Una vez se alejó del puesto de control de los Hombres Jungla que lo habían interrogado, el hombre avanzó y se ubicó en la mitad de los dos anillos: el nuestro y el suyo, descendió hasta la base de una colina y se refugió en alguna casa de Las Mercedes. Así se llama esa zona.
Desde allí le dijo a uno de sus bandidos que se hallaba por fuera de nuestro cerco:
—Ayúdeme, estoy de recluta.
¿De recluta? Estoy de… ¿Re-clu-ta?
Bueno, pues avanzó, entró a otra finca en el mismo sector y allí empezaron a planear con un bandido cómo lo iban a sacar, vestido de mujer, vestido de soldado, en un caballo, en una lancha. Nosotros lo teníamos controlado.
Mario se separó del bandido, el bandido se alejó y un poco más adelante vio otro control de la Policía y antes de llegar inició un rodeo para escapar del retén y continuó bajando a grandes pasos.
En ese momento, Antonio, nuestro jefe, dijo:
—Necesitamos capturar a esa persona. Viene de hablar con el objetivo.
Nosotros estábamos retirados del segundo retén unos diez minutos por tierra, hicimos prender el helicóptero y tratamos de llegar a aquel control, pero nadie tenía visores nocturnos aparte del piloto y el copiloto, de manera que el hombre cruzó por detrás de nuestra base.
Ante aquella imposibilidad enviamos a Eduardo, un oficial superior, con una patrulla a localizarlo. Eran las doce y media de la noche y quien anduviera caminando por allí, a ése había que capturarlo.
Eduardo rastreó la zona un par de horas pero no lo encontró.