Callie
#21: Crear recuerdos que te pertenezcan. Anoche fue interesante.
Kayden estaba borracho y decía cosas que probablemente no me diría si estuviera sobrio, así que lo detuve. No quiero que me diga nada porque esté borracho. He visto a Seth divagando sobre cosas importantes demasiadas veces cuando bebe, y nunca habla en serio.
Me quedo dormida en la cama del rincón y cuando me despierto tengo uno de esos momentos de: «¡Mierda!». Tengo miles de mensajes de mi madre en el teléfono. No me molesto en mirarlos. Me levanto corriendo de la cama y me dirijo al sofá, donde Kayden está tumbado de lado con los ojos cerrados y un brazo sobre la cara.
Miro por encima de mi hombro a Luke, que está durmiendo en el suelo con la cabeza en una almohada, y luego me agacho delante de Kayden.
—Despierta. Necesito que me lleves a casa.
Respira tranquilamente, su pecho sube y baja, así que pongo la mano en su mejilla, resiguiendo con mi pulgar la cicatriz que tiene debajo del ojo.
—Kayden, por favor, despiértate. Mi madre se está volviendo loca.
Abre los ojos y sus pupilas se achican con la luz, y parece como si no estuviera durmiendo.
—¿Qué hora es?
Lo compruebo en la pantalla del móvil.
—Casi las once. ¿Has estado despierto todo el tiempo?
Se encoge de hombros, se sienta y estira los brazos por encima de la cabeza. Se le sube la camiseta e intento no mirar esa parte de su perfecto cuerpo.
—Llevo despierto un rato. Pensando.
—Oh. —Estiro las piernas y busco mi chaqueta por la habitación—. ¿Puedes llevarme a casa? ¿O despierto a Luke?
—Eso sería caminar por territorio peligroso —dice, levantándose del sofá—. Luke no es una persona madrugadora.
Meto los brazos por las mangas de mi chaqueta.
—No recuerdo haberme quedado dormida. Estábamos hablando y de repente me he despertado en la cama.
Kayden sonríe y coge las llaves de Luke de la mesa.
—Me parece que te has ido a la cama ya dormida. Estabas tumbada a mi lado y te levantaste y fuiste allí. Parecías estar inconsciente.
Abre la puerta trasera y salimos al aire frío de la calle. El cielo está azul claro, una neblina lo cubre y veo la caseta de la piscina a mi izquierda. Kayden cierra la puerta y empezamos a cruzar el césped en silencio. No sé qué decir. Me siento rara por lo que me dijo y que no recuerda.
Se detiene de repente en la esquina de la casa y se pasa las manos por el pelo despeinado.
—Me acuerdo, ¿sabes?
Lo miro por encima del hombro.
—¿Cómo?
Da unos cuantos pasos hacia mí.
—No estaba tan borracho. Me acuerdo de lo que dije. He estado tumbado en el sofá durante prácticamente media noche pensando en qué demonios decirte esta mañana.
Dejo escapar un suspiro.
—No tienes que darme explicaciones. Me ha pasado con Seth unas cuantas veces y sé que al día siguiente todo es distinto. En serio, ha hecho y dicho muchas cosas de las que se arrepiente.
Niega con la cabeza, con una mirada de perplejidad en el rostro.
—Pero es que yo no me arrepiento. Es sólo que no sé cómo manejarlo. Te dije que sentía cosas por ti que nunca he sentido y es verdad. Eso me asusta, sobre todo porque todavía hay muchas cosas que no sabes de mí… Cosas malas que te asustarían.
Me acerco a él.
—No lo creo. Creo que tú piensas que son malas, pero en realidad no lo son.
Se masajea la nuca y mira la carretera que hay detrás de mí.
—No dirías eso si supieras de qué se trata.
—Podrías contármelo —sugiero—. Y dejar que juzgue.
Me mira a los ojos.
—No te gustaría si lo supieses.
Respiro profundamente, dispuesta a decir algo que me aterroriza.
—En los últimos seis años he tenido miedo de casi todo el mundo, excepto de Seth, pero conectamos y confié rápidamente en él. Me pasó lo mismo contigo. Aquel día, cuando fuimos al acantilado, quizá parecía que estuviera aterrorizada porque lo estaba, pero cuando fui contigo y dejé que me ayudaras a subir hasta allí arriba… Eso fue un gran paso para mí. Confié en ti, y eso significa algo.
—Quiero contártelo —dice en voz baja—. Pero no sé si puedo.
—Me contaste lo de tu padre.
—Sí, pero esto es diferente. Esto es…
—Joder, ¿dónde has estado? —El padre de Kayden llega gritando por la esquina, vestido con un traje azul marino, la cara roja y las manos cerradas en puños—. Se supone que tenías que ir… —Se calla cuando me ve al lado de Kayden—. ¿Quién eres tú?
Cojo la mano de Kayden automáticamente.
—Callie Lawrence.
Los recuerdos se reflejan en su rostro airado.
—Ah, ¿eres la hija del entrenador Lawrence?
Parece un déjà vu.
—Sí, nos hemos visto unas cuantas veces.
Se queda mirándome un momento, como si quisiera obligarme a retroceder. Al final, fija la vista en Kayden.
—Teníamos que entrenar esta mañana, ¿recuerdas?
La mano de Kayden se tensa alrededor de la mía.
—Sí, lo siento. He dormido demasiado y tengo que acompañar a Callie a casa, así que no puedo ir ahora.
Su padre abre y cierra las manos y una vena palpita en su cuello.
—¿Cuánto vas a tardar?
Kayden se encoge de hombros.
—No sé, una media hora o así.
El señor Owens me mira enfadado.
—¿Por qué no conduce ella misma a casa? Tenemos un horario que cumplir.
—No, tú tienes un horario —dice Kayden y se tensa cuando la cara de su padre se contrae con irritación—. Piensas que tengo que seguirlo.
—Perdona, ¿estás hablándome a mí? —Me intimida tanto que quiero ponerme detrás de Kayden y esconderme—. Porque me parece que te estás olvidando de las normas que tenemos y de las consecuencias que tiene olvidar las normas.
—Tengo que irme. —La respiración de Kayden es irregular cuando me agarra más fuerte de la mano y pasa junto a su padre, llevándome con él.
—Kayden Owens —grita—. ¡Es mejor que no te vayas!
Kayden y yo nos dirigimos a la camioneta aparcada en la entrada, entre los árboles.
—¡Maldita sea, joder! —grita su padre detrás de nosotros.
Kayden me ayuda a entrar en la camioneta y luego salta al asiento del conductor y enciende el motor. En medio del patio, su padre nos observa con una mirada oscura en el rostro. Mi mente retrocede a aquella horrible noche y recuerdo todo lo que ese hombre puede hacer. Estoy segura de que Kayden también.
Los neumáticos ruedan mientras nos dirigimos a la carretera y Kayden acelera la camioneta, los árboles que hay a los lados empiezan a emborronarse. Pasa un rato antes de que Kayden hable.
—¿Puedes mandarle un mensaje a Luke? —me da su teléfono móvil—. ¿Y decirle que se quede en el sótano hasta que vuelva?
Asiento, cojo su teléfono y paso sus contactos hasta que encuentro el nombre de Luke.
—¿Crees que bajará y le gritará a Luke? —le pregunto y envío el mensaje.
Niega con la cabeza, con los dedos fuertemente aferrados al volante.
—Sólo le hace esto a sus hijos.
Dejo el teléfono en la guantera y me estiro en el asiento hacia él.
—Kayden, no creo que debas volver. ¿Y si te hace algo?
—Estaré bien. No es nada que no pueda soportar. —Su voz es dura y retrocedo para ponerme de nuevo en mi asiento—. No, espera. —Rápidamente coloca su mano en mi muslo—. Lo siento, no debería haberte contestado así. Es sólo que es el pan de cada día. He estado lidiando con esto desde siempre. Es mi vida.
—Vale, pero entonces cambia tu vida —digo, suplicándole.
Se vuelve hacia mí con ojos dubitativos, como si eso no fuera una opción.
—¿Y qué voy a hacer? ¿No volver nunca? Por muy cabrón que sea, es mi padre. Es la casa en la que he crecido… Es mi casa.
—No tiene por qué seguir siéndolo. Vete —digo, intentando entender lo que necesito decir para convencerlo—. Vente y quédate conmigo. No mereces que te traten así. Mereces algo mejor. —Me tiembla la voz—. Por favor, por favor, quédate conmigo.
Traga con dificultad, con los ojos muy abiertos.
—¿Me dejarías hacer eso?
Asiento, con el corazón dolido por él. Me inclino para tocarle el brazo.
—Claro. No quiero que vuelvas con él. Él… ¿por qué es así?
—Creo que se comporta igual que su padre con él. —Dirige la camioneta a mi calle—. No estaba tan mal cuando éramos más pequeños, a pesar de que fuera una mierda. Tan sólo se enfadaba y gritaba, y a veces nos daba bofetadas o nos pegaba con el cinturón. Empeoró cuando crecimos, como si supiera que podía… —Rechina los dientes— pegarnos más fuerte sin matarnos. Mis hermanos se defendían cuando fueron lo suficientemente mayores, pero cuando se mudaron y me quedé solo… Las cosas cambiaron. Toda su furia estaba dirigida contra mí.
Me arden los ojos y parpadeo para reprimir las lágrimas, pensando en él solo compartiendo techo con ese maldito hombre.
—No vivas más ahí. Ven y quédate conmigo. No necesitas estar ahí.
Sus ojos buscan los míos y parece aterrado, confuso. Como si fuera un niño pequeño.
—De acuerdo, pero tengo que ir a recoger a Luke.
Puedo respirar de nuevo, mis pulmones se relajan cuando el aire vuelve.
—Volverás, ¿no? ¿Me lo prometes?
Asiente mientras da la vuelta con la camioneta, aparcándola detrás del coche de mi madre.
—Te lo prometo.
Miro por la ventana la puerta negra; la cortina está descorrida y mi madre está asomada.
—¿Quieres que vuelva contigo? Sólo tengo que decírselo.
Kayden coloca su mano en mi mejilla y me roza con la yema del pulgar bajo el ojo.
—Estaré bien. Quédate aquí y trata de tranquilizar a tu madre.
—¿Estás seguro? Quizás debería decirle a mi padre que vaya contigo.
—Callie, estaré bien. Luke está allí. Sólo voy a recoger mis cosas y volveré. No va a pasar nada.
Mi corazón se acelera cuando me inclino y rozo sus labios con los míos. Empiezo a apartarme, pero Kayden desliza su mano por mi nuca y presiona su boca contra la mía de nuevo, besándome con fiereza antes de soltarme. Con un fuerte sentimiento en el corazón, salgo del coche y lo veo marcharse, sabiendo que no podré volver a respirar hasta que regrese.
Kayden
Estoy muerto de miedo. Nunca le he contestado así a mi padre y la mirada de sus ojos me ha dado a entender que estoy perdido, pero Callie tiene razón. No tengo por qué aguantar esto ni un día más. Solamente tengo que marcharme. Algo que debería haber hecho hace mucho tiempo, pero que por alguna razón no he podido hacer. Todo el mundo se ha ido de mi lado, me ha abandonado sin importarles que me pegaran, me gritaran, me dijeran que lo tenía que soportar. Pero entonces llega Callie y me dice que lo cambie… Que merezco algo mucho mejor. Es muy sencilla y honesta, y sus palabras significan mucho para mí.
Aparco la camioneta detrás del árbol y le envío un mensaje a Luke para que se reúna conmigo en diez minutos porque necesito ir a por mi maleta. Los recuerdos me persiguen mientras camino por el porche delantero. El ambiente está silencioso y la puerta principal está entreabierta.
Entro en la casa en estado de alerta. Cuando era más pequeño, mi padre elaboraba un juego que terminaba en palizas. Nos daba tiempo para escondernos y entonces venía a buscarnos. Si nos escondíamos bien, ganábamos. Si no, pagábamos. Siempre acabábamos pagándola, ya que mi padre no dejaba nunca de buscar.
La casa parece estar vacía, así que corro escaleras arriba hasta mi habitación y meto mi ropa en una mochila. Balanceándola encima de mi hombro, troto escaleras abajo, sintiéndome libre cuando me topo con la puerta delantera. Pero mi padre aparece en el rellano y se pone delante de mí, bloqueándome el paso, con los brazos cruzados.
—Me pregunto si ha sido esa chica la que te hace actuar de forma tan estúpida o si te has vuelto más idiota desde que estás en la universidad. Nunca has sido precisamente brillante.
Calculo mis opciones.
—Mira, lo siento, pero no me voy a quedar. Yo… —Bajo un escalón más.
Se mueve a un lado, poniéndose en mi camino.
—Tienes un entrenamiento pendiente.
—No —digo, con las palmas de las manos sudándome. Jamás le había desafiado tanto—. Ya entreno lo suficiente en clase. —Mis pies bajan otro escalón y estoy justo delante de su cara—. Me voy.
Me agarra el brazo, apretándome tanto que la piel me quema.
—Mete tu asqueroso culo en ese maldito coche y vayamos al campo a entrenar. No te atrevas a llevarme la contraria.
Pienso en Callie, sentada en su casa, esperándome. Preocupada por mí. Nadie se ha preocupado por mí antes. Me deshago de sus zarpas y aplasto las manos contra su pecho, temblando de miedo como un niño de tres años. Aprovecho la oportunidad y bajo el resto de los escalones, pero mi padre gana terreno y llega hasta mí con los puños en alto y una incontrolable furia en los ojos.
—¡Tú, pedazo de mierda! —grita, lanzándome un golpe en la cara.
Agacho la cabeza y su mano se estampa contra la ventana de la puerta principal, rompe el cristal y se corta los nudillos. No se inmuta, me lanza otro golpe y su puño impacta en mi mandíbula. Los huesos me crujen y me pitan los oídos.
—¡Mierda! —Me agarro la cara mientras el dolor explota por mi mejilla, pero estoy demasiado acostumbrado a eso. Por primera vez en mi vida, le doy un puñetazo. Mis nudillos crujen cuando se agacha y mi mano termina incrustada én la barandilla de madera.
Unos segundos después, me derriba con los brazos alrededor de mí y me empuja al suelo. El vidrio atraviesa la camiseta hasta mis músculos y le doy patadas en el estómago. Se desliza por el suelo, golpeándose la cabeza con la pared y me apoyo en los brazos para levantarme.
—¡Basta! —digo antes de que se mueva. Me apresuro a salir por la puerta.
Luke me está esperando en la camioneta con el motor encendido. No miro atrás hasta que estoy a salvo en la camioneta y la puerta está cerrada. Los ojos de Luke se abren como platos cuando ve el vidrio clavado en mi piel, las gotas en mi camiseta y mi mejilla hinchada más del doble de su tamaño habitual.
—¿Qué coño? —dice—. ¿Todavía la misma mierda?
Sacudo la cabeza mientras mi padre sale por el porche delantero, mirando la camioneta.
—Conduce. Llévame a la casa de Callie. No quiero estar más aquí.
Saca la camioneta a la carretera y yo me coloco la mano herida en el pecho, con los ojos clavados en mi padre hasta que desaparece de mi vista.
Callie
No puedo sentarme. Sigo enviándole mensajes, pero no responde. Mi madre me echa un sermón sobre lo preocupada que estaba porque me he pasado toda la noche fuera. La dejo hablar, preguntándome cómo de preocupada estaría si le contara mi secreto.
Cuando termina, espero a Kayden en la habitación de encima del garaje. Después de lo de anoche, es como si el alcohol siguiera pegado a mi piel, saliéndome por los poros, así que me ducho. Me envuelvo en una toalla, me peino con los dedos y me dirijo a la habitación para vestirme.
Kayden está sentado en mi cama de espaldas a mí, con los hombros encorvados y retrocedo, sorprendida.
—Oh. —Me cubro la boca con la mano, caminando hasta la puerta, avergonzada por llevar sólo una toalla.
Vuelve la cabeza para mirarme y ya nada me importa. Tiene la mejilla hinchada y roja, tiene sangre y cortes en la camiseta y los nudillos cubiertos de sangre seca.
Aseguro la toalla con un nudo y me acerco a él.
—¿Qué ha pasado?
Sacude la cabeza, con los ojos fijos en mi cuerpo apenas cubierto.
—No importa. Ya está hecho.
—¿El qué?
Sostiene la mano, que está temblando, delante de mí.
—Le pegué y luego le di patadas.
—¿A tu padre? —pregunto—. ¿Ha… estás bien?
—Ahora lo estoy. —Me agarra por las caderas, cierra los ojos y respira entre dientes mientras me arrastra hasta su regazo. Abro los labios para protestar cuando la parte baja de la toalla se abre y la aspereza de sus vaqueros toca mi piel desnuda, pero Kayden apoya la cabeza en mi hombro y su cuerpo empieza a temblar. Aprieto los dientes, cierro los ojos y le acaricio el pelo con la mano, luchando contra las lágrimas.
Me quedo inmóvil. Tengo miedo hasta de respirar, mientras él se esfuerza por coger aire. Después de lo que parecen horas, levanta la cabeza y sus ojos están rojos.
—Lo siento —dice, soltando el aliento y poniéndose la palma de la mano en los ojos—. Me he venido abajo un momento.
—Te entiendo perfectamente —le digo, y le beso la frente.
Sus dedos buscan mi mejilla y trazan una línea por la marca de nacimiento que tengo en la sien.
—Nunca me había enfrentado a él. Ha sido horrible.
Él es mucho más valiente que yo: se ha enfrentado a su miedo, se ha plantado frente a lo que le atemorizaba desde que era un niño. Le envidio por ello.
Con suavidad, acaricio su mejilla herida y se encoge.
—¿Quieres que te traiga hielo? ¿Analgésicos? Mi madre tiene muchos en el botiquín.
Alza una ceja.
—¿Por qué?
Me encojo de hombros.
—Hace tiempo le pregunté y me dijo que era por una vez que se hirió cuando era animadora en el instituto.
Junta las cejas y cierra el ojo hinchado.
—¿Eso no fue hace como veinte años?
—Está loca —digo, retirándome de su regazo—. A lo mejor por eso está siempre tan contenta.
Presiona los dedos contra mis caderas para que no me vaya, con pánico en los ojos.
—No quiero que te vayas.
Conozco esa mirada, la de alguien que te suplica que le ayudes.
—Por favor, ayúdame, mamá —susurro cuando está encima de mí y siento como si todas las partes de mi cuerpo se rompieran en dos. Me tapa la boca con su mano áspera y las lágrimas escapan de mis ojos. ¿Dónde está? ¿Por qué no ha venido a por mí? Porque cree que me estoy escondiendo, como el resto de los niños. Eso es lo que se supone que estoy haciendo, en lugar de morir por dentro, aunque una parte de mí desea morir también por fuera.
Por favor, mamá…
Le paso los brazos por el cuello y le abrazo, y él apoya la cabeza en mi cuello, con los labios sobre mi pulso. Cierro los ojos y respiro; estoy muerta de miedo, pero, inexplicablemente, le deseo. Me besa en el cuello lentamente, saboreando cada caricia e inclino la cabeza a un lado.
—Voy a lavarme la sangre —susurra y me aparto—. Quédate aquí, ¿vale?
Agarro la toalla y asiento, mientras aparto las piernas de su regazo. Se levanta y se dirige al baño y yo me tiendo en la cama. Sé que algo está a punto de pasar. Puedo sentirlo en el aire, en la cálida sensación en mi cuello, donde me ha besado, y por mi piel; en todos los lugares que sus manos han tocado.
Cuando sale del baño, se ha quitado la camiseta y se frota el pecho con una toalla. Se sube a la cama, me siento y le aparto la mano de la toalla para poder ver el corte. Es profundo y está justo encima de su costilla superior; otra cicatriz que añadir a su cuerpo herido. Deslizo mis dedos por su antebrazo, sintiendo las heridas en su piel.
—¿Qué te ha pasado aquí? —Me detengo en un corte que tiene cerca del bíceps y lo miro—. Parece como si alguien te hubiera cortado a propósito.
Cierra sus dedos alrededor de los míos y sacude la cabeza, mirando a la pared.
—Estoy bien. De verdad, Callie. Puedo soportar todo esto.
Levanto las rodillas y sé que la toalla se ha abierto por abajo, pero no me preocupo por cerrarla. Pongo los labios en su pecho y subo hasta su cuello, cubriendo la cicatriz. Lamo su piel, deslizando mi lengua lentamente por ella, y luego envuelvo la suavidad de sus labios. Echa la cabeza a un lado y nuestras bocas se acoplan mientras sus dedos envuelven mi cintura. Me acerca a él, abre los labios y saborea mi lengua. Dejo escapar un gemido por las emociones que me queman la piel y se adueñan de mí, borrando todo el dolor.
Sus dedos encuentran el borde de la toalla y tocan la piel desnuda de mi cintura. No puedo pensar con claridad mientras toca mi cuerpo, saborea mis labios y hace que mis tortuosos pensamientos se desvanezcan. Me siento, aprieto mis pechos contra él mientras se tumba en la cama. Nuestras piernas se enredan y su rodilla se desliza entre mis muslos. Sentir la tela de sus vaqueros envía olas de calor por mi cuerpo que se enroscan en mi estómago.
—Kayden —gimo contra sus labios mientras clavo mis uñas en sus hombros.
Aleja su boca, respirando irregularmente, evaluándome con los ojos.
—¿Quieres que pare?
Lo agarro con más fuerza y niego con la cabeza, con el pelo cayéndome por los ojos.
—No.
Retengo el aire y él posa sus labios sobre los míos y el suave sabor de los besos se vuelve desesperado cuando la toalla cae de mi cuerpo y me tumbo desnuda debajo de él. Mis pezones rozan su pecho con cada respiración y mis piernas se quedan abiertas. Tengo las manos en sus mejillas y su calidez me da seguridad mientras me agarra los brazos y sus dedos trazan círculos en mis muñecas. Aparto las manos de su cara, él pone una a cada lado de mi cabeza y su lengua se agita en mi boca.
Entonces, de repente, suelta uno de mis brazos y mi cuerpo tiembla debajo de él.
—Callie, dime si quieres que pare. —Respira contra mis labios.
—No pares —susurro, con el corazón inquieto, pero seguro—. No quiero que pares nunca.
Sus ojos se abren, grandes y brillantes, y me muerde el labio inferior mientras su mano desciende por mi estómago. Segundos más tarde, sus dedos están en mi interior, como ayer. Me siento liviana y perdida, pero de un modo increíble. Como si mi mente por fin dejara atrás la oscuridad y volviera a la luz.
Quiero más. Necesito más, aunque no sé cómo voy a pedírselo.
Mis caderas se mueven con su mano mientras me toca, gimiendo contra mi boca, mientras clavo mis dientes en su labio, mordiéndolo y soltándolo. Algunos mechones de su pelo castaño caen en mi frente mientras muevo el cuerpo. Sigo necesitando más. Su pecho está agitado y sus dedos salen de mi interior.
—Callie, ¿dónde está el límite? —pregunta, agarrando de nuevo mis muñecas, sujetándome debajo de él, escaneándome con los ojos. Necesito saber cuándo parar.
Niego con la cabeza, mirándolo a los ojos.
—No quiero que pares, Kayden. Te lo he dicho porque lo siento.
Sus pupilas se contraen al procesar lo que he dicho.
—Callie, yo…
Mi corazón late más despacio y todo empieza a disolverse. Aparecen imágenes de mi pasado, pero se desvanecen rápidamente cuando levanta las caderas y desabrocha sus vaqueros para sacárselos. Unos segundos después, se ha quitado toda la ropa y se ha puesto un condón. Se acuesta sobre mí. Piel desnuda contra piel desnuda. Me besa con pasión, deseo; todo, mientras enreda nuestros brazos por encima de mi cabeza. Mis nervios se mezclan con la anticipación y siento cada uno de los detalles del momento: la aspereza de la piel de sus palmas, la suavidad de su pecho cuando toca el mío, la humedad de su lengua dentro de mi boca, el cosquilleo por todo el cuerpo. El sudor perla mi piel y el cuerpo me arde de deseo, abro las piernas para que su cuerpo se acople al mío. Cuando se adentra un poco en mi interior, siento dolor, pero también siento cómo se rompen y se hacen pedazos las cadenas de mis muñecas.
Contiene el aliento cuando mis piernas se contraen alrededor de sus caderas y se adentra poco a poco en mí. Aparta los labios de mi boca y me mira a los ojos mientras me acaricia la mejilla con los dedos. Se detiene justo antes de empujar una última vez hasta que está por completo dentro de mí.
Cada parte de mi cuerpo y de mi mente se abre mientras me besa. Al principio me quema mientras se mueve adelante y atrás y casi le grito que pare, pero el dolor disminuye y mis músculos se relajan mientras mi cabeza cae de nuevo sobre la almohada.
Siempre recordaré este momento, porque me pertenece.
Kayden
Nunca he estado tan aterrorizado en toda mi vida. Ni siquiera cuando me gritaban y pegaban, ni cuando me enfrenté a mi padre. Lo he hecho antes, muchas veces, pero siempre fue por diversión; incluso con Daisy. No había nada, no sentía nada más allá de lo físico. Creía que funcionaba así. Cuando Callie me mira y confía en mí, estoy perdido. Nunca nadie me ha mirado así, nadie me ha hecho sentirme de este modo. Es como si todas mis cicatrices se hubieran abierto y el dolor fuera real, pero no puedo parar. No quiero parar, nunca.
La beso con fiereza, clavando los brazos por encima de su cabeza y empujo en su interior. Me siento muy bien y no quiero detenerme jamás. Sus ojos brillan, sus pupilas están dilatadas y sus labios se abren. Arquea el cuello en busca de placer y acopla sus caderas a mi movimiento. Suelto sus brazos y dirijo mis palmas a sus pechos, siento su piel y lamo su cuello. Sus dedos se deslizan por mis cicatrices, dejando un rastro de calor por todos los sitios por los que me toca y casi me vuelvo loco. Arquea la espalda y suelta un gritito, y un momento después, me uno a ella, sabiendo que nunca podré retroceder. El modo en el que me siento es irreversible; lo deseo, lo quiero, lo necesito, lo ansio. Nunca podré deshacerme de esa sensación.
Cuando recuperamos el aliento, me digo a mí mismo que estoy bien, que puedo sobrellevarlo y, por un momento, siento que puedo.
Dejo escapar una exhalación, me deslizo fuera de ella y me tumbo de espaldas, pasándome las manos por el pelo. Ella gira sobre su cadera y su cálido cuerpo sigue al mío. Apoya la mejilla sobre mi pecho y coloca su pierna sobre mi cintura.
—¿Estás bien? —me atrevo finalmente a preguntarle, luchando contra mis pensamientos acelerados.
Asiente, y roza las líneas de los músculos de mi estómago con su meñique.
—Estoy mejor que bien.
Cierro los ojos y coloco mi mandíbula sobre su cabeza.
—Callie, hay algo que necesito contarte.
Aparta la cara de mi pecho y me mira.
—¿Qué pasa? ¿He hecho…? ¿Algo ha ido mal?
Le toco el labio inferior con la punta de mi dedo.
—No, no eres tú. Soy yo. Hay cosas de mí que no sabes y creo que necesito contártelas.
Se sienta y fijo la mirada en su cuerpo, tan frágil, igual que su corazón.
—Me estás poniendo nerviosa.
—Lo siento. —Retrocedo y un sentimiento de vergüenza se apodera de mí—. Estaba inmerso en mis pensamientos.
Frunce el ceño.
—Kayden, puedes contarme cualquier cosa. No te voy a juzgar.
—Ya lo sé —digo con sinceridad mientras mis manos agarran su cintura posesivamente. La levanto, la coloco sobre mí y sus piernas quedan a ambos lados de mis caderas—. Hablaremos de ello, pero más tarde.
Me mojo los labios con la lengua, la agarro por la nuca y acerco su boca a la mía mientras deslizo mi otra mano por delante de ella y cojo su pecho, deseando volver atrás y revivir el único momento de paz de mi vida.