Ahora teníamos tres frentes de trabajo. Uno, el que los bandidos llamaban la parte «militar»; otro, la cabaña, y el tercero, el círculo familiar de algunos de ellos.
Bueno, la historia es que una mañana, los de la cabaña empezaron a organizar algo:
—Que compren un ponqué, ojalá sea negro, que compren platos, cubiertos, suban vino, busquen al cura.
Y por el lado de los «militares», Giovanni le dijo a uno de sus hombres:
—Que compren un pantalón talla tal, y una camisa XL.
—¿De qué clase?
—Camisa blanca y pantalón elegante. Así los quieren.
Luego supimos que estaban subiendo a un cura y a más bandidos: alguien se iba a casar. Pero el cura no quería ir porque pensaba que lo iban a matar. Entonces lo secuestraron: lo agarraron dos manes, lo subieron a una moto, más adelante lo pasaron a una mula:
—Pa’lante, hermano. ¿Cómo que no va?
—¿Para dónde me llevan? Dios y Señor mío…
—Para un matrimonio y no joda más.
Efectivamente, uno de los Úsuga, el tal Mauricio, dijo más tarde:
—Yo voy a ser el padrino.
¿Quién se iba a casar? Pensamos que el Viejo.
En efecto, el tipo se casó esa misma tarde con una mujer joven, mucho menor que él, de unos veinticinco años, y el bandido de unos cuarenta y siete. A ésta la quería más que a las otras cuatro, pues luego supimos que tenía cinco, conocidas.
Ésta se llamaba Catalina y le decían la Gomela —por joven—, pero con las anteriores había tenido únicamente hijas y la Gomela le había dado un niño.
Bueno, pues la tal Gomela fue la que hizo la faena:
—Usted se casa conmigo, hermano. Se casa o se casa —le dijo una noche del mes de noviembre y él respondió que sí, que bueno:
—Perfecto, traiga al cura —respondió.
Y ella:
—Sí, que traigan a un cura, un ponqué, ropa decente para este hombre, que venga Giovanni, que llamen a Mauricio… Ah. Y me traen un mariachi, necesito meterle música a esta joda.
Nosotros teníamos comunicación con Gloria, la mamá de la Gomela, y ella mencionó un par de días antes que su niña se iba a casar con el Viejo, que se iba a preparar, que la niña iba a manejar al tipo porque a ellas no se les podía escapar.
Luego le dijo a la Gomela:
—Hija, me invita al matrimonio. Yo tengo que ver eso.
Desde luego, nosotros ya teníamos el antecedente, pero cuando lo del ponqué negro y el mariachi y «la joda», la muchacha no le avisó a la mamá porque, después supimos, tuvieron lo que llaman un pálpito, es decir, un presentimiento:
—Es una vieja bruja —había dicho el Viejo, y se lo creyeron.
Después del matrimonio, la Gomela le narró la historia y «la vieja bruja» comenzó a llorar.
—Pero ¿fue una fiesta normal? —preguntó.
—Sí, mami, pero de blanco. De-blan-co.
Había bajado al pueblo principal en la costa del Golfo, consiguió una costurera y, claro, «tela, tijeras y aguja, pero todo en silencio», según le contaba a su mamá.
Una vez le llevaron el traje hasta la montaña y los zapatos y esas cosas, organizó la rumba un sábado a las seis de la mañana y a las seis de la tarde el Viejo ya estaba arreglado.
—Venga, mijo, arrodíllese y jura, no joda —le había dicho cuando llegó el cura.
Como eso lo organizó la muchacha en cuestión de horas, Antonio, nuestro jefe, no alcanzó a ordenar el envío de un avión, ni gente. Nada.