ISMAEL (Coronel)

—Mire —continuó—, la tractomula lo recogió el mismo día que se escapó en el peaje de El Copey y lo llevó desde la planicie que rodea a la Sierra Nevada, hasta Chía, cerca de Bogotá a cientos de kilómetros de montañas.

Allí buscaron una casa con una gran zona verde, rodeada por una malla con electricidad y más allá un cordón de casas de gente pobre adiestrada para avisar con pitos, ladridos de perros, latas, gritos, tablas, cacerolas, si veían a alguien sospechoso en los alrededores.

Pablo Arauca se quedó en esa casa con un bandido llamado el Pollo y el chofer se fue a guardar la tractomula en otro sitio.

Luego amplió la historia:

—Todas las veces que Pablo Arauca se les fue a ustedes, el mismo chofer lo sacó de cada zona en ese vehículo —y comenzó a hacer un recuento que, según Antonio, nuestro jefe, coincidía bastante con lugares y fechas aproximadas:

—El lunes —dijo el informante— la tractomula llevó a Víctor, el muerto, hasta Coveñas en la costa Caribe. El tipo se alojó en una finca con dos viejas y allí pasó la Semana Santa. Al martes siguiente lo transportó hasta tal lugar, en el centro del país, a cientos de kilómetros de allí.

Cuando contó aquello, vimos una oportunidad de oro, la comentamos entre los oficiales de Inteligencia —al grupo de operaciones no se le informa nada de esto— y llegamos a la conclusión, además lógica, que aquel hombre era el que tenía la brújula para volver sobre los pasos de Pablo Arauca.