Déjeme que vaya nuevamente atrás: por los controles que ejercíamos de forma continua, dedujimos que la Mona había empezado a llegar a Bogotá una y otra vez y se estaba contactando con unos sujetos muy urbanos. Tras esa pista logramos establecer que en el panorama había aparecido otro grupo criminal dirigido por un hombre al que le decían Coco.
Coco era quien mandaba en Bogotá. Aquí tenía organizada una infraestructura de seguridad muy compleja a base de taxis con radioteléfonos, celulares, otro medio de comunicación conocido como Avantel. La Mona hacia viajes muy largos y muy pesados a través de las montañas, unos trescientos kilómetros llegaba a un edificio en la ciudad y al parecer permanecía allí encerrado.
Pronto ubicamos el edificio y pronto nos dimos cuenta de que por allí se movían camionetas sospechosas, pero lo que complicaba las cosas era que el ingreso al edificio se hacía por una calle pega. Sin embargo, contábamos con que si por allí se movía la Mona, el objetivo tenía que hallarse cerca.
Para comenzar a resolver la cantidad de interrogantes que empezaban a plantearse, ubicaron a un oficial de Inteligencia en un edificio cercano y pronto se estableció que la Mona entraba y permanecía hasta la llegada de la noche en un apartamento, pero volvía a salir a eso de las siete en una camioneta, tomaba la autopista Norte y se perdía.
Al cabo de unos días establecimos que el Mellizo nunca había estado allí, sino que la Mona pasaba el día en ese lugar reunido con un sujeto apodado el Pollo, esperando la noche para poder salir a reunirse con el objetivo.
Estuvimos en actividad algo más de un mes, y un día determinado la Mona regresó a Bogotá, lo esperamos y por la noche lo ubicamos dirigiéndose hacia Chía, una población a menos de una hora al norte de su apartamento.
Un par de días después —y eso es muy importante para mí— iba para mi casa y como uno vive, come y duerme con el caso en el que está trabajando, pensé: «¿Qué pretenderán hacer ahora?». Luego soñé que el Mellizo iba en una bicicleta cubierto con un pequeño sombrero de jugador de golf y que detrás de él veía a un hombre que lo cuidaba. Eso fue un jueves.
El viernes conté mi sueño y, cosa curiosa, un poco antes del mediodía hubo un diálogo del Pollo con el dueño de un almacén de artículos para ciclismo:
—Necesito un equipo completo para ciclista, incluyendo, desde luego, la bicicleta, casco, zapatillas y guantes para un amigo muy especial. Confírmeme esta noche.
Más tarde el Pollo fue hasta la bicicletería y dijo que necesitaba el equipo para asistir el domingo a la Ciclovía, un certamen que hay los días de descanso en Bogotá. Consiste en que la gente se toma ciertas avenidas por las que no circulan carros durante las mañanas, y presumimos que el Mellizo iba a aprovechar esa costumbre para moverse en busca de una finca lejana del centro del país que le ofrecía seguridad.
Calculábamos que el objetivo se movilizaría en una camioneta y si los escoltas que marchaban adelante captaban algún movimiento sospechoso, él abandonaría el vehículo, continuaría en la bicicleta y más adelante lo recogerían nuevamente.