FELIPE (Oficial superior)

Nuestros analistas con sus controles habían encontrado un contacto importante que al parecer estaba con el objetivo. Por problemas de seguridad en el manejo de la información, no lanzamos la operación desde el mismo sitio de la vez anterior, porque aparentemente alguien estaba filtrando datos y por orden de Antonio, se lanzó la operación desde la nueva base. Volamos primero de Bogotá a Cartagena de Indias, cinco horas dentro de las cajas de sardinas.

Como los dos superiores del grupo, Antonio e Ismael, no podían movilizarse —mi general, porque había acabado de contraer matrimonio, y el otro, por molestias físicas— enviaron a tres oficiales para que lideráramos la operación: Aníbal, Camilo y yo.

Aníbal es piloto, maneja muy bien el tema de planeación de operaciones aéreas, y nosotros la parte investigativa, somos quienes decimos qué se debe hacer. Sin embargo, nuestro jefe suspendió en parte su luna de miel y tuvo que alcanzamos en Cartagena. Llegó más o menos el dieciocho de diciembre.

Desde allí comenzamos a hacer sobrevuelos y a determinar ubicaciones en las playas, banda izquierda del Golfo de Urabá, al frente de donde se había realizado la operación anterior.

Ahora éramos cuatro oficiales además de sesenta hombres de comandos y varios helicópteros en Cartagena, temporada alta de turismo, esperando a que surgiera una información clave para atacar.

Los oficiales estábamos todo el día juntos, por lo cual los vínculos de amistad entre nosotros se alimentan con cada operación, con cada actividad: desayunábamos juntos, almorzábamos juntos, cenábamos juntos. Compartíamos todo el tiempo esperando el momento indicado y las comunicaciones nos daban muchas ideas de que en ese sitio del Golfo estaba el objetivo, pero no podíamos confirmarlo y tampoco queríamos quemar ese cartucho hasta no estar ciento por ciento seguros. Alrededor del veinte de diciembre el avión hizo un sobrevuelo y logró ubicar uno de los puntos que nosotros le habíamos dado como referencia.

Transcurrieron varios días y otro avión, el que necesitábamos para una operación muy específica estaba en los talleres de mantenimiento, pero luego de la intervención del director de la Policía para que agilizaran la reparación, la nave llegó al punto que necesitábamos.

El veintitrés de diciembre estábamos almorzando en Cartagena y apareció en una playa del Golfo —en el pequeño puerto de Acandí—la persona más cercana al objetivo a quien estábamos esperando para atacar.

Partimos y en la zona acometimos sobre dos puntos: la playa y una casa aún sin terminar de construir, en la cota más alta de aquella zona, con la vista más bella que se pueda imaginar… Más bella y, desde luego, más estratégica.

Por la diferencia de tiempos y distancias entre Cartagena y el objetivo, no logramos consolidar los planes: otra operación fallida. El tipo alcanzó a escaparse nuevamente, pues unos minutos después dijo uno de los bandidos:

—Cayeron donde estaba el Viejo, pero hacia un momento él había salido de allí.

Estamos hablando de una región selvática en la cual, si usted no tiene unos elementos de información puntuales, no es tan sencillo como buscar a alguien en otro lugar. La selva es inmensa y muy dura para trabajar en ella.

Nuevamente en ceros.

Nos sacaron del área a eso de las siete en un vuelo con visores nocturnos. Esa misma noche nos recogió un avión en la pista de otro pueblo. Allí llegamos cansados, embarrados, con hambre, con sed, nos sentamos en la misma pista de aterrizaje y al poco tiempo llegó un avión Caraván que tiene capacidad para unas veinte personas. Era el veintitrés de diciembre.

Seleccionamos quiénes nos íbamos y el resto del grupo se quedaba en ese lugar para ser transportado al día siguiente a Bogotá. Llevaríamos un par de minutos después de despegar, sonó un timbre agudo y empezó el técnico a correr por todo el avión, y miraba por una ventana, miraba por otra y resultó que se estaba incendiando un motor.

El avión logró girar y aterrizó nuevamente.