Callie
#3: Hacer lo que quieres por una vez sin pensar en lo que crees que deberías hacer
Lo estoy evitando. Me he dicho mil veces a mí misma que no ha hecho nada malo, pero soy inestable, como tan alegremente me ha soltado Seth en la clase de historia. También me ha dicho que corté los lazos con Kayden porque cuando se fue, se llevó parte de mi «confianza» con él.
—¿Qué haces? —pregunto mientras cojo la mochila del suelo.
El profesor Jennerly nos mira desde el frente de la clase y continúa con su lectura, paseando por la clase con las manos detrás de la espalda.
Seth se inclina sobre la mesa y me susurra:
—Estoy citando lo que dice mi libro de psicología.
—¿Tu libro de psicología habla de mi problema? —Pongo la mochila en la mesa y abro la cremallera.
—No específicamente, pero casi. —Se mete la punta del boli en la boca y se pone recto en la silla.
Meto los libros en la mochila y cuando he terminado de llenarla, la gente está saliendo de la clase. Esperamos a que el aula se quede desierta antes de bajar las escaleras.
El profesor Jennerly, un hombre alto con el pelo canoso y gafas, nos espera en la puerta.
—Mi clase no es para estar de cháchara —dice—. Si queréis hablar, os sugiero que no entréis en el aula.
Salimos y el pasillo está lleno de gente. Por las ventanas se ve el campo de fútbol, que se extiende en la distancia y refleja destellos del sol.
—¿Estás pensando en él? —pregunta Seth.
Aparto la mirada de la ventana. Hay un grupo de chicos que ocupan la mitad del pasillo.
—¿Pensando en quién?
Inclina la cabeza a un lado y frunce el ceño.
—Callie, necesitas olvidarlo o hablar con él. No puedes seguir evitándolo y deseándolo al mismo tiempo.
—No lo deseo —miento y cuando me mira, suspiro—. De acuerdo, vale. Sí, pienso en él. Mucho, pero lo superaré. Si apenas lo conozco.
—Habéis compartido mucho —dice, y empuja la puerta con la mano—. Lo salvaste. Ha sido el primer chico en el que has confiado. Te ha dado tu primer beso de verdad.
—Confié en ti primero. —Rebusco en mi bolso un chicle mientras la brisa me revuelve el pelo.
—No es lo mismo. —Suelta la puerta y ésta se cierra—. Yo soy un amigo. Kayden es más que eso para ti.
—No sé si eso es verdad. —Saco el paquete de chicles y cojo uno—. No sé qué siento por él ni si es bueno o malo. A veces me veo como una pobre chica asustada que no sabe qué hacer.
Me mira apenado mientras deambulamos por un lugar lleno de ramas iluminadas por los rayos del sol.
—Quizás deberías hacer lo que quieres, sin pensar en lo que deberías hacer.
Le clavo el dedo con una mirada acusadora.
—Estás citando la lista. —Se ríe con malicia, echando la cabeza hacia atrás, y su pelo rubio le cae en los ojos.
—Eso es porque es la cita del día. ¿No has recibido el mensaje?
Niego con la cabeza, riéndome.
Mierda. He olvidado revisar los mensajes. Seguramente lo he pasado por alto.
Me pone la mano encima del hombro.
—La cuestión es: ¿qué quieres hacer? Querer de verdad.
Me paro delante de un banco, reflexionando acerca de lo que me ha preguntado y mirando el enorme campo de fútbol en la distancia.
—Quiero divertirme.
Kayden
—No estoy de humor para fiestas. —Echo colonia en mi camiseta y le pongo el tapón al bote—. Prefiero quedarme y recuperar el sueño perdido. Me siento como una mierda.
—Eso es porque estás deprimido. —Luke abre el cajón de la cómoda, busca entre sus camisetas y elige una de manga larga—. Por una persona que no puedo mencionar porque, si no, me mirarás como si quisieras matarme.
Me paso los dedos por el pelo.
—Eso es mentira.
Se pone el cinturón en los vaqueros con los ojos muy abiertos.
—Deberíamos ir andando, ¿no? Así no tenemos que preocuparnos por quién conduce a la vuelta.
—¿Te das cuenta de que la fiesta se celebra a tres manzanas del campus? Seríamos idiotas si fuéramos en coche.
—Pensaba que era en uno de los apartamentos de más abajo.
Reviso los mensajes y aprieto el botón lateral para bloquear la pantalla.
—No, está a unas calles de aquí.
Coge la chaqueta del respaldo de la silla del ordenador.
—Mejor entonces, así no tenemos que preocuparnos por quién conduce.
Cerramos la puerta y salimos. Es tarde, ya hay estrellas en el cielo y las farolas brillan contra el cemento. Varias chicas con vestidos ajustados y tacones van en la misma dirección que nosotros.
Terminamos yendo detrás de ellas y los ojos de Luke se fijan en el culo de la más alta.
—Creo que estaría bien montar un juego justo ahora.
—O podrías, simplemente, ir a por ella. Eso siempre funciona.
—Sólo cuando vas conmigo. —Me mira, midiendo mi reacción—. ¿Qué piensas?
Me encojo de hombros, aunque no quiero hacerlo.
—Puedo acompañarte.
Pone los ojos en blanco.
—Vale, si de verdad quieres…
Alcanzamos a las chicas y Luke empieza a hablar con la que estaba mirando. Una más bajita con rizos rubios que lleva un vestido rojo empieza a hablarme, pero apenas la escucho. Estoy preocupado por Callie y lo que estaría haciendo si ahora estuviese con ella.
—Ir a la fiesta, no —murmuro para mis adentros—. Eso seguro.
La chica que está hablando conmigo parpadea, confusa.
—¿Qué?
—Hace muy buena noche —digo, y se ríe, pero sus cejas se unen.
Nos llega mucho ruido del jacuzzi, que está a un lado del apartamento de tres plantas donde se celebra la fiesta. Mantengo la puerta abierta para que todo el mundo entre.
Luke está contando un chiste cuando entra y las otras dos chicas que caminan detrás de él susurran y se ríen entre ellas. Me irrita sobremanera y no puedo esperar para entrar y deshacerme de ellos.
Uno de los miembros del equipo de fútbol, Ben, es quien ha organizado la fiesta. Es un chico simpático, aunque no le conozco mucho. Cuando abre la puerta, sin embargo, es como si fuéramos amigos del alma.
—Kayden, tío. —Levanta la mano para que choquemos los puños.
Golpeo mi puño contra el suyo y levanto las cejas.
—Hola, tío.
Mira por encima de su hombro a Luke y las chicas.
—Has traído a gente. —Sonríe y se aparta, dejándonos entrar.
El apartamento es mucho más grande que mi habitación. Suena música y hay una mesa plegable en un rincón donde un grupo juega al póquer. Hay botellas de alcohol alineadas en la encimera de la cocina, vasos, patatas y un montón de comida. Entre los sofás hay mucha gente bailando.
Mis ojos se fijan en una chica con el pelo castaño recogido en una coleta; lleva unos vaqueros negros, unas botas de cordones y un top púrpura sin mangas. Habla con un chico mientras ríe y baila al ritmo de la música.
—Callie. —No importa cuántas veces parpadee, no parece real.
—¿Quieres beber algo? —La chica con la que he entrado se enrolla el pelo en el dedo y me mira mordiéndose el labio inferior.
Niego con la cabeza y concentro mi atención en Callie.
—Quizás dentro de un rato.
Está bailando con Seth, que se deja llevar por la música mientras gritan las letras de las canciones con la multitud y ríen, levantando las manos al aire.
—¿Qué hacen aquí? —pregunta Luke, que se coloca a mi lado—. No parece lugar para ellos.
Seth nos ve y se inclina para decirle algo a Callie al oído. Ella vuelve la cabeza y nos mira. Su cara se ilumina y avanza entre la gente hasta llegar a mi lado, con Seth pisándole los talones. Por un momento, me pregunto si me he dormido y esto es un sueño, porque parece muy feliz de verme.
Cuando me alcanza, me rodea el cuello con el brazo y entiendo por qué: su aliento apesta a vodka.
—Kayden está aquí —dice, abrazándome tanto que casi duele.
Mi respiración se acelera un poco cuando pongo la mano en su espalda.
—¿Estás borracha?
Se aleja mirándome a los ojos y asintiendo.
—Un poco.
—Borracha no, lo siguiente —explica Seth, que llega apartando a la gente y se une a nosotros en la entrada, arremangándose la chaqueta negra—. Hecha una mierda, vamos.
Dejo mi mano en su espalda y Callie inclina la cabeza sobre mi pecho.
—Creía que no solía beber mucho —le digo a Seth.
Está distraído con un chico que hay en un rincón de la habitación, que bebe y charla con una chica de pelo muy corto.
—No suele, pero esta noche lo ha hecho. Perdona, ¿puedes vigilarla un momento? Tengo que hablar con alguien.
Asiento, deslizando mis dedos por su espalda.
—Claro.
—Las manos quietas ¿eh tío? —me advierte Seth, señalándome con el dedo—. Está lo bastante borracha como para no recordar nada, así que mejor que no te aproveches.
Niego con la cabeza.
—¿Por quién me tomas, tío?
Se encoge de hombros, juzgándome con la mirada.
—No tengo ni idea.
Callie me mira sin apenas interés en su rostro.
—¿Quiénes son esas chicas?
La rubia que hay a mi derecha me dedica una mirada asesina y se pone las manos en las caderas.
Mantengo los ojos clavados en Callie.
—Vamos a la cocina a por agua.
Asiente con la cabeza.
—Tengo mucha sed.
La inocencia en sus ojos y el modo en el que se agarra a mi camiseta mientras la guío a la cocina me hace sentir inseguro. Confía en mí en este momento y yo estoy preocupado. Tengo miedo de echarlo todo a perder, como hago siempre.
Ben está en la cocina hablando con una chica con el pelo castaño largo y rizado, unos vaqueros ajustados y un top corto rojo. Cuando nos ve, una expresión de curiosidad atraviesa su rostro.
—¿Quién es? —me pregunta, señalando con la barbilla a Callie.
—Es Callie Lawrence. —Aparto mi mano de su espalda para coger un vaso de plástico del montón que hay en la encimera—. Está en primer curso. Su padre era mi entrenador en el instituto.
Callie suelta mi cintura. Con las manos a los lados, trata de mantener el equilibrio mientras abro el grifo para llenar el vaso de agua.
—¿Así que tu padre es entrenador? —Ben se inclina en la encimera mientras la chica con la que estaba hablando se dirige a la barra para llenarse un vaso.
—Sí, durante veinte años más o menos —dice Callie, farfullando un poco.
—¿Te enseñó algo? —pregunta Ben, cruzando los brazos. No me gusta el tono de coqueteo de su voz—. ¿Cómo se juega o cómo lanzar y coger la pelota?
Me vuelvo con el vaso de agua en la mano mientras Callie pone los ojos en blanco.
—Claro, como que ya sé que eres el receptor. —Parpadea con aire burlón—. Lo que significa que eres quien atrapa el balón.
—Eres adorable. —Ben da un paso hacia ella con una mirada de fascinación en la cara.
Mi mano le empuja en el pecho hacia atrás.
—Ni hablar. No está disponible.
Ben me mira con expresión de disculpa cuando le doy el vaso de agua a Callie y ella echa la cabeza hacia atrás para beber.
—Lo siento. No me había dado cuenta de que era tu chica.
No me molesto en corregirle por muchas razones, algunas de las cuales son una mierda. Cuando sale de la cocina, Callie se aparta el vaso de la boca y se pasa la lengua por los labios. Inmediatamente, despierta en mí fantasías tan fuertes que me tengo que contener; no puedo tocarla.
—Es un capullo —dice, devolviéndome el vaso.
Lo estrujo y lo echo a la basura.
—Y tú eres una fiera cuando estás borracha.
Cuando la miro, se muerde el labio inferior. No deja de observarme.
—¿Te gusta cuando soy una fiera? ¿Hace que me desees más?
Oh, mierda. Está como una cuba.
—¿Y si volvemos a casa?
Niega con la cabeza, apoyando la espalda en la encimera, con las piernas temblándole. Se agarra al borde y, al sentarse encima, se golpea la cabeza con el armario.
—Quiero saberlo. —Se frota la cabeza y lanza una mirada asesina al armario, como si hubiera hecho algo malo—. ¿Me deseas cuando estoy así?
Echo una mirada por encima de mis hombros rezando para que aparezca Seth y me saque de este aprieto.
—No lo sé, Callie.
Hace un puchero.
—Eso es porque no me deseas en absoluto, ¿no?
Suspiro y pongo las manos en la encimera. Callie está entre mis brazos.
—No es eso. De verdad. Es que no quiero tener esta conversación contigo cuando sé que no vas a recordar nada.
Se inclina hacia adelante, acortando el espacio entre los dos.
—La recordaré, te lo prometo.
Intento no reírme y cierro las manos para resistirme al deseo que siento de deslizarlas por sus caderas.
—De acuerdo, ¿quieres la verdad? —pregunto y ella mueve la cabeza arriba y abajo—. No, no me gustas más así. Me gusta la Callie sobria, con la que puedo hablar. La que es tan dulce que es jodidamente adorable. —Echo la cara adelante y respiro en su cuello, rozando la línea de no tocar, pero sin rebasarla—. La que tiembla sólo con sentir mi respiración. A la que quiero besar y tocar con tantas ganas que me está volviendo loco. La que me hace sentir cosas… —Me callo y me separo un poco, feliz de ver que sus ojos están medio abiertos. Sé que estoy a salvo.
—Estoy cansada. —Bosteza, levantando los brazos y puedo ver un poco de su estómago: delgado, pequeño, firme—. ¿Te importaría buscar a Seth para que me lleve a casa?
Le coloco un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Sí, pero tú vienes conmigo. No quiero dejarte aquí sola.
Asiente, se baja de la encimera y le rodeo la espalda con el brazo para que no pierda el equilibrio. Buscamos por toda la casa, pero Seth no está en ningún lado. Veo a Luke en la mesa de póquer, jugando una partida y haciendo trampas, como su padre le enseñó a hacer.
—Eh, tío, voy a llevar a Callie a casa —digo cuando me mira—. Si ves a Seth, díselo.
Luke asiente y vuelve a fijar los ojos en las fichas azules y rojas que tiene delante.
—Vale, tío.
Callie entierra su cara en mi camiseta cuando salimos por la puerta al pasillo silencioso. Echa su peso en mí y la guío por las escaleras y las puertas. El aire está helado y Callie tiembla.
—¿Dónde está tu chaqueta? —pregunto, acariciando su brazo.
Se encoge de hombros antes de tropezar con el bordillo, pero la agarro y la sostengo. Sus ojos apenas están abiertos y sigue suspirando. Al final, me detengo en mitad de la acera.
Parpadea.
—¿Qué pasa?
La suelto y le hablo despacio, porque sé que intenta comprender.
—Voy a cogerte en brazos, ¿de acuerdo?
Mira mis manos y vuelve a mirarme a mí.
—De acuerdo.
Me acerco cautelosamente a ella.
—Pon tus brazos alrededor de mi cuello.
Ella obedece y desliza sus manos hacia arriba por mi pecho y las envuelve en mi cuello. Apoya la cabeza en mi clavícula y rodeo su espalda con mi brazo. Doblo las rodillas, pongo el otro brazo debajo de sus piernas y la levanto. Ella acaricia con la cara mi pecho y empiezo a caminar por la acera. Me tomo mi tiempo porque me encanta cómo me siento llevándola en brazos, cómo me necesita, cómo necesito protegerla.
Cuando llego al recibidor de la residencia Mclntyre intento no sentir pánico porque me veo obligado a soltarla.
—Callie, ¿dónde está tu tarjeta de identificación? —pregunto—. No he traído la mía.
—En mi bolsillo —murmura, buscándola, pero su brazo cae a un lado—. Estoy demasiado cansada para cogerla.
—Inténtalo, ¿vale? —prácticamente se lo ruego, pero no responde.
Vacío mi mente de todo pensamiento sexual, la apoyo contra mi pecho y meto los dedos en su bolsillo, sacando rápidamente la tarjeta. La deslizo por la cerradura, la puerta se abre y entramos. Subimos en ascensor hasta el piso de arriba y llegamos a su habitación. Cuando extiendo el brazo hacia el pomo de la puerta, se despierta y me sujeta el brazo.
—No, no la abras —dice, señalando la bufanda roja que hay en el pomo—. Eso significa que mi compañera de habitación está… está… ocupada.
Intento no reírme porque incluso estando borracha le cuesta mucho decirlo.
—¿Dónde quieres que te lleve?
Apoya su cabeza de nuevo en mi pecho.
—Puedes volver a cogerme en brazos. Es muy relajante.
—¿Y la habitación de Seth?
Tiene los ojos cerrados y la calidez de su aliento traspasa mi camiseta.
—Tendrás que ir a por él…
Mis hombros se hunden cuando muevo su cuerpo hasta mi pecho y empiezo a ir por la derecha. Cuando salgo afuera, camino por la hierba hasta el edificio Downy y subo en ascensor a mi habitación.
—Callie, tengo que bajarte para poder abrir la puerta —le susurro al oído.
Asiente y cuidadosamente dejo sus pies en el suelo. Se apoya en la pared, cerrando los ojos. Pongo los dedos en la cerradura, tecleo el código y la puerta se abre. Enciendo las luces, retrocedo, la vuelvo a coger y la llevo al interior. Me arrodillo en la cama y la dejo en el colchón. Se pone de lado y yo me levanto, preguntándome qué voy a hacer. Podría dormir en la cama de Luke, pero sé que me patearía el culo cuando volviese.
—¿Dónde vas a dormir? —Me mira mientras dejo las botas en un rincón.
—En eso estaba pensando. —La miro—. ¿Y si me tumbo a tu lado?
Sus ojos se abren un poco y, tímidamente, echa a un lado su cuerpo, hacia la pared. Me acuesto al otro lado, dejando un espacio entre los dos, y sus ojos se cierran.
—Nunca he compartido la cama con nadie, además de Seth —murmura—. No puedo dormir cuando estoy acostada con alguien.
Empiezo a levantarme de la cama.
—De acuerdo. Buscaré un lugar para dormir.
Sus dedos envuelven mi brazo.
—No tienes que ir a ningún lado. Contigo es diferente.
Me detengo.
—¿Estás segura?
—Sí, contigo parece como si nada de lo que sucedió hubiese pasado.
—Callie, ¿de qué estás hablando?
—No importa. —Bosteza y se acerca un poco más a mí, poniendo las manos bajo su mejilla y doblando las rodillas—. Estoy cansada.
Me tiembla un poco la mano cuando le retiro el pelo de la frente.
—De acuerdo. Puedes dormir.
Asiente y unos segundos después, el sonido de su respiración suave me rodea. Sin siquiera pensarlo, me inclino y le beso la frente, preguntándome qué coño voy a hacer cuando amanezca.