RAÚL (Jefe de comandos)

A esa altura de la operación, nuestro jefe estaba desmotivado porque confiaba mucho en la información que nos habían dado y en este punto no habíamos encontrado nada. Al parecer, ya no teníamos una esperanza cierta.

Le comenté por radio que habíamos encontrado una casa campesina con una cuatrimoto al frente de la puerta, le dije que íbamos a inspeccionar el lugar y que si no encontrábamos nada, bueno, que nos recogieran los helicópteros para marchamos de allí. Fin de la operación.

—De todas maneras, concédanos un compás de espera —le dije.

Acabe de hablar con él cuando me llamaron los comandos que observaban la casa:

—Salió un muchacho joven con una pistola en el cinto, y una muchacha, por cierto muy bonita, y van a tomar la cuatrimoto.

—Intercéptenlos, identifíquenlos. Ya voy para allá —les dije.

—Se trata de un muchacho con la piel llena, pero llena de tatuajes y una muchacha, realmente bonita, ambos de la región. No parece ser una prepago, sino alguien de algún pueblo cercano.

—¿Algo más?

—Sí. Entramos a la casa, registramos y encontramos una computadora, dos pistolas más, ropa de hombre, de marca, comida abundante en una nevera y una serie de elementos que nos indican que aquí estuvo recientemente el objetivo.

Les respondí que me estaba acercando, nos encontrábamos a unos cuarenta minutos. Cuando íbamos subiendo la montaña para buscar el sitio y vi a mis hombres en la casa y muy cerca el mar, pensé: «El bandido se nos fue por agua».

Es que la situación se prestaba. El sitio era estratégico en ese sentido.

Llegamos a la casa y encontramos a la muchacha, al muchacho y a tres niños. Revisé lo que habían encontrado mis hombres y le preguntamos primero a la muchacha de quién era la pistola que tenía el joven:

—Es mía —dijo, tal vez pensando que por ser mujer no cometía un delito.

—¿Y la moto?

—Es mía —respondió la muchacha, una joven de unos dieciséis años.

—¿Y la computadora?

—También es mía.

—¿Y la ropa nueva, masculina, de marca, empacada todavía en sus sobres, también es suya?

—No, ésa es de mi papá que trabaja en la alcaldía de Turbo —dijo muy convencida de su papel.

Sin embargo, la casa era muy sencilla, muy sencilla, como la de cualquier campesino de la región.

—Pero su papá sí es muy cotizado, porque ustedes viven en esta casa, él usa ropa fina, de marca, usted tiene cuatrimoto…

—Sí. Es que en la alcaldía a él le va muy bien.

La muchacha era muy grosera, adiestrada, agresiva.

Al hombre lo habíamos separado de la muchacha y hablamos con él.

—¿Usted a qué se dedica?

—Soy peluquero.

Continuamos preguntándole y presionándolo y él insistía en que era el novio:

—¿Cómo se llama ella?

—Eh… eh… Mariela.

No conocía su apellido, no sabía nada más. Nosotros ya teníamos su tarjeta de identidad.

—¿Y de dónde viene su relación?

—Sí, yo la conozco, pero… pero… no somos novios.

Le pregunté por el bandido y bajó la vista:

—¿Mario? ¿Quién es él? Yo no sé nada de ningún Mario. Le dije que no había problema. Que simplemente lo iba a poner a disposición de las autoridades judiciales ya que tenía un arma sin salvoconducto, una cuatrimoto de la que no exhibían ningún documento de propiedad y que no lo veíamos como a una persona de bien, y volví a hablar con la muchacha.

Ella preguntó por qué molestábamos tanto.

—¿Molestando? Acabamos de llegar.

—Bueno, es que ayer estuvieron aquí unos muchachos que deben ser compañeros de ustedes, Vinieron, pidieron agua, me pagaron para que les hiciera de comer, comieron, se quedaron un rato y luego se fueron.

En ese momento supe que se trataba de una patrulla de Hombres Jungla.

Me comuniqué y efectivamente había por allí dos grupos muy cercanos, al mando de dos capitanes. Ellos vinieron luego y confirmaron que habían estado allí la víspera porque llevaban una semana sin comer caliente y que por la noche volvieron a sus puntos.

—Ustedes están en una operación y no pueden descuidar los sitios de reacción. Es que a lo mejor el objetivo ha aprovechado algún descuido y se ha fugado del lugar.

En medio de mi disgusto los mandé a que hicieran una exploración entre la casa y la playa, a unos mil doscientos metros.