Veinte minutos más tarde llegaron los jefes, todavía sin creer que después de tanto esfuerzo se nos hubiera dado un buen resultado.
Tan pronto le comuniqué a mi jefe, él había llamado a mi general Óscar Naranjo, director de la Policía, quien tomó su avión en Bogotá; en Turbo, a orillas del mar, lo esperaba un helicóptero y ahora estaba allí con nosotros. Cuando nos vio se le asomaron un par de lágrimas de la emoción.
Luego se le acercó al bandido y le dijo:
—Usted es un asesino. ¿Cómo le va a responder al país por esos tres mil muertos que debe?
El bandido temblaba de miedo… Pero miedísimo. Luego mi general le dijo:
—¿Usted sabe todo el mal que le ha hecho a este país? ¿Se acuerda de las palabras de aquel video que mostraron en la televisión amenazándome de muerte?
—Yo soy un humilde campesino —respondió el bandido—. Yo no soy lo que la gente dice… Señor, gracias por haberme respetado la vida.