Capítulo doce

Callie

#12: Ver lo lejos que eres capaz de llegar con algo que te da miedo

Cuando abro los ojos, siento como si tuviera la cabeza hecha pedazos y el cerebro me palpitara. Me doy cuenta de que no estoy en mi habitación. Hay ropa de chico por el suelo, una Play Station en una estantería al lado de una televisión de pantalla plana y las sábanas que me cubren huelen como la colonia de Kayden.

Abro mucho los ojos y me siento en la cama, rebuscando en mi cerebro los detalles de lo que pasó anoche. Me acuerdo de que Seth me preguntó qué quería hacer y le dije que quería divertirme. Así que salimos y acabé emborrachándome. Después de eso, todo se vuelve borroso, pero por alguna razón recuerdo que subíamos unas escaleras mientras alguien me llevaba en brazos.

La puerta que hay a mi derecha chirría cuando Kayden entra en la habitación con dos tazas de café. Lleva una sudadera negra y unos vaqueros.

Me mira y me vuelve a mirar fijamente cuando se da cuenta de que estoy despierta.

—Pensaba que dormirías todo el día.

La luz del sol entra por la ventana y miro el reloj que hay en la pared sobre la cama.

—Mierda, ¿es de noche? —Al pensar en comida, el estómago me da un vuelco.

Me ofrece un café y lo cojo encantada.

—Seth me ha dicho que te gustan con leche.

Asiento y tomo un sorbo. Sabe muy bien.

—Dios, me duele mucho la cabeza.

Coloca la otra taza en la mesita de noche.

—Es lo que suele pasar cuando te pasas con la bebida.

Me aparto la taza de la cara.

—Kayden… no… No sé qué ocurrió.

Se sienta en la cama a mi lado y el colchón se hunde bajo su peso.

—Bueno, yo sólo tuve el privilegio de presenciar la última parte de la noche, pero Seth dice que te bebiste una tonelada de vodka. Cuando me encontré contigo en la fiesta de Ben, estabas hecha un desastre.

Qué vergüenza.

—¿Hice algo… extraño?

—En realidad, no. Has dormido aquí porque no encontraba a Seth y había una bufanda roja en tu puerta.

—¿Dónde has dormido tú?

Se tensa, y sus ojos denotan culpabilidad.

—A tu lado.

Me paso la lengua por los labios y miro el cielo azul por la ventana.

—Si recuerdo bien, ¿tuviste que llevarme a cuestas?

Asiente.

—Apenas podías andar… Pero no me importa.

Me quito las sábanas y deslizo los pies al borde de la cama.

—Debería ir a ducharme y comer algo. Aunque tengo ganas de vomitar.

Pone una mano en mi pierna, envolviéndome la rodilla con los dedos.

—Me gustaría que vinieras conmigo a un lugar. Hay algo muy importante que quiero contarte… Es sobre lo que pasó la noche de la caseta de la piscina. —Sus ojos están llenos de pesar y su voz, de dureza.

—De acuerdo —digo—. ¿Tiene que ser ahora? ¿O puedo ducharme antes? Me siento asquerosa.

Se ríe.

—Puedes ducharte primero. Te esperaré fuera, en los bancos, ¿vale?

Me levanto con ganas de abrazarlo.

—De acuerdo, me daré prisa. —Me dirijo a la puerta, pero me detengo cuando agarro el pomo—. Kayden, gracias por cuidar de mí anoche.

—No es para tanto. —Duda—. Te debo muchas más noches antes de que estemos en paz.

Kayden

Apenas dormí anoche. Me tumbé en la cama, escuchando la respiración de Callie, intentando acompasar mi respiración a la suya. Una parte de mí deseaba que estuviera dormida para poder tumbarme de nuevo a su lado.

Cuando el sol se elevó por las montañas, decidí que era el momento de contarle la verdad, para que supiera en qué se estaba metiendo. Así puede decidir si realmente quiere estar conmigo porque no puedo imaginarme estar lejos de ella.

Estoy muy nervioso mientras conduzco a la montaña donde fuimos por primera vez. Aparco la camioneta cerca de los árboles y salimos, caminando por debajo del cielo azul hasta las colinas.

—¿De verdad vamos a subir ahí otra vez? —pregunta, mirando la cima del acantilado conforme nos acercamos a él. Tiene el pelo desperdigado por la espalda y los brazos cruzados sobre el pecho.

Me subo a una roca que está a un lado del camino y contemplo el paisaje.

—Se está tranquilo hoy. —Me siento en la roca y doy un golpe justo a mi lado—. Ven y siéntate aquí.

Arrastra los pies hasta mí y le ofrezco mi mano para ayudarla a subir. Se pone a mi lado, se apoya en las palmas de sus manos y mira las colinas que hay frente a nosotros. Cierro los ojos un momento, sintiéndolo todo, sabiendo que algo bueno o malo va a pasar cuando se lo cuente.

—La noche en que apareciste y mi padre estaba dándome una paliza —empiezo, antes de que me eche atrás—, no fue la primera vez que me pegaba.

No parece sorprenderse.

—¿Cuántas veces te ha pegado?

Miro una hoja que flota delante de nosotros, arriba y abajo, antes de volar a la deriva por el paisaje.

—No lo sé… Perdí la cuenta a los siete años o así.

Respira con fuerza y su cabeza se inclina a un lado para mirarme.

—¿Te pegaba así cuando eras pequeño?

Me encojo de hombros, como si no fuera para tanto.

—Es algo que solía hacer, ¿sabes? Lo hacía más cuando estaba borracho, aunque también lo hacía sobrio. No le gustaban algunas cosas que hacíamos y en lugar de castigarnos quitándonos los juguetes, nos pegaba y nos gritaba.

Se queda callada durante un buen rato y contempla las nubes en el cielo.

—¿Qué hiciste aquella noche?

—Me golpeé la mano. —Flexionó los dedos delante de mí, sin decirle que lo hice a propósito. No estoy preparado aún—. Decía que iba a arruinar mi carrera futbolística.

Se vuelve a quedar en silencio.

—¿Por qué nunca hiciste nada? ¿Contárselo a alguien? ¿O defenderte?

Y ahí está. Lo que estaba esperando. Se está dando cuenta de lo jodida que es la situación.

—No lo sé. Al principio pensaba que era demasiado joven para entenderlo y cuando crecí lo suficiente como para hacer algo, simplemente no me importaba. Algunas veces me siento como si hubiera muerto por dentro. —Me encojo de hombros y me obligo a mirarla.

Enarca las cejas, confundida, pero sus ojos no me juzgan.

—¿No te importaba que te pegara?

Cierro los ojos e inspiro el frío aire de la noche.

—Por eso te lo estoy contando. No se me dan muy bien los sentimientos, y posiblemente los reprima y meta la pata una y otra vez.

—Te lo digo para que entiendas que sería mejor para ti que te alejes de alguien como yo.

Se hace el silencio y abro los ojos, esperando a medias que se haya ido, pero me sigue mirando, su pecho sube y baja con su respiración. Me mira y se mueve, acercándose a mí y me pongo nervioso. Se arrodilla, coloca su pierna en mi regazo y me rodea el cuello con los brazos, dejando su cabeza contra mi hombro. Me abraza fuerte y mis ojos se abren mucho, todo mi cuerpo se contrae mientras intento mantener las manos quietas, sin saber qué hacer o cómo reaccionar. Después de un momento, su olor y su calidez me llenan y deslizo las manos por su espalda. Cierro los ojos y la abrazo con todas mis fuerzas.

Callie

Hay veces en las que alguien confía lo suficientemente en ti como para contarte sus secretos y eso hace que sea más fácil confiar en él. Es como si te abriera su corazón y a cambio debieras abrirle el tuyo también.

Kayden me lo abrió a mí y yo quise corresponderle, pero no pude. No del todo. Quería. Lo deseaba tanto que no supe hacerlo.

Le deseo. Le deseo. Le deseo.

No importa cuántas veces lo escriba, sigue sin parecer real. Nada de esto lo parece, porque nunca pensé que pudiera ocurrir.

Alguien llama a la puerta y salgo de la cama para responder. Kayden está al otro lado con un balón de fútbol bajo el brazo. En lugar del equipo, lleva unos bonitos vaqueros y una camiseta gris. Se le ve el pelo castaño debajo de una gorra de béisbol negra.

—Tengo que pedirte un favor. —Hace unas semanas que me contó lo de su padre y hemos quedado como amigos, pero hay algo en sus ojos que es diferente esta noche, brillan más.

—Vale… —Me retiro de la puerta y le dejo pasar. Sus ojos se posan rápidamente en el cuaderno que hay abierto en mi cama. Me lanzo a por él y lo meto debajo de la almohada.

—¿Es tu diario? —Sonríe y se pasa la pelota al otro brazo.

—¿Puedes hacer como que no lo has visto? —Pongo las manos delante de mí, juntando los dedos—. Por favor.

Kayden sonríe.

—¿Hay algo en él sobre mí?

Hago como que me rasco un ojo para ocultar el súbito enrojecimiento de mis mejillas.

—No.

—Callie, te estás poniendo roja —se burla, dando un paso al frente para retirar mi mano de mi cara—. No te escondas. Tienes una cara preciosa.

Pongo los ojos en blanco, más para mí misma porque su comentario sólo hace que me ruborice todavía más.

—¿Cuál es el favor?

—Necesito que me ayudes a entrenar. —Se pasea por la habitación, mirándolo todo, pasándose el balón de una mano a otra—. Luke está ocupado con una chica con la que lleva saliendo una semana y no puede venir conmigo.

—Vale —digo—. Pero no estás vestido para entrenar.

—Será algo suave. —Me mira—. Un poco de lanzamiento.

—¿Y crees que puedo ayudarte? —pregunto, contemplando su cuerpo musculoso sin poder evitarlo.

—Te vi en la tienda. Eres más que capaz. Además, en aquella fiesta estabas alardeando delante de Ben de lo buenos que son tus conocimientos de fútbol.

—No, ¿eso hice?

Asiente.

—Sí.

Me pregunto qué más dije. A veces siento como si me estuviera ocultando todo lo que salió por mi boca esa noche.

—Vale. —Cojo mis llaves y meto los pies en mis Converse—. Lo haré lo mejor posible.

Se ríe entre dientes y se vuelve a la puerta y yo me pregunto si está pensando, como yo, en la noche en la que nos besamos.

Cuando llegamos al estadio, las luces brillan por el campo verde. Las gradas están vacías y la única persona que hay es el conserje, que está vaciando las papeleras.

Nos dirigimos al centro del campo y giro en círculos, mirando las gradas, sintiéndome pequeña. El cielo está oscuro, hay estrellas y la luna está llena.

Kayden lanza el balón al aire mientras me abrocho la chaqueta.

—¿Sabes? Desde aquel día en la tienda, he tenido muchas ganas de volver a verte lanzar. No sé si fue casualidad.

Me pongo las manos en las caderas y miro en su dirección.

—Eh, ¿por qué me insultas?

—Sólo estoy intentando ponerte nerviosa. —Empieza a correr hacia atrás con el balón en las manos—. Así jugarás mejor. —Me lanza el balón y lo cojo, haciendo una mueca de dolor cuando el cuero raspa mis manos.

—Eso ha dolido. —Hago como que me duele, sosteniéndome la muñeca.

Sus brazos caen a sus costados y da una zancada hacia mí.

—Callie, lo…

Echo hacia atrás el brazo y lanzo el balón todo lo fuerte que puedo en su dirección. Kayden corre hacia atrás y salta para atraparlo.

Cuando sus pies tocan de nuevo la hierba, sacude la cabeza.

—Estás jugando sucio.

Me encojo de hombros sin discutir.

—Así es como me han enseñado. Mi padre se toma el juego muy en serio.

—Oh, ya veo. ¿Sabes cuántas veces me echó una bronca por echarlo todo a perder? Aunque era positivo. —Lanza el balón a mi lado y me tengo que mover rápido para cogerlo—. Me puso en mi lugar y me animó a darlo todo. Si no fuera por él, posiblemente no habría conseguido la beca.

Sostengo el balón en las manos.

—No quiero parecer grosera, pero ¿tus padres no podían permitirse pagar tus estudios?

—Mi padre no —dice, tragando duramente—. Decía que o salíamos de casa por nuestros propios medios o nos quedaríamos allí… Yo no quería quedarme atrapado en esa casa. —Empiezo a abrir la boca, pero Kayden aplaude y pone las manos delante de él—. Vamos, tíramelo.

Lo hago, y lo alcanza fácilmente, con una sonrisa en la cara.

—De acuerdo, ahora voy a lanzártelo y a intentar placarte.

Mis ojos se abren y también mi boca.

—¿Estás hablando en serio?

Lanza la pelota al aire.

—Nunca bromeo con el fútbol. Así que aléjate. Te daré ventaja para que puedas esquivarme.

Me echo hacia atrás en el campo, dudando de que pueda hacerlo. Cuando estoy cerca de la zona de touchdown, me paro y lo miro.

—¿De verdad vas a venir a por mí? ¿O estás intentando que juegue mejor?

Está lejos, pero una expresión socarrona se hace evidente en su rostro.

—Confía en mí, no estoy de coña. De hecho, estoy deseándolo.

Mi corazón salta por el tono ronco de su voz.

—Vale, tira el balón. Voy a por él.

Por un momento se queda aturdido, pero retrocede, sus pies toman impulso, sus manos se echan adelante y el balón avanza en espirales hasta mí. Me muevo velozmente mientras corro hacia atrás con las manos en el aire. En el último segundo, doy un pequeño salto y atrapo el balón en el aire. Cuando mis pies aterrizan, dudo, sin saber todavía si va a venir a por mí.

En cuanto recupero la estabilidad, corre hasta mí, pero de verdad. Giro sobre mis pies y echo a correr por el campo. Por suerte estoy lejos porque no hay manera de que mis diminutas piernas sean capaces de escapar de sus largas zancadas por mucho tiempo.

Se ríe mientras intenta darme caza y sus pasos se acercan rápidamente. Mis ojos están fijos en los postes amarillos del final y la línea blanca donde tengo que llegar. Cuando mis pies la cruzan giro los brazos por encima de mi cabeza.

Kayden baja el ritmo, sacudiendo la cabeza y jadeando.

—Creo que te he subestimado y te he dado demasiada ventaja.

Una sonrisa se extiende por mi cara y tiro el balón a la hierba.

—¿Qué hacéis los chicos cuando conseguís un touchdown? —Me pongo el dedo en la barbilla, haciendo como que estoy pensando—. Oh, sí. —Me echo hacia atrás y balanceo las manos delante de mí haciendo un baile tonto.

Se ríe y sus ojos se arrugan por los lados.

—Vaya, hay una fiera en tu interior.

Cojo el balón, agarro el poste con mi mano libre y giro alrededor, sintiéndome viva y ligera. Por un momento, cierro los ojos y disfruto de la fría brisa en mis mejillas, hago mío este momento. Cuando abro de nuevo los ojos, Kayden está caminando hacia mí, con pasos pausados, con las manos en los bolsillos.

Me detengo, todavía con la mano en el poste, mirándolo en la distancia. No dice ni una palabra, tiene puestos sus ojos esmeralda en mí, confusos, intensos. Conforme se acerca, me apoyo contra el poste, esforzándome por respirar bien y controlando mi deseo.

Coge el balón de mis manos y lo lanza por encima de sus hombros al final del campo.

—Dejemos esta estupidez.

—Pensaba que por eso me habías traído aquí —digo con voz temblorosa, incapaz de apartar la vista de sus labios—. Para ayudarte a entrenar.

Sus labios se separan, como si fuera a decir algo, pero entonces los aprieta de nuevo y le da la vuelta a su gorra de modo que la visera queda en la parte trasera de su cabeza. Inclina su cuerpo hacia mí, mi espalda roza el poste y sus labios se ciernen sobre los míos. Reflexiona, pone la mano en el poste al lado de mi cabeza y me besa.

Empieza de un modo suave, un leve roce de labios, pero entonces agarra el poste con la otra mano y su cuerpo avanza hasta que se pega al mío. Nuestras piernas se enredan, nuestros pechos se juntan, y la punta de la lengua recorre mis labios hasta que abro la boca y la dejo entrar.

Un gemido escapa del fondo de mi garganta y, aunque al principio me asusta, parece que eso le enciende. El deseo y el calor se entrelazan en nuestras lenguas. Una de sus manos agarra mi cintura, justo por encima del final de mi camiseta y los nervios me envuelven. Su otra mano baja por mi costado, con su dedo pulgar acariciando mis costillas, antes de detenerse en mi cadera. Agarrándome las manos, me levanta. Jadeo y envuelvo su cintura con mis piernas.

Mi mente está volando a millones de kilómetros por hora. Tengo miedo. No de él, sino de todo lo que me está haciendo. ¿Quiero que pase? ¿Quiero? La respuesta es sí. Lo quiero. Mucho.

Espero que no se dé cuenta del temblor que sacude mi cuerpo mientras sus dedos se deslizan por debajo de mi camiseta a lo largo de mi estómago. Me da un mordisco en el labio inferior y dejo escapar otro leve gemido.

Retrocede y nuestras caras se separan un poco. Sus pupilas están dilatadas y brillan bajo las luces del campo de fútbol y su respiración descontrolada me acaricia las mejillas.

—Callie, no quiero… —Hace una pausa y me pone un mechón de pelo detrás de la oreja—. No quiero presionarte.

Es como si pudiera leer en mi cara que soy inexperta. Me muerdo el labio inferior, intentando ocultar la vergüenza que me da.

—Estoy bien.

Kayden duda.

—¿Estás… estás segura?

Asiento con la cabeza rápidamente.

—Sí.

Sin más reticencias, pone sus labios sobre los míos y un jadeo se escapa de mi garganta por el calor que su beso envía a mi cuerpo. Introduce la lengua de nuevo en mi boca mientras sus manos se quedan bajo mi camiseta, para acariciarme el estómago. Es la experiencia más aterradora y más maravillosa que he vivido nunca. No me gustaría olvidarla.

Me atrevo a deslizar mis manos por debajo de su camiseta y respiro vorazmente. Hace una mueca mientras mis manos recorren sus abdominales llenas de cicatrices.

Me preocupa que me rechace y aleje mis manos, pero entonces su mano sube hasta el borde de mi sujetador. Sus labios se apartan de los míos y tocan la comisura de mi boca, dejando besos por toda mi mejilla, mandíbula, el lado de mi cuello en el que mi pulso se acelera. Mi cabeza cae a un lado mientras su mano se mueve por mi pecho, por encima del sujetador. Respiro profundamente y espero a que me afecte, pero sólo puedo pensar en él explorando todavía más mi cuerpo. Quiero saber qué se siente cuando te toca alguien en quien confías, a quien le he dado permiso para recorrer mi piel.

Sus dedos empiezan a moverse por debajo de mi sujetador y mi interior se agita cuando acaricia mi pezón con su pulgar. El calor sigue invadiendo mi cuerpo y me agarro a su cintura, aferrándome a él con todas mis fuerzas, acariciando sus cicatrices, mientras él siente las mías.

Deja escapar un gemido mientras chupa la parte baja de mi cuello y mi cuerpo se inclina hacia él.

—Callie —suspira—, si quieres que pare, dímelo.

No quiero que pare. De ninguna manera. Me siento demasiado bien.

—No…

Se oye un clic ensordecedor y unos segundos después todas las luces se apagan y la oscuridad nos envuelve. Tiemblo, me agarro a Kayden mientras su boca se aparta de mi cuello. Siento su pecho agitado en el lugar en el que mis dedos se aferran a él y, por un momento, nos mantenemos en silencio.

Entonces Kayden empieza a reírse.

—Vaya, qué divertido.

—¿Ves algo? —susurro, girando la cabeza y entornando los ojos.

Niega con la cabeza.

—Vamos.

Retira la mano de mi pecho y pienso que me va a dejar en el suelo, pero entonces me echa los brazos por la espalda, entrelazando sus dedos para aguantar mi peso. Camina por la oscuridad llevándome a cuestas y yo junto las piernas a su alrededor, deseando poder ver su cara, porque quiero saber lo que está pensando.

Sus pies resuenan en la hierba hasta que llegamos al suelo de hormigón. Segundos más tarde, salimos por un túnel hasta el aparcamiento, que está casi vacío excepto por unos cuantos coches que hay en la fila de atrás, que está iluminada por farolas.

El brillo me escuece los ojos.

—¿Por qué ha pasado eso?

Sus ojos esmeralda brillan cuando se encoge de hombros.

—Me pregunto si ha sido un accidente o si ha sido intencionado, para que saliéramos del campo.

Ajusto las manos un poco para que mis brazos rodeen su nuca.

—¿No se supone que estabas jugando?

—Técnicamente, no. —Su sonrisa se hace más grande, como si estuviera disfrutando del momento—. Pero me alegro de ello.

Dejo que mi cabeza caiga en sus hombros, inhalando su olor.

—¿Qué hacemos?

Se queda callado un momento y me inclino hacia atrás para mirarlo a los ojos. Parece indeciso. Me deja en el suelo y entrelaza sus dedos con los míos.

—¿Y si vemos hacia donde nos lleva el viento? —pregunta.

Me quedo contemplando mi mano en la suya y lo miro de nuevo.

—Me parece bien.