Uno de los caídos allí fue Rambo, el sujeto que controlábamos en Taraza, el de la motocicleta dorada, un pistolero al servicio del bandido.
Víctor, el Mellizo, tenía dos pistolas, pantalón camuflado de desierto y el torso desnudo. Rambo llevaba una subametralladora MP5 y otro escolta, también caído, un fusil AK47.
Una operación con transparencia. Así como se había dado de baja a los que se enfrentaron, estaban vivos los que no lo hicieron.
Aquella noche, nosotros habíamos despegado volando visual en plena época de lluvias, pensando en qué momento podía caerse el helicóptero, en qué momento… Llovía mucho, un viaje molesto, feo, riesgoso. Llegamos al punto y no encontrábamos la casa.
Luego los muchachos de tierra nos ubicaron, logramos aterrizar… Uno de aquellos aterrizajes en los que uno no sabe dónde tocó tierra, cómo logró ponerse a salva Esa noche los relámpagos medianamente nos permitían ver el piso, lleno de charcos y barro, charcos…
En la puerta de entrada a la casa encontramos el cadáver del bandido tendido sobre el piso.
Mirando aquella casa, mi primera conclusión fue que no vale la pena ser delincuente. ¿Por qué? Porque puede que sea dueño de cientos o de miles de millones de dólares, que pueda pagar ]a deuda externa de un país con dinero del narcotráfico, que pueda acceder a lo que más le guste, que la modelo más prestigiosa se acueste con uno durante un fin de semana a cambio de miles de dólares. O que llegue a ser el delincuente más rico y más poderoso… Puede ser.
Pero ¿observar la forma como vivía esa persona? La construcción parecía un criadero de cerdos: una casa similar a una choza, enclavada en un cañón entre las montañas, pisos de barro sentado, paredes en bahareque, o sea, palos mezclados con caña y barro.
Entraba usted y encontraba una sala comedor con un par de sillas de plástico, un desorden de botas embarradas, una cama ancha, doble y un televisor con señal satélite, un aire acondicionado, no sabíamos si servía o no servía, un armario con unas treinta camisetas camufladas, oscuras, con nombres en inglés, debajo de las cuales se cruzaban ratones, cucarachas, basura.
Al otro lado encontraba usted veinte telas para secarse el sudor, aquí las llaman ponchos, cantidades de pantalones camuflados con ocho bolsillos cada uno, lociones, juguetes sexuales, guantes, gorras, más allá un baño pequeño, modesto.
En una mesa una especie de sopa, un sudado frío y dentro del sudado más cucarachas.
Atrás, una estufa y una habitación donde dormían los guardaespaldas: colchones tirados sobre aquel piso de barro y basura en los rincones.
Allí transcurría la vida de un hombre lleno de dinero.