CARLOS (Analista)

Nuevamente el interrogante era cómo llegarle al punto y entonces Ismael dijo:

—Mandemos gente a Acandí, eso es playa, fin de año, excursión, turistas.

Envió a varias parejas de muchachos, ellos recorrieron el jugar y lo memorizaron casa por casa, rincón por rincón, igual los alrededores hasta donde les permitían ir en plan de turismo y además, recorrieron otros paraísos más al norte llamados Zapzurro, Capurganá, Cabo Tiburón…

Antes que a ellos, el jefe había enviado a una de las muchachas de nuestro grupo, también como turista, y ella había identificado las lanchas de una empresa que utilizaban los bandidos para moverse de una orilla a la otra en pleno Golfo.

Una de las instrucciones que llevaban los turistas era verificar todo lo que se moviera en esas lanchas, qué rutas cubrían, entre cuáles puntos exactos se movían, dónde fondeaban, pero nos mató el que en esa orilla no operaba señal y no se podían comunicar con nosotros.

Sin embargo, la chica navegó hasta el pequeño puerto de Capurganá, al norte de Acandí, y allí encontró señal De ese punto me llamaba:

—Tío, ¿qué hay? Aquí están llegando los peces.

—Ubique a Macancán, que debe ser un negro, alto fornido. El llega a la playa con alguna frecuencia a recoger cosas.

—¿Negro? ¿Fornido? Aquí hay cualquier cantidad. Todos son negros. A todos los veo fornidos.

Dentro de los controles establecimos que los bandidos estaban utilizando comunicaciones a través de radio de dos metros, y ya teníamos localizado a Cuca, el que se movía más cerca del objetivo. Por radio le decían Bogotá Tres.

Eso nos imponía enviar un escáner, es decir, un radio para escuchar frecuencias de dos metros, pero ¿cómo íbamos a hacer para camuflarlo? Se trataba de un radio pequeño, sí, pero las antenas eran grandes.

Bueno, pues otros de nuestros muchachos lo llevaron. Aunque eran técnicos electrónicos se presentaron como empleados de una firma de comunicaciones muy conocida y dijeron que su misión era verificar la señal que emitía una antena instalada en el lugar.

Cuando llegaron allá se presentaron:

—Ella es una ingeniera y él, otro ingeniero. Vienen a mejorar las comunicaciones.

—Perfecto.

En ese momento los turistas ya habían ubicado a Bogotá Tres, es decir a Cuca, el que se movía más cerca del objetivo. Una vez localizadas varias personas, un veintitrés de diciembre enviaron uno de los aviones y los ubicó a todos en la playa, formando una «U» en torno a un punto:

—¿Mario?

Yo decía «Imposible, ese man qué va a estar en la playa. ¿Cómo diablos va a estar Mario bronceándose?».

—No. Mario les dio permiso a sus bandidos, pero él no debe estar ahí —respondió Andrés.

Los bandidos fueron ubicados más o menos a las diez de la mañana, los helicópteros despegaron a las once y los aviones se elevaron a eso de las dos de la tarde en Cartagena de Indias, un sitio realmente apartado, pero ideal para no despertar suspicacias. El vuelo hasta Acandí se demoraba cerca de dos horas.

Pero ese mismo día, esa misma mañana los muchachos de las comunicaciones «se quemaron», como dicen, porque un teléfono público en el lugar estaba interceptado por los bandidos y éstos descubrieron nuestros movimientos cuando la chica nos llamó de ese punto. Y no se comunicó con un celular sino con un teléfono fijo en el Centro de Operaciones.

Lo cierto es que las naves y los comandos llegaron al punto indicado, y nada. Los bandidos habían desaparecido una vez más. Allanaron la cabaña que se encontraba en construcción en aquella zona y como no hallaron nada, se trasladaron a otra que, según los bandidos, estaba terminada.

Llegaron allí pero aún no la habían habitado. Estaban montando una serie de tanques para surtirse de agua dulce y la casa se levantaba en un lugar con una vista impresionante que, además, dominaba los cuatro puntos cardinales. Los carpinteros y sus trabajadores se habían ido, era víspera de Navidad.

De todas maneras el objetivo había cambiado de zona posiblemente por el vuelo de los helicópteros sobre la playa y, desde luego por la llamada telefónica de la chica. Más tarde contaron que una hora antes habían sospechado que la Policía planeaba una operación en esa localidad y que, efectivamente, Mario había estado allí bronceándose.

Aquel día el cabecilla de los delincuentes, o «jefe militar», contaba:

—Nos tocó salir en carrera de esa playa. El Viejo todavía anda en fuga y tenemos que esperarlo.