Callie
#4 Usar una camiseta de color
4 meses más tarde…
A menudo me pregunto qué empuja a la gente a hacer las cosas. Si nacen con una idea preconcebida o si lo aprenden cuando crecen. Quizás están obligados por circunstancias que escapan de su alcance. ¿Realmente controlamos nuestra vida o estamos todos indefensos?
—Dios, esto parece el juego spazzville —comenta Seth, arrugando la nariz por la llegada de la multitud de alumnos de primer curso al patio del campus. Después agita su mano frente a mi cara—. ¿Estás soñando despierta de nuevo?
Parpadeo y me alejo de mis pensamientos.
—No seas arrogante. —Le doy un empujoncito en el hombro con el mío alegremente—. Sólo porque ambos decidiéramos hacer el cursillo de verano y por eso sepamos dónde está todo no nos hace ser mejor que ellos.
—Oh sí, es exactamente así. —Me mira con sus dulces ojos marrones—. Somos la crème de la crème de los alumnos, de primer curso.
Contengo una sonrisa y doy un sorbo a mi café con leche.
—Sabes que para nosotros no existe nada parecido a la creme de la creme de nada.
Asiente despeinando sus rizos rubios como el oro, que a pesar de parecer de peluquería, son naturales.
—Ya lo sé. Especialmente para gente como tú y como yo. Somos como dos ovejas negras.
—Hay muchas más ovejas negras además de nosotros. —Me protejo los ojos del sol con la mano—. He cambiado un poco. Mira, hoy llevo una camiseta roja, como ponía en la lista.
Las comisuras de sus labios se curvan hacia arriba.
—Con la que estarías mejor aún si te soltaras esa bonita melena en lugar de llevar siempre una cola de caballo.
—Paso a paso —digo—. Ya ha sido suficientemente duro dejar que me crezca el pelo. Me siento rara. Además, ¿qué importa? Todavía no lo hemos añadido a la lista.
—Tengo que hacerlo —responde—. De hecho, lo voy a hacer en cuanto vuelva a mi habitación.
Seth y yo tenemos una lista de cosas que tenemos que hacer, incluso si nos dan miedo, nos causan repulsión o no nos vemos capaces de hacerlas. Si están en la lista tenemos que hacerlo y tachar al menos una cosa a la semana. Es algo que decidimos después de confesarnos nuestros secretos más oscuros, encerrados en mi habitación. Mi primer vínculo real con un ser humano.
—Y sigues llevando esa horrible sudadera —continúa, señalando la parte inferior de mi descolorida chaqueta gris—. Creo que ya hemos hablado de esa horrorosa prenda. Eres guapa y no necesitas ocultarlo. Además, hace un calor espantoso ahí fuera.
Me envuelvo en la chaqueta tímidamente, agarrando el borde de la tela.
—Cambiemos de tema, por favor.
Pasa su brazo alrededor del mío y me empuja, obligándome a subirme a la acera mientras la gente pasa alrededor nuestro.
—Vale, pero un día hablaremos sobre una transformación completa que yo supervisaré, por supuesto.
—Ya veremos —contesto con un suspiro.
Conocí a Seth el primer día en la Universidad de Wyoming durante la clase de cálculo. Nuestra incapacidad para entender los números fue un estupendo tema de conversación y ahí se forjó nuestra amistad. Seth es el único amigo de verdad que he tenido desde que estaba en sexto, además de una fugaz amistad que tuve con una chica nueva en el instituto que no conocía a la «anoréxica y satánica Callie», como todo el mundo me llamaba.
De repente Seth deja de caminar y se para delante de mí. Lleva una camiseta gris y unos vaqueros ajustados. Tiene el pelo elegantemente despeinado y sus largas pestañas son la perdición de todas las chicas.
—Tengo algo más que decir. —Toca el borde de mi ojo con la punta del dedo—. Prefiero el lápiz de ojos granate al negro.
—Me das tu aprobación. —Me pongo la mano en el corazón con un gesto teatral—. Qué alivio. Me has quitado un peso de encima que ni te imaginas.
Hace una mueca y su mirada se desplaza hacia abajo, a mi camiseta roja que roza la cintura de mis vaqueros ajustados.
—Lo estás haciendo genial, pero me gustaría que te pusieras un vestido o unos pantalones cortos, o algo que te permitiera enseñar esas piernas.
Mi estado de ánimo se hunde de repente.
—Seth, ya sabes por qué… Quiero decir… Sabes que no puedo.
—Ya lo sé. Sólo pretendo animarte.
—Lo sé y por eso te quiero.
Le quiero por más que eso, de hecho. Le quiero porque es la primera persona con la que me siento lo suficientemente cómoda para contarle mis secretos, pero a lo mejor también es porque entiende el significado de estar herido por dentro y por fuera.
—Eres mucho más feliz que cuando te conocí. —Me recoge el flequillo por detrás de la oreja—. Me encantaría que fueras así con todo el mundo, Callie. Que dejaras de esconderte de la gente. Es triste que nadie pueda ver lo fantástica que eres.
—Lo mismo digo —comento, porque Seth esconde tanto como yo.
Coge el vaso de plástico vacío de mi mano y lo lanza a la papelera que hay junto a los bancos.
—¿Qué te parece si vamos a uno de esos tours a reírnos del guía?
—Sabes cómo hacerme feliz. —Sonrío y se me ilumina la cara.
Bajo la sombra de los árboles, nos acercamos a las puertas de la oficina principal. Tiene un aire histórico, con ladrillos marrones deteriorados y gastados y un tejado de dos aguas. Es como si perteneciera a otra era. El patio que hay en el centro de los edificios recuerda a un laberinto, con caminos de hormigón que cruzan el césped en forma triangular. Es un lugar bonito para ir a clase, con muchos árboles y zonas abiertas, pero se necesita un tiempo para acostumbrarse y adaptarse.
Noto el aire cargado de confusión mientras observo a los estudiantes y a sus padres intentando encontrar el camino. Estoy totalmente distraída cuando escucho un débil:
—Levanta la cabeza.
Lo hago y veo a un chico corriendo hacia mí con las manos en alto en busca de un balón de fútbol que vuela sobre él. Su cuerpo sólido colisiona con el mío y caigo de espaldas, golpeándome la cabeza y el codo contra el suelo. Siento un dolor agudo en el brazo y no puedo respirar.
—Quítate de encima —digo, retorciéndome de pánico. El peso y el calor que emanan de él me ahogan—. ¡Quítate ya!
—Lo siento. —Se echa a un lado y se aparta rápidamente—. No te había visto.
Parpadeo para hacer desaparecer los puntitos negros de mi visión y lo miro; pelo castaño y rizado tras las orejas, penetrantes ojos de color esmeralda y una sonrisa que derretiría el corazón de cualquier chica.
—¿Kayden?
Frunce el ceño y sus manos caen a los lados.
—¿Te conozco? —Hay una pequeña cicatriz encima de su ojo derecho y me pregunto si es de la paliza que le dio su padre aquella noche.
Siento una punzada en el corazón al ver que no se acuerda de mí. Me pongo en pie y me sacudo la tierra y la hierba de las mangas.
—Ah no, perdona. Pensaba que eras otra persona.
—Pero has dicho mi nombre. —Su tono refleja la duda mientras tira la pelota al césped—. Espera, te conozco, ¿verdad?
—Estaba en medio. Siento mucho haberme cruzado en tu camino. —Agarro la mano de Seth y le conduzco hacia la puerta de entrada donde hay un gran cartel que dice: «Bienvenidos, alumnos».
Cuando estamos en el pasillo de las taquillas de cristal, lo suelto y me apoyo en la pared de ladrillo para recuperar el aliento.
—Ese era Kayden Owens.
—Oh. —Vuelve a mirar a la entrada mientras los estudiantes se arremolinan para entrar—. ¿Ese Kayden Owens? ¿El chico al que salvaste?
—No lo salvé —aclaro—. Sólo interrumpí algo.
—Algo que se estaba poniendo muy feo.
—Cualquiera hubiera hecho lo mismo.
Me agarra el codo con los dedos mientras intento seguir por el vestíbulo y me obliga a volverme hacia él.
—No, muchos habrían pasado de largo. Lo más normal es que la gente mire a otro lado cuando pasa algo malo. Lo sé por experiencia.
Me duele el corazón por él y por lo que le pasó.
—Siento que tuvieras que pasar por eso.
—No lo sientas, Callie —suspira—. Tú también has pasado por lo tuyo.
Nos abrimos paso a través del estrecho pasillo hasta llegar al vestíbulo, donde hay una mesa con un montón de folletos y panfletos. La gente está haciendo cola, mirando los horarios y hablando con sus padres; parecen asustados a la vez que emocionados.
—Ni siquiera te ha reconocido —comenta mientras avanza a través de la multitud hasta el principio de la cola, se cuela y coge un folleto rosa.
—Apenas me reconocía antes. —Sacudo la cabeza cuando me ofrece una galleta de un plato que hay en la mesa.
—Pues debería haberte reconocido. —Coge una galleta glaseada, quita el azúcar y muerde una esquina. Al masticar le caen migas de los labios—. Le salvaste de una buena paliza.
—Tampoco fue para tanto —digo, aunque me ha sentado como una puñalada en el corazón—. ¿Podemos cambiar de tema y hablar de otra cosa?
—Sí es para tanto. —Suspira cuando lo miro—. Vale, mantendré la boca cerrada. Vamos, encontremos un guía al que torturar.
Kayden
Una pesadilla lleva persiguiéndome cada puñetera noche desde hace cuatro meses. Estoy acurrucado al lado de la piscina y mi padre me pega. Está más cabreado que nunca, probablemente porque he hecho una de las peores cosas que pueda imaginarse. Su mirada es la de un asesino y cualquier ápice de humanidad se ha desvanecido, consumido por la rabia.
Mientras me golpea en la cara con el puño, la cálida sangre me recorre la piel y salpica su camiseta. Sé que esta vez es posible que me mate y que debería defenderme, pero me enseñaron a morir por dentro. Es más, ya no me importa.
Entonces alguien aparece entre las sombras y nos interrumpe. Cuando me limpio la sangre de los ojos, me doy cuenta de que es una chica que está aterrorizada y ha perdido la cabeza. No entiendo por qué interviene, pero sé que le debo mucho.
Callie Lawrence me salvó la vida aquella noche, más de lo que ella podría llegar a imaginar. Me gustaría que lo supiera, pero no sé cómo decírselo porque no la he vuelto a ver desde que ocurrió. Oí que se había ido a la universidad antes de tiempo para hacer su vida, y la envidio por ello.
Mi primer día en el campus está yendo bien, especialmente desde que mis padres se fueron. En cuanto se marcharon, pude respirar por primera vez en mi vida.
Luke y yo deambulamos por el concurrido campus para ver dónde está todo mientras nos lanzamos un balón de fútbol. Brilla el sol, los árboles son verdes y el aire es tan fresco que me entusiasma. Quiero empezar de nuevo, ser feliz, vivir por primera vez.
En uno de los lanzamientos tropiezo con una chica y sin querer la tiro al suelo. Me siento como un capullo, especialmente porque es muy pequeña y frágil. Sus ojos azules se agrandan y parece realmente aterrada, lo que aún resulta más raro es que me conoce, pero sale corriendo cuando le pregunto de qué.
Me molesta no saberlo. No puedo dejar de pensar en ella e intento ubicarla en mi mente. ¿Por qué demonios no sé quién es?
—¿Has visto a esa chica? —le pregunto a Luke.
Es mi mejor amigo desde que íbamos a secundaria, cuando ambos nos dimos cuenta de lo jodidas que estaban nuestras vidas, aunque por diferentes razones.
—¿La que has tirado al suelo? —Dobla su horario y se lo mete en el bolsillo trasero de los vaqueros—. Me recuerda a aquella chica callada con la que íbamos al instituto, a la que Daisy no paraba de hacer la vida imposible.
Miro hacia la entrada del edificio por donde ha desaparecido.
—¿Callie Lawrence?
—Exacto, creo que sí. —Suspira frustrado mientras se da la vuelta en el césped, intentando orientarse—. Pero no creo que sea ella. No lleva toda esa mierda negra en los ojos y Callie llevaba el pelo muy corto, como un chico. Además, creo que estaba más delgada.
—Sí, parecía diferente. —Pero si es Callie, necesito hablar con ella esta misma noche—. Callie siempre ha estado delgada. Por eso Daisy se reía de ella.
—Era una de las razones por las que se reía de ella —me recuerda. Su cara se deforma en una mueca de repulsión por algo que está a mis espaldas y dice—: Voy a buscar nuestra habitación.
Luke sale corriendo hacia la esquina del edificio antes de que pueda decir nada.
—Aquí estás. —Daisy aparece detrás de mí y me agobia con el olor a perfume y espuma para el pelo.
Ahora sé por qué Luke ha salido corriendo como si hubiera un incendio. No le gusta Daisy por muchos motivos, el principal es porque piensa que es una zorra. Y lo es, pero conmigo funciona porque me permite no sentir, que es el único modo que tengo de vivir.
—Espero que no estuvierais hablando de mí. —Me rodea con sus brazos y me acaricia el vientre con la punta de los dedos—. A menos que fuera algo bueno.
Me doy la vuelta y le beso la frente. Lleva un vestido azul de escote bajo y un collar que descansa entre sus pechos.
—Nadie estaba hablando de ti. Luke ha ido a buscar su habitación.
Se muerde el labio lleno de brillo y agita las pestañas.
—Bien, porque estoy nerviosa. No me gusta dejar solo a mi querido novio. Recuerda que puedes ligar, pero no tocar. —Daisy se aburre fácilmente y dice cosas para dramatizar.
—No tocar. Lo he pillado —digo evitando poner los ojos en blanco—. E insisto, nadie estaba hablando de ti.
Se enrolla un mechón de pelo rubio y rizado en el dedo con un semblante pensativo en el rostro.
—No me importa que habléis de mí, pero sólo si es bueno.
Conocí a Daisy cuando llegó a nuestro instituto, con quince años. Era la chica nueva guapa y lo sabía perfectamente. Yo era bastante popular, pero no había salido antes con nadie, sólo tonteaba. Estaba centrado en el fútbol, tal y como mi padre quería. Daisy se interesó por mí, creo, y un par de semanas después ya éramos oficialmente pareja. Es una chica bastante egoísta y nunca me ha preguntado por qué tengo tantos moratones, cortes y cicatrices. Lo mencionó en una ocasión, la primera vez que lo hicimos, y le conté que eran de un accidente de coche que tuve cuando era niño. No preguntó por los recientes.
—Mira nena, tengo que irme. —Le doy un beso rápido en los labios—. Tengo que ir a matricularme, deshacer las maletas y encontrar dónde diablos está todo.
—Vale. —Hace pucheros con el labio inferior y entierra los dedos en mi pelo, guiando mis labios de vuelta a los suyos para darme un beso más profundo. Cuando se aparta, sonríe—. Me iré a casa y me entretendré con cosas aburridas del instituto.
—Seguro que estarás bien —le digo mientras retrocedo hacia las puertas, esquivando a la gente que inunda el pasillo—. Volveré para el baile de bienvenida.
Me dice adiós con la mano y se da la vuelta para dirigirse al aparcamiento. Mantengo los ojos fijos en ella hasta que está en el coche y entonces entro en el edificio. El aire es más frío dentro, brillan luces tenues y hay muchos gritos y mucha desorganización.
—No necesitamos apuntarnos a ningún tour. —Camino hacia Luke, que está cerca de la mesa de inscripción leyendo un panfleto rosa—. ¿No ibas a buscar tu habitación o era una excusa para escapar de Daisy?
—Esa tía me vuelve loco. —Se pasa la mano por su corto cabello castaño—. Y a eso iba, pero entonces me he dado cuenta de que sería mucho más fácil si nos apuntáramos a una visita guiada, así sabré dónde está todo.
Luke es una persona muy organizada en lo que se refiere a las clases y el deporte. Tiene sentido, ya que conozco su pasado, aunque visto desde fuera pueda parecer problemático y un fracasado escolar de esos que siempre hacen campana.
—Vale, pues nos apuntamos. —Escribo nuestros nombres en el papel, y la chica pelirroja que está sentada detrás de la mesa me sonríe.
—Podéis ir al que va a empezar ahora —dice descaradamente, subiéndose el pecho con las manos mientras se echa hacia adelante—. Acaban de entrar en el pasillo.
—Gracias. —Le sonrío y me pavoneo con Luke mientras nos dirigimos adonde nos ha indicado.
—Siempre igual —dice divertido mientras esquiva una mesa más pequeña con platos llenos de galletas—. Eres como un imán.
—Yo no lo busco —contesto mientras nos acercamos al final de la multitud—. De hecho, me gustaría que no fuera tan bestia.
—No te gustaría —responde poniendo los ojos en blanco—. Te encanta y lo sabes. No estaría mal que lo aprovecharas, así te desharías de esa guarra.
—Daisy no es tan mala. Debe ser la única chica a la que no le importa que ligue. —Cruzo los brazos y me quedo mirando al empollón del guía con gafas de pasta, pelo castaño desaliñado y una carpeta en las manos—. ¿De verdad tenemos que hacer esto? Preferiría ir a deshacer la maleta.
—Necesito saber dónde está todo —dice—. Tú puedes ir a la habitación si quieres.
—Estoy bien aquí.
Mis ojos dan con una chica entre la multitud. La joven con la que he chocado. Le está sonriendo a un chico que está a su lado susurrándolé algo al oído. Me fijo en la naturalidad de la escena: no finge, no está tensa ni nerviosa, como siempre la he visto.
—¿Qué pasa? —Luke sigue mi mirada y frunce el ceño—. ¿Sabes qué? Creo que podría ser Callie Lawrence. Ahora que lo pienso, recuerdo que su padre mencionó que iba a ir a la Universidad de Wyoming.
—No… no puede ser… ¿no?
Observo su pelo castaño, la ropa que deja entrever su delgado cuerpo y sus ojos azules que brillan cuando se ríe. La última vez que la vi, esos ojos azules estaban nublados y pesarosos. La Callie que conocía llevaba consigo más oscuridad, se vestía con ropa ancha y siempre parecía triste. Evitaba a todo el mundo, excepto aquella noche en la que me salvó el pellejo.
—No, estoy convencido de que es ella —dice Luke con seguridad mientras se golpea la sien con los dedos—. Recuerdo que tenía una pequeña marca de nacimiento en la sien, como esa chica. No puede ser una coincidencia.
—Joder —digo en voz alta y todo el mundo me mira.
—¿Puedo ayudarte? —me pregunta el guía con un tono frío.
Niego con la cabeza y me doy cuenta de que Callie me está mirando.
—Lo siento tío, pensaba que me había picado una abeja.
Luke se ríe y yo reprimo una carcajada. El guía gruñe frustrado y sigue explicando dónde están las oficinas mientras señala las puertas.
—¿Qué te ha pasado? —pregunta Luke en voz baja mientras dobla cuidadosamente un papel por la mitad.
—Nada. —Echo un vistazo a la multitud, pero Callie ha desaparecido—. ¿Has visto dónde ha ido?
Luke niega con la cabeza.
—No.
Recorro el pasillo con la mirada, pero no hay rastro de ella en ninguna parte. Necesito encontrarla para poder agradecerle que me salvara la vida, tal y como tendría que haber hecho hace cuatro meses.