RAÚL (Oficial superior)

Las cosas parecieron recobrar posibilidades un poco más tarde, cuando unas personas fueron a nuestra base y nos dieron una probable ubicación de Mario: nuestro bandido continuaba en la zona del Golfo de Urabá costado occidental.

Esa legión en bien conocida por nosotros y sabíamos de antemano que la topografía era inhóspita: selva cerrada, terreno inundable, pantanos, ciénagas, inmensos charcos en las zonas bajas y escarpado en cuanto uno se acerca al límite con Panamá en un punto llamado Palo de las Letras.

Comenzamos por hacer nuevos reconocimientos desde el aire y reclutar ciertas fuentes para que nos sirvieran como guías una vez penetráramos en la zona. Con nuestros equipos y la tecnología con que contamos podemos llegar a cualquier sitio, pero es importante tener conocedores que dominen la región, sobre todo para evitar el cruce por lugares poblados.

Llevábamos más o menos una semana en la planeación y definitivamente la gente de Inteligencia logró confirmar que el bandido se hallaba en ese sector del Golfo, y pese a las dificultades o, digamos, a las características especiales del terreno, a nosotros nos parecía una maravilla porque nos facilitaba muchísimo nuestro accionar de comandos.

Comenzamos a estudiar nuevamente nuestros archivos de imágenes, cartas del terreno, estudios topográficos y en un reconocimiento de campo que hicimos en la nueva zona comprobamos que allí se tenía la facilidad de las comunicaciones: había dos repetidoras controladas por algunas instituciones del Estado y sabíamos que algunos de sus miembros recibían bonificaciones de la banda criminal. Eso es malo, pero a la vez bueno para nosotros.

Bueno porque se facilitaban las comunicaciones, pero malo porque los bandidos también se beneficiaban. Entonces empezamos a buscar una alternativa para contrarrestar la situación.

Con ingenieros de la Policía instalamos una red propia, que se demoró más o menos un mes en comenzar a operar al máximo y enviamos expertos a las diferentes estaciones locales donde instalaron repetidores, desde luego cumpliendo aparentes actividades de Policía corriente.

Una vez instalada aquella red y gracias a reuniones con personas relativamente cercanas al objetivo, más o menos confirmamos y reconfirmamos la zona aproximada por la que ahora se movía el bandido. Desde luego, no había unas coordenadas exactas.

El jefe tomó la decisión de combatirlo de manera frontal. Una vez culminó el trabajo previo fueron comprometidos varias unidades como el Comando de Operaciones Especiales, la Dirección Antinarcóticos con su servicio aéreo y con los Hombres Jungla, la Dirección de Inteligencia con sus equipos de señales y la Dirección de Investigación Criminal por la parte investigativa y el área de operaciones especiales. Todos, cuerpos élite de gran experiencia.

Nos trasladamos a Medellín, base inicial de operaciones, pues ahora contábamos con tres puntos, ya no al occidente sino en el costado opuesto del Golfo, hasta los cuales, al parecer, se había movido el bandido.

El principal era un campamento en lo alto de una serranía a unos dos mil doscientos metros sobre el nivel del mar y los otros dos a menor altitud: un par de fincas, una muy cerca de la costa y otra en el talud de la serranía.

La operación fue planificada en tres fases: la primera, un asalto inicial a los tres puntos ya determinados, en la cual se calculaba que tendríamos solamente un cincuenta por ciento de probabilidades de éxito, puesto que los helicópteros se escuchan de lejos en aquellas soledades y porque la información con que contábamos no era exactamente muy puntual.

Segunda fase: se iba a determinar un cuadrante de más o menos, quince por diez kilómetros, donde estaban emplazadas las bases de nuestras comunicaciones. Ese iba a ser saturado en las partes altas, tanto haciendo bloqueos en las vías de acceso como por los corredores de movilidad, con la intención de presionar al bandido para que en sus movimientos cometiera algún error.

La tercera era muy lógica: una vez el objetivo cometiera el error haríamos una infiltración para llegarle hasta el sitio donde se encontrara.

Bueno, se lanzó la primera fase desde la ciudad de Medellín a bordo de varios helicópteros: dos se dirigían al punto principal, un campamento de los bandidos en un lugar más o menos determinado, y otros hacia una de las fincas en la zona de la costa. Los restantes buscarían la cabaña en el talud de la montaña.

Cada nave iba acompañada por dos helicópteros medianos. Se hizo la operación, tuvimos un contacto en la zona del campamento en la serranía y allí encontramos una serie de caletas o escondites para guardar cosas, túneles con ropas del bandido, muebles rústicos con la comida que frecuentemente él consumía, pero no lo alcanzamos allí.

Sin embargo, capturamos a tres personas que pertenecían a su esquema de seguridad y confirmamos que efectivamente el tipo sí había estado allí, pero por el sonido de los helicópteros había escapado.

De inmediato se llevó gente hasta la casa de recreo cerca de la costa y a la del talud de la montaña, una finca, más de campesinos que de recreo. Estábamos descartando posibilidades.

Desde luego el mayor esfuerzo se hizo en la casa de la serranía, donde además de los tres hombres capturados se incautó armamento y una computadora con información valiosa para las aéreas judicial y de inteligencia.