—¿Por qué conoce tan bien los movimientos de ese vehículo? —le pregunté.
—Porque yo soy el que maneja, es decir, al que administra o da las órdenes para el trabajo de la tractomula. Por eso puedo entregarles a Pablo Arauca. Tengo una posibilidad casi del noventa por ciento de que cuando se vaya a mover me llame y yo se la tengo que enviar… él me dice sáqueme, lléveme, recójame y si no lo puedo hacer yo, tengo la posibilidad de mandar a alguien a que lo haga. Pero yo manejo la información —como dicen ustedes— en tiempo real cuando están en movimiento… —¿Cuál es la matrícula del vehículo?
—Ni la matrícula ni la descripción se las entrego a usted ni a nadie hasta que no me den plena garantía sobre mi seguridad.
—Esté tranquilo.
Hablando de Los Mellizos, nuestro informante contaba que había logrado vincularse a esa organización estando en Vijes, pueblo en el occidente de Colombia, donde él tenía un camión y su papá un pequeño autobús, y vivían del transporte público.
Los Mellizos eran de una familia tan pobre como ellos, pero Víctor se fue para Estados Unidos y comenzó como panadero en Nueva York.
Luego, ambos llevaban sus propias porciones de cocaína, es decir, eran sus propias «mulas» y aprovecharon la panadería para comenzar a distribuir la droga. Aquello resultó un éxito y rápidamente fueron traficando con cantidades cada vez mayores.
Un par de años después y a sabiendas de que se trataba de una operación incierta y por lo tanto de grandes riesgos, Pablo Arauca lo lanzo al azar.
—Hermano, váyase para el Brasil, recoja una droga en tal parte y la transporta hasta tal sitio. Allá tengo los contactos.
El informante se fue a Río de Janeiro, le entregaron quinientos kilos de cocaína en un camión y desde luego cayó en una trampa que le tendieron los socios del Mellizo. Fue capturado y terminó en una cárcel.
No obstante, esperó a que Pablo Arauca se hiciera cargo de su defensa, o se interesara por él, o por lo menos preguntara cómo había sucedido aquello, pero no: lo había dejado abandonado a su suerte.
Desde luego, este hombre tenía algún dinero porque había estado en el negocio de la droga, con él se administró su propia defensa y gracias a un vericueto jurídico logró salir de la cárcel un par de años después y se vino con un resentimiento muy grande. Ése fue su primer problema con Pablo.
Con el dinerito que le quedó, regresó a Vijes, compró un bus viejo y se lo dio a su padre.
Estando allí apareció Víctor y lo invitó a que trabajara nuevamente con ellos. Como le iba mal en lo del transporte, regresa y se sumó, ahora como conocedor de la organización.
En aquella charla llena de historias y precisiones, regresamos al tema inicial y él hizo un recuento ya más pormenorizado de los sitios hasta los cuales le habíamos llegado a Pablo Arauca.
—¿Ellos qué dicen de eso?
—Que alguien los entregó porque se trataba de movimientos secretos. Le echan la culpa a un cura, a un profesor, a un abogado, a éste, al otro…
—Bueno, ¿y ahora, cómo nos va a entregar al Mellizo?
—Yo lo llamo a usted y le informo por dónde va la tractomula.
(En ese momento digamos que me dañó mi operación, porque yo estaba planeando llegar a un ponto determinado con helicópteros, comandos…).
—¿Pero usted también va a Caucasia? —le pregunté.
—Sí, claro. Allá está Víctor, pero ése es buena gente. Él me salvó la vida. A ése no se lo voy a entregar.
(Estaba confirmando el sitio donde se encontraba).
—Les repito que al que quiero entregar es a Pablo Arauca.
Pensó unos segundos y luego empezó a contar sus roces con el bandido, por los cuales él le dijo una primera vez a su hermano Víctor que lo matara.
—Hay que salir de ese hombre. Hay que matarlo ¡ya!
El informante le pidió a Víctor que le perdonara la vida y éste se la perdonó.
Más tarde Pablo Arauca volvió a ordenar que lo asesinara, y por segunda vez Víctor desobedeció. Desde luego, este hombre guardaba un resentimiento muy grande, pero muy grande, y eso lo había hecho venir hasta nosotros.
—¿Cómo se mueven Los Mellizos en sus zonas?
—Mire: a la gente que va a subir hasta allá, la recogen en la carretera principal, en Taraza, y la transportan en un campero viejo.
Cuando dijo «campero viejo», me fui para atrás.
—¿Cómo es el grupo de seguridad de Víctor?
—Anda con cinco guardaespaldas…
—Pero, ellos acostumbran a rodearse de gente de mucha confianza…
—No, la de confianza es la cocinera —dijo, la describió pensó unos segundos y repitió—: Yo no le estoy dando información de Víctor. Yo del que le estoy hablando es de Pablo Arauca.
—Bueno, usted está confirmándonos que conoce bien esa organización, aunque, cualquiera abre un periódico y sabe lo que usted nos está diciendo. Yo entiendo que el tema ahora es una tractomula, pero, un momento: nosotros estamos operando contra todos los bandidos. Si el segundo Mellizo cae, cae.
—Bueno, pues… Usted está en lo suyo.
Continué indagando y me dio los nombres de algunas fincas y me habló de pequeños puertos de río… Yo tenía el mapa en la cabeza.
—¿Y cómo se puede llegar a tal puerto?
—Por esta vía o por esta otra, aunque por aquí es más demorado porque…
Mi general Naranjo sonreía porque aquella operación no la conocía con minucias, y me dijo:
—A partir de ahora este señor es enteramente suyo.
—Bueno —continué con el informante— lo único que no me convence es por qué usted no nos describe la tractomula y no nos dice el número de la matrícula.
—Bueno. La matrícula es… es… AKH 560, cabina blanca con una virgen pintada en cada uno de los costados.
Desde ese momento comenzamos a identificarla como la Cinco Sesenta.
Luego habló de su recompensa, de la posibilidad de sacar a su familia del país —unas veinte personas—, y yo le dije que eso no lo ofrecía la Policía, pero que le garantizaba ayuda.
Volvimos al tema de la tractomula:
—Necesito verla para creerle —le dije.
—La va a ver —respondió.
En ese momento estábamos en búsqueda de Víctor, el segundo, pero a la vez, detrás de Pablo Arauca. Yo tenía que regresar a la zona de operaciones y dejé un oficial para que lo cuidara:
—Nadie, absolutamente nadie puede saber que él existe, así lo llame mi general Naranjo. Nadie puede saber de él…
—Y sólo nos comunicaremos por este teléfono —le dije al oficial.
Pasó algún tiempo y no se supo más de Pablo Arauca. Finalmente cayó su hermano Víctor, y el informante le comentó al oficial:
—Con la operación que desgraciadamente ustedes le acaban de hacer a Víctor y ese aviso del general Naranjo en la televisión, Pablo Arauca se va a mover. Debe estar en tal parte.