Kayden
#43: No dejarse avasallar
Estoy soñando algo bonito. Callie y yo estamos descendiendo por la montaña. Mientras la ayudo a bajar, ella se muerde el labio inferior y tropieza con las rocas; parece muy nerviosa.
Con los ojos fijos en sus labios, coloco las manos en la pared rocosa, de modo que su cabeza está atrapada entre mis brazos. Su cuerpo tiembla cuando bajo la cabeza y respiro contra su cuello. Me encanta que tiemble y quiero que tiemble aún más.
Las palmas de mis manos se deslizan por las rocas, los bordes escarpados me desgarran la piel. Siento una combinación de dolor y deseo y se me dispara la adrenalina por todo el cuerpo. Agarro sus caderas y ella separa los labios mientras inclina la cabeza hacia atrás y gime.
—Dime que me deseas —digo porque presiento que nunca se lo ha dicho a nadie.
—Te deseo —suspira.
Levanta la cabeza y mis labios descienden hasta los de ella mientras presiono mi cuerpo contra el suyo, deseando más que nada en el mundo rasgar su ropa y enterrar mi sexo en su interior.
—Despierta, semental. —Una mano cálida me acaricia la mejilla y le doy un manotazo porque está arruinando mi sueño.
—Venga, chico sexy. —Alguien salta encima de mí—. Hay un regalo esperándote si te despiertas.
Abro los ojos. Una mirada azul y un espeso pelo rubio están frente a mi cara.
Daisy está sentada a horcajadas sobre mí y lleva una falda vaquera muy corta y un top de encaje blanco.
—¡Sorpresa!
Me levanto sobre los codos, desanimado. Preferiría volver a mi sueño para ver cómo termina.
—¿Qué haces aquí?
Sus ojos se estrechan.
—Menuda forma de darle la bienvenida al amor de tu vida. Joder Kayden, a veces eres un imbécil.
Suspiro y pongo una sonrisa de plástico.
—Lo siento, es que estoy cansado. Entre las clases y los entrenamientos, apenas tengo tiempo para dormir.
Aprieta las puntas de su pelo con los dedos.
—Pues despiértate. Tienes que llevarme a algún sitio antes de que vuelva a casa. Sólo estaré aquí una hora.
—¿Por qué has venido? —pregunto cauteloso mientras me siento y me apoyo en la cabecera de la cama.
Daisy sacude la cabeza y se ajusta el top por encima del estómago.
—Mi madre ha ido de compras. Es el lugar más cercano donde comprar zapatos de marca.
Levanto las cejas fingiendo interés.
—¿Ah sí?
Asiente y pasa sus dedos por mi pecho desnudo.
—Pensé en venir con ella para verte. Puedes llevarme a ver algo y quizás haya premio.
—Tengo clase —digo—. ¿Dónde está Luke? Imagino que ha sido él quien te ha dejado entrar en la habitación, pero ¿quién te ha dejado entrar en el edificio?
—Tengo mis métodos. —Aparta las piernas y se pone de pie—. Luke me ha dejado entrar y se ha ido. No sé qué problema tiene conmigo. Con solo mirarle sale corriendo en otra dirección.
—Es tímido. —Me levanto y las sábanas caen al suelo, dejando al descubierto el pecho.
Daisy resigue con los dedos las líneas blancas y los pasa por toda la piel como si hubiera olvidado que las cicatrices están ahí.
—¿Sabes? Existen tratamientos por láser que hacen desaparecer las cicatrices. Podrías informarte. —Me acaricia la mejilla con el dedo—. Serías perfecto si no tuvieras esas cicatrices.
Me separo de ella, cojo una camiseta roja de la cómoda y me la pongo.
—Ya está, ya no tienes que verlas.
Arruga la nariz.
—No quería ser grosera. Sólo digo lo que pienso.
Cojo unos vaqueros del suelo, me los pongo y me ato las bambas.
—¿Adónde quieres ir?
Se da un golpecito en los labios, pensativa.
—Sorpréndeme. Sólo espero que sea un sitio bonito.
Cojo la cartera y el móvil y abro la puerta para que pase.
—Ya sabes que no tengo el coche.
—Ya. —Pone los ojos en blanco y cierro la puerta—. Por eso le he pedido a mi madre el suyo. Está en el centro comercial, así que podemos echar un polvo rápido. Pero asegúrate de que lo disfrute. —Me sonríe y balancea las caderas mientras se aleja, contoneándose por el pasillo. Su falda apenas le cubre el culo y mueve sus larguísimas piernas con confianza. Unos cuantos chicos la miran sin disimular, babeando.
Cuando se aproxima a la puerta, me espera para que se la abra y salimos. El patio del campus está lleno de gente entrando y saliendo de clase con libros en las manos.
Bajamos por el camino que hay tras los árboles cuando Seth y Callie aparecen al final de él. Callie lleva una camiseta morada de manga larga y el pelo recogido. Mi mente se acuerda del sueño que he tenido y de cómo me sentía teniéndola en mis brazos.
Está hablando con Seth y tiene una expresión seria en la cara. Seth está moviendo los brazos en el aire animadamente. Cuando sus ojos se encuentran con los míos, se iluminan durante un segundo hasta que ve a Daisy. Callie es la chica más dulce que he conocido nunca, pero ahora su mirada está llena de odio.
Voy a saludarla, pero extiende su brazo hacia mí con una tarjeta de identificación en su mano.
—Se supone que tenía que darte esto —dice con un tono monótono.
Cojo la tarjeta y le ofrezco una sonrisa.
—Gracias. ¿Cómo ha acabado esto en tus manos?
Se encoge de hombros.
—Luke me dijo que la había cogido por accidente. Después de clase me pidió si podía pasar por tu dormitorio para dártela, pero como nos hemos encontrado, aquí la tienes.
Daisy mira a Callie.
—¿Quién coño eres tú?
Los ojos de Callie se vuelven fríos como el hielo.
—Callie Lawrence.
Daisy se burla maliciosamente.
—Oh, Dios mío. Si es la Anoréxica Satánica. Claro. Llevas ropa diferente, pero sigues teniendo el mismo cuerpo delgado. ¿Pasas mucha hambre?
—Daisy —digo con la voz tensa—, déjala en paz.
Los ojos de Seth se abren desmesuradamente, lo que significa que Callie ha debido mencionarle a Daisy. ¿Pero por qué? ¿Me estoy perdiendo algo?
Daisy me mira.
—A lo mejor debería preguntarte qué haces con alguien como ella.
Una luz se apaga en los ojos de Callie y empieza a caminar, pero Seth se enfrenta a Daisy.
—No sé por qué eres tan engreída —dice—. Sin el relleno del sujetador, el bronceado, el pelo teñido y la ropa sofisticada no eres más que una chica con un poco de sobrepeso y una nariz muy mal operada.
Daisy suelta un bufido y se cubre la nariz con la mano.
—No me he operado la nariz.
—Claro, lo que tú digas. —Le sonríe con suficiencia, coge a Callie por el brazo y se despide de mí—. Te veo luego Kayden.
Callie no se fija en mí y pasan alrededor de nosotros cuando salen en dirección a la entrada principal del campus.
Daisy se pone las manos en las caderas y frunce los labios.
—¿Por qué hablas con esa chica? —pregunta—. Te acuerdas de ella, ¿no?
—Sí, es Callie Lawrence. —Me encojo de hombros y sigo por la acera—. Estaba en mi curso en el instituto y era una chica muy callada.
—Era un bicho raro. —Entrelaza sus dedos con los míos, lo que hace que mi cuerpo se entumezca.
—Es anoréxica y solía llevar ropa ancha. Tenía un corte de pelo horroroso y no hablaba nunca con nadie.
—No es anoréxica, ni satánica. —Sacudo la cabeza—. Y no era siempre así, ni lo es ya. Es una chica normal. —Y triste, pienso. Y cada vez que la miro se me rompe el corazón—. Además, me ha ayudado con algunas cosas.
—¿Qué tipo de cosas? —me pregunta, mirándome desafiante, como si quisiera arañarme los ojos—. ¿Te estás acostando con ella? Porque si así fuera, sería asqueroso y patético.
Por un segundo considero la idea de decirle que sí; me quedaría ahí y la vería irse, borrándola de mi vida. Pero entonces, ¿qué haría? ¿Salir con otra persona? ¿Salir con Callie? Por mucho que a mi mente le encante la idea —y a mi polla también, seamos francos—, ella es demasiado buena para mí y los pocos momentos que he compartido con ella han sido muy intensos.
—No, no me he acostado con ella. Sólo hablamos de vez en cuando —digo, y en parte es verdad, porque eso es lo que Callie necesita ser para mí.
Callie
No hay nadie en la biblioteca, excepto la bibliotecaria, que está empujando un carrito y poniendo los libros de nuevo en las estanterías. Me pregunto si vivirá sola, si tendrá gatos… Me pregunto si será feliz.
—¿Cuánto tiempo vas a esperar para hablar de lo que ha sucedido? —me pregunta Seth mientras pasa las páginas de su libro de texto.
Me siento fatal, como una niña, sólo que ya no soy una niña. Soy una mujer, universitaria, y he actuado como si estuviera en el instituto. Odio cruzarme con gente de mi pasado que tiene el poder de empujarme de vuelta a la oscuridad y a la tristeza que siempre han formado parte de mí.
Me encojo de hombros y subrayo una nota en una página con un rotulador amarillo.
—¿De qué quieres hablar?
Me arranca el rotulador de la mano y deja una línea amarilla a lo largo del papel.
—Del hecho de que hayas dejado que una zorra te pisotee y de que Kayden no haya dicho nada.
—¿Por qué iba a decir nada? Nunca lo ha hecho. No soy asunto suyo. —Echo un vistazo por la ventana, por donde entra un rayo de sol—. Lo que ha pasado ahí fuera es la historia de mi vida. Por suerte ella se irá y ya no tendré de qué preocuparme.
Seth deja el rotulador encima de la mesa y mira afuera, a los árboles.
—Lo que ha pasado con esa chica no está bien. Tienes que confiar más en ti misma y defenderte. La próxima vez que haga algo así, quítale esas extensiones tan horteras del pelo.
—¿Lleva extensiones? —pregunto y él asiente. Sonrío, pero después sacudo la cabeza—. Si hubiera sido alguno de los que te acosaban en el instituto, ¿habrías tenido más confianza en ti mismo?
—No se trata de mí. —Cierra los ojos con fuerza. Cierra el libro y cruza los brazos por encima de él—. Estamos hablando de ti.
—Pues no quiero que hablemos más de mí. Me está dando dolor de cabeza. —Cojo el rotulador de la mesa y le pongo el tapón—. ¿Y si estudiamos otro día? Tengo otras cosas que hacer.
Suspira y recoge sus libros antes de retirarse de la mesa.
—Vale, pero cuando vuelva a mi habitación voy a añadir «no dejarse avasallar» a la lista.
Kayden
Hace una semana que no hablo con Callie. La última vez fue en la inesperada visita de Daisy que terminó con un polvo y un adiós poco entusiasta. No sé quién está evitando a quién, pero cuanto más tiempo pasamos separados, más pienso en ella.
Mi madre también se pasó a verme cuando vino a visitar la ciudad. Es la misma maldita mentira que utiliza cuando se toma un descanso de la bebida para ir a un spa a recuperar la sobriedad. Suele tomar unos analgésicos y un montón de vino. Siempre ha actuado así, y puede que sea la razón por la que nunca ha intervenido para detener las palizas. Intenté contarle una vez lo que pasó con mi padre pero no pareció dispuesta a hacer nada.
—Bueno, tendrás que espabilarte —me dijo, y tomó un trago de vino. Se le derramó un poco por la parte delantera de la camiseta, pero no pareció darse cuenta—. A veces tenemos que hacer frente a las cosas lo mejor que podemos. Se llama vida, Kayden. Tu padre es un buen hombre. Nos ha dado un techo bajo el que vivir y nos da más de lo que muchos hombres nos darían. Sin él, probablemente estaríamos en la calle.
Y yo estaba en el otro extremo de la mesa, de pie, con los puños apretados.
—Pero lo estoy intentando, y parece que sólo va a peor.
Volvió la página de la revista y cuando la miré a los ojos, parecía un fantasma, ausente, tan perdida como lo estaba yo.
—Kayden, no hay nada que pueda hacer. Lo siento.
Me fui de la habitación, molesto, deseando que mi madre fuera otra persona durante dos malditos minutos, la persona que organizaba fiestas y eventos benéficos y sonreía. La persona que no era una maldita zombi dopada con medicamentos y alcohol.
—¿Qué coño te pasa hoy? —Luke lanza el balón de fútbol al lado del poste, lejos de mi posición. Llevamos el equipo y estamos sudorosos y exhaustos, pero no consigo calmarme.
—¿Podemos dejarlo por un día? —Sus mejillas están rojas por debajo del casco y tiene la camiseta empapada en sudor—. Estoy cansado. El entrenamiento terminó hace dos horas.
—Sí, supongo. —Quito uno de los conos abollados y lo lanzo a las gradas. Kellie y otra chica están sentadas en la fila de abajo, con los libros delante de ellas, observándonos mientras hablan y fingen estudiar.
Levanto la mirada hacia el cielo gris y miro las gradas que rodean el campo.
—¿Qué hora es?
Luke se encoge de hombros y cruza el campo hasta el túnel que lleva a los vestuarios, quitándose el casco.
—No lo sé, pero es muy tarde y estoy agotado.
Lo sigo, pero por el rabillo del ojo veo a Callie sentada en la hierba detrás de un árbol que está al final del campo, al otro lado de la valla. Hay papeles esparcidos delante de ella y está mordiendo un bolígrafo mientras lee.
Me doy cuenta de que quizás soy yo quien está evitándola a ella, porque me hace sentir cosas a las que no estoy acostumbrado: los sueños húmedos, la actitud protectora, el modo en que mi estúpido corazón late como si estuviera vivo. Tiro de la correa que hay bajo mi barbilla, me quito el casco y me dirijo hacia ella. Está tan absorta en sus apuntes que no me ve. Me agarro al borde de la valla, deslizo las piernas por encima y aterrizo al otro lado. Me ajusto las mangas de la camiseta bajo el jersey y me detengo a unos pasos de ella.
Tiene el pelo trenzado en un moño despeinado y lleva puesta una camiseta de manga corta y una chaqueta atada a la cintura. Deja de morder el bolígrafo y examina uno de los papeles atentamente, pero cuando mi sombra se proyecta sobre ella, mira hacia arriba y se echa a temblar. Por un momento, creo que se va a levantar y va a salir corriendo.
Se tranquiliza y se coloca la mano en el pecho.
—Me has asustado.
—Ya lo veo. —Me toco el pelo húmedo y sudoroso con los dedos y luego me agacho delante de ella, para no volver a asustarla. Si he aprendido algo, es que no le gusta que la gente ocupe su espacio personal sin avisar—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Mira los apuntes y después me vuelve a mirar a mí.
—Los deberes. Me gusta salir aquí de vez en cuando. —Dirige la mirada al campo—. Me recuerda a cuando me quedaba con mi padre mientras entrenaba.
—No recuerdo haberte visto nunca —digo, sintiéndome como un imbécil de nuevo por no acordarme de ella—. ¿Cuándo hacías eso?
—Lo hice durante años. —Traga con dificultad y se concentra en sus papeles—. Además, no puedo hacer los deberes en mi habitación. Mi compañera de habitación… Bueno, a veces… —Se le encienden las mejillas y me doy cuenta de que estoy sonriendo por lo tierna e inocente que es. Balbucea—: Tiene a un montón de chicos.
Me rasco la nariz para no reírme.
—Ya veo. Así que tienes que dejar la habitación durante unas horas.
Pone una mano en cada lado de la pila de papeles y los reagrupa hasta que forma un solo montón.
—Sí.
Hago una pausa y una disculpa sale de mis labios.
—Lo siento.
Frunce el ceño y levanta la barbilla para mirarme.
—¿Por qué?
—Por no decirle a Daisy que se callara la puta boca —digo—. Debería haberlo hecho. Estaba portándose como una zorra contigo.
Se encoge de hombros, mirando el campo.
—No tienes por qué dar la cara por mí. Es tu novia. Debes estar de su lado.
Me arrodillo en la hierba y me acerco a ella.
—No, debería haber dado la cara por ti. Te debo demasiado.
Callie aprieta los labios y me devuelve su atención.
—No me debes nada, de verdad. Lo que hice aquella noche no fue para tanto. Si hubiese pasado de largo habría sido peor.
No obstante, sí que le debo mucho. Porque gracias a ella tengo menos cicatrices. Me gustaría borrar todo lo que le causa tristeza. Dejo el casco en la hierba y cojo sus libros mientras ella agarra la mochila que hay apoyada en el tronco del árbol.
—¿Qué vas a hacer esta noche?
Mete los papeles en la mochila arrugando los bordes y le doy los libros.
—Posiblemente me quede en la habitación y vea una película o algo así.
—¿Durante cuánto tiempo está tu habitación ocupada? —le pregunto y sonrío al ver que sus mejillas se ponen rojas.
—No lo sé. —Se apoya en las rodillas, se coloca la mochila en el hombro y se pone de pie—. Probablemente me vaya con Seth hasta que su amigo se haya ido.
Cojo el casco y la sigo hasta que llegamos a la valla.
—¿Por qué no vienes con Luke y conmigo? Quiere ir a probar un bar que hay en el centro. Puede que sea una mierda, pero será mejor que estar en tu habitación.
Se detiene, se ajusta el asa de la mochila en el hombro y se muerde el labio inferior tan fuerte que la piel de alrededor de su boca se pone morada.
—No creo que pueda.
—¿Por qué? —pregunto con tono bromista mientras le sonrío—. ¿Tan malo es estar conmigo?
Deja caer los brazos a sus costados y sus ojos me miran.
—No.
Me froto los doloridos músculos del cogote.
—Pues ven con nosotros. Será divertido y si no, podemos hacer otra cosa.
Cierra sus manos en puños y luego estira de nuevo sus dedos.
—De acuerdo.
Estoy sorprendido. Estaba coqueteando con ella sólo porque me fascina ver cómo se pone nerviosa, pero no pensaba que fuera a decirme que sí.
—Vale, ¿nos vemos en la camioneta de Luke a las nueve?
Asiente y me da la espalda. Se marcha deprisa, como si le diera miedo que la apuñalara por la espalda. Parece asustada de todo el mundo, excepto de Seth. Pero ¿por qué?
Callie
Me acuerdo de los globos de cumpleaños rosas y blancos flotando por la habitación, las guirnaldas rojas colgando del techo y el papel de regalo dorado arrugado en el suelo. El modo en que las llamas de las velas bailaban y el rastro del humo que ascendía hasta el techo. Mi madre al otro lado de la mesa, con una cámara de fotos en la mano y una sonrisa en la cara mientras le daba al botón una y otra vez.
El flash me cegó y parpadeé, deseando que dejara de sacar fotos que me recordaran ese estúpido día.
—Pide un deseo, cariño —dijo y la cámara disparó el flash de nuevo, iluminando la cara de la gente que rodeaba la mesa.
Me quedé mirando la capa de azúcar rosa, el «Feliz cumpleaños, Callie». ¿Pedir un deseo?
Un globo rojo flotaba sobre la mesa, despacio, arriba y abajo, arriba y abajo.
—Pide un deseo, Callie —repitió mi madre mientras el globo se movía por encima de su hombro.
Todo el mundo me miraba, como si supieran que ya no era la misma.
¿Pedir un deseo? ¿Pedir un deseo?
El globo explotó.
No se pueden pedir deseos.
Mi compañera de habitación, Violet, entra en el dormitorio cuando termino de escribir la última línea. Es alta, tiene el pelo rizado y negro y mechas rojas. Lleva un piercing en la nariz y una estrella tatuada en la nuca. Viste unos pantalones escoceses, una camiseta negra rota y botas militares.
—¿Has visto mi chaqueta de piel? —me pregunta tras cerrar la puerta y dejar la mochila en su cama deshecha.
Cierro mi diario y meto el bolígrafo por la espiral.
—No.
Suspira mientras coge los libros del escritorio frente a la ventana.
—Creo que me la he dejado en el bar. Mierda.
—Echaré un vistazo. —Meto el diario debajo de la almohada y me levanto de la cama.
Violet abre el cajón del escritorio y me mira por encima del hombro cuando me pongo las zapatillas.
—¿Vas a salir?
Asiento y meto el brazo por la manga de mi sudadera gris.
—Sí.
Oigo el sonido de un bote de pastillas cuando cierra el cajón. Lleva una bufanda roja. La levanta.
—Puede que alguien venga esta noche. Pondré esto en el pomo de la puerta para avisar.
¿Otra vez? ¿Qué hace esta chica?
—De acuerdo. —Mis dedos se aferran al pomo de la puerta—. Me fijaré.
—Mejor —dice con la mano en el cajón—. Si no, verás más de lo que quieres ver, seguro.
Suspirando, salgo de la habitación, deseando tener mi propio dormitorio.
—Creo que me he metido en un lío, que se me escapa de las manos —le cuento a Seth cuando entro en su habitación—. En algo realmente malo.
Seth pausa la imagen de la tele, se sienta en la cama y da un golpecito a su lado.
—Venga, siéntate y explícame tu problema.
Dejo caer la mochila en el suelo y me subo a la cama.
—Kayden me ha preguntado si quiero ir a un bar con él y con Luke esta noche y sin querer le he dicho que sí.
—¿Cómo puedes decir que sí a algo así sin querer?
Exhalo un suspiro de frustración.
—Me sonreía, me puse nerviosa y no pude pensar claramente.
Seth sonríe y una risita se escapa de sus labios.
—Dios mío, estás colada por él.
Sacudo la cabeza, poniéndome nerviosa sólo con pensarlo.
—No.
El colchón se hunde mientras salta como un niño con exceso de azúcar.
—Sí, te gusta. Te has enamorado por primera vez, Callie. ¡Qué emocionante!
Sacudo la cabeza, me levanto y me quito el pelo de la frente.
—No me he enamorado de él. ¿Es guapo? Por supuesto. Lo sé desde que estábamos en tercero. —Hago una pausa, inquieta—. Y me he enamorado antes, aunque no durante mucho tiempo.
—Así que te has enamorado de él. —Coge el mando de la televisión y la apaga—. Estaría bien, así podríamos tachar el número cinco de la lista.
—No voy a bailar —contesto atemorizada—. Bailar es como tocar y acercarse a la gente. No puedo hacerlo.
—Claro que puedes. Lo has hecho conmigo un centenar de veces —me anima—. Piensa en cuando nos conocimos. Apenas me hablabas y parecía como si fueras a apuñalarme con un lápiz o algo por el estilo. Y ahora mírate. Estás sentada en mi cama, en mi habitación, solos tú y yo. Has llegado muy lejos mi pequeña Callie.
—Pero tú eres tú —suspiro, desesperanzada—. Confío en ti.
—Sí, y tuve que ganármelo.
—Ya lo sé, y lo siento. Me sorprende que te quedaras.
Seth se baja de la cama y abre el cajón superior de la cómoda.
—Da igual. Valía la pena. Tú vales la pena.
Cruzo los pies sobre la cama.
—Pareces muy feliz hoy.
Saca una camiseta verde de botones con un bolsillo delantero y la sostiene frente a él.
—¿Te acuerdas de aquel chico del que te hablé? ¿El de mi clase de sociología?
Afirmo con la cabeza.
—¿El que tiene el pelo suave y precioso y unos bonitos ojos azules?
—Ese. —Se coloca delante del espejo y se alborota el pelo cuando está frente a su reflejo—. Me ha hablado hoy y durante más de cinco minutos.
Me levanto de la cama y cojo un rotulador de un vaso que hay en su mesita de noche.
—¿Crees que le gustas?
Se encoge de hombros, apretando la mandíbula para no sonreír.
—Es difícil saberlo, pero quizás si hablo con él otra vez…
Le quito el tapón al rotulador con los dientes y lo escupo a la cama.
—¿Vas a alguna parte?
Se mete la camiseta por la cabeza, saca los brazos por las mangas y después se coloca bien el pelo con los dedos.
—Sí, contigo al bar.
Me relajo inmediatamente. Voy al tablón que hay detrás de la puerta, donde hay una larguísima lista con algunos números tachados.
—¿Estarás bien? Sé lo que te pasa con los jugadores de fútbol. Después de lo que te ocurrió…
Se coloca un reloj de cuero en la muñeca.
—Ese Luke parece simpático. Al menos lo fue durante esos diez minutos de conversación que tuvimos mientras fumábamos, y creo que lo sabe.
Pongo la punta del rotulador sobre el tablón.
—¿Por qué crees eso?
—Lo intuyo —dice—. Parecía que no le importara.
Tacho el número cinco muy lentamente y el rotulador chirría.
—Pero sólo voy a bailar contigo.
—Suena genial. —Me ofrece el codo y lo acepto, sintiéndome segura con él a mi lado mientras bajamos al recibidor para salir.
Es tarde, el cielo está negro y las estrellas parecen bolas brillantes de cristal. Los grillos cantan en la hierba húmeda y hay una pareja sentada en uno de los bancos besándose apasionadamente. Me sonrojo un poco al imaginar que somos Kayden y yo.
—¿Por qué pones esa cara? —pregunta Seth, observador.
Miro la carretera para despistarlo.
—¿Qué cara?
Suspira resignado, pero no me presiona. Cuando llega a la hierba, deja de mover los pies y tira de mí hacia atrás, mirándome fijamente.
—Espera un segundo.
Me toco el pelo.
—¿Qué pasa? ¿Tengo algo?
Inclina la cabeza a un lado, levanta la mano y engancha los dedos a mi pelo. Con un rápido tirón me quita la goma y el cabello me cae por los hombros.
—Vamos. Déjate el pelo suelto.
Me lo coloco de nuevo hacia atrás y extiendo la mano.
—Dámela, Seth.
Agita las pestañas, levanta la mano y estira la goma con dos de sus dedos.
—No —le advierto gritándole con todas mis fuerzas—. Por favor, Seth, no lo hagas.
Mueve el pulgar y la goma vuela por el aire hacia la oscuridad.
—¡Vaya!
Alargo los dedos hasta mi rostro mientras me inclino para buscar la goma por la hierba húmeda.
—¿Dónde coño está?
Seth se ríe.
—Mierda, ya estás soltando palabrotas.
Me levanto y lo miro con rabia mientras intento hacerme un nudo en el pelo.
—Necesito recogerme el pelo. Por favor, ayúdame a encontrarla. —Las lágrimas asoman a mis ojos—. Por Dios, Seth, ¿dónde coño está?
Su expresión cambia y se queda pálido al comprender que probablemente haya metido la pata.
—No creo que podamos encontrarla.
Niego con la cabeza mientras las lágrimas me recorren las mejillas.
—No puedo respirar —jadeo.
—Tu pelo huele tan bien, Callie —dice mientras retuerce un mechón de mi largo cabello castaño en su dedo—. A fresas.
Se me contrae el pecho cuando empiezo a sollozar. En tres cortas zancadas, Seth me rodea con los brazos y tira de mí hacia él.
—Lo siento mucho. No sabía que lo del pelo era tan importante. Pensaba que sólo tenías un complejo.
Me limpio las lágrimas con los dedos y respiro lentamente por la nariz para recuperar el control sobre el miedo.
—Lo siento, es sólo que… Me recuerda cosas que no quiero recordar.
Se aparta y entrelaza sus dedos con los míos, apretándome la mano.
—Irá bien, te lo prometo. Estaré a tu lado todo el tiempo.
—A lo mejor me da tiempo a volver a mi habitación. —Miro las puertas justo cuando Kayden y Luke salen de la esquina de la residencia.
Luke es un poco más bajo que Kayden, tiene el pelo corto y la cara sin cicatrices. Lleva una camiseta a cuadros, unos vaqueros gastados con un cinturón negro de piel y botas. El pelo de Kayden está revuelto, le caen mechones por los ojos y lleva una camiseta negra con capucha y vaqueros oscuros de talle bajo. Estoy segura de que cuando levanta los brazos sobre la cabeza se le ve el estómago.
—Callie, lo estás mirando fijamente —sisea Seth entre dientes y me pincha en las costillas con el codo.
—¿Qué? —Parpadeo y me limpio las últimas lágrimas que tengo en las mejillas, sorprendida de lo tranquila que estoy.
Seth aprieta los labios, conteniendo una sonrisa.
—Estabas mirando fijamente a quien yo me sé.
—No —niego—. ¿Estaba haciéndolo?
Asiente con la cabeza una vez y luego sisea entre dientes:
—Lo estabas haciendo y tenías la boca abierta.
—Eh, hola —dice Kayden y frunce el ceño al ver mi cara húmeda de lágrimas—. ¿Estabais discutiendo?
Niego con la cabeza y miro a Seth.
—Sólo hablábamos acaloradamente.
—De acuerdo —me mira con escepticismo—. ¿Nos vamos?
Asiento y doy un paso a un lado, de modo que Luke y él puedan caminar entre nosotros y guiarnos.
Seth saca los cigarrillos del bolsillo y se coloca uno en la boca mientras andamos tras ellos.
—¿Vamos a ir en coche con ellos? —me pregunta.
—No. —Vuelvo la vista hacia la camioneta oxidada. No hay más vehículos alrededor—. A no ser que quieran venir en tu coche.
—Pues entonces vamos a decírselo —dice—. Puedes ser nuestra conductora, nunca bebes. Aunque quizás deberías esta noche. A lo mejor te calma.
—Una vez me tomé una cerveza —protesto—. Y no me relajó.
—Oh, mi pequeña e inocente Callie —suspira, sacándose el mechero del bolsillo—. Una cerveza no va a hacerte mucho. Necesitas algo más fuerte. Algo potente.
—No podemos beber en el bar —digo mientras enciende el mechero con el pulgar. Pone la otra mano tras la llama, prende el cigarrillo y el papel se quema y se arruga—. ¿Te acuerdas de lo que pasó la última vez que lo intentaste?
Aspira e inhala el humo antes de soltarlo frente a su cara.
—Sí, es verdad. No quiero volver a esa celda.
—Tienes suerte de que fuera tu cumpleaños y te dejaran libre.
—Y ligué con uno de los policías. —Sonríe mientras un pequeño rastro de humo escapa de sus labios.
—Entonces, ¿quién va a sentarse en el regazo de quién? —pregunta Kayden con la mano en la puerta abierta de la camioneta. Tiene los ojos puestos en mí y hay diversión en sus labios—. Creo que sólo hay una opción posible.
Me fijo en el Camry negro de Seth que está aparcado a pocos metros.
—Vamos a ir en el coche de Seth. Podéis venir con nosotros si queréis.
Luke lanza las llaves al aire como una bola de béisbol y las atrapa de nuevo con la mano.
—Suena bien. Así no tengo que preocuparme por conducir.
Esperaba que no vinieran con nosotros, así Seth podría darme un discurso alentador y yo me recogería el pelo. El modo en que los cabellos rozan mis hombros y cómo huelen me está volviendo loca. Quiero correr a mi habitación y volver a cortármelo.
Mientras caminamos hasta el coche de Seth, me peino el pelo con los dedos para contenerlo y que no me moleste. Llego a la puerta y Luke extiende el brazo y la abre. Me aparto a un lado para eludir cualquier tipo de contacto y parece que estoy bailando, pero en realidad pretendo mantener las distancias.
—Gracias. —Capto la atención de Seth por encima del techo del coche y éste levanta una ceja mientras nos subimos.
Seth cierra la puerta y salta al asiento.
—Relájate, Callie —susurra al girar la llave y poner en marcha el motor. Baja la ventana y saca la mano afuera para poder fumar sin llenar de humo el interior—. Vas a estar bien.
Luke y Kayden se sientan detrás, cada uno a un lado del coche, y sus puertas se cierran simultáneamente. Seth pone la radio mientras nos ponemos los cinturones de seguridad. Suena Hurt, de Nine Inch Nails, y mi amigo presiona el pedal. Las ruedas avanzan por el pavimento mojado. El coche va dando tumbos y me cojo a la manecilla de la portezuela. Seth conduce como un loco. Tiene un cajón lleno de multas de cuando era adolescente; sus padres le quitaron el coche dos veces porque seguía destrozándolo. Siempre parece que lleva prisa, como en la vida real.
Luke se echa adelante, coloca el brazo en la parte trasera de mi asiento y yo inclino la cabeza a un lado.
—¿Puedo fumar aquí, tío? —pregunta a Seth.
Seth levanta el cigarrillo que ya casi se ha terminado.
—Claro.
Una sonrisa curva los labios de Luke cuando se echa atrás en el asiento. Segundos después, se oye una llama de mechero, la ventana se baja y el frío entra.
Después de que Luke le dé la dirección a Seth, nadie habla durante un rato y me preocupa que la noche acabe con un trágico silencio. Entonces Kayden se echa adelante y apoya el brazo en el asiento.
—Luke y yo hemos tenido una idea brillante —dice y el brillo de los edificios se refleja en sus ojos—. ¿Te acuerdas de la colina que escalamos? ¿Dónde van los veteranos y ponen cosas?
Me revuelvo a un lado y subo la pierna al asiento de cuero.
—Sí, me acuerdo.
Apoya el peso en sus brazos, acercándose aún más a mí, y mi corazón se dispara en mi pecho.
—Bueno, pues queremos ir allí y poner algo.
—Pero no sois veteranos. —Ajusto el cinturón de seguridad por encima de mi hombro—. Bueno, vale, eso ya lo sabéis.
Se ríe de un modo divertido.
—Lo sabemos, por eso nos hace gracia.
Luke mira por encima de su asiento con el brazo a un lado para que el humo salga por la ventana.
—Solíamos ir a fiestas de veteranos en el instituto. Era la caña, aunque a ellos no les gustaba mucho que lo hiciéramos.
—¿Os gustaba molestarles? —pregunto y él mueve la cabeza a un lado para no echarme el humo en la cara.
—Sí, era divertido. —Luke saca el cigarrillo por la ventana, le da con la yema del pulgar en la parte de atrás y la ceniza cae fuera—. Molestar a alguien es mejor que te molesten.
Es como si me estuviera contando un enigma irresoluble y miro a Kayden buscando una explicación.
—Es muy entretenido —me promete con un guiño—. Habíamos pensado en ir a la colina y poner algo esta noche.
—Pero es tarde. —Miro los brillantes números rojos del reloj y después a Seth.
—Estaremos bien. —Seth se desvía por un camino que se estrecha entre dos edificios de ladrillo.
Hay gente subiendo y bajando por el camino. La mayoría de las chicas lleva vestidos cortísimos y zapatos de tacón, y los chicos van con vaqueros bonitos y camisetas. Miro mis Converse, mis vaqueros negros ajustados y la camiseta blanca bajo la cremallera de la chaqueta. Me siento desnuda y tonta por estar aquí.
Seth gira hasta un aparcamiento pequeño y mete el coche ahí. Es un espacio pequeño y tengo que abrir un poco la puerta del coche y encogerme para salir. Luke baja la ventanilla, saca la cabeza y pone las manos en el techo para sacar el cuerpo por la ventanilla.
—Estás mucho más delgada que yo. —Se apoya en los pies y salta al suelo—. Mi culo gordo se habría quedado atascado.
Sonriendo, voy a la parte delantera del coche donde Seth me espera con el brazo extendido. Hay un chico desgarbado con heridas en la cara y el pelo negro y largo apoyado en una farola cerca de la calle.
Me mira mientras da un sorbo a su botella de cerveza y cuando la separa de sus labios, me echa una mirada que me enfría la garganta.
—Hola, bombón —masculla alejándose de la acera y tropezando con ella—. Estás genial esta noche.
Me dispongo a volver al coche, pero los dedos de Seth se cierran alrededor de mi codo.
—¿Le estás hablando a ella o a mí? Porque no sabría decirlo —le contesta al tipo.
Los ojos oscuros del hombre se vuelven fríos con la necesidad de dominar. He visto esa mirada antes y me provoca náuseas. Llena mi cuerpo de una sensación tóxica de repugnancia, desconfianza y repulsión.
El borracho se inclina hacia adelante y se tambalea hacia nosotros.
—Te voy a partir la cara.
Tiro del brazo de Seth, lista para correr, saltar al coche, cerrar todas las puertas y encogerme de miedo en el suelo.
—Por favor, volvamos al coche Seth.
Kayden da un paso a nuestro lado, sus dedos me rozan el interior del brazo y los ojos del hombre se encuentran con los suyos. Sus hombros se ponen rígidos y se detiene, arrastrando los pies por la grava del camino.
—Cállate esa puta boca de borracho, date la vuelta y vuelve a casa —ordena Kayden con calma, señalando la calle con el dedo.
Los labios agrietados del hombre se separan, pero cierra la boca cuando ve lo anchos que son los hombros de Kayden y su altura. Suelta la botella de cerveza en la calle, que se hace añicos en el asfalto, y arrastra los pies tambaleándose hacia la esquina.
Seth y yo suspiramos de alivio con los ojos abiertos y en estado de shock. Seth se vuelve hacia Kayden.
—Eres como un caballero de brillante armadura.
Capto un leve rastro del sudor de Kayden mezclado con colonia. A partir de ahora, cuando lo huela me acordaré de este momento en el que me he sentido protegida.
—Gracias —le digo.
Sonríe inclinándose hasta que su rostro está al lado del mío.
—De nada.
Caminamos por la acera; Seth y yo vamos delante y Luke y Kayden detrás. Luke le susurra algo a Kayden y escuchamos un gruñido. Cuando me doy la vuelta, Luke está encorvado agarrándose la barriga.
—Maldito cabrón —gruñe y cae sobre sus rodillas.
Mis ojos saltan cuando se levanta y rodea a Kayden, levantando los puños. Kayden no hace nada, sólo se queda de pie con una mirada estoica en la cara.
—¡Dios mío! —grito, dando instintivamente un paso hacia él al recordar lo que pasó aquella noche cuando su padre le golpeó.
Luke baja las manos y se separa de Kayden.
—Callie, sólo estaba bromeando con él.
—Oh, perdón. —Me cubro la boca con la mano, sintiéndome como una idiota. El borracho me ha puesto de los nervios.
Kayden le lanza una mirada penetrante a Luke y se acerca a mí.
—No pasa nada —dice cautelosamente—. Luke quería vengarse porque he fingido que le golpeaba en el estómago. Todo era una broma.
Suelto un suspiro.
—De acuerdo, lo siento. Pensaba que iba a hacerte daño.
—No tienes que disculparte. —Mira a Seth y después me vuelve a mirar mí, coloca un brazo sobre mis hombros y se mueve hacia adelante.
Me tenso ante el contacto y el miedo que me hace sentir. Esto me parece mucho más personal que cuando estábamos escalando la colina porque en esta ocasión no hay razón para que nos estemos tocando.
Miro a Seth buscando ayuda, pero sus labios forman un «relájate y respira».
Ordeno a mi errático corazón que se calle de una vez, pero no me escucha. Me las arreglo para caminar hasta la puerta del local con el brazo de Kayden alrededor de mis hombros. Es algo nuevo para mí, fresco y difícil. Y si bien es insignificante, es importante y contradictorio al mismo tiempo.
Kayden
Callie es la persona más asustadiza que he conocido, y ya es decir mucho, porque cada vez que mi padre levantaba la voz, mis hermanos y yo corríamos a escondernos por la casa mientras nos perseguía.
Luke me estaba tomando el pelo por mirarle el culo a Callie, que es lo que estaba haciendo, pero no podía admitirlo. Es muy pequeña y esbelta, y el modo en que mueve las caderas es alucinante y sexy; aunque seguramente no lo hace a propósito.
—Vas a meterte en problemas —remarca Luke mientras caminamos.
Aparto la mirada del culo de Callie y frunzo el ceño.
—¿Por qué?
Señala a Callie con una mirada acusatoria en la cara.
—Por ella. ¿Sabes lo que Daisy te hará si la engañas?
—Ir a por otro chico que le diga que tiene unas buenas tetas. —Me meto las manos en los bolsillos y doy un paso adelante.
—Vale, a lo mejor tienes razón —dice y señala a Callie con el dedo de nuevo—. ¿Pero sabes lo que Daisy le hará a Callie si se entera de que ha habido algo entre vosotros?
—No hay nada entre nosotros.
—Todavía.
Niego con la cabeza, frustrado.
—Ella no es así. Es dulce e inocente.
—Esa es una combinación peligrosa para alguien como tú. —Busca el paquete de cigarrillos en su bolsillo delantero—. Te apoyo totalmente si decides ir a por otra persona porque odio a Daisy, joder. Pero corta con ella primero y no metas a Callie en esto. Parece una chica triste. —Traga con dificultad—. Me recuerda en cierto modo a Amy.
Amy es la hermana mayor de Luke, se suicidó a los dieciséis años. No ha vuelto a ser el mismo desde entonces. Me pregunto qué ocurrió para llevar a Amy hasta el final, qué le hizo querer terminar con su vida.
—Prometo no mezclar a Callie en nada desagradable. —Le doy una patada a un vaso vacío que hay en la carretera.
—Piensa con la cabeza —sonríe— y no con la polla.
Balanceo el brazo y le pego con el codo en la barriga, lo suficientemente fuerte para molestarlo, pero no para hacerle daño.
—No voy a cortar con ella y no va a haber nada entre Callie y yo.
Suelta un gruñido y se agarra el estómago. Estoy a punto de reírme de él cuando Callie se gira aterrorizada. Me siento como un capullo. La cosa empeora cuando Luke se abalanza sobre mí y ella se interpone entre los dos. Me pregunto si recuerda la noche en la que me salvo o si es el tipo de chica que quiere salvar a todo el mundo.
Quiero tranquilizarla y hago algo que no debería. Pongo un brazo sobre sus hombros y sus músculos se contraen tanto que temo que se desmorone. Esto es diferente a lo que pasó en la colina porque no hay excusas. Me deja sostenerla de este modo hasta que llegamos al bar, donde se separa rápidamente cuando la música y el humo nos envuelven.
—Hay mucho ruido —dice, mientras observa a la gente bailar en mitad de la sala, contoneando las caderas y juntando sus cuerpos sudorosos. Las luces de neón les alumbran las caras; parece una película porno.
Es demasiado incluso para Luke y para mí, pero vamos a buscar una mesa vacía, abriéndonos paso entre la muchedumbre. En cuanto nos instalamos en una esquina, Seth y Luke se animan enseguida.
—Voy a por las bebidas —dice Luke, deslizándose al final del asiento—, ya que soy el único que tiene carné, a no ser que hayáis traído los vuestros.
—Ya te conté que mi padre encontró el mío cuando estábamos haciendo la maleta. —Cojo el menú que hay en medio de la mesa—. Lo partió en dos.
Callie me mira desde el otro lado de la mesa. Le doy la vuelta al menú para evitar su mirada penetrante.
—¿Qué vamos a pedir? ¿Un aperitivo o algo?
—Tengo que ir al baño de las chicas —dice Seth y Callie suelta una risita. Ven conmigo, Callie.
Callie sacude la cabeza y lo sigue sin preguntar. Me rasco la cabeza. Confía mucho en él y muy poco en los demás. Por un breve instante me imagino cómo sería que Callie confiara en alguien como yo, pero tengo demasiados secretos retorcidos encerrados dentro de mí para que eso ocurra.
Callie
—Madre mía. —Una vez en el baño, Seth se gira y se pone las manos en las caderas—. Eso ha sido ridiculamente sexy, ¿no te parece?
Abro el grifo y pongo las manos bajo el chorro de agua templada.
—¿El qué?
Camina hacia mí y me mira mientras se aclara la garganta.
—El modo en el que nos ha defendido.
Cierro el grifo y acerco la mano a las servilletas de papel.
—Ha sido un detalle por su parte.
—Callie Lawrence, déjale que te ponga el brazo encima —declara—. Ha sido más que un detalle. Dios, estoy superceloso.
Cojo una servilleta y me seco las manos.
—Me ha hecho sentirme segura durante un minuto —admito mientras tiro la servilleta a la papelera.
—Y eso es un gran paso para ti —dice.
Asiento con la cabeza vigorosamente, varias veces.
—Ya lo sé.
Sus labios forman una enorme sonrisa.
—¿Podemos salir y pasarlo bien?
Una de las puertas de los baños se abre y una mujer de unos cuarenta años sale metiéndose la camisa por dentro de los vaqueros. Mira severamente a Seth.
—Éste es el baño de mujeres. —Señala la puerta—. ¿No sabes leer?
—¿No ve que todo el mundo en este bar es veinte años más joven que usted? —replica Seth, volviéndose al espejo. Se arregla el pelo con el dedo meñique—. Ahora, si nos disculpa, vamos a divertirnos.
Me agarra del brazo y le ofrezco a la mujer una sonrisa de disculpa antes de tropezar con mis propios pies mientras intento seguir el paso de Seth. Empuja la puerta con la mano, la abre y salimos fuera. El humo y el ruido nos asaltan enseguida y Seth me suelta el brazo.
—¿Te lo puedes creer? —dice, dando una palmadita en su bolsillo en busca de cigarrillos—. ¡Menuda bruja!
No discuto con él. Está obsesionado con que todo el mundo sea tratado de la misma forma.
—Creo que te has dejado los cigarrillos en la mesa —le digo.
Rodeamos la pista de baile, donde está sonando una canción sensual. La gente se toca, piel contra piel, y verlo me da dolor de cabeza.
En la mesa hay cuatro vasos de chupito llenos de un líquido claro. Al lado de cada chupito hay un vaso de un licor marrón con una rodaja de limón flotando.
—No sabía lo que queríais —explica Luke cuando Seth levanta el chupito y escruta lo que contiene el vaso—. Así que he pedido chupitos de vodka y Long Island. Tenemos una bebida fuerte y otra semifuerte.
Seth me mira por el rabillo del ojo.
—A mí me parece bien. —Levanta el chupito—. ¿Brindamos?
Dirijo la atención a la pista de baile porque no quiero que me miren y observo a una chica saltar con los brazos en el aire, intentando mantener el equilibrio con sus zapatos de tacón rosas neón. El chico que está con ella está sacudiendo la cabeza y riéndose.
—Callie, ¿has oído lo que Luke te ha preguntado? —La voz de Seth fluye por encima de mi hombro.
Aparto la mirada de la zona de baile y me concentro en los ojos rojos de Seth y el pequeño vaso que tiene en las manos.
—No, ¿el qué?
—Quería saber si te vienes —pregunta, presionándome con la mirada.
Niego con la cabeza.
—No creo.
Luke golpea la mesa con la mano y el salero y el pimentero se vuelcan a causa de la vibración.
—Hay una regla no escrita: tienes que brindar si alguien lo propone.
Levanto el pimentero y el salero y limpio la sal que se ha derramado en la mesa.
—Alguien tiene que conducir.
—Podemos coger un taxi —propone Luke—. Problema solucionado.
Miro los vasos de alcohol que tengo delante preguntándome qué pasa con la bebida, por qué no he notado nada con la cerveza.
—Pero entonces no podréis ir a escribir a la colina.
Kayden lanza una mirada de advertencia a Luke.
—Déjala en paz. Si no quiere beber, no tiene que hacerlo.
Seth deja el vaso en la mesa y mete baza.
—Podemos decirle al taxista que nos lleve allí y nos recoja después. —Se inclina y me coloca la mano en el oído—. Si quieres, simplemente hazlo, coge el vaso y diviértete por una vez en tu vida. Pero si no quieres, niega con la cabeza.
Tengo el pelo suelto, dejo que Kayden me toque y estoy sentada en un lugar en el que se respira la tensión sexual en cada rincón. Esta noche estoy viviendo el mayor reto al que me he enfrentado jamás, así que me aferró al vaso y lo levanto.
—¡Qué coño! —digo por encima de la música—. Cogemos un taxi.
Seth aplaude y levanta el vaso.
—¡Sí!
Kayden se ríe y se inclina sobre la mesa hasta mí.
—¿Estás segura de que estás bien? No tienes que hacerlo.
Asiento con seguridad.
—Estoy bien, de verdad.
Seth levanta el brazo de modo que su vaso está en el centro de la mesa, justo por debajo de la luz.
—De un trago.
Luke levanta la mano y Kayden lo imita.
—¿No deberíamos decir algo significativo? —pregunta Seth—. Para eso son los brindis.
Luke ladea la cabeza y da golpecitos en la mesa con los dedos.
—Que podamos escapar.
Seth me sonríe.
—Que nos aceptemos.
Kayden se muerde el labio inferior con la cabeza gacha.
—Que nos sintamos vivos.
Los tres me miran y yo miro a Seth en busca de ayuda.
—Es tu turno, Callie —me dice—. Di lo que quieras decir.
Tomo aire y lo suelto poco a poco.
Hay un momento en el que la mirada de Kayden y la mía se encuentran. Después, los cuatro chocamos los vasos.
—Joder. —Seth derrama un poco de su vaso en la mano y lo lame. Echa la cabeza atrás y vacía el contenido en su boca. Después estampa el vaso en la mesa—. Estoy listo para la segunda ronda.
Kayden me mira mientras se coloca el vaso en los labios, echa la cabeza hacia atrás y bebe. Observo los músculos de su cuello mientras se mueven para tragar el alcohol. Levanta la cabeza y se pasa la lengua por los labios con la mirada clavada en mí.
Inspiro profundamente y me llevo el borde del vaso a la boca. El olor me quema en la nariz mientras dejo caer la cabeza atrás y me lo bebo. El líquido caliente baja por mi garganta y el calor es insoportable. Cuando me retiro el vaso de la boca, me da una arcada que me ahoga con la quemazón, pero mantengo los labios apretados, forzando al alcohol a bajar. Mis hombros se convulsionan y un sonido estrangulado sale de mis labios.
—¿Puedes? —pregunta Luke, dejando su vaso en la mesa.
Seth me da una palmadita en la espalda.
—¿Estás bien?
—Sí, estoy bien. —Me atraganto y me presiono el pecho con la mano.
—Callie es una principiante —explica Seth y apura un trago del Long Island.
—¿Nunca has bebido? —Kayden me mira—. ¿De verdad?
Me encojo de hombros sintiéndome tonta.
—No, no algo tan fuerte.
—¿Y por qué lo has hecho hoy? —pregunta con aire culpable—. ¿Te hemos presionado?
—No, quería probarlo. —Me limpio los labios con la palma de la mano.
Frunce el ceño y una pequeña sonrisa aparece en sus labios.
—¿Estaba en tu lista?
—¿Qué? —exclama Seth por encima de la música, dando un golpe con la mano en la mesa—. ¿Le has contado lo de la lista?
—Muy por encima —explico mientras muevo la pajita de mi cubata y veo el limón moverse de un lado a otro. Cuando los miro a través de mi cabello, Kayden me está observando con curiosidad.
—¿Qué lista? —Luke toma la pajita y succiona.
Seth y yo intercambiamos una mirada y me hace un gesto para que me levante del asiento.
—¿Por qué no vamos a bailar?
—De acuerdo, voy. Pero no hagas ninguno de esos movimientos extraños de nuevo. La última vez me caí de culo. —Me ajusto la camiseta por encima del estómago y me levanto.
Seth coloca una mano en la parte baja de mi espalda y me lleva hasta la pista de baile. Ha hecho esto conmigo unas cuantas veces, así que sabe qué le espera: que me entre el pánico y no me separe de él.
Elige un lugar a un lado de la pista de baile donde hay menos gente y la atmósfera es más apacible. Suena una canción lenta por los altavoces y las luces dejan de parpadear y se convierten en un brillo pálido. Seth parece un fantasma debajo de los focos y sus ojos de color miel parecen negros cuando pone las manos en mis caderas.
—Siento haberte presionado demasiado, nena —susurra—. Me siento mal.
Lo cojo por los hombros y me acerco hasta que nuestros zapatos se tocan.
—No me has presionado. Pero podrías haberme advertido de que iba a quemar tanto. Así habría intentado no sorprenderme como una idiota.
—Confía en mí, ninguno de ellos piensa que seas idiota. —Se ríe, como si supiera un secreto—. No quiero perder la confianza que me he ganado.
—No has perdido nada. —Le aprieto los hombros con la punta de los dedos y me acerco al mismo tiempo que un tipo con un sombrero de fieltro choca contra mi espalda—. El día que me contaste todos tus secretos fue el día que supe que seríamos amigos para siempre. Eres la persona más valiente que he conocido.
Sonríe abiertamente y me acerca a él.
—¿Estás bien?
—Estoy bien —le digo y coloco la mejilla contra él—. Aunque no sé muy bien si quiero ir al acantilado con ellos.
—La gente siempre va allí. No seremos los únicos. Tienes que dejar de pensar que todos los chicos son como aquél, o si no te va a martirizar para siempre.
Suelto un suspiro. Tiene razón. Tengo que dejar que mis miedos se disipen y liberarme de la persona que los ha puesto en mi cerebro, pero ¿cómo puedo deshacerme de alguien que tiene una parte tan importante de mí?
Kayden
No puedo apartar los ojos de la pista de baile. Incluso cuando el teléfono vibra en mi bolsillo, deslizo la mano y presiono el botón lateral.
—No lo hagas. —Luke saca un cubito de hielo de su bebida y se lo mete en la boca.
—¿El qué? —pregunto distraído, mientras mi corazón late desbocado cuando Callie echa la cabeza hacia atrás y se ríe.
Una mano golpea un lado de mi cabeza y levanto las manos.
—¿Pero qué coño estás haciendo?
—Es la revancha por haberme pegado antes en la carretera —dice y su mirada sigue a una pelirroja con el pelo largo que se contonea cerca de nuestra mesa con un vestido corto negro—. Y también para distraerte y que no hagas ninguna estupidez.
—No es lo que piensas —digo—. Sólo estaba mirando a la gente bailar.
Luke pone los ojos en blanco.
—Haznos a todos un favor y envíale un mensaje a Daisy para cortar con ella. Entonces podrás hacer lo que quieras.
—¿Quieres que lo deje con ella por mensaje?
—Como si te importara. No es así, por mucho que digas que la quieres.
—¿Qué problema tienes con ella, además de que te moleste tanto?
Tira la pajita a la mesa, coge el vaso y se toma el resto de Long Island.
—Voy a por otra ronda.
Le dejo ir y me vuelvo a la mesa, pero mis ojos vuelven a encontrar a Callie. Está sonriendo mientras habla con Seth. Nunca la he visto tan feliz. No tiene sentido y quizás por eso me siento atraído por ella.
Aunque no debería, me muevo por la pista de baile, esquivando a las parejas que están bailando y alguna que otra chica se restriega conmigo por el camino. Seth me ve primero y le susurra algo a Callie.
La chica vuelve la cabeza, me mira y sus párpados se alzan. Las pupilas se le ven enormes bajo las luces difusas; la piel, pálida y el pelo, suave.
—¿Puedo? —pregunto alzando la voz por encima de la música.
Seth mueve las caderas.
—Por supuesto. —Le guiña un ojo a Callie y se retira, girándose cuando llega a la esquina, donde hay más gente.
La mirada de Callie está fija en el lugar por el que ha desaparecido Seth, sus hombros están rígidos y tiene los dedos doblados sobre las palmas.
Acerco mis labios a su oreja.
—No tienes que bailar conmigo si no quieres.
Sacude los hombros y su pequeño cuerpo se gira hacia mí. Me mira fijamente las piernas, el estómago, y eso hace que me sienta incómodo. Sabe dónde tengo escondidas las cicatrices y es el tipo de persona que se hace preguntas.
—Claro. Podemos bailar. —Sé que está nerviosa por el temblor de su voz.
Levanto la mano y ella duda antes de poner la palma de su mano contra la mía. Atraigo lentamente su cuerpo hasta el mío con los ojos puestos en los de ella. Me está mirando, asustada, como si estuviera rezando para que no le haga daño. Me recuerda a cuando era más joven y mi padre estaba furioso conmigo porque había roto un jarrón de la estantería. Vino a buscarme con el cinturón en la mano y la rabia en los ojos y me tiré debajo de la mesa para esconderme. Los cortes de la pelea del día anterior todavía no se habían curado y todo lo que podía hacer era desear que no me matara.
—¿Puedo poner la mano en tu cadera? —pregunto y ella me da permiso.
Extiendo los dedos por su cintura y sus ojos se abren todavía más, especialmente cuando pongo la otra mano en su costado. Oigo el latido de mi corazón en el pecho, más fuerte que la música. Siento cosas que no he sentido antes y quizás esté perdiendo un poco la cordura. ¿Y si sigo conociéndola y esos sentimientos crecen? No se me da bien hacer frente a los sentimientos.
Se relaja un poco y sube la mano por mi pecho y la coloca en mi cuello. Inclina la cabeza hacia atrás para poder mirarme.
—En realidad no me gusta bailar —admito—. Le cogí miedo cuando era pequeño.
Sus labios se curvan hacia arriba.
—¿Por qué?
Hundo mis dedos suavemente en sus caderas, la acerco a mí para que nuestros pies se toquen y siento el calor de su respiración en mi cuello.
—Cuando tenía diez años, mi madre pasó por una etapa en la que quería aprender a bailar y acudió a todo tipo de clases de baile y cuando practicaba en casa, le gustaba usarnos a mis hermanos y a mí como compañeros. Odio bailar desde entonces.
Sonríe.
—Qué tierno que bailaras con tu madre.
Mis dedos se mueven lentamente por su espalda y rozan la zona de piel que hay entre la parte superior de sus vaqueros y el borde de su camiseta.
—No puedes contarle esto a nadie. Tengo una reputación que mantener. Al menos en casa. Aquí no estoy tan seguro.
Su sonrisa se agranda, su cabeza se inclina hacia adelante y mechones de pelo caen por su cara.
—Puede ser nuestro secreto.
Me río cuando me mira. Parece feliz. Cuando la música se anima, decido hacerme el fanfarrón, sólo para que siga sonriendo.
—Vamos —le digo.
Se muerde el labio inferior y la necesidad de besarla me oprime el corazón. De repente no sé si dejarla en la pista de baile o continuar.
La empujo y deslizo mi mano por su brazo hasta que entrelazamos nuestros dedos. Sus ojos se abren cuando la atraigo hacia mí y le doy una vuelta hasta que su cuerpo choca con el mío. Sus labios están a centímetros de mi boca y su pecho palpita contra el mío.
—¿Más? —pregunto en voz baja, deseando hacerla temblar.
No tiembla, pero asiente con un brillo de emoción en sus ojos azules. Deslizo la palma de la mano a la parte baja de su espalda con sentido de posesión. El calor de su piel traspasa el delgado tejido de la camiseta. Tiro de su mano hacia adelante e inclino el cuerpo hacia atrás. Su pelo cuelga hasta el suelo, su espalda se arquea y tengo una visión perfecta de sus tetas y la piel que se escapa por el borde de su camiseta. Respiro profundamente y deslizo la mano por su espalda hasta que vuelve a estar de pie con su pecho presionado contra el mío de nuevo.
—Tampoco le cuentes esto a nadie —le susurro al oído con los brazos alrededor de su cintura.
—De acuerdo —dice, sin aliento, con sus dedos apretando mis omóplatos.
Continúo moviéndome con ella en mis brazos hasta que termina la canción, y entonces nos volvemos a la mesa como si nada hubiera pasado. Aunque en realidad sí ha pasado algo, pero no sé si dejarlo estar o no.