Soy la cabeza de un grupo de comandos de Operaciones Especiales Antiterroristas de la Policía de Colombia.
Luego de cinco intervenciones fallidas contra el Mellizo Pablo Arauca, o limón, supimos de un punto donde se reunía con gente de cierta calaña, y comenzamos por ubicarlo con dos grupos de mi equipo, a bordo de una camioneta particular acompañados por tres muchachas de la Policía Judicial, muy expertas y muy profesionales.
El plan era entrar por el Dos y Medio y penetrar hasta una región llamada El Marfil. Inicialmente yo quería ver el recorrido para asimismo planear nuestro avance, porque una cosa es el reconocimiento desde el aire y otra el estudio de unos mapas y la memorización de una serie de instrucciones.
En una palabra, buscaba una visión real del entorno, porque ésa es una zona controlada por bandidos a partir de una carretera importante que va al noroccidente del país, es decir, a Medellín y sus contornos.
Bueno, durante la operación logramos llegar hasta El Marfil. Obviamente, a través del recorrido en varias oportunidades nos siguieron camionetas, motocicletas, cuatrimotos, pues nos movíamos en un vehículo ajeno a aquel sector.
Íbamos con el pretexto de las fiestas en un par de pueblos en inmediaciones de El Marfil, a unos tres kilómetros de donde nos encontrábamos: nuestro interés era estudiar el recorrido, grabarnos la localización de cada rincón, sus características y algunos detalles de las vías en ciertos puntos, para iniciar una infiltración.
Visitamos los dos pueblos, estuvimos en las casetas de baile, tomamos trago, miramos, escuchamos, bailamos. En muchas oportunidades se acercaban bandidos, nos miraban, dejaban ver sus armas. Con su actitud agresiva venían a tratar de averiguar quiénes éramos. Se sentaban en mesas cercanas para escuchar lo que hablábamos, pero nosotros tocábamos temas triviales, cosas de parejas normales, y claro, parte de la actuación, desde luego era besarnos algunas veces y acariciarnos con las muchachas.
Nos alojábamos en un hotelucho, duramos un par de días en plan de rumba y finalmente salimos de allí. En ese momento aparecieron cuatro motocicletas, cada una con dos hombres armados con fusiles, pero nunca nos detuvieron. Se nos pegaron a la camioneta y nos detuvimos a mitad del camino entre El Marfil y la carretera principal donde había un estadero.
Las muchachas se hallaban nerviosas, entramos al sido para buscar que se calmaran, tomamos una cerveza esperando a que nos abordaran para preguntamos algo, pero no. Ellos se detuvieron, no abandonaron las motos, no preguntaron nada, aunque, como es nuestra costumbre, nosotros llevábamos cada uno un libreto ya estudiado: en qué trabajaba cada persona, cómo nos habíamos conocido, en dónde vivía cada uno, etcétera, pero a la vez llevábamos con nosotros identificaciones especiales con nombres ficticios, carnés de cooperativas, tarjetas de sindicatos, esas cosas.
Los tipos esperaron allí, nosotros salimos nuevamente, ellos continuaron el seguimiento y dos kilómetros adelante se devolvieron. Pienso que no los provocó ninguna actitud aparentemente agresiva por parte nuestra.
Regresamos finalmente a nuestra base de operaciones y allí trazamos nuestros planes. En ese momento tuvimos en cuenta todos los posibles casos de accidentes que se pudieran presentar, los acontecimientos que salieran al paso de acuerdo con las situaciones que ya habíamos establecido, las distancias, hasta las condiciones derivadas del terreno que atravesaban las vías… Es decir, tratamos de prever lo previsible.
Pero a la vez planeamos la operación: cómo íbamos a ingresar hasta la finca escogida por el bandido para reunirse con sus visitantes, cual iba a ser nuestra fachada antes de penetrar a la zona, cómo íbamos a reaccionar en caso de…
Desde un comienzo decidimos transportarnos en parte del recorrido a bordo de una volqueta, pues en aquella zona se movían muchas entrando y saliendo, ya que en inmediaciones hay algunos yacimientos de petróleo.
La volqueta era el vehículo más seguro para nosotros y nos permitía reaccionar de una manera idónea en caso de ser necesario.
En la carretera establecimos un punto, basándonos en una coordenada obtenida en reconocimientos aéreos: por su amplitud, porque era la entrada a una finca el lugar permitía que la volqueta llegara hasta allí, nosotros desembarcaramos y el chofer podría regresar. Un sitio único porque en esa zona las carreteras son angostas.
Nuestros uniformes para operar son diferentes a los de la Policía, son trajes especiales que, entre otras muchas cosas, nos ayudan a sobrellevar el calor del día y el frio algunas veces penetrante, por las noches.
En aquella volqueta ibamos ocho comandos. El resto de mis hombres se habían quedado pendientes con tres helicópteros en la base aerea de la Policía en un lugar llamado Mariquita con el fin de apoyarnos en cualquier contingencia.
Efectivamente, el día de la operación nos embarcamos en el volco del vehículo y partimos a la una de la tarde. Ibamos cubiertos por unas sábanas de plástico, al lado de algunos rollos de alambre de púas y carga típica de la región.
Entramos al Dos y Medio al atardecer. A partir de la base habíamos hecho siete horas de carretera muy fatigantes por el calor, por la dureza del vehículo, por la incomodidad que suponían los equipos que llevábamos.
Como en aquella operación participamos ocho hombres, cargábamos muchas cosas; armamento, municiones, equipos nocturnos, optrónicos —ayudas infrarrojas diurnas y nocturnas—, que son elementos para operaciones especiales que pesan, y aún sin haber tenido que caminar, el desgaste físico dentro de aquella volqueta había sido mayor. Cada comando lleva más o menos cuarenta y cinco kilos sobre los hombros.
Bueno, desembarcamos en una zona despoblada y confiábamos en que las coordenadas nos conducirían a la casa de una finca sobre una meseta y al frente de ella una piscina. En ese lugar generalmente permanecía la Mona.
Una vez en tierra empezamos a avanzar en la dirección de aquella casa, desde luego, no por la carretera sino a través de la vegetación y de la espesura del bosque, terreno complicado porque presentaba depresiones, hondonadas, ascensos casi verticales y por tanto muchas corrientes de agua en el fondo de las cañadas.
A medida que la vegetación fue haciéndose densa, era más difícil caminar en plena noche, a pesar de que llevábamos visores especiales y ayudas electrónicas, ayudas magnéticas, equipos de ultrasonido…
Avanzábamos en silencio y además de los visores nos ayudamos con equipos en nuestras armas que refuerzan la visión iluminando áreas en el entorno que sólo son detectables mediante aparatos especializados. Digamos que son lámparas con rayos de luz invisibles.
Avanzamos hasta localizarnos muy cerca de la casa. Las características del terreno en aquel lugar eran muy irregulares porque ahora estábamos en el filo de una cañada que caía en pendiente pronunciada hasta una corriente de agua. Vegetación encasa en el lugar.
Al lado de la casa localizamos varias camionetas bajo un cobertizo, una de ellas la de la Mona, nos acercamos un poco más y verificamos sus placas. En ese momento nos encontrábamos a unos doce, quince metros de la casa, una de las cuatro o cinco fincas en las cuales realizaba sus reuniones el bandido, según los hombres de Inteligencia.
Sabíamos que allí no podíamos permanecer mucho tiempo porque seríamos detectados por la cercanía y en un terreno que no se prestaba para camuflarnos, de manera que tomamos la decisión de alejamos unos ochocientos metros, hasta una zona con vegetación, totalmente al frente de las construcciones. El punto era un poco retirado, pero a mayor altitud sobre el resto del terreno, de manera que con los equipos especiales, las miras de las armas y la ubicación de los comandos —dos por punto cardinal en tomo a la casa—, el control era óptimo.
Sin embargo, antes de replegarnos hasta aquellos sitios, dejé a tres hombres en el filo de la hondonada que se inclina buscando la corriente de agua. ¿Por qué tres hombres? Porque en caso de tener que enfrentar al objetivo, una de sus rutas de escape sería aquella pendiente a espaldas de la casa.
Amaneció, empezó algún movimiento, vimos luego llegar a la Mona en una camioneta que ubicó cerca de las que se hallaban en el lugar. Veíamos también a una señora con tres niños pequeños y a un muchacho, al parecer encargado de asear la piscina y cumplir con los quehaceres de la casa.
La Mona salía con frecuencia hacia otros puntos en El Marfil, regresaba y partía nuevamente en distintas direcciones, donde al parecer estaba la cueva del bandido. Yo me comunicaba con mis jefes por un teléfono satelital y ellos decían, según los controles que llevaban a través del analista en Bogotá, que el tipo no estaba aún en el sitio, pero que, definitivamente iba a llegar.
Avanzó un poco la mañana y empezó la presencia de campesinos en el sector que ocupábamos para podar algunos árboles y… algo increíble: la corriente de agua estaba cercada para evitar que el ganado se acercara a beber en ella. Mucho después supimos que la gente creía que estaba envenenada.
Bueno, pasaron dos y pasaron tres días y no sucedía nada diferente. Nosotros quietos en nuestro sitio y los tres comandos, también expectantes, agazapados en la cañada.
Por las noches mandaba a un par de muchachos livianos a explorar las cercanías de la casa, ellos seguían por los bordes de los senderos para tratar de acercarse bastante, pues los jefes habían advertido que posiblemente el objetivo pudiera estar en alguna habitación. Como era un tipo muy disciplinado, sabíamos que en general evitaba moverse del lugar para que no lo vieran. No obstante, las estancias de la casa permanecían apagadas y en silencio.
Pasaron cuatro días, cinco días… Al llegar el séptimo estábamos físicamente disminuidos porque en las horas diurnas hacía muchísimo calor, por las noches caían unos aguaceros torrenciales y como estábamos infiltrados no podíamos colgar carpas ni hules y debíamos permanecer allí sin movernos. Teníamos solamente nuestros uniformes que sirven para diferentes temperaturas, pero no tan extremas como las que se presentaban allí al mediodía y a la madrugada, de manera que el rigor del clima fue afectándonos poco a poco.
Además, a esa altura estábamos sin comida porque la operación había sido planeada para tres, cuatro días, y aunque teníamos raciones, nos hacía falta especialmente el agua.
Sin embargo, algunas veces bajábamos a la cañada y la tomábamos de la corriente al fondo, pero de todas maneras estábamos en un estado de pre deshidratación.
En nuestro equipo cargamos elementos para primeros auxilios, entre ellos dextrosa y los aditamentos necesarios para aplicarnos el suero en las venas. Tuvimos que apelar a ellas para contrarrestar nuestra deficiencia física. Nos aplicábamos aquel fluido entre nosotros mismos, pues tenemos un entrenamiento especial, pero comenzó a agotarse.
Finalmente, al terminar aquel día, nuestros jefes tomaron la decisión de relevamos con el grupo de comandos que estaba alerta en la base.
Bueno, lo prepararon, esa noche nos pusimos una cita en el mismo sido donde habíamos desembarcado y nos cambiamos más o menos a la una de la madrugada.
Ellos habían entrado en la misma volqueta por el Dos y Medio aproximadamente a las nueve de la noche, algo que pensamos había sido una falla porque a tal hora no era normal la circulación de esa clase de vehículos.
Finalmente desembarcaron, les dimos explicaciones en cuanto al terreno que iban a encontrar, les indiqué dónde tenían que dejar a los muchachos para el bloqueo en la parte posterior de la casa, y el resto buscaría ocupar los puntos donde nos habíamos ubicado nosotros. Además, les señalamos un rumbo porque, a pesar de hallamos frente a la casa en línea recta, para nosotros el camino seguro es movemos por donde no nos vean y, claro, así un kilómetro se convierte fácilmente en siete.
El segundo equipo empezó su labor, pero tuvo la mala suerte de que los campesinos que talaban árboles cerca de donde nosotros estábamos se trasladaron más cerca de la casa, empezaron a trabajar en una zona con escasa vegetación baja, y en un momento determinado uno de ellos se fue acercando, se fue acercando, pasó su motosierra de forma horizontal y estuvo a punto de cortar al comando que permanecía inmóvil en aquel lugar.
En forma inmediata lo descubrió allí tendido en medio de la hierba, pero en ese momento el muchacho no supo qué hacer por lo sorpresivo del movimiento del aserrador y aquel simplemente se hizo el que no lo había visto, continuó unos minutos talando ramas y se fue alejando, se fue alejando… En ese momento se escuchó que uno de los bandidos dijo:
—Atención, hay unos patiamarraos escondidos entre la hierba. Hay hombres armados, hombres armados encima de nosotros.
Como habían sido descubiertos, nuestros jefes tomaron la decisión de ir a rescatarlos, pero a la vez tratar de llegar hasta la cueva del bandido.