Callie
#28: Invitar a cenar a alguien que no conoces
—¿Tienes planes para esta noche? —Doblo una camiseta y la coloco en la cesta de la colada que hay encima de la secadora—. ¿Vamos a salir?
Seth se sienta encima de una de las lavadoras con las piernas colgando y hace una burbuja con el chicle que tiene en la boca.
—No lo tengo claro. Por una parte, quiero quedarme y seguir con Crónicas vampíricas, pero hay un restaurante muy bonito que me gustaría probar.
—Eh, espero que no sea de sushi. —Frunzo el ceño y echo un poco de suavizante en mi camiseta—. No me gusta el sushi y no me apetece salir a comer fuera esta noche.
—No, nunca has probado el sushi —me corrige—. Y sólo porque no hayas probado algo no significa que no te guste. —Reprime una carcajada juntando los labios—. Es evidente.
—Claro, claro. —Me vibra el móvil y se enciende la luz en lo alto de la pila de camisetas—. Uf, es mi madre. Dame un segundo.
—Hola, mamá —respondo, arrastrando los pies hasta un rincón para alejarme del ruido de las lavadoras.
—Hola, tesoro —dice—. ¿Cómo ha ido tu primer día de clase?
—El primer día de clase es el lunes —le recuerdo. Me tapo la oreja para no oír el sonido de las máquinas—. Hoy es cuando llegaban todos.
—Bien, ¿y cómo ha ido?
—Ya sé dónde está todo, así que estoy haciendo la colada con Seth.
—Hola, señora Lawrence —grita Seth, ahuecando las manos alrededor de la boca.
—Dile hola de mi parte, cariño —responde—. Tengo muchas ganas de conocerle.
Cubro el altavoz con la mano.
—Tiene muchas ganas de conocerte —le susurro a Seth, que pone los ojos en blanco.
—Dile que no me soportaría. —La lavadora se para y mi amigo salta para abrirla.
—Dice que también tiene muchas ganas de conocerte —le digo a mi madre—. De hecho, está deseándolo.
Seth sacude la cabeza y saca una chaqueta de la lavadora.
—Las madres no son mi especialidad. Ya lo sabes.
—¿Qué dice? —pregunta mi madre.
—Nada, mamá. —La secadora pita—. Tengo que dejarte. Te llamaré después.
—Espera, cariño. Sólo quería decirte que pareces muy feliz.
—Soy feliz —miento con un nudo en la garganta, porque sé que eso es lo que quiere oír.
Seth deja caer la camisa en la cesta, pone los brazos en las caderas y entrecierra los ojos mirándome.
—No mientas a tu madre, Callie.
—¿Qué ocurre? —pregunta mi madre—. Oigo mucho ruido.
—Tengo que dejarte. —Cuelgo antes de que pueda decir algo más.
—Mi madre no es como la tuya. —Abro la secadora y saco el resto de la ropa—. La mayoría de las veces es simpática. Bueno, al menos cuando me porto bien.
—Pero no puedes contarle nada… Me refiero a las cosas importantes. —Flexiona el brazo que tenía escayolado cuando le conocí—. Como a mi madre.
—Tú se lo contaste a tu madre. —Cierro la puerta de la secadora con la cadera—. Simplemente, no quiero contárselo a la mía porque la destrozaría. Es una persona feliz y no quiero preocuparla. —Echo la ropa en la cesta mientras una de las lavadoras se mueve y repiquetea contra la pared de cemento—. Podemos probar ese restaurante nuevo si de verdad quieres ir. —Cojo la cesta y la apoyo en mi cintura—. Lo añadiré a la lista de cosas nuevas que voy a probar.
Sonríe de oreja a oreja.
—Me encanta esa lista.
—A mí también… a veces. —Le doy la razón mientras coge un montón de ropa—. Tuviste una idea brillante.
Hicimos la lista en mi dormitorio cuando Seth me confesó cómo se había roto el brazo y por qué tenía cicatrices. Volvía a casa después de su último día de instituto y un grupo de jugadores de fútbol llegaron en camioneta. Se le echaron encima, le pegaron e intentaron romperlo en pedazos, como si después quisieran esconderlo bajo una alfombra. Pero Seth es fuerte y por eso le conté mi secreto, porque sabe lo que se siente cuando estás roto. Sin embargo, omití los detalles más horribles porque ni siquiera podía pronunciarlos en voz alta.
—Soy genial. —Se aparta para dejarme pasar primero—. Y mientras lo tengas presente, todo irá bien.
Reímos, pero una oscura nube se cierne sobre nosotros llevándose el sonido con el viento.
Kayden
—Esta habitación tiene el tamaño de una caja de cerillas —digo cuando entro en el diminuto dormitorio.
Estamos en la residencia Downey, uno de los cuatro edificios en los que acogen a los alumnos de primer curso. Hay dos camas pequeñísimas y un escritorio en la esquina. Se puede cubrir la distancia entre las camas en dos zancadas y el armario de la pared del fondo sólo tiene tres cajones.
—¿Estás seguro de que no prefieres un apartamento? Están muy cerca del campus.
Luke rebusca en una gran caja en la que pone: «Basura».
—No puedo permitirme un apartamento. Tengo que encontrar un trabajo para poder comprarme los libros y todo eso.
—¿No te lo cubre la beca? —Cojo la pesada caja y la coloco sobre el colchón de mi cama.
Mi amigo saca un poco de cinta adhesiva y la tira al suelo.
—Sólo cubre la matrícula.
Quito la cinta de la parte superior de la caja.
—Si necesitas dinero… puedo echarte una mano.
Sacude la cabeza rápidamente con la atención puesta en la caja.
—No necesito limosna. Si quieres un apartamento, simplemente píllatelo. No tienes por qué quedarte en una residencia universitaria sólo porque yo lo haga. —Coge una figura de bronce y su cara enrojece—. ¿Qué mierda es esto?
Me encojo de hombros.
—Yo no he hecho tus maletas, tío.
—Las he hecho yo y estoy seguro de que no he metido esto aquí. —La tira al otro lado de la habitación y abolla la pared—. Me cago en todo, está tratando de jugar con mi mente.
—No dejes que tu madre te controle. Sabes que sólo intenta que vuelvas a casa para no tener que lidiar sola con las cosas. —Cojo la figura rota y la saco al pasillo para echarla en el cubo de basura que hay fuera de la habitación.
Cuando regreso, veo a Callie caminando en mi dirección con el chico de antes y está sonriendo de nuevo. Me detengo en medio del pasillo y espero a que me alcance, obligando a la gente a esquivarme. Al principio no se da cuenta de que estoy aquí, pero su amigo me ve y le susurra algo al oído.
Mueve la cabeza en mi dirección y se detiene, como si tuviera miedo de que fuera a atacarla. Su amigo le pone la mano en la parte baja de la espalda en un gesto reconfortante.
—Hola —empiezo con torpeza, desconcertado por el miedo que parece tenerme—. No sé si te acuerdas de mí…
—Me acuerdo de ti —me interrumpe, sus ojos azules se fijan en la cicatriz que tengo en la mejilla—. ¿Cómo no me iba a acordar? Nos conocemos desde que éramos niños.
Bien —digo, sin saber muy bien cómo responder a su actitud distante. No actuó así aquella noche—. Sólo era para romper el hielo.
Sus labios forman una «O» y se mantiene en silencio, inquieta, jugueteando con la correa de su enorme chaqueta.
Su amigo la mira y después extiende la mano hacia mí.
—Soy Seth.
Le estrecho la mano con la mirada todavía fija en Callie.
—Kayden.
—Vas a tener que perdonar a Callie. —Seth le da una palmadita afectuosa en el hombro que la hace estremecer—. Hoy no se encuentra muy bien.
Los párpados de Callie descienden y entrecierra los ojos, clavados en él.
—Estoy bien.
Seth la fulmina con la mirada y le dice con los dientes apretados:
—Entonces deberías decir algo. Quizás algo agradable.
—Oh. —Callie centra su atención en mí de nuevo—. Lo siento… Quiero decir… —Su voz se va apagando y maldice por lo bajo—. Dios, ¿qué me pasa?
Seth suspira, como si estuviera acostumbrado a su extraño comportamiento.
—¿Empiezas hoy la universidad? —me pregunta.
—Sí, estoy aquí gracias a una beca de fútbol. —Le miro de reojo, preguntándome si alguna vez ha tocado una pelota de fútbol.
Arquea las cejas y se balancea sobre los talones, fingiendo interés.
—Ya veo.
Callie se retira el flequillo de la frente y emite un lento suspiro.
—Tenemos que irnos. Nos vamos a cenar. Ha sido agradable hablar contigo, Kayden.
—Podrías venir con nosotros —ofrece Seth, ignorando la mirada furiosa que le dedica Callie—. Si quieres. Vamos a ir a un sitio nuevo que queremos probar.
—De sushi. —Callie me mira a los ojos por primera vez. Sus pupilas desprenden tristeza y timidez y me dan ganas de abrazarla para borrar su dolor. Es un sentimiento extraño; nunca he abrazado a nadie, aparte de Daisy, y sólo porque tengo que hacerlo—. No estoy segura de si estará bueno.
—Me gusta el sushi. —Les miro por encima del hombro y abro la puerta de mi dormitorio—. Pero tendría que llevar a Luke, ¿os importa? Era el corredor de los Broncos.
—Sé quién es. —Callie traga saliva con fuerza—. Sí, supongo que no hay problema.
—Tardo un segundo. Voy a ver si está listo. —Regreso a la habitación donde Luke está sentado en su cama deshecha, examinando un montón de papeles. Apoyo las manos en el marco de la puerta y pego la cabeza a la madera—. ¿Vienes a comer sushi?
Levanta la vista y me mira extrañado.
—¿Sushi? ¿Por qué?
—Porque Callie Lawrence nos ha invitado —digo—. O bueno, su amigo… ¿Recuerdas si Callie tenía un carácter distante?
Mete los papeles en una cómoda, pero arruga uno y lo tira a la basura.
—Sí, cuando estábamos en sexto ya era así. Como si fuera normal y de repente se hubiera convertido en un bicho raro.
Dejo caer las manos a los lados y me reclino, echando una ojeada al pasillo, donde Callie le está susurrando algo a Seth.
—No sé. Es decir, la recuerdo normal y después no la recuerdo en absoluto. No se llevaba bien con nadie, ¿no?
—No. —Se encoge de hombros—. ¿A qué viene esa obsesión con ella?
—No es una obsesión. —Me molesta su acusación—. Nunca he estado obsesionado con nadie. Sólo me han invitado y he aceptado educadamente. Si no quieres ir, no tenemos por qué.
Se mete el monedero en el bolsillo trasero del pantalón.
—No me importa ir. Si puedo soportar las cenas con Daisy, estoy seguro de que podré soportar una cena con una chica con la que fuimos al instituto y que apenas hablaba.
Me siento como un capullo. Parece que él recuerda más cosas de Callie, y yo debería conocer mejor a la chica que me salvó.
Callie
—Estoy enfadada contigo —le siseo a Seth mientras caminamos por el oscuro aparcamiento hasta llegar al restaurante con luces fluorescentes, íbamos los cuatro en el mismo coche al restaurante y el silencio era suficiente para hacer que quisiera arrancarme el pelo—. ¿Por qué los has invitado?
—Por educación —se encoge de hombros y me rodea con el brazo—. Ahora relájate, mi encantadora Callie, y vamos a tachar de la lista lo de ser más sociables. También podemos tachar lo de invitar a alguien a cenar.
—Voy a quemar esa lista en cuanto volvamos.
Tiro de la puerta de cristal y entro en la sofocante atmósfera del restaurante. La mayoría de las mesas están vacías, pero el sitio es muy ruidoso; hay un grupo de chicas que llevan boas y tiaras, como si estuvieran en una despedida de soltera.
—No lo harás. Ahora relájate e intenta entablar una conversación —replica y apunta hacia la camarera, que tiene el brazo encima de la barra—. Hola, ¿hay sitio en el bar?
La mujer suelta una risita, se retuerce un mechón rojo en el dedo y mira una lista, completamente embobada con Seth.
—Déjame comprobarlo.
Seth explota un chicle de menta en su boca, me mira por encima del hombro y pone los ojos en blanco.
—Guau.
Le sonrío y me vuelvo hacia Luke y Kayden, pero no sé qué decir. No se me dan bien los chicos, sólo Seth. Me gustaría que no fuera así, pero los recuerdos no me lo permiten.
Luke arranca una hoja de la planta artificial que hay junto a la puerta.
—Pensaba que Laramie era una ciudad más fiestera.
Apunto a la ventana que hay a mi derecha.
—Más abajo, sí. Hay muchos pubs y lugares así.
Con el pelo castaño alborotado, un tatuaje alrededor de su antebrazo y sus intensos ojos marrones, Luke parece a punto de meterse en una pelea. Me dan ganas de encogerme de nuevo.
—¿Así que sabes dónde están?
—He oído dónde están. —Veo a Kayden por el rabillo del ojo. Está apoyado contra la puerta con los brazos cruzados sobre el pecho y me escucha atentamente. ¿Por qué me mira así? Como si realmente pudiera verme—. Pero no he estado en muchos.
—Nunca has sido una chica fiestera, ¿no? —Luke tira la hoja al suelo.
—En realidad, una vez fue a una fiesta —interviene Kayden con orgullo—. Ahora me acuerdo. Fue cuando empezamos sexto y se suponía que mi madre iba a traer la tarta, pero se le olvidó o algo así… creo que era tu cumpleaños.
—Cumplía doce años. —Me quedo sin aliento cuando las imágenes de globos, confeti y glaseado rosa acuden a mi mente. Entonces se alejan para dar paso a un charco de sangre—. Y eso no quiere decir que me gusten las fiestas, sólo era una niña pequeña que quería una fiesta de cumpleaños… Era todo lo que quería.
Se quedan mirándome como si hubiera perdido la cabeza y me obligo a decir algo, a articular alguna palabra, pero mis labios están sellados por el dolor de los recuerdos que atenazan mi corazón.
—Vale, he conseguido una mesa, pero no está en el bar. —Seth se aproxima y me pasa el brazo por encima de los hombros—. ¿Qué pasa? Tienes mala cara.
Parpadeo varias veces y fuerzo una sonrisa.
—Estoy cansada.
Sabe que estoy mintiendo, pero no lo dice delante de Kayden y Luke.
—Entonces deberíamos volver pronto.
La camarera nos lleva a nuestra mesa y deja los menús para que les echemos un vistazo, además de cuatro vasos de agua con hielo y le ofrece a Seth una sonrisa antes de darse la vuelta. Se me ha nublado la vista por los pensamientos oscuros que trato de olvidar y soy incapaz de ver una sola palabra del menú. Me froto los ojos con las yemas de los dedos y parpadeo.
—Creo que necesito confesaros algo —anuncia Kayden. Cuando lo miro, esboza una pequeña sonrisa—. No me gusta el sushi. De hecho, me da un poco de yuyu.
—A mí también —añado con una tímida sonrisa—. Me resulta raro que no esté cocinado.
—Nunca lo ha probado —dice Seth, girando la página del menú—. Así que, técnicamente, no puede dar su opinión.
—Creo que sí puede. —Por debajo de la mesa, la rodilla de Kayden golpea la mía, no sé si por accidente o no. Envía un flujo de calor a mi cuerpo que sacude mi estómago—. Creo que es una opinión valiosa.
No sé cómo tomarme su cumplido, así que cierro la boca.
—No digo que no sea válida —explica Seth—, sólo que podría gustarle si lo probara. Digo yo.
Estoy bebiendo agua y no puedo reprimir una carcajada, por lo que me atraganto con el hielo.
—Dios mío.
Seth me da palmadas en la espalda.
—¿Vas a probarlo?
Asiento, presionando la palma de la mano contra mi pecho.
—Sí, pero no más bromas mientras estoy bebiendo, ¿eh?
—Es lo que yo pienso. —Le brillan los ojos cuando me sonríe con picardía—. Pero me cortaré un poco.
—Mierda, me he dejado el móvil en el coche. —Luke golpea la mesa con la mano y nuestros vasos de agua chocan—. Vuelvo enseguida. —Se levanta, se va por el pasillo y sale por la puerta principal.
Volvemos a nuestros menús cuando Seth salta del asiento.
—He cerrado el coche. No va a poder abrirlo. —Sale pitando hacia la puerta mientras coge las llaves de su bolsillo.
—En realidad, Luke ha ido a fumar —me cuenta Kayden girando el salero entre las palmas de las manos—. No le gusta admitirlo delante de la gente que no conoce. Es muy raro con ese tema.
Muevo la cabeza de arriba abajo sin mirarlo.
—Probablemente Seth ha hecho lo mismo. Normalmente fuma en el coche, pero con vosotros se contiene.
—Podría haberlo hecho —ríe Kayden y se le iluminan los ojos—. Luke fuma en mi coche desde que tenemos dieciséis años.
Sin poder evitarlo me echo a reír pensando en la estampa, mientras juego con el borde de una servilleta.
—¿Qué te hace tanta gracia? —Kayden dobla los brazos por encima de la mesa y las mangas dejan al descubierto diminutas líneas blancas que cubren la parte interior de sus muñecas. Sacude las mangas rápidamente para bajarlas—. Vamos, dime qué te hace sonreír de ese modo.
—No es nada. —Le devuelvo la mirada—. Simplemente estaba pensando en qué habría dicho mi padre si hubiera descubierto que su corredor estrella fumaba.
—Creo que lo sabía. —Kayden se inclina sobre la mesa, acercándose a mí—. Sabía todo lo que hacíamos mal, pero nunca decía nada.
—Sí, me imagino. Una vez pilló a mi hermano fumando y lo castigó durante un buen tiempo. —¿Por qué le estoy hablando así? No es propio de mí. Bajo la cabeza y me concentro en la lista de entrantes.
—Callie, lo siento —dice de repente, deslizando la mano sobre la mesa hasta la mía. Cuando sus dedos tocan mis nudillos, casi me da algo.
—¿Por qué? —pregunto con la voz estrangulada.
—Por no darte las gracias… Aquella noche. —Pone su mano sobre la mía.
Por un segundo, disfruto de la cálida sensación de su tacto, pero entonces vuelvo a refugiarme en el lugar cerrado de mi mente, atrapada e impotente.
—No te preocupes. —Retiro la mano y la coloco bajo la mesa. Se me acelera el pulso, así que vuelvo a fijarme en el menú—. Fue una mala noche para ti.
No dice nada y me imita, retirando su mano. No lo miro, porque no quiero ver la tristeza en sus ojos.
—Si les pido que me traigan una hamburguesa, ¿crees que lo harán? —pregunta, cambiado despreocupadamente de tema.
Vuelvo la página del menú con el ceño fruncido.
—¿Hay hamburguesas?
—No, lo decía en coña. —Me observa por encima de la mesa—. ¿Puedo preguntarte algo?
Asiento cautelosamente.
—Claro.
—¿Por qué viniste antes de tiempo a la universidad? —pregunta—, la mayoría de la gente prefiere quedarse en casa en verano para salir de fiesta.
Me encojo de hombros.
—No tenía nada que hacer, y había llegado el momento de irme.
—No tenías muchos amigos, ¿no? —Los recuerdos le hacen adoptar un semblante reflexivo mientras reúne las piezas de mi triste vida.
Por suerte, Seth y Luke vuelven con nosotros antes de que pueda preguntar más. Huelen a tabaco y parecen felices.
—No, en realidad no hay muchos en el campus —dice Seth a Luke cuando se sientan y desenrolla la servilleta que envuelve los cubiertos—. Si no, los de seguridad normalmente los rompen.
Luke gira la carta de plástico y mira fotos de cervezas.
—Sí, eso pasaba siempre en nuestro instituto. Como la vez que organizamos una fogata y apareció la policía y arrestaron a todo el mundo.
—¿En qué problemas te has metido? —pregunta Seth y comprueba el reloj de su muñeca.
—No en muchos. —Luke rompe un palillo de dientes en la boca—. Los polis de nuestra ciudad normalmente sueltan a los jugadores de fútbol.
—Fíjate —murmura Seth, dándome un empujoncito y le ofrezco una sonrisa compasiva.
El pie de Kayden sigue golpeando el mío por debajo de la mesa y quiero pedirle que pare, pero ni siquiera puedo mirarlo a los ojos. Me pongo nerviosa porque a una parte de mí le gusta lo que está haciendo. Estoy perdiendo el control de mis sentimientos y necesito desesperadamente recuperarlo de nuevo.
La camarera vuelve y toma nota de nuestros pedidos. Intento hacerlo lo mejor posible y pido un plato. Cuando llega la comida, sin embargo, el estómago me da un vuelco y me doy cuenta de inmediato de que lo voy a hacer, como siempre.