y, por un momento, nuestros corazones laten como si fueran uno». —Me mira—. Estoy impresionado.

Le doy el bote de pintura y sus dedos rozan mis nudillos.

—Lo escribí hace un tiempo. —Bajo la voz y me inclino—. Justo después de aquella noche en la caseta de la piscina.

El ánimo de Kayden se desinfla y retira la mano de mis hombros. Le pasa a Luke la lata.

—Deberíamos ir tirando o el taxista se irá sin nosotros. No pienso volver andando.

Yo también me vengo abajo cuando me doy cuenta de que le ha molestado lo que le he dicho. Lo observo descender y siento que mi fantástica noche se ha ido al traste.

Cuando regresamos a los dormitorios, Kayden se va sin decir adiós. Me duele y me confunde.

—¿Qué ha pasado? —pregunta Seth mientras paso la tarjeta y abro la puerta del recibidor de mi residencia.

Me encojo de hombros y me meto dentro.

—Creo que es porque le recordé lo de su padre. No tengo ni idea de por qué lo he hecho.

Las luces confieren un color rojizo a sus ojos mientras nos dirigimos a los ascensores que están cerca de la zona de descanso.

—Eso es porque no pensáis con claridad esta noche.

Giro a la derecha y veo a dos chicos corpulentos que llevan jerséis de fútbol en el recibidor dirigiéndose hacia nosotros.

—Ya lo sé. Estar borracho es un asco.

Se cubre la boca con la mano para acallar una carcajada.

—Dios mío, cuánto te quiero. Sobre todo cuando dices cosas como esa.

—¿Cómo qué?

Sacude la cabeza sonriendo aún mientras entramos en el ascensor.

—Nada. No importa. Aunque me muero por saber por qué una de tus bambas está verde.

Estiro el cuello por encima del hombro para mirar la suela mientras él pulsa el botón que lleva a mi planta.

—He pisado una lata de pintura peleándome con Kayden por coger una.

—Me hubiera encantado verlo.

—Estoy segura.

Las puertas del ascensor se abren y salimos al recibidor; paramos al final, al lado de la puerta de mi habitación. Se oyen risitas y golpes al otro lado y el aire huele a tabaco.

Seth desenrolla la bufanda roja del pomo de la puerta y la pone frente a mí.

—¿Para qué es esto?

—Significa que no puedo entrar. —Le quito la bufanda, la cuelgo en el pomo y suspiro de cansancio—. Estoy echa polvo.

—¿Se lo está montando ahí dentro?

Se me enciende la piel.

—No lo sé… Puede.

Seth me agarra del antebrazo y me lleva a los ascensores.

—Venga, vamos a llevarte a la cama.

Me apresuro para seguir su ritmo.

—¿Adonde vamos?

—A la cama.

Cuando llegamos a la planta baja, me aleja de la ruidosa sala de descanso y nos dirigimos hacia su edificio.

—Hoy duermes en mi habitación. De todas formas, mi compañero no está nunca, así que yo me acostaré en su cama y tú en la mía.

Quiero abrazarle, pero me temo que si me dejo llevar, la somnolencia se apoderará de mi cuerpo definitivamente.

—Gracias. Estoy muy cansada.

Cuando llegamos a su habitación, teclea el código para abrir la puerta y me empuja adentro mientras enciende la luz. La cama de su compañero está vacía y llena de ropa sucia. El lado de Seth está ordenado, excepto por un montón de bebidas energéticas que hay encima de la mesa del ordenador. Seth es adicto a las bebidas energéticas.

—¿Nunca duerme aquí? —pregunto quitando de en medio una lata vacía de soda.

Niega con la cabeza quitándose la chaqueta.

—Creo que me tiene miedo.

Pongo una mueca y me tapo las manos con la sudadera de Kayden.

—Lo siento. Si sirve de algo, es un idiota.

—No tienes que sentirlo, nena. —Se saca la cartera del bolsillo y la pone en lo alto de la cómoda, al lado de la lámpara—. Eres la persona más comprensiva que he conocido.

Empieza a desabotonarse la camisa y lo rodeo con los brazos.

—Y tú eres la mejor persona que he conocido.

Sonriendo, me da una palmadita en la cabeza.

—A ver si piensas lo mismo mañana, con tu primera resaca.

Me echo alegremente en su cama. Ahueco la almohada, me pongo de lado y miro una foto de él y un chico con el pelo oscuro y ojos azules.

—Seth, ¿es él? El de la foto.

Se toma un minuto para responder.

—Sí. Es Braiden.

Braiden parece un jugador de fútbol: hombros anchos, torso delgado y brazos bien definidos. Tiene el brazo encima de los hombros de Seth. Parecen felices, pero en el fondo uno de ellos no lo es. Uno de ellos rechazará al otro cuando los rumores de que se quieren empiecen a extenderse como una mancha de aceite por el instituto. Uno de ellos mirará, sin mover un dedo, mientras le dan una paliza al otro. Me gustaría preguntarle por qué conserva la foto, por qué está en su pared, pero no quiero incomodarlo.

Apaga la luz y la cama se hunde cuando Seth se acuesta. Estamos en silencio, me hago un ovillo, acariciando la almohada con la cara y cierro los ojos.

—¿Te puedo hacer una pregunta? —dice Seth de repente.

Abro los ojos.

—Claro.

Hace una pausa.

—¿Tienes pesadillas sobre lo que pasó?

Vuelvo a cerrar los ojos con fuerza respirando el olor de la camiseta de Kayden.

—Siempre.

Seth deja escapar un suspiro.

—Yo también. Parece que no puedo escapar. Cada vez que cierro los ojos, todo lo que veo es el odio en sus caras y puños y pies golpeándome.

Trago saliva con dificultad.

—Te juro que a veces puedo olerlo.

—Yo puedo oler la tierra y noto el sabor de la sangre —suspira—. Y siento el dolor.

Se hace el silencio y me sobreviene la necesidad de consolarle. Me echo a un lado, bajo de la cama y me hundo en el colchón a su lado. Se vuelve hacia mí. Su cara es sólo un reflejo de la luna.

—A lo mejor no habrá pesadillas esta noche —digo—. A lo mejor las cosas cambian.

Suspira.

—Ojalá, Callie. De verdad.

Por un momento deseo que así sea. Ha sido una gran noche y parece como si cualquier cosa fuera posible, pero entonces cierro los ojos y todo se esfuma.