Kayden
#49: Ser sincero con uno mismo
Llevo dos días en casa; he regresado al lugar del que escapé. Mi padre no me ha pegado, pero le tengo miedo, igual que cuando era un niño.
—¿Por qué coño has dejado esa mierda de camioneta aparcada ahí fuera? —me pregunta cuando entra en la cocina. Va de traje, aunque hoy no tiene que trabajar. Le gusta parecer importante.
—Porque no cabe en el garaje. —Unto de mantequilla a una tostada lo más silenciosamente posible porque mi padre odia el ruido que hace el cuchillo en el pan tostado.
—Me importa una mierda. —Abre el armario y coge una caja de cereales—. Tienes que quitarla de ahí. Hay manchas de aceite por todo el camino.
—De acuerdo. —Muerdo la tostada—. Buscaré un lugar donde aparcarla.
Se coloca delante de mí y tiemblo. Sus ojos verdes me miran con severidad, tiene la mandíbula tensa y una expresión de indiferencia.
—Creo que has olvidado algo.
Me obligo a tragar para que el pan descienda por mi garganta.
—De acuerdo, señor, buscaré un lugar para ponerla.
Me mira con expresión intimidante durante un largo segundo, antes de retroceder.
—Y será mejor que limpies las migas de la encimera.
Respiro por la nariz y me muevo hasta la entrada.
—Sí, señor.
Cojo un bol del lavavajillas y salgo corriendo de casa. ¿Por qué no puedo pegarle? Cuando era más joven lo pensé unas cuantas veces, pero siempre temí que me devolviera el golpe, veinte veces peor. Cuando crecí, algo murió en mi interior y dejó de importarme. Le dejaba darme patadas, pegarme, deseando que se esforzara al máximo y todo terminara por fin.
Fue así hasta la noche en la que casi lo hizo y apareció Callie y me salvó.
Me suena el teléfono y lo saco del bolsillo para ver el nombre de Daisy en la pantalla.
—¿Qué? —contesto, bajando los escalones del porche delantero.
—Hola —dice con la voz chillona que pone cuando está con sus amigos—. ¿Cómo está mi chico preferido?
—Bien.
—¿Qué? ¿No te alegra tener noticias mías?
—Tuve noticias tuyas hace unos días —digo—. Cuando me dejaste muy claro que ya no éramos pareja. De hecho, lo hizo Luke cuando me contó que te estabas tirando a otro.
—Dios, ese chico me tiene manía —lloriquea—. Es como si quisiera que lo dejáramos. Nunca he entendido por qué sois amigos. No es como tú.
—¿Qué quieres, Daisy? —Mi tono es cortante. Atravieso la hierba hasta la vieja camioneta, metiéndome en la boca el último trozo de tostada.
—Quiero que me lleves al baile, como prometiste.
—Te lo prometí cuando estábamos juntos.
Daisy suspira dramáticamente.
—Mira, sé que estás enfadado conmigo, pero no tengo acompañante y soy candidata a Reina del Baile. Lo último que quiero es estar sola cuando digan mi nombre.
—Estoy seguro de que a un montón de chicos les gustaría llevarte. —Y meterse en tus bragas.
—Pero yo quiero ir contigo —se queja—. Por favor, Kayden, lo necesito.
El teléfono vibra y me detengo al borde del patio, pasando rápidamente a la pantalla de los mensajes.
Callie: Quería saber si estabas bien. Luke me ha dicho q has tenido q volver a casa. Si necesitas algo, dímelo.
Sacudo la cabeza por su mensaje tan dulce. Está preocupada por mí. Nadie se ha preocupado nunca por mí.
—Mierda, no puedo —murmuro, dándole una patada a la tierra—. No puedo estar contigo.
—Sí puedes —dice Daisy—. Sólo tienes que recogerme a las siete.
No lo decía por ella, pero no importa. Necesito distraerme.
—De acuerdo, te recogeré, pero no voy a ir a la fiesta de después.
Colgamos y tengo una sensación repugnante en el estómago. Cuando saco la camioneta a la calle, casi me dirijo al este por la autovía, al campus. Pero miro las cicatrices de mis nudillos y voy al oeste, al pueblo, a aparcar la camioneta en alguna parte y volver a casa para llevar a Daisy al baile.
Callie
—Es sábado por la noche —dice Seth y se echa gomina en el pelo—. Tienes que salir conmigo. De ninguna manera voy a dejarte aquí.
—Estaré bien. —Levanto una pila de libros buscando mi cuaderno. Sinceramente, me siento un poco mal porque Kayden no ha respondido a mi mensaje. Probablemente esté ocupado—. Le estás dando mucha importancia a todo esto de Kayden.
Se sienta delante del ordenador, gira la silla y mira su página de Facebook.
—No eres tú la que ve esa mirada de cachorrito triste que tienes desde hace dos días.
Dejo la pila de libros y me pongo las manos en las caderas.
—¿Dónde narices estarán mis apuntes?
—Los dejaste en tu habitación —dice—. Recuerda que los dejamos allí mientras… —Se calla y de repente baja la pantalla del ordenador. Cuando gira la silla para mirarme, sus ojos están muy abiertos—. Tengo una idea brillante. ¿Por qué no salimos? Puedo cancelar mi cita con Greyson y nos vamos a ver esa película estúpida que querías ver.
Me siento en su cama.
—Ni hablar. No voy a arruinar la primera cita que tienes en mucho tiempo.
—Por favor, Callie, ven conmigo y divirtámonos.
Me apoyo en los codos.
—¿Qué te pasa? Estás actuando como un bicho raro.
—Eso es porque soy un bicho raro. —Se levanta de la silla sin mirarme y aparta las cajas a un lado para poder abrir la puerta del armario—. Creo que tengo que contarte algo que igual no te gusta, pero necesitas saberlo.
—De acuerdo… ¿Qué es?
Descuelga una percha del armario y coge su chaqueta.
—Salgamos y hagamos alguna locura.
Me levanto de la cama.
—Seth, por favor, cuéntame lo que pasa. Estoy preocupada.
Suspira y retrocede hasta el armario para volver a colgar la percha.
—Por favor, no dejes que esto estropee nada. He visto por Facebook que Kayden ha ido con Daisy McMillian al baile.
Me muerdo la lengua hasta que me duele.
—De acuerdo.
Se sube la cremallera de la chaqueta y coge las llaves de la mesa.
—¿Quieres cambiarte primero, antes de salir?
Cojo mi mochila de la cama.
—Creo que voy a volver a mi habitación a estudiar.
—Callie, yo…
—Seth, estaré bien. Ahora ve a tu cita y diviértete mucho por los dos.
Salgo de la habitación antes de que intente persuadirme. No estoy segura de cómo me siento por lo de Kayden. Creía que había conseguido llegar a alguna parte con mi vida. Pensaba que las posibilidades estaban en el aire.
Supongo que estaba equivocada.
Kayden
Me meto en mi dormitorio todavía con el esmoquin y la mochila en la mano. Cuando enciendo la luz, Luke se sienta, parpadea y sacude la cabeza.
—Oye, tenemos que llegar a un acuerdo en el que dejes de despertarme. —Se queda mirando mi esmoquin—. ¿Así que era verdad? ¿Has ido con ella?
—No, fui a recogerla y cuando fui a pagar la gasolina, cogió mi móvil y publicó esa foto ella misma.
—¿No has ido al baile con ella? ¿Te has vestido así por diversión?
Desabrocho el botón de mi cuello.
—No, no he ido. Estaba en el aparcamiento y tuve una revelación.
Luke mira el reloj.
—He oído que eso puede cambiar tu vida.
Me quito la chaqueta y la echo al suelo.
—Tal vez. Y estarás contento por ello.
—¿Por qué?
—Porque me he dado cuenta de que Daisy es una zorra.
Sonríe.
—Por fin. Has tardado mucho en averiguarlo, ¿sabes? Eres un poco lento.
Me siento en la cama y empiezo a desatarme los cordones de los zapatos.
La revelación fue muy simple. Mientras conducía hacia el instituto, Daisy estuvo gritando que el salón de manicura le había estropeado las uñas. Estuvo divagando y charlando sin parar y me fijé en pequeños detalles de ella en los que no había caído hasta entonces, como el modo en el que fruncía la nariz cuando hablaba o lo artificial y seco que es su pelo. Seguía poniendo esa voz de tonta y cuando se inclinó para tocar mi pierna, sentí la necesidad de irme.
Siguió insultando a todo el mundo, así que intenté cambiar de tema y le conté un chiste, pero no se rió. De hecho, me miró durante un segundo, como preguntándose qué iba a hacer conmigo. Y fue entonces cuando me pregunté qué iba a hacer yo con ella.
Aparqué delante del instituto.
—Diviértete.
Se quedó boquiabierta.
—¿Qué? ¿No vas a entrar?
Negué con la cabeza y esbocé una sonrisa.
—Para empezar, no tenía que haber venido.
Me amenazó de todas las maneras posibles antes de salir del coche. Me fui, cogí la mochila de casa y volví al campus, sintiendo que me había quitado un peso de encima.
—Tienes razón. Soy muy lento. —Me quito los zapatos y los meto en el armario—. ¿Has visto a Callie desde que me fui? He encontrado un pendiente en tu camioneta y creo que es de ella.
Se queda callado durante un momento y luego se mueve en la cama.
—Tengo que preguntarte algo. ¿Cuánto te gusta?
Me encojo de hombros porque en realidad no lo sé.
—Es simpática e interesante. —Vuelvo a encogerme de hombros—. ¿Por qué me haces esa mierda de pregunta?
—Esta noche me he encontrado con Seth en el aparcamiento —dice—, y me ha dicho que Callie ha descubierto que has ido al baile con Daisy.
Cojo mi chaqueta y me dirijo al armario para colgarla; mis pasos se hacen más lentos conforme me doy cuenta de lo que significan sus palabras.
—¿Te ha dicho si está enfadada?
—Él sí lo estaba —dice Luke—. Me estuvo gritando diez minutos.
Meto los extremos de la percha por las mangas de la chaqueta.
—Debería ir a hablar con ella. —Cojo una camiseta y unos pantalones de pijama y me acerco al armario para cambiarme para que Luke no vea mis horrorosas cicatrices.
—Sí, buena suerte. —Luke se echa sobre la cama bostezando—. Porque estoy muy seguro de que Seth no te va a dejar acercarte a ella.
Mi corazón se contrae dentro de mi pecho ante la idea. Aún no dejo de repetirme que tengo que mantenerme alejado de ella, me duele pensar que algo así pueda suceder. Admito la verdad de mis sentimientos por primera vez en mi vida. Los tengo. Y siento algo por Callie. Ahora no sé qué coño voy a hacer.
A la mañana siguiente me despierto temprano porque no puedo dormir. Tengo ese sueño que se repite en el que estoy de nuevo en la caseta de la piscina y mi padre me está pegando. En esta ocasión Callie no aparece y sus puños continúan golpeando mi cara una y otra vez hasta que todo se oscurece.
Me visto y me dirijo a la tienda para hacerme con un café. Estoy de vuelta en el campus cuando Callie aparece al final de la acera. Tiene un libro en la mano y está leyendo mientras camina en mi dirección, ajena a la gente y los coches que se mueven a su alrededor. Su pelo está recogido en una trenza a un lado y algunos mechones enmarcan su cara; tiene la chaqueta abrochada hasta la mitad y sus vaqueros ajustados muestran lo frágil que es.
La espero en el semáforo y no levanta la mirada hasta el último segundo.
—Hola —digo, intentando no preocuparme por el hecho de que se ha detenido muy lejos de mí. Me muevo hasta ella despacio, tomando un sorbo de café—. ¿Qué estás leyendo? Parecías muy concentrada.
Su mirada está fija en mí y retrocedo. Levanta el libro y da un golpecito en la cubierta, donde está el título.
—Nuestra hermana Carrie —leo en voz alta.
Baja el libro a un lado y pone el dedo en la página para marcarla.
—Es para la clase de literatura americana que tengo dentro de una hora. Tenía que haberlo leído anoche, pero no encontraba el libro.
—Oh, ya veo. —No me explico por qué su voz suena tan tensa.
Presiona el botón del paso de peatones con el dedo pulgar.
—¿Has tenido un buen viaje a casa?
—Ha estado bien —contesto, esperando que diga algo más.
Pasa el dedo por el asa de su mochila y se la sube más en el hombro mientras mira el paso de peatones.
—Eso está bien.
Guardo silencio mientras ella vuelve a su lectura. Veo sus labios moverse por las palabras que lee en silencio; esos labios ridiculamente suaves y que apenas ha tocado nadie. Puedo asegurar que casi nadie la ha besado y es algo que me atrae aún más, como si confiara lo suficientemente en mí para ser uno de ellos. Ahora probablemente no.
—Eh, tenemos que hablar —digo—. Hay algo que quiero contarte.
La luz del semáforo cambia y se queda mirándola.
—Ahora no puedo. Voy a por café y luego a la biblioteca antes de clase.
Se dispone a cruzar la calle y la agarro por la manga.
—Callie, te debo una explicación.
Sus músculos se ponen rígidos, mira mi mano y después a mí.
—No me debes nada, de verdad. No es como si estuviéramos saliendo ni nada parecido. —Se aparta de mí y cruza apresuradamente la calle.
Le grito que está equivocada, que se lo debo todo, pero empieza a correr, como si no quisiera otra cosa que alejarse de mí.