Ya temamos una idea clara de la existencia de La Moneda, ramo por las informaciones del analista desde Bogotá como por lo que escuchábamos en los bares del lugar. Además, nos informaban de lo que se vivía en el café de Alicia.
—Pero ¿usted para dónde me quiere llevar? —preguntaban las chicas que atendían las mesas.
—Para allá arriba donde tenemos una fiesta.
—¿Y dónde es allá arriba?
—Aquí cerca. A La Moneda, a una hora de aquí.
De acuerdo con las historias que se iban cruzando, le dimos a nuestro equipo misiones muy específicas, por ejemplo, no detener directamente a personas de la banda, como a Rambo y demás, sino a gente de la región, ajena a los bandidos:
—¿Qué es La Moneda? ¿Una finca con un campo de fútbol?
—¿Dónde queda?
—Allá arriba, por tal y tal camino, o por tal otro…
La gente empezaba haciendo descripciones y luego historias, y todo concluía con que aquél era el bastión de Víctor o, por lo menos, su punto de mayor permanencia. La finca era un lugar reconocido en Taraza, porque había pertenecido a un bloque de los paramilitares antes de ser comprado por Los Mellizos.
Posteriormente a esto continuamos nuestro trabajo investigativo a partir de Caucasia, pero ya se hacía cada día más evidente, más cercano para nosotros el llegar hasta el objetivo, pues ya coincidían muchos elementos de información que nos decían, «allí está, allí está».
Deberían ser finales de marzo o algo así, y ya nuestros jefes habían hecho contacto con un personaje a quien llamaban el Tocayo, una fuente que llegó dispuesta a darnos la información.
Nosotros nunca tuvimos contacto con él porque nos hallábamos en un trabajo muy específico y el tipo se entendía con los jefes. El personaje le había sido enviado al director de la policía por algún ministerio del poder cenizal.
En las entrevistas que realizaron con el Tocayo y apoyándose en toda la cartografía y en toda la información previa que teníamos sobre el objetivo se fueron decantando situaciones. Por ejemplo, la fuente habló directamente de La Moneda.
Clarificadas muchas cosas, se dispuso el traslado de los comandos dirigidos Raúl a la zona de Taraza. Para esa época se estaban presentando en aquel pueblo unas marchas campesinas muy concurridas y muy belicosas contra la fumigación y la erradicación manual de los cultivos de coca.
Como consecuencia había bloqueos en la vía principal, y desde luego pedreas y conflictos con la Policía local, por lo cual se tomó la decisión de enviar allí a un escuadrón antidisturbios, unidad de la Policía especializada en manejo de turbas.
Aprovechando su presencia, nos asociamos con ellos, entre comillas, porque nuestra razón de ser es mantener en secreto el objetivo real, no solamente ante la Policía sino frente a todo el mundo.
Desde luego, allí nos encontrábamos con algunos oficiales conocidos que nos preguntaban qué estábamos haciendo en ese lugar:
—Tratamos de ayudar para que esto se supere pronto, pues la impresión es que las marchas puedan estar infiltradas por grupos armados ilegales —respondíamos.
Gracias a ese clima de agitación, ahora teníamos la tranquilidad de sentarnos en el parque central del pueblo con otros policías, la facilidad de observar a personas sospechosas que se movían por allí, sus rutinas, sus movimientos. Hacíamos inteligencia abierta.
En aquellos días nos benefició también el sobrevuelo de aeronaves gracias a las marchas y todo aquello sumado lo fuimos capitalizando a favor de lograr nuestro objetivo.
Aprovechando todo aquel movimiento de aeronaves, de Policía antidisturbios, se ubicó al grupo táctico, apoyado en las coordenadas que habíamos cotejado con mapas y confirmado con la fuente.
Un primer paso consistía en ubicar inicialmente a los comandos en un punto a diez kilómetros de La Moneda.