Capítulo trece

Kayden

#9: Bailar bajo la lluvia

#13: Vivir el momento

#15: Ser tú mismo

Lo admito. Lo tenía todo planeado y ha acabado como esperaba. Desde que le conté a Callie lo de mi padre, nos hemos acercado mucho, lo que está bien, excepto por el hecho de que me atrae muchísimo, algo de lo que me di cuenta en un intenso momento que vivimos en la biblioteca.

Me estaba ayudando para un examen de inglés y cuando apareció llevaba una chaqueta. Mientras me leía sus apuntes, se quitó la chaqueta. Debajo, llevaba una camiseta blanca y vi el contorno de su sujetador y sus pezones dibujados a través de la tela. Probablemente ella no se diera cuenta, porque no es el tipo de chica que lo hace a propósito. De hecho, si se lo hubiera dicho, se habría ruborizado y habría salido corriendo.

—¿Kayden? —dijo, con perplejidad—. ¿Me estás oyendo? Pareces distraído.

Estaba balanceándome en la silla, con la mano en la mesa y un boli en la boca, mordisqueando el extremo.

—Se puede decir que lo estaba.

Dejó escapar un suspiro.

—¿Quieres que lo lea de nuevo?

Asentí con la cabeza, sin prestarle apenas atención.

—Claro.

Empezó a leer el libro y mi mente volvió a ponerse a mil: cómo sería tocarla por todas partes y hacerla gemir debajo de mí mientras me agito en su interior. Me preguntaba si me dejaría hacerlo, si llegase a intentarlo. Lo de la amistad parecía funcionar entre nosotros. Callie me hacía reír y disfrutaba de ello. Ahora era capaz de contener mis pensamientos más oscuros y mis problemas. Nunca había logrado estar así de bien.

Sabía que tenía que dejar las cosas así, pero cuanto más miraba sus labios leyendo las palabras del libro, más ganas tenía de morderlos.

Sus ojos se levantaron del libro e intentó parecer enfadada.

—No estás escuchándome, ¿verdad?

Negué con la cabeza, incapaz de ponerme serio.

—No, lo siento. Estoy distraído.

—¿Por qué? —me preguntó con incertidumbre—. ¿Quieres hablar de ello?

Me costó mucho no sonreír y susurrarle al oído todos los detalles de las vividas imágenes que corrían por mi mente.

—No, está bien. De verdad. Seguramente no quieras escucharlo.

Arrugó la frente intentando adivinar por qué estaba tan feliz.

—¿Necesitas un descanso?

—No, puedes seguir leyendo. Disfruto del sonido de tu voz.

Se mordió el labio inferior para contener una sonrisa y eso me enloqueció de deseo. Decidí que necesitaba estar con ella sólo un poquito más y así fue cómo se me ocurrió mi fabuloso plan de llevarla al campo de fútbol.

Después de que las luces se apagaran en el campo, acabamos en mi habitación. Me sorprendió lo fácil que había resultado que viniera conmigo. Estuve a punto de echarme para atrás unas cuantas veces por el camino, cuando mis emociones se volvían demasiado intensas para mí.

Callie está pasando por el pequeño espacio que hay entre las camas, mirando mis cosas; coge un DVD y lee la parte trasera.

—¿Grababas todos tus partidos?

Pongo mala cara, me quito la gorra y la dejo en la cama.

—No, mi padre lo hacía. Le gustaba decirme todo lo que hacía mal.

Deja el DVD en su sitio y se vuelve hacia mí.

—Lo siento.

—No, yo lo siento —digo, pasándome los dedos por el pelo—. Por hablar de esto contigo.

No deja de mirarme mientras se mueve lentamente hacia mí.

—Quiero que me hables de ello. Nunca te habría hecho preguntas si no quisiera oír las respuestas… Es sólo que no puedo olvidar lo que vi aquella noche. No creo que nunca pueda.

Me acuerdo de la noche en la que estaba borracha y de cómo casi me contó su propio secreto.

—Tú también puedes contarme lo que quieras. Soy bueno escuchando.

Vuelve la cara a la ventana, su pecho sube y baja.

—¿Sabes? Me sorprende lo cálido que es esto comparado con casa.

Está ocultándome algo. Me acerco a ella y sus hombros se tensan. Empiezo a abrir la boca para presionarla, pero ladea la cabeza hacia mí, con una mirada extraña en la cara, como si estuviera asustada de lo que hay en su mente. Antes siquiera de que pueda ver lo que está haciendo, se inclina y une sus labios con los míos. Su cuerpo tiembla y agarra el borde de mi camiseta, esperando que le devuelva el beso.

No planeaba hacer nada esa noche, pero el contacto con sus labios es sobrecogedor. Sin pensarlo, abro la boca y meto la lengua en la suya, devorándola.

—Oh, Dios mío —gime mientras mis manos se deslizan por su espalda y la atraigo hacia mí, moviendo mis labios contra los suyos. Saboreo cada centímetro, cada espacio, memorizándolo.

De repente, el intenso beso se vuelve desesperado. Giro nuestros cuerpos y me dirijo a la cama, enredando mis pies con los suyos. Ajusto la mano para sujetarnos cuando caemos al colchón. La coloco sobre su espalda y sostengo mi peso con los brazos, pero lo suficientemente cerca de ella para sentir su calor. Sus pechos se rozan con el mío mientras respira agitadamente.

Me relajo un poco y empiezo a explorar su cuerpo con mis manos, sintiendo la suavidad de la piel de su estómago, sus costillas, la parte baja de su pecho. Antes de darme cuenta de lo que hago, tengo mi mano debajo de su sujetador de nuevo. Le acaricio el pezón con el dedo y ella jadea y aprieta las piernas alrededor de mi abdomen. Me siento bien… Demasiado bien. Necesito parar, porque si no, voy a perder el control.

Comienzo a girar a un lado, pero su cuerpo sigue al mío y envuelve la pierna sobre mi cadera y mi muslo queda entre sus piernas. Mis dedos se clavan en su cintura, su cuerpo se inclina y ella se restriega por mi muslo. Su cabeza cae hacia atrás y sus ojos se abren, vidriosos, mientras se echa a temblar.

Mierda. Nunca antes he estado tan cachondo. Empiezo a mover mi pierna contra la suya y me inclino para atrapar su labio entre mis dientes, lo mordisqueo suavemente mientras le toco el pecho con la mano. Se agarra a mis hombros y todo su cuerpo sigue temblando.

¿Debería parar? Está muy claro que nunca antes ha llegado tan lejos y no quiero ser el responsable de empujarla a hacerlo si no está preparada.

—Callie —digo, pero sus dedos se aprietan alrededor de mis hombros, sus uñas arañan mi piel a través de la tela de mi camiseta, deja escapar un gemido y me doy cuenta de que está a punto. Pongo mi mano entre sus piernas y la acaricio, primero suavemente y luego con vigor, para que termine de explotar. Sigue gimiendo mientras su cuerpo se arquea contra mi mano, cada vez más. Un instante después, parpadea y su cuerpo se relaja. La miro asombrado mientras ella trata de recuperar el control de sus pensamientos. Se sienta, abatida y me siento fatal al ver su expresión alicaída.

—¿Hola? —Rozo con mi dedo la pequeña marca de nacimiento que tiene a un lado del ojo—. ¿Estás bien?

Parpadea y diría que está conteniendo las lágrimas.

—Sí, estoy bien. —Se libera de mis brazos y empieza a escalar por encima de mí—. ¿Me das un momento?

Estoy preocupado. La tristeza ha vuelto a sus ojos, más intensa que antes.

—¿Dónde vas?

—Tengo que… —Su voz se apaga cuando se levanta y se pone bien el sujetador y la camiseta.

Me levanto y la agarro del brazo.

—Callie, lo siento. No debería haber…

Se zafa, abre la puerta y sale corriendo sin darme ninguna explicación.

—¡Mierda! —Me dejo caer en la cama. Normalmente, soy yo el que evita este tipo de situaciones. ¿De qué estará huyendo?

Callie

No tengo ni idea de lo que acaba de pasar. Bueno, en realidad, sí. He tenido mi primer orgasmo. Todo ha empezado frotándome contra la pierna de Kayden y después ha logrado que me corra acariciándome con la mano. Me sentía muy bien, mi mente apenas pensaba en otra cosa, pero cuando terminé, todo cayó sobre mis hombros, como ladrillos. De repente vi su cara en lugar de la de Kayden.

Me mira preocupado cuando salto de la cama y salgo corriendo de la habitación. Una vez en el baño, cierro la puerta y me echo sobre las rodillas delante del váter. Levanto la tapa, sintiendo el escozor en mi estómago. Quiero echarlo todo fuera. Desesperadamente. Inclino la cabeza hacia abajo, me meto un dedo en la garganta y con un fuerte empujón obligo a que todo salga de mi cuerpo. Mis hombros se convulsionan cuando introduzco los dedos y el vómito se apresura por mi garganta. Mis ojos se llenan de lágrimas y las fosas nasales me queman cuando me saco los dedos de la boca. La punta tiene un poco de sangre y la limpio con un trozo de papel higiénico.

Apoyo la espalda contra la fría pared de azulejos y mi cabeza cae hacia atrás. Lágrimas calientes se derraman de mis ojos y recorren mis mejillas mientras me limpio el vómito y el sudor de la cara con la manga de la camiseta, con el pecho contrayéndose mientras me obligo a respirar.

—No quiero ser así —susurro, sollozando—. No quiero ser así.

Me tiro del pelo y grito entre dientes, odiando al chico que me hizo esto con todas mis fuerzas. Te odio, joder… Te odio, joder… Joder… Mis gritos me abruman y me rindo, vociferando con mis ojos y mi corazón.

No puedo dejar de pensar en Kayden y en cómo me sentí cuando me tocó, en lo bien que me sentí. Quiero hacerlo de nuevo. Sólo me gustaría dejar de asociarlo con aquella maldita vez. La mierda que me gustaría olvidar.

Vuelvo atrás miles de veces, recordando, deseando haber sido capaz de ver lo que iba a ocurrir de antemano. Creí lo que me dijo: que quería darme un regalo de cumpleaños.

Lo seguí por el pasillo hasta mi habitación, mirando mi cama y el suelo, buscando el regalo.

—¿Dónde está? —le pregunté, dándome la vuelta.

Cierra la puerta. ¿Por qué cierra la puerta?

Pasa una semana y evito a Kayden a toda costa. Ignoro sus llamadas, me salto la única clase que tengo con él y no respondo cuando llama a la puerta. Me siento mal, pero me da demasiada vergüenza enfrentarme a él. Después de lo que pasó, supuse que se alejaría, pero no ha sido así.

Al final de la semana, me escabullo a la biblioteca cuando sé que él está en clase de biología para buscar unos libros para un trabajo que tengo que hacer sobre la depresión. Mi madre y mi padre van a Florida para ver a mis abuelos por Acción de Gracias, así que no voy a volver a casa. Tampoco puedo permitirme el billete de avión para ir con ellos.

Mientras estoy buscando en una estantería, me vibra el móvil en el bolsillo.

—Hola, pensaba que tenías clase —respondo.

—¿No debería decir yo lo mismo de ti? —dice Seth.

—Hoy me estoy tomando un descanso.

—¿Un descanso de qué? —pregunta insinuando algo.

—De la vida. —Paso el dedo por los títulos, acariciando los lomos desgastados de los libros—. Además, me dedico a los trabajos que tengo pendientes. Por la música de fondo que oigo, imagino que estás viendo Pequeñas mentirosas.

—Eh, que no me voy a pasar todo el día en mi habitación —dice—. De hecho, ahora mismo iba a verte. ¿Dónde estás?

Suspiro y me enderezo.

—Estoy en la biblioteca buscando ese maldito libro sobre la depresión. En el catálogo ponía que estaba aquí, pero no está.

—¿En qué parte estás?

—En la esquina de atrás, cerca de la ventana que da al campo de fútbol. —Me trago el nudo que se me forma en la garganta cuando pienso en Kayden.

—¿Vas a estar ahí en un rato? —pregunta y la televisión se apaga—. Estoy saliendo ahora mismo.

Me pongo de puntillas y miro en la fila de arriba de la estantería.

—Probablemente, soy demasiado baja para ver la parte de arriba.

—De acuerdo, pequeña Callie, un caballero de reluciente armadura está de camino. —Cuelga y me meto el móvil en el bolsillo.

Busco en los pasillos cercanos una pequeña escalera que he visto alguna vez por aquí. Al final lo dejo y vuelvo a la estantería. Apoyo el pie en el segundo estante, miro a derecha e izquierda y trepo por la estantería.

—Aquí está —digo y cojo el libro. Salto y noto que alguien se mueve a mi lado. Cuando levanto la vista, de repente el comentario de Seth sobre el caballero de reluciente armadura cobra sentido. Kayden está delante de mí, con unos vaqueros y una sudadera negra y el pelo desordenado.

—Hola. —Tiene los hombros rígidos y la voz tensa—. Me has estado evitando.

—Sí —admito, jugueteando con las esquinas de las páginas—. Lo siento. Es sólo que me han pasado cosas.

—No tienes que sentirlo, Callie. —Pone el brazo en una de las estanterías y apoya todo su peso en él—. Sólo quería saber qué pasa… ¿Te… te presioné demasiado?

Niego con la cabeza.

—Nada de eso es culpa tuya, te lo prometo. Yo quería que pasara… todo lo que pasó, de verdad.

Sus hombros se relajan.

—Entonces, ¿por qué saliste corriendo?

—Es complicado —digo, mirando el espacio que hay delante de mis pies.

Adelanta su cuerpo y agacha la cabeza para captar mi mirada.

—Puedes contármelo. Quizás pueda ayudarte. Soy muy bueno comprendiendo las cosas complicadas.

—No puedes ayudarme —digo—. Es algo que tengo que superar sola.

Deja escapar una exhalación de aire.

—Lo entiendo perfectamente.

—Lamento mucho haber perdido los papeles. No debería haber salido corriendo ni haberte evitado esta semana. Es sólo que no sabía qué decir y me sentía estúpida. Intentaré no hacerlo de nuevo.

—¿Quieres decir que habrá una próxima vez, en la que intentarás no hacerlo de nuevo?

No me había dado cuenta de lo que estaba diciendo.

—No lo sé. ¿Tú qué quieres?

Se ríe entre dientes.

—Creo que eso está muy claro. Así que depende de ti. ¿Qué quieres tú, Callie?

Mis ojos se desplazan por sus largas piernas, su firme pecho y aterrizan en sus ojos que no desean otra cosa más que escuchar mi respuesta. Le deseo. Le deseo. Lo he garabateado en mi diario muchas veces porque es la verdad.

—Quiero… —Hago una pausa intentando pensar en las palabras correctas—. Quiero pasar más tiempo contigo.

Su sonrisa se ensancha, su postura se relaja y aprieta los nudillos.

—Me estabas poniendo nervioso.

No puedo evitar sonreírle.

—Estaba pensando en las palabras adecuadas.

Su mirada se desvía por encima de mi hombro, hacia la ventana, donde el cielo empieza a ponerse de color rosa mientras el sol desciende por las montañas.

—Tengo que estar en el campo de fútbol en unos cinco minutos, pero ¿puedes hacer algo por mí?

Me meto el libro bajo el brazo.

—Claro. ¿Qué?

—Ven a verme jugar —pide—. Necesito a alguien que me anime.

—¿No es eso lo que hacen las animadoras? —bromeo.

—Las animadoras están sobrevaloradas. —Se acerca a mi cara, duda y desliza la yema de su pulgar por mi labio inferior—. Además, tengo el presentimiento de que me vas a traer suerte.

Tengo que obligarme a mantener los ojos abiertos a pesar de su caricia.

—De acuerdo. Allí estaré.

El cielo está cogiendo un tono grisáceo, las luces brillan en el césped verde y el banco de metal en el que me siento está tan frío como el hielo. Hay un montón de personas a mi alrededor, gritando, riendo y agitando las manos en el aire. El barullo me pone nerviosa, pero trato de pensar en otra cosa.

—¿Qué pasa con el fútbol que vuelve a la gente loca? —Seth observa el campo y entorna los ojos hacia el marcador digital rojo—. No logro entenderlo. Nunca lo he entendido. He ido a otros partidos antes, a ver jugar a Braiden… Pero sigo sin entenderlo.

—A lo mejor es divertido ver a los chicos correr con pantalones ajustados —sugiero encogiéndome de hombros.

—¿Sabes qué? Acabas de darme una excelente razón. —Sus ojos marrones se fijan en el campo, donde los jugadores están alineados, y pone la capucha de la sudadera en la cabeza.

Kayden es fácil de distinguir porque es uno de los más altos. Por supuesto, el «Owens» que hay en la parte trasera de su camiseta marrón y amarilla es una buena pista. Creo que me ha mirado unas cuantas veces, pero es difícil asegurarlo.

Cinco minutos después, Seth se inquieta, tamborileando con los dedos en su rodilla.

—Tengo ganas de levantarme y bailar o algo así. Darle vida a la fiesta. —Hago un ademán como dándole permiso.

—Pues baila.

Ladea la cabeza hacia el hombre gordo que tiene al lado, que lleva una boina y un jersey y que se está llenando la boca de cacahuetes.

—Me pregunto qué haría este hombre si lo hiciera.

Me río y me meto las manos entre las piernas.

—Probablemente tirarte los cacahuetes.

Hace una mueca y se frota el vientre exageradamente.

—Dios, espero que lo haga. Me estoy muriendo de hambre.

Miro el marcador.

—Sólo faltan dos minutos.

—¿Y vamos ganando o perdiendo?

—Allí pone veintiocho a tres.

Levanta las manos a ambos lados, dedicándome una mirada de «¿y?».

—¿Y quién lleva veintiocho?

Me señalo el pecho.

—Nosotros. Vamos ganando de largo.

Mueve la cabeza de un lado a otro, mirando a la mujer que hay enfrente de nosotros comiéndose una hamburguesa.

—Dios, tengo mucha hambre.

Suspiro, señalando las escaleras.

—Entonces ve a por algo. Hay varios puestos fuera.

Mira las escaleras escépticamente.

—¿Vienes conmigo? Los deportistas son rápidos.

Me río, me pongo de pie y Seth me sigue. Pido disculpas al menos unas diez veces mientras piso accidentalmente los pies de la gente. Cuando estamos en las escaleras, suelto un suspiro de alivio. Al fin estoy en espacio abierto y sigo a Seth que va trotando hasta el fondo.

—No te irás a ir, ¿no? —oigo que alguien grita por encima del rumor de la gente.

Kayden está en el lateral, muy sexy con su equipo y sus ojos esmeralda están fijos en mí.

Niego con la cabeza, agarrando con los dedos la fría barandilla y me inclino sobre ella.

—No, es que Seth necesita algo de comer.

—¡Bien, porque no quiero que te lleves la buena suerte contigo! —grita con un guiño y una sonrisa.

Intento no sonreír como una tonta. No sé si lo consigo.

—¡No te preocupes! ¡Volveré!

—Espérame después —dice sin hablar, moviendo los labios lentamente bajo el casco. Fascinada, asiento y Kayden se da la vuelta para regresar con su equipo.

Vuelvo a dedicar mi atención al pasillo y casi choco con Seth.

—Pensaba que habías seguido caminando. —Me apoyo en la barandilla y doy un paso atrás.

Me mira con una expresión indescifrable.

—No puedo creérmelo.

Me aparto a un lado para que un hombre pase.

—¿Creer qué?

Sacude la cabeza con asombro.

—Estás enamorada de él.

Pongo los ojos en blanco, casi riéndome.

—No. Ahora, por favor, ¿puedes ir a por algo de comer antes de que el partido termine y esto se lleve a la gente?

Sacude la cabeza mientras camina hasta el último tramo de escaleras, todavía con el mismo absurdo pensamiento, pero está equivocado. No estoy enamorada de Kayden. Apenas le conozco y el amor requiere mucho tiempo y confianza, y muchas otras cosas que no entiendo.

Seth me deja en el túnel, justo fuera del vestuario. Tiene una cita esta noche con Greyson y va caminando hasta su coche dando salmos. Después de que la multitud se haya despejado, me siento en el suelo de hormigón y compruebo los mensajes.

Mamá: Hola, cariño. He estado intentando llamarte. Quería saber si ibas a volver a casa por Acción de Gracias. Ya sé que es una noticia de última hora y que te dije que íbamos a salir de la ciudad, pero hemos cambiado de planes y estaremos en casa. Llámame.

Suspiro por el hecho de volver a casa, a los recuerdos y a las mentiras. Me meto el teléfono en el bolsillo de la chaqueta y miro a mi alrededor mientras empieza a diluviar y el agua corre por las aceras y las calles. Las luces iluminan el suelo y las gotas de agua refrescan el aire. Inspiro profundamente.

—Joder. —La voz de Kayden se eleva sobre el ruido.

Abro los ojos. Está justo delante de mí, vestido con una polo gris, vaqueros oscuros y botas. Tiene el pelo húmedo y sus ojos parecen de lluvia. Me levanto y me quito la arena de la parte de atrás de los vaqueros.

—Tenía razón, me das suerte —dice—. Los hemos machacado.

Niego con la cabeza.

—Creo que el mérito es todo vuestro.

Se acerca rápidamente con dos grandes zancadas.

—Ni hablar, ha sido tuyo. He jugado mejor que nunca porque sabía que estabas mirándome y trataba de impresionarte.

—Eres consciente de que te he visto jugar antes, ¿verdad?

Ladea la cabeza.

—¿Cuándo?

Me encojo de hombros.

—A veces mi padre me llevaba con él a los entrenamientos porque pensaban que necesitaba salir más de casa. Siempre me quedaba debajo de las gradas y observaba. —Me mira con tristeza y escondo las manos en las mangas de mi camiseta y cambio de tema—. ¿Qué vamos a hacer con esta lluvia? Luke no ha venido en coche, ¿no?

Sus ojos se dirigen al agua que cae del tejado.

—No, siempre venimos andando. Podría preguntar a alguien si nos puede llevar. Creo que algunos sí han traído coche.

Veo las gotas estrellándose contra el hormigón, sabiendo que si Seth estuviera aquí me haría salir ahí fuera.

—La lista que dice que tengo que bailar bajo la lluvia.

Las cejas de Kayden se fruncen cuando vuelve a posar su atención en mí.

—¿Quieres salir ahí fuera y bailar?

Lo miro indecisa.

—No, pero creo que voy a ir corriendo a casa. Nos vemos allí.

Antes de que pueda responder, salgo disparada del túnel, poniendo los brazos sobre mi cabeza y tiemblo cuando las gotas frías empapan mi chaqueta y se deslizan por mi cara. Los charcos me salpican mientras sigo corriendo por la acera. Me siento fuerte y viva. Resuena un trueno en el cielo y la lluvia empieza a caer más fuerte, pero dejo caer los brazos a los lados, dejándome llevar. Soy libre y nadie puede arrebatarme este momento.

Kayden

Durante el partido estaba exultante. El hecho de que Callie estuviera allí, sin juzgarme, sólo mirándome, ha acrecentado mis ganas de competir, como nunca lo logró mi padre con toda su presión. Esa chica me ha devuelto la diversión de este deporte y hoy he jugado mejor que nunca.

Después de quitarme el equipo, salgo del vestuario. Está sentada en el suelo con la cara vuelta a un lado y los ojos cerrados. Me quedo mirándola un momento, fijándome en sus labios entreabiertos, en sus largas pestañas que tiemblan cada vez que suena un trueno y en la manera en que su pecho se mueve mientras respira. Finalmente, miro más allá del final del túnel y, ¡mierda! Está diluviando.

Mientras pienso en cómo volver a los dormitorios sin empaparnos, Callie dice algo de que bailar bajo la lluvia está en su lista y sale corriendo bajo la tormenta. Me quedo pasmado viéndola correr por la acera, cruzando los enormes charcos que la salpican de agua y pasándoselo bomba como si fuera el mejor momento de su vida.

—A la mierda.

Salgo corriendo detrás de ella. Cuando el agua golpea mi cuerpo, parece hielo. Me cuesta mantener los ojos fijos en Callie porque la lluvia es muy gruesa. Me protejo el rostro con el brazo y mantengo la barbilla hacia abajo.

Se detiene cuando llega a la carretera para comprobar si vienen coches y la alcanzo, jadeando ruidosamente.

—¿Estás loca? —le pregunto mientras las gotas de agua vuelan en todas direcciones—. Joder, qué frío hace aquí fuera.

Ella da un respingo sorprendida mientras la lluvia corre por su cuerpo y el pelo se le pega a las mejillas y al cuello.

—No sabía que me estabas siguiendo. No tenías por qué hacerlo.

Tomo su mano y corremos juntos por la calle, con el agua goteando por nuestra ropa y empapándonos el pelo. Mantengo mi brazo por encima de su cabeza, protegiéndola del agua tanto como puedo. Los coches van y vienen por la carretera mientras corremos hasta el edificio de mi dormitorio. Cuando nos aproximamos a los árboles que hay delante, la guío hasta la entrada lateral, pero se deshace de mi mano, sale de debajo de los árboles y se coloca en medio de la lluvia.

—Callie, ¿qué haces? —la llamo mientras gotas heladas de lluvia caen de las ramas en mi nuca y en mi rostro.

Callie cierra los ojos y extiende los brazos a los lados, echa la cabeza hacia atrás mientras gira en círculos y su ropa mojada se le pega al cuerpo. La lluvia le cae en la cara y le empapa el pelo, que está suelto y se mueve por su espalda. La chaqueta se desliza por sus hombros y el agua se derrama en cascada por la piel de sus brazos.

Me acerco, incapaz de despegar los ojos de ella. El modo en que se mueve, y la lluvia que cae por su cuerpo… Estoy fascinado. Agacho la cabeza y salgo del refugio de los árboles para reunirme con ella bajo la lluvia. No lo entiendo, pero sé que necesito estar a su lado. Es la primera vez que me siento así y es estimulante y aterrador porque nunca me ha hecho falta nadie.

Me detengo frente a ella, en medio de la hierba mojada, y sus ojos se abren, sus pestañas revoloteando contra las gotas de agua. Empieza a levantar la cabeza, pero sostengo su rostro entre mis manos. Inclino la cabeza hacia adelante y acerco mi boca a la suya. Saboreo lentamente la lluvia de su labio inferior, y siento la calidez de su respiración contra mi boca.

—Kayden —murmura, cerrando los ojos y sus dedos se dirigen a mi espalda y a mi cabello.

Abro la boca y deslizo mi lengua dentro de la suya mientras mis manos recorren su pelo mojado. Mi otra mano se desliza por su cuello, dejando un cálido rastro mientras palpo la ropa mojada que cubre su cuerpo, hasta alcanzar sus caderas. La levanto mientras jadea y envuelve sus piernas alrededor de mi cintura. El calor de nuestros cuerpos calienta nuestra ropa y es como si la lluvia fría no existiera mientras nos aferramos el uno al otro. La sostengo con fuerza, aseguro los brazos por debajo de su trasero y la beso con fuerza mientras la lluvia casi nos anega. Camino por la hierba y abro los ojos de vez en cuando para asegurarme de que voy en la dirección correcta, hacia mi dormitorio.

Por suerte, alguien entraba en el edificio cuando llegamos a la puerta. La paro con el pie antes de que se cierre, la empujo y entro en el pasillo sin soltarla. Hay gente dentro, mirándonos con curiosidad, pero no me detengo. Me moriré si me separo de ella en este momento.

Mis manos recorren su cuerpo y puedo sentirlo todo: el modo en que mi corazón salta en mi pecho, cómo sus manos tocan mi pelo y aceleran mi respiración, la excitación de llevarla a mi habitación, las ganas de tocarla más, de hacerla gemir, la manera en que se acerca a mi cuerpo, confía en mí y me necesita.

Nunca nadie me ha necesitado así. Nunca he permitido que nadie llegara tan lejos.

Callie

Estoy bailando bajo la lluvia, tal y como quería. Hace frío, pero me siento fantástica porque es lo que he elegido hacer. Mientras giro en círculos, Kayden se acerca a mí con miedo y hay deseo en sus ojos. Su mirada me asusta y me excita a la vez. No sé si estoy preparada para lo que hay al otro lado de esa mirada, pero quiero averiguarlo.

Kayden toma mi rostro en sus manos y me besa lenta y deliberadamente, como si estuviera memorizando cada segundo. Es el beso perfecto y lo siento como si fuera el primero, besándole como he soñado que lo hacía.

Me levanta con los labios aún pegados a los míos y me lleva a la habitación. Me agarro con fuerza a su espalda y me digo que esta vez puedo llegar más lejos, que necesito confiar en él.

No se cómo, pero abre la puerta de su habitación sin dejarme en el suelo, tropieza y cierra la puerta. Riéndose aún en mis labios, retira algo de una patada, que da un fuerte golpe contra la pared. Bajo los pies al suelo mientras sus manos se deslizan bajo mi camiseta, sus palmas frías contra mi piel cálida. Paso los dedos por su pelo mojado, llego hasta sus anchos hombros y luego desciendo hasta el borde de su camiseta, por sus deliciosos abdominales.

De repente hace una mueca de dolor cuando le toco ahí y aparto la mano.

—Lo siento —digo.

Parpadea y levanta los brazos por encima de los hombros, se quita la camiseta por la cabeza y la tira al suelo. Ya lo vi una vez sin camiseta, en la caseta de la piscina. Pero esto es diferente. La luz enfatiza cada cicatriz blanca, pequeña y grande, en su pecho, sus brazos, su vientre firme. Algunas son tan pequeñas como mis uñas, otras son más grandes, y hay una larga y estrecha que atraviesa su pecho.

Impulsivamente, me inclino hacia él, cierro los ojos y rozo con los labios esa cicatriz en la mitad de su pecho, sobre su corazón. Mi respiración acaricia su piel.

—Callie —dice mientras sus músculos se tensan—, no creo que… —Es incapaz de terminar la frase cuando empiezo a depositar besos suaves y ligeros por todo su pecho, asegurándome de tocar todas las cicatrices, porque deseo borrar los horribles recuerdos de cada una de ellas, aunque sé perfectamente que la oscuridad no desaparece así como así.

Mi cabeza asciende hasta su clavícula, su cuello, su barbilla. No sé lo que estoy haciendo ni cómo me siento. Sólo sé que es nuevo e intenso, y la adrenalina fluye por todo mi cuerpo. Cuando alcanzo sus labios, dejo un beso en ellos y me aparto.

Tiene los ojos muy abiertos, su respiración es irregular y su expresión es de agonía. Me quedo muy quieta, nerviosa por si he hecho algo mal, pero entonces se relaja. Me coloca la mano en la nuca, apretándome con fuerza mientras se inclina para besarme con tanta pasión que arranca todo el frío que hay dentro de mi cuerpo.

Se dirige a la cama, me quita la chaqueta de los hombros y con la mano acaricia la parte inferior de mi camiseta. Me digo que puedo con esto, que no va a hacerme daño y levanto los brazos para que pueda quitármela.

Es un gran paso que me aterroriza, pero él estampa sus labios contra los míos antes de que mi mente pueda protestar. Me quedo inmóvil en sus brazos mientras me desabrocha el sujetador y éste se cae al suelo. Apenas respiro al sentir que su piel desnuda está tocando la mía. Me siento bien. Y mal. Me siento como si por fin tuviera lo que quiero, pero no me atreviera a pensar que lo tengo.

Sus labios abandonan mi boca y se mueven hacia abajo, por el hueco de mi cuello, deteniéndose en la parte superior de mi pecho. Cierro los ojos cuando su boca roza por primera vez mi pezón. Cierro la mano, insegura de cómo canalizar la energía que recorre mis venas mientras desliza la lengua por la curva de mi pecho. Un gemido de súplica abandona mis labios y las piernas empiezan a temblarme. Me agarra por la cintura, sus palmas arden de calor y deposita un camino de besos por todo mi pecho. Entre mis piernas se desata una sensación ardiente y vuelvo a gemir, agarrándolo del pelo mientras mi corazón late desbocado dentro de mi pecho.

—Eres preciosa —murmura Kayden mientras trato de mantenerme en pie.

Eres preciosa —murmura mientras me presiona. Lucho para liberarme, pero sus rodillas aprisionan mis pantorrillas y sus dedos aprietan con fuerza mis muñecas, clavando mis brazos por encima de mi cabeza.

Todo se me viene encima como la lluvia y los relámpagos en el exterior. Mis ojos se abren y me aparto de un tirón cubriéndome los pechos con el brazo.

—Lo siento. No puedo… ¡No puedo hacer esto!

Kayden parpadea, aturdido.

—¿Qué ocurre?

Me doy la vuelta en un círculo, buscando por el suelo.

—Nada. Necesito mi camiseta. —Le doy una patada al montón de ropa que hay en el suelo y la alejo, mis pulmones se oprimen, atascando flujo de oxígeno—. Necesito mi camiseta.

Estira la mano y me acaricia el brazo. Yo me encojo, respirando con fuerza, intentando contener las lágrimas.

—Dime qué te pasa —suplica.

—Nada. —Me separo y las lágrimas acuden a mis ojos—. Pero necesito irme, necesito irme de aquí. Ahora.

Sus manos se posan sobre mis hombros y me obliga a mirarlo. Mantengo los ojos clavados en el suelo. Me niego a mirarlo. Pone un dedo bajo mi barbilla y me levanta la cara.

Ve las lágrimas y sus ojos se abren mucho.

—Dios mío, pensaba que querías… Que querías que lo hiciéramos. Lo siento, lo siento muchísimo, Callie.

—No es por ti, o por lo que ha pasado. No eres tú. —Aparto la cara y me vuelvo hacia la pared, aún cubriéndome el pecho con los brazos.

—¿Entonces qué es? —Da un paso hacia mí, buscando desesperadamente una respuesta en mis ojos—. Callie, me estás asustando mucho. Por favor, cuéntame qué ocurre.

Niego con la cabeza, quiero irme, olvidarlo todo, dejar atrás la humillación.

—No puedo contártelo. Tengo que irme.

La sensación nauseabunda empieza a aparecer en mi estómago, haciéndose conmigo, controlándome; llego a la puerta y estoy tan desesperada que pienso salir sin camiseta. Kayden se interpone.

—No puedes salir así —dice, mirando mis pechos desnudos.

—Necesito irme —me ahogo, apretándome el estómago.

—Siento que he hecho algo mal… ¿Te he hecho daño, Callie?

Mis hombros se agitan y me atraganto con las lágrimas.

—Tú no has hecho nada mal. Fue él.

—¿Quién? ¿De quién hablas? —Se acerca a mí y estoy a punto de meterme el dedo en la garganta aquí, delante de él, porque no puedo aguantar más.

Me aparto, intentando esquivarlo. Las paredes se ciernen sobre mí. Necesito aire. Tengo que respirar.

—Déjame. Tengo salir de aquí.

Sus dedos agarran mi cintura.

—No puedo dejar que te vayas así. Confía en mí y cuéntamelo.

—¡No! No podrás soportarlo.

—Callie. —Se está asustando. Estoy asustada. Toda esta situación es una mierda—. Puedo soportar cualquier cosa que me cuentes.

Niego con la cabeza mientras mis rodillas ceden y sus brazos me mantienen en pie.

—No puedes. —El vómito me quema en la garganta, los oídos me pitan y mis ojos se llenan de lágrimas. Estoy hiperventilando y me estoy mareando—. Nadie quiere escuchar que violaron a una niña de doce años… Tengo que guardar el secreto. Nunca, nunca… —Me callo de repente, porque sé que ya no puedo volver atrás.

Me aparto, avergonzada, pero me coge de la mano y me agarra por el brazo, apretándome contra él. Toma mi rostro y me acaricia el pelo mientras me agito con violentos sollozos y mis lágrimas empañan su pecho lleno de cicatrices.