Callie
#33: Acostarse con alguien sin hacer nada, sólo sintiendo a la otra persona
—Creo que tengo que entrar —digo, comprobando el séptimo mensaje que me ha enviado mi madre—. Si no, va a venir ella y va a ver esto.
—¿Ver qué? —pregunta inocentemente mientras me da la vuelta para quedar encima de mí, se mete mi pecho en la boca y traza círculos con la lengua alrededor de mi pezón.
Jadeo con los muslos doloridos. Vuelvo a desear que esté dentro de mí otra vez.
—Me estás distrayendo.
Se inclina con una sonrisa en el rostro, pero su mejilla está roja e hinchada.
—¿Y?
Finjo una mirada severa.
—No bromeo. Va a venir y va a abrir la puerta con su llave.
Se ríe, sin creerme del todo, pero me suelta.
—Vale, tú ganas. Te dejo ir, pero volveremos aquí cuando te hayas ocupado de ella.
Me río bajito mientras me envuelvo la sábana alrededor del cuerpo y voy hasta mi mochila para sacar algo de ropa. Me siento un poco tímida después de lo que hemos hecho. Me las arreglo para ponerme la ropa antes de quitarme la sábana. No me pregunta qué hago, se levanta y se pone los vaqueros y la camiseta.
Miro por la ventana el cielo oscuro. Todo parece perfecto, intocable, como si fuera la dueña de mi vida por una vez.
—¿Qué hora es?
Gira el brazo y mira su reloj.
—Las siete y media.
—Seguro que se ha vuelto loca. Me he perdido la cena.
Entrelaza sus dedos con los míos mientras abro la puerta.
—¿Va a ir muy mal?
Le hago seguirme por las escaleras.
—Te va a hacer mil preguntas y se va a poner muy contenta.
—¿Y tu padre?
—Charlará de fútbol, seguro.
Me suena el teléfono y me paro al final de los escalones para leer el mensaje.
—¿Otro de tu madre? —pregunta, y niego con la cabeza.
Seth: Hola, cariño. ¿Cómo te va? Espero que bien. ¿Te has comido algún delicioso dulce?
Yo: A lo mejor… Pero ¿a q tipo d dulce t refieres?
Seth: ¡¡¡Dios mío!!! ¿Sí? Porque tengo el presentimiento de que lo has hecho.
Yo: ¿Hacer qué?
Seth: Ya sabes q.
Miro a Kayden, que se está riendo y le salen arrugas alrededor de los ojos.
—Es de Seth.
Se inclina para ver mejor y cubro la pantalla con la mano.
—¿Estáis hablando de mí?
Me muerdo el labio y siento cómo se me encienden las mejillas.
—No.
—Sí —dice con un tono orgulloso—. Incluso después de esto, puedo hacer que te ruborices. Qué bueno soy.
Bajo la cabeza y dejo que el pelo me cubra la cara.
—No me he ruborizado.
—Sí lo has hecho. —Me coloca un dedo bajo la barbilla y me levanta la cara—. Y me gusta. —Roza sus labios con los míos, dándome un suave beso que me recorre hasta los dedos de los pies.
Lo aparto, sonriendo, pero me detengo cuando veo el coche que hay en la entrada.
—¿De quién es ese coche?
Kayden sigue mi mirada y se encoge de hombros.
—No lo sé.
Confundida, abro la puerta trasera. Segundos después, todo se esfuma: mi aliento, los latidos de mi corazón, los besos, mis momentos. Se me nubla la vista al ver a mi hermano Jackson sentado en la mesa comiéndose un trozo de tarta directamente de la caja. A su lado está sentado su mejor amigo, Caleb Miller. Está leyendo una revista, su pelo oscuro despeinado y largo, como si no se lo hubiera cortado en años. Cuando me mira, aparto la mirada rápidamente y la fijo en el suelo.
—Cómo ha crecido la pequeña Callie —dice Caleb y me quedo mirando el lápiz que hay delante de él en la mesa, imaginando cómo sería clavárselo en el ojo muchas veces e infringirle el mayor dolor posible.
—Mamá pensaba que te habías escapado —me dice Jackson, que está lamiendo la crema del tenedor—. Te ha escrito mil mensajes.
—Bien por ella —le digo bruscamente. Siempre he odiado a mi hermano por relacionarse con ese capullo. Ya sé que no lo sabe, pero no puedo remediarlo—. ¿Puedes decirle que hemos pasado por aquí y que estoy bien? Así dejará de mandarme mensajes.
—No —dice Jackson—. No soy tu mensajero. Está en el salón. Ve y díselo tú misma.
—¿Por qué estáis aquí? —pregunto y los dedos de Kayden acarician el interior de mi muñeca. Parpadeo. Me había olvidado de que estaba aquí.
Kayden sacude la cabeza y sus ojos esmeralda me dicen algo que no me gusta. Puede verlo… sentirlo… escondido bajo la superficie de mi piel.
Caleb se levanta de la mesa y se dirige al otro lado de la cocina. Sus movimientos son pausados, como si no le importara nada en el mundo.
—¿Cómo es el fútbol en la universidad? —le dice a Kayden—. He oído que es mucho más intenso.
Kayden no aparta la vista de mí.
—No está tan mal. Sólo tienes que estar lo suficientemente en forma.
Caleb mira la mejilla hinchada de Kayden con una mirada cruel y abre el armario.
—Sí, pareces muy en forma. Bonito ojo morado, por cierto.
Kayden le dedica una mirada fría y dura y flexiona los dedos.
—¿No te habían echado de la universidad por vender hierba en el campus?
—Tengo que ganarme la vida —dice Caleb, cerrando de nuevo el armario—. No todo el mundo tiene el dinero de papá y una beca.
La mandíbula de Kayden se tensa y lo agarro con fuerza del brazo.
—¿Nos podemos ir?
Asiente, retrocediendo hasta la puerta con mi mano en la suya y sus ojos fijos en Caleb, que parece sentirse incómodo.
—Ni hablar —me dice Jackson—. No vas a dejarme aquí solo para que mamá me agobie.
—¿No deberías estar en Florida? —pregunto con rabia y voz temblorosa—. Se suponía que no ibas a venir.
Se despeina y se levanta de la mesa con la caja de la tarta en la mano.
—Ha sido un cambio de última hora.
—¿No tenías que trabajar? —le pregunto burlándome—. ¿O es que has dejado otro trabajo?
—Tengo un puto trabajo, Caliie. —Suelta la caja en el fregadero y me mira—. Así que deja de hablarme como una zorra. No sé por qué siempre me tienes que hablar así.
—Eh. —Kayden sale en mi defensa, moviéndose delante de mí—. No la llames así.
—Puedo llamarla como quiera —replica Jackson, poniendo los brazos sobre su pecho—. No sabes cuanta mierda ha traído a esta familia. Sus problemitas o lo que quiera que sean han vuelto a mi madre loca.
Caleb me mira con interés, esperando a que reaccione. No puedo apartar la mirada de él. Quiero hacerlo, pero me domina porque sabe cuáles son mis problemas… Fue él quien lo empezó todo. Voy a morir lentamente. A romperme en pedazos como si fuera una dama de noche, esas flores que florecen sólo una vez al año por la noche y mueren antes del amanecer, una vida y felicidad muy corta.
—Déjala. —Caleb arquea las cejas con una sonrisa en los labios—. A lo mejor Callie tiene razones para actuar de ese modo.
Sácame de aquí. Sácame de aquí. Sálvame. Sálvame. Sálvame.
De repente, mis piernas se están moviendo y alguien me arrastra a alguna parte. La puerta trasera se abre y me lleva escaleras abajo hasta el camino de la entrada.
De pie y bajo la luz del porche, Kayden me observa con inseguridad, con las manos en mis hombros.
—¿Qué ocurre? Tienes esa mirada en los ojos…
Dejo escapar un resoplido.
—No me gusta mucho mi hermano.
Los músculos de su cuello se mueven al tragar con dificultad.
—Callie, conozco ese miedo. De verdad. Lo he visto en las caras de mis hermanos, lo he sentido muchas veces. Le tienes miedo. Puedo verlo en tus ojos.
—¿Miedo de mi hermano? —Me hago la tonta y rezo para que no lo averigüe, temiendo lo que pasaría si lo hiciera.
—No hagas eso —dice con firmeza y pone la mano en mi mejilla—. Le tienes miedo a Caleb. ¿Fue él, verdad?
—Sí. —Ni siquiera me doy cuenta de que lo digo, sale solo de mi boca. Lo miro y escucho el latido de mi corazón en el pecho, el viento silbar, el sonido de alguien rompiendo algo en algún lugar del mundo.
Hace un esfuerzo para deshacer el nudo que tiene en la garganta.
—Callie, tienes que contárselo a alguien. No puedes dejar que esté aquí, a tu alrededor, viviendo su vida como si nada.
—No importa. Ha pasado demasiado tiempo y ni siquiera la policía puede hacer nada.
—¿Cómo lo sabes?
Me encojo de hombros, sintiendo que me alejo del mundo.
—Porque con una vez me bastó para saberlo. Ya está hecho y punto.
Niega con la cabeza, con la mandíbula apretada.
—No es justo.
—Tampoco lo es tu vida —digo, deseando retroceder en el tiempo. Quiero volver atrás. Por favor, Señor, retrocede en el tiempo—. Nada lo es.
Se hace el silencio y todo se desmorona mientras me vengo abajo en su pecho, mis lágrimas se derraman y el secreto que he llevado conmigo estos años se rompe en pequeños pedazos. Me coge en brazos a pesar de mis protestas y me aprieta contra él subiéndonos escaleras arriba mientras sorbo las lágrimas que he llevado dentro de mí.
Se acuesta en la cama conmigo y entierro la cara en su pecho. De algún modo, dejo de llorar y nos acostamos, sin movernos, sintiendo la pena del otro. Finalmente, me quedo dormida en sus brazos.
Kayden
Después de que se quede dormida, la miro respirar, intentando encontrarle un sentido a la vida. La rabia me corroe como una maldita ola rompiendo en la orilla. Quiero matar a Caleb. Pegarle hasta que se muera de la forma más dolorosa.
Cuando oigo a su hermano y a Caleb salir de casa, riendo mientras se suben al coche y se alejan, hablando de ir a una fiesta, algo explota en mi interior. Toda la rabia que he canalizado estalla y de repente sé qué hacer.
Callie me salvó aquella noche de una paliza que probablemente me habría matado, pero también me salvó de mí mismo. Antes de conocerla, estaba muriéndome por dentro, no tenía nada en el corazón, sólo un agujero.
Suavemente retiro mi brazo de debajo de su cabeza, cojo el teléfono y salgo a hurtadillas por la puerta, mirándola por última vez antes de irme. Bajo trotando los escalones, le envío un mensaje a Luke para que venga a recogerme y me alejo de la casa hacia lo desconocido.
Camino en una dirección por la que nunca he ido, dejando que el aire frío me consuma. Unos quince minutos más tarde, la camioneta de Luke se detiene en la acera. Me subo y me froto las manos cuando noto la calefacción.
—Vale, ¿qué pasa con el mensaje que me has mandado? —Se ajusta la boina en la cabeza y sube la calefacción—. ¿Sabes que estaba a punto de hacerlo con Kelly Anallo?
—Lo siento —murmuro—. ¿Dónde estabas?
—En el lago. —Gira el volante a la derecha y conduce por una carretera secundaria—. Había una fiesta.
—No habrás visto al hermano de Callie y a Caleb Miller por allí, ¿no?
Se para en una señal de stop y sube la calefacción todavía más porque los cristales se están empañando.
—Sí, llegaron justo cuando yo venía a buscarte.
—Entonces ve hacia allí. —Le hago señas con la mano para que conduzca—. Tengo algo que hacer.
Vamos en silencio mientras muevo la rodilla arriba y abajo con nerviosismo y tamborileo con los dedos en la puerta. La camioneta se balancea cuando nos metemos entre los árboles para llegar a nuestro destino. Cuando salimos, veo a Caleb en una hoguera cerca de la orilla, hablando con una chica rubia que lleva una sudadera encima de un vestido rosa ajustado.
—Necesito que me ayudes con algo —digo mientras Luke aparca y empieza a salir del coche.
Se detiene con una pierna fuera.
—¿Qué pasa? Estás actuando de un modo extraño. Y me estás asustando un poco.
No aparto la vista de Caleb. Es unos tres o cuatro centímetros más bajo que yo, pero lo recuerdo perfectamente metiéndose en peleas en las fiestas, así que seguramente sabrá defenderse si alguien se mete con él.
—Necesito que me cubras las espaldas.
Luke me mira mientras se pone un cigarrillo en la boca.
—¿Estás pensando en pelearte con alguien?
Asiento firmemente.
—Sí.
—¿Así que quieres que me asegure de que no te pateen ese culo tan feo? —Coloca una mano alrededor de la boca y enciende el mechero.
—No, quiero que me pares antes de que lo mate. —Abro la puerta y salto.
—¿Qué? —Una nube de humo se eleva delante de su cara.
—Que me pares antes de que lo mate —repito y cierro la puerta.
Se reúne conmigo delante del coche moviendo la punta de su cigarrillo para tirar la ceniza al suelo.
—¿De qué va esto, tío? Ya sabes que no soy muy bueno en situaciones temerarias.
Me detengo al final de la línea de los coches.
—Si una persona que te importara mucho hubiera sido herida de la peor manera posible por otro, ¿qué harías?
Se encoge de hombros, mirando el fuego.
—Depende de lo que fuera.
—Algo verdaderamente malo —digo—. Que atemorizara de por vida. Que impidiera a nadie vivir una vida normal.
Da una larga calada del cigarro y vuelve la cabeza hacia mí.
—De acuerdo, te cubro las espaldas.
Caminamos hacia el fuego y siento la rabia quemándome por dentro. La gente está gritando, riendo, llenándose las cervezas de un barril que hay en una plataforma trasera. Suena música que viene de uno de los coches y están jugando a encestar pelotas de ping pong en vasos llenos de cerveza al lado del lago.
Daisy aparece delante de mí con una gran sonrisa en la cara y un vaso de plástico en la mano.
—Eh, fiestero, sabía que aparecerías.
Sacudo la cabeza, enfadado y me hago a un lado.
—Apártate de mi camino.
Da un paso hacia atrás y presiona su mano contra su pecho, como si la hubiera herido.
—¿Qué te pasa?
—Se ha dado cuenta de lo zorra que eres —interviene Luke alegremente y suelta el humo del tabaco en su cara.
—Joder. Eres un capullo —dice, llevándose la mano a la cara y esperando que la defienda.
Me despido de ella, la esquivo y voy directo a Caleb. Paso de la gente y me acerco al fuego. Cuando los ojos de Caleb se encuentran con los míos, su expresión cambia, pero no se mueve. Sabe lo que va a pasar y lo espera, como si quisiera que ocurriera.
Me acerco a él y cuando estoy cerca, una sonrisa aparece en sus labios.
—¿Qué coño haces aquí, imbécil? —pregunta—. ¿Y dónde está la preciosa y pequeña Callie?
Le doy un puñetazo en la mandíbula, lo que es un error, pero ya no me puedo echar atrás. La multitud grita y la chica con el vestido rosa deja caer su vaso, derramando la cerveza en la tierra, y se echa a un lado.
Caleb cae al suelo agarrándose la cara.
—¿Qué coño? —Se levanta y se limpia la sangre de la nariz—. ¿Quién te crees que eres?
Le vuelvo a lanzar un puñetazo sin darle una explicación, pero esta vez lo esquiva y me golpea en el costado. Las costillas me crujen, pero no es nada comparado con lo que estoy acostumbrado. Retrocedo y le estampo la rodilla en el estómago.
Tose y se encorva escupiendo sangre en el suelo.
—Estás muerto.
Me aprieto los nudillos y me inclino hacia delante para golpearle de nuevo, pero salta y arremete contra mí. Con la cabeza gacha, me golpea en el estómago, dejándome sin aliento y nuestros zapatos resbalan por la tierra en una lucha por mantenernos en pie. Alguien de la multitud da un grito, al que le siguen otros mientras nos peleamos en la arena.
Le planto el puño en la cara una y otra vez, viéndolo todo rojo, sólo rojo, como si ese color hubiera estado dentro de mí durante años. Alguien intenta separarnos, pero lo empujo. No sé cuánto tiempo ha pasado y sigo pegándole. Al final, alguien consigue apartarme de él.
Me zafo de la mano, pensando que es Luke, pero las luces rojas y azules brillan en el agua y me devuelven a la realidad. Un policía me pone unas esposas en las muñecas.
—No te muevas —grita y me empuja adelante cayendo de rodillas en la arena.
Con las manos ensangrentadas detrás de mí, me doy cuenta de lo que he hecho. Caleb todavía respira, pero su cara está tan hinchada y ensangrentada que no sé qué puede pasar. No estoy seguro de que me importe, porque todo se reduce a una cosa: Callie ha tenido su justicia.
Estar en la cárcel parece mejor que ir a casa y me niego a llamar a mi padre. Al final, uno de los policías lo llama, por su condición de prohombre de la ciudad. Mi padre siempre realiza grandes donaciones, lo que hace que la gente piense que es un gran hombre.
Unas horas más tarde, estoy en la cocina de mi casa, sentado a la mesa. Mi madre ha ido a recoger a Tyler al aeropuerto y ha tenido que coger un taxi porque ninguno de los dos estaba sobrio para conducir. Sólo estamos mi padre y yo. Algo está a punto de terminar, sólo que no sé qué.
—Esto es una puta mierda. —Mi padre anda en círculos alrededor de la mesa y le da una patada a la encimera con la bota, haciendo un agujero en la madera—. He recibido una llamada en mitad de la jodida noche para recogerte de la cárcel por pelearte con alguien. —Se detiene y se pasa el dedo por un pequeño corte bajo el ojo de nuestra pelea anterior—. Estás en racha hoy, pedazo de mierda.
—Me ha enseñado el mejor —murmuro, con las costillas escociéndome y el brazo palpitándome. Sin embargo, me siento más contento que nunca.
Coge una silla, la lanza al otro lado de la habitación y la estampa contra una estantería, rompiendo un jarrón. No me inmuto. Trazo las grietas de la mesa con el pulgar.
—¿Qué he hecho mal contigo? —Se coloca en el centro de la cocina—. Eres un fracasado de mierda desde que tenías dos años.
Me quedo mirando la pared, imaginándome la sonrisa de Callie, el sonido de su risa, la suavidad de su piel.
—¿Estás escuchándome? —grita—. ¡Joder, Kayden, deja de ignorarme!
Cierro los ojos, acordándome de cómo se siente al estar dentro de ella, tocándola, besándola por todo el cuerpo, el olor de su pelo.
Las manos de mi padre golpean la mesa y abro los ojos de golpe.
—Levántate.
Me aparto de la mesa, tirando la silla al suelo. Estoy preparado. Cuando dobla el codo sobre su hombro, echando el puño hacia adelante, levanto el mío y le golpeo en la mandíbula. El dolor nos inunda a los dos cuando nos golpeamos con los puños desatados. Hay una pausa, en la que me mira de verdad, como si me viera por primera vez, antes de agarrarme por los hombros y lanzarme contra la pared.
—¡Déjalo ya, pedazo de mierda! —Me da un rodillazo en el costado y le golpeo con los nudillos en la mejilla como venganza.
De nuevo está sorprendido y se toma un momento para recuperarse. Sólo puedo pensar en el miedo que asoma en su mirada, la falta de confianza en sus ojos y la inestabilidad de su postura.
Me agarra por la camiseta, desesperado por recuperar el control y me golpea en la cara, lanzándome contra el armario. Me clavo las uñas en la palma de las manos, lanzo el puño y le golpeo a un lado de la cara con fuerza. Suelta un gruñido y me empuja hacia atrás para estamparme contra la encimera; me golpeo la cadera contra los azulejos y los cuchillos caen al suelo. Empiezo a avanzar, pero corre hasta mí con la cabeza gacha. Me apresuro y doblo las rodillas para saltar sobre la barra, pero agarra el borde de mi camiseta y me empuja al suelo. Echo los brazos detrás de mí para alcanzarlo, pero se agacha.
Me siento entumecido. Completamente muerto por dentro mientras giro sobre mis talones y le empujo con las manos. Se niega a dejarme ir, incluso cuando tropieza y cae al suelo, me empuja y caigo con él. Intento ponerme encima, pero unos segundos después siento algo afilado perforarme el costado y todo se detiene.
Mi padre se levanta con un cuchillo ensangrentado.
—¿Por qué nunca escuchas? —Tira el cuchillo al suelo, al lado de mis pies, y se estrella contra la baldosa. Cuando retrocede, su cara está tan blanca que parece un fantasma—. Tú, maldito… —Arrastra los dedos por su cara antes de salir por la entrada delantera, dejándola entreabierta detrás de él, y el aire frío entra.
Me duele cada parte del cuerpo, como si me hubieran clavado miles de cuchillos en lugar de uno. Giro a un lado, me arrastro y me inclino contra la encimera, quitándome la mano del costado. La sangre se derrama entre mis dedos temblorosos y sale por el agujero de mi camiseta llenando las grietas de las baldosas del suelo. Cierro los ojos y me concentro en respirar, pero el dolor va ganando.
Pienso en Callie, en lo que estará haciendo, en lo que hará cuando se entere de lo que ha pasado. Me duele, incluso cuando se supone que no debería: el pensamiento de dejarla, o de ella dejándome, o de no volverla a tener nunca. No puedo soportarlo.
Me estiro, cojo el cuchillo con la mano temblorosa y coloco la punta en el antebrazo. Es lo que he hecho durante años para apagar el dolor. Empezó cuando tenía siete años, cuando me di cuenta de que cortarme a mí mismo me ayudaba a respirar… Me ayudaba a vivir en el infierno que era mi vida. Es mi maldito secreto, la oscuridad que vive conmigo. Con cada incisión en mi piel, el dolor empieza a desvanecerse mientras la sangre empapa el suelo.
Callie
Me levanto en una cama vacía y el miedo invade mi cuerpo. ¿Dónde ha ido Kayden? Cojo el móvil de la mesita de noche y le mando varios mensajes, pero no contesta. Necesito hablar con él sobre lo de anoche y hacerle saber que necesitamos dejarlo estar porque con él en mi vida, lo que pasó con Caleb ya no me da miedo.
La mañana se asoma sobre las montañas y el cielo está de color rosa brillante, pero la belleza de todo esto es engañosa comparada con lo que está pasando abajo. El viento ruge como una tormenta y enfría la temperatura.
Mi padre está en la mesa de la cocina cuando entro. Su pelo castaño está peinado a un lado y lleva corbata y pantalones de vestir, preparado para la cena de Acción de Gracias de esta tarde.
Cuando levanta la mirada de la comida, frunce el ceño.
—¿Estás bien? Parece como si hubieras estado llorando.
—Estoy bien. —Miro al salón antes de retroceder al centro de la cocina—. ¿Dónde está mamá? Tengo que preguntarle si puedo coger su coche.
—Se está duchando. —Se levanta de la silla y lleva el bol al fregadero mientras me observa—. Parece que has perdido peso. Asegúrate de comer hoy. Va a haber un partido después de la cena y quiero que este año juegues.
—De acuerdo. —Apenas puedo oírle mientras compruebo los mensajes, pero no hay ninguno de Kayden—. ¿Puedo coger tu coche un momento? Prometo no tardar mucho.
Busca las llaves en su bolsillo.
—¿Seguro que estás bien? Pareces muy alterada.
—Estoy bien —le aseguro, nerviosa porque normalmente él no se da cuenta de estas cosas. ¿Parece que estoy muy mal?—. Sólo necesito ir a ver a un amigo.
Me pasa las llaves y las cojo.
—¿Ese amigo es uno de mis antiguos quarterbacks?
Envuelvo los dedos alrededor de las llaves, sintiendo que los lados afilados se me clavan en las palmas.
—Mamá ha estado cotilleando, ¿no?
Se encoge de hombros y se mete las manos en los bolsillos de los pantalones.
—Ya la conoces. Lo único que quiere es que seas feliz.
—Soy feliz. —Y en este momento, no parece una gran mentira—. Necesito encontrar a alguien. —Me vuelvo hacia la puerta.
—En una hora tienes que estar aquí —me dice—. Ya sabes que quiere que la ayudes. Tu hermano no ha vuelto a casa esta noche. Seguramente haya estado bebiendo, así que no será de mucha ayuda.
—De acuerdo. —Salgo al frío sintiendo que algo me golpea en el pecho, pero no estoy segura de qué es. El teléfono me suena en el bolsillo y me sorprendo al ver el nombre de Luke en la pantalla.
—Hola —contesto mientras salgo al camino y me meto en el coche de mi padre.
—Hola —dice con voz ansiosa—. ¿Has hablado con Kayden?
—No desde anoche. —Cierro la puerta y arranco el motor, sin molestarme en encender la calefacción—. No sé dónde está. Simplemente se fue y no puedo localizarlo.
—Yo tampoco. —Titubea y salgo a la carretera, entrecerrando los ojos para ver por la ventanilla trasera llena de escarcha—. Mira, Callie, anoche sucedió algo malo.
Aparco el coche en el borde de la carretera.
—¿Qué ocurrió?
—Recibí un mensaje muy extraño de él —explica— diciéndome que lo recogiera. Me hizo llevarlo al lago y allí le dio una paliza a Caleb Miller.
Presiono el pedal del acelerador a fondo y los neumáticos chirrían.
—¿Está bien?
—Sí, imagino que sí, pero lo arrestaron y su padre tuvo que ir a por él.
Mi corazón se detiene.
—¿Su padre?
Luke se queda un momento en silencio.
—Sí, su padre.
Me pregunto si Luke sabe lo del padre de Kayden.
—Voy ahora mismo a su casa a comprobar cómo está.
—Yo también. ¿Dónde estás?
—A unas manzanas de aquí. En la calle Masón.
—Vale, te veré en un momento —dice—. Y Callie, ten cuidado, su padre…
—Lo sé. —Cuelgo y sostengo el móvil en la mano mientras conduzco por la colina que lleva a la casa de Kayden.
La casa de dos pisos parece enorme delante de las colinas, se eleva hasta el cielo. Aparco detrás de un árbol, el viento sopla fuerte y las hojas vuelan en el aire cubriendo el bosque que rodea la casa. Salgo del coche con el corazón a mil, corro por el césped y subo las escaleras, apartando con los brazos las hojas de mi cara.
La entrada delantera está entreabierta y se mece con el viento. Cuando entro en la casa, un sentimiento nauseabundo me quema en el estómago. Algo no va bien. Miro al salón y luego giro la escalera.
—¿Hola?
El viento es la única respuesta, que aúlla en la ventana, arrastra las hojas al interior de la casa, por el suelo de madera, y hace que la puerta golpee contra la pared. Entro en la cocina y doy la vuelta a la encimera. Nada podría haberme preparado para lo que veo.
El tiempo se detiene… Todo se detiene. Una parte de mí muere.
Tumbado en el suelo, sobre un charco de sangre y un montón de cuchillos, está Kayden. Tiene los ojos cerrados, las piernas y los brazos flojos, y tiene cortes recientes en las muñecas. Tiene un agujero a un lado de la camiseta, donde algo afilado le ha atravesado. Hay mucha sangre, pero no sé de dónde viene… Es como si fluyera de todas partes.
Mis brazos caen a los lados, mis rodillas se aflojan y me desplomo en el suelo, aterrizando sobre un cuchillo.
—¡No, no, no, no! —Me tiro del pelo aguantando el dolor y me arranco algunos mechones—. ¡No!
Niego con la cabeza cientos de veces, deseando que la escena se desvanezca, como deseé que pasara en mi decimosegundo cumpleaños.
Pero la escena no desaparece. Nunca desaparece. Las lágrimas me empañan la visión y presiono uno de los cortes de sus muñecas para detener la hemorragia. Su piel está muy fría, como el hielo, como la muerte. Muevo mi mano por su brazo, por su mejilla, sobre su corazón. Con un dedo tembloroso, marco el 911 y balbuceo los detalles.
—¿Tiene pulso? —me pregunta el operador cuando le cuento la situación.
Mi corazón se contrae en mi pecho cuando presiono uno de mis dedos en su pulso y un débil latido golpea contra ellos.
—Sí.
—¿Respira?
Miro su pecho, deseando que se mueva. Rezando porque se mueva. Después de un momento, se eleva lentamente y vuelve a caer.
—Sí. Dios mío, sí. —Presiono los labios temblorosos, llorando y cuelgo para esperar a la ambulancia. El teléfono se cae de mi mano y recorro con los dedos el pelo de Kayden, preguntándome si puede sentirme.
—Kayden, despierta —susurro, pero está quieto—. Por favor, Señor, haz que se despierte. Kayen, despiértate.
—Callie… ¿Qué…? ¡Dios mío! —Luke aparece detrás de mí.
No me muevo. No puedo apartar la vista de Kayden. Si lo hago, podría desaparecer.
—Callie, ¿me oyes?
—No hagas ruido. Se acabará rápido. Apenas sentirás nada.
—¡Callie! —Luke me está gritando y lo miro mientras las lágrimas calientes descienden por mis mejillas—. ¿Has llamado a una ambulancia?
Asiento. Todo lo que me rodea… Todo lo que hay en mí se derrumba.
—He intentado salvarle… Lo he intentado, pero no he podido. Luke, no he podido ayudarle, Dios mío.
Luke se arrodilla a mi lado, mirando a su amigo en el suelo, y su cara pierde el color, en sus ojos marrones hay terror y los tiene muy abiertos.
—No es culpa tuya. Está respirando. Puede salir de ésta… puede.
Pero es que sí es culpa mía. Todo es culpa mía. Envuelvo los brazos alrededor de Kayden, respirando encima de él, sin querer que se vaya.
—Por favor, quédate conmigo.
—Esto es por tu culpa —dice Caleb—. Si se lo cuentas a alguien, será lo que pensarán.
Las sirenas inundan el aire igual que las hojas entran en la cocina, girando, con el único propósito de ir adonde las lleve el viento.
Debería haber hecho más. Decir algo. Defenderlo como él hizo conmigo.
Pensaba que había salvado a Kayden aquella noche en la caseta de la piscina, pero estaba equivocada. Tan sólo le di tiempo hasta que la siguiente tormenta lo arrasara.