¿Por qué intensificamos la búsqueda de ‘Don’ Mario? Porque hacia un par de semanas había aparecido en la televisión diciendo que una banda de criminales conocida como La Oficina de Envigado se había comprometido con otros delincuentes a matarlo. Dijo que él los había «capturado», los hizo confesar y los devolvió. Pero no puso en libertad a dos policías que estaban con ellos. A ésos los mató.
Mario daba su parte de victoria y finalmente desafiaba a las autoridades y lanzaba amenazas de muerte contra el general Óscar Naranjo, director de la Policía.
Como respuesta, con Antonio, nuestro jefe, decidimos enfilar baterías en esa dirección.
Ya habíamos tenido una investigación contra el tal Mario, contábamos con algunas informaciones, más o menos teníamos indicios sobre la zona donde se encontraba, sabíamos algo acerca de su banda. Se hablaba de ciento cincuenta, de doscientos hombres en torno al Golfo de Urabá.
Para recolectar más información desplazamos gente de nuestro grupo hacia aquella región, montando diferentes fachadas, venta de licores, técnicos en comunicaciones, expertos en maderas… El delincuente tenía el control del Golfo y se apoyaba mucho en dos personas muy allegadas, los hermanos Úsuga —Darío, alias Mauricio, y Juan de Dios, alias Giovanni—, que se movían como segundo y tercero dentro de la banda.
Mauricio manejaba la parte financiera y de narcotráfico, y Giovanni se encargaba de lo que llaman los bandidos la parte Militar. Él mandaba en la zona, tenía gente en puntos estratégicos del Golfo y recibía información permanente de cada uno.
Nosotros ahora empezábamos a conocer el sector, los cabecillas, los mandos medios, más o menos el perfil de cada uno y los analizábamos, tanto por observación como por control.
¿Qué encontramos de Mario? En aquel momento nuestra referencia eran la imagen, la voz y algunos detalles que habíamos detectado en aquel video, pero no sabíamos mucho más, porque, entre otras cosas, delegaba funciones en los Úsuga y él se ubicaba muy en segundo plano.
Mauricio, a quien Mario le tenía más confianza, era serio, trataba bien a sus delincuentes según lo fuimos sabiendo, no era bebedor, no era mujeriego. En cambio a Giovanni le gustaban la botella, las mujeres jóvenes, viejas, gordas o flacas, feas o lo que ellos llaman bonitas y, además, era aficionado a las riñas de gallos. A la vez que íbamos conociéndolos conseguíamos informantes.
La campaña duró en total un año y medio, porque cuando se desencadenó lo de Los Mellizos, ya llevábamos cinco meses detrás de Mario y su banda.
Nosotros habíamos conformado un grupo de once oficiales y a cada uno le dimos un blanco. Cuando apareció el video por televisión, llamé a Rodrigo, el oficial que se encargaba de Mario, pero haciendo un balance, realmente contaba con una información salida muy de la base. Hasta ese momento, él había tenido informantes que apenas conocían generalidades de la banda.
Por tanto, activamos todo cuanto teníamos en aquel momento; Incluso, mandamos a Urabá informantes de casos como el de Los Mellizos, aprovechando que algunos conocían la zona, otros tenían relación con el bajo mundo del lugar, otros eran gente normal y podían moverse por donde quisieran.
La estrategia buscaba que como entre bandidos se conocen o se van conociendo, detrás de sus confidencias aparecen de forma espontánea nuevas pistas y nuevas fuentes de información. La meta era llegar, paso por paso, a puntos cada vez más avanzados.
Total, mandamos a unas treinta personas, y en Medellín trabajamos por intermedio de una empresa que presumiblemente acababa de premiar a un par de jóvenes por su eficiencia y por tanto los enviaba a una excursión al Golfo con sus respectivas esposas.
Para montar esa operación tuvimos que esperar a que les creciera el cabello y mientras tanto fuimos montando las fachadas.
Ellos permanecieron allá quince días. Se trataba de conocer la zona, estudiar y recorrer las vías de acceso, los posibles puntos estratégicos del objetivo, algunos de los movimientos de su gente, rutinas, costumbres, lugares que pudieran frecuentar.
Los jóvenes premiados eran comandos del Grupo Antiterrorista que, desde luego, viajaban como cualquier visitante; salieron de Medellín, donde los recogió un carro local, los llevó al aeropuerto, volaron en línea comercial a Apartado, área del Golfo, allí los recibió un taxi expresamente contratado por la agencia de turismo que los guiaba, los transportó hasta la ribera del Golfo, allí tomaron una lancha y atravesaron hasta Acandí.
Ellos llevaban equipos electrónicos y cuando llegaron a su destino se encontraron con un grupo de ocho bandidos armados con fusiles que tomaban nota de quiénes arribaban.
Ellos hacían caminatas, fogatas, como cualquier grupo común y corriente, salían a bañarse y finalmente comprobaron hasta qué punto el sector estaba controlado por la banda de Mario. Igualmente que el objetivo se hallaba en algún rincón de esa zona.
En tanto, un informante de Acandí atravesó el Golfo y fue recogido en la banda oriental por otro de nuestros muchachos que se movía como mecánico, y nos dio una información muy completa respaldada por un plano marcando dónde estaba ubicado el objetivo.
Ése era el eje de la información pero no se había constatado si realmente estaba o no estaba allí, porque los turistas no podían acercarse al punto señalado para verificarlo. Por ejemplo, el segundo día habían salido a caminar, y les salió al paso un grupo de bandidos:
—Este sector no es para visitantes. Regresen a su playa —dijeron.
Como complemento enviamos parejas de Inteligencia a cada uno de los pueblos y lugares importantes para los bandidos, de manera que prácticamente saturamos aquella zona.