ISMAEL (Oficial superior)

Fue una labor exitosa: se trataba de sacar al bandido de una zona muy complicada y hasta ese momento todo se estaba cumpliendo. Sin embargo, aún necesitábamos más información.

Luego supimos que Pablo Arauca, ya en la planicie que rodea a la Sierra, iba a ser movido por alguien especial. Al enterarme de aquello me bajé con mi personal y empecé a distribuirlo y a tener el control de las informaciones para tratar de descifrar quién lo iba a transportar.

Buscamos fuentes conocidas, llegamos a otras que habían permanecido incógnitas, hicimos seguimientos y finalmente logramos confirmar que en una reunión de bandidos, el tal Chely, brazo militar de Pablo Arauca, tocó el nombre de un oficial superior de la Policía local que trabajaba con ellos, y luego lo llamó y le dijo:

—Necesito que nos reunamos.

Como aquel bandido se hallaba por fuera de la Sierra, le habían encomendado montar una estrategia y buscar el camino para sacar al objetivo de su refugio y él vio que la gran solución era lograr que lo moviera de allí la misma Policía.

Efectivamente, el oficial te reunió en Valledupar con gente de Los Mellizos. Nosotros asistimos a la cita en el contorno del sitio acordado y así controlamos la reunión.

El oficial llegó al punto. Nosotros veníamos haciéndole un seguimiento a partir de una estación de gasolina, y de allí fuimos hasta el punto de la reunión. ¿De qué hablaron? No lo supimos, pero dedujimos que el oficial era quien iba a hacer la jugada.

En tanto, le colocamos un dispositivo a su carro patrulla y él quedó a la espera de que le dijeran cuál era el momento.

Al segundo día recibió una llamada de parte de la Mona:

—La operación es ahora.

El oficial respondió:

—Estoy listo. Yo voy.

Pero no sabía cómo iba a hacer «la operación». El dispositivo continuaba dentro del carro patrulla, él lo llevó a un estacionamiento privado y de allí salieron varios vehículos, pero nunca imaginamos que el oficial había cambiado de transporte. El carro de la Policía quedó allí.

Seguimos la vigilancia y de un momento a otro hubo una comunicación:

—No. Sí, sí. Ahora no puedo. Más tarde hablo.

El analista en el Centro de Operaciones en Bogotá dijo entonces:

—El que habló es nuestro oficial. Va llegando a Santa Marta.

—¿Cómo? Yo estoy en Valledupar en el sur de la Sierra. —Nos había tomado una gran ventaja, Santa Marta está al nororiente.

Eran las siete de la noche y se encontraba llegando a aquel puerto. Ya debía estar recogiendo al objetivo.

Nosotros entramos en alerta, pero aún no sabíamos en qué vehículo iba. De todas maneras, tratábamos de reconocer carros que cruzaban, los estudiábamos a todos… Nada. Fueron pasando las horas y registramos otra comunicación, pero ya no habló el oficial. Habló su esposa con la mamá. Aquélla le preguntó «Hija, ¿dónde estás?» y ella respondió «Comprando unas salchichas en una estación de servicio de gasolina, pero ya voy llegando a donde tú estás. No te preocupes».

En aquel momento el vehículo en que esta vez se transportaba el oficial ya figuraba en Santa Marta. Ahora él llevaba consigo a la esposa y a la hija, una pequeña de unos doce, trece años. No se sabía si ya había recogido o trasladado de lugar al objetivo. Eran las nueve y media de la noche. Esperamos.

Luego se registró otra llamada de la señora a su madre, pero la mamá no le contestó. Ya estaba durmiendo, pero el teléfono que usó la señora se encontraba en un pueblo al sur.

Ya había cruzado también por otro lado al oriente, y nosotros: «¿En dónde viene?, ¿en qué carro viene?».

Sebastián, uno de nuestros muchachos situado en un lugar clave sobre la carretera principal, reconoció un carro de los que había identificado durante los seis meses que estuvo en aquella zona empezando a conocer la banda, y me llamó:

—Vi pasar una camioneta plateada, yo la conozco. Detrás va una blanca. Creo que la acompaña.

Inmediatamente me subí hasta un peaje cerca de un sitio jamado El Copey, le dije al señor que estaba trabajando allí que se trataba de un operativo de la Policía, que debía tener cuidado, que se escondiera porque venía una persona importante para nosotros, y me coloqué en su lugar para cobrar los peajes.

Dispusimos entonces que uno de nuestros carros cerrara la parte de adelante del peaje y otro estuviera pendiente atrás para bloquear el vehículo en que venía el objetivo. En este sitio dejamos una patrulla de gente uniformada y con fusiles, y más adelante otra para reacción. Luego una tercera.

En cada uno de nuestros vehículos había seis muchachos al mando de un oficial. Según cálculos, las camionetas con el objetivo debían cruzar por el peaje diez minutos más tarde. Pero el inconveniente era que no sabíamos exactamente en qué carro venía y por tanto debíamos permitir que entrara uno y desde la misma caseta del peaje estudiar a la persona y hacerlo seguir. Que entrara otro, repetir la observación, hacerlo seguir…

Cruzaban buses, camionetas, taxis, automóviles particulares y a todos los estudiaba, les cobraba el peaje y les iba entregando su boleta. Tráfico importante el de aquella vía.

Nuestra gente en el peaje sabía que en el momento en que pasara el vehículo y verificáramos que en él venían el oficial, el objetivo y la Mona, esperáramos a que se detuviera a entregar el dinero y de forma inmediata les caeríamos.

Un poco después un oficial que se hallaba a unos cinco minutos de allí me dijo:

—Van dos camionetas muy cerca una de la otra.

¿Dos camionetas? En ese momento le dije a un agente de la Policía local que nos habían prestado y estaba en un carro oficial:

—Tan pronto vea llegar la camioneta usted prende su vehículo, toma el primer puesto frente al peaje y finge que el vehículo se descompuso.

El complemento era que otro se colocara detrás y el objetivo quedaría bloqueado.

Además, a espaldas del peaje dejé apostado a un muchacho y al frente, como a unos quinientos metros a otros dos, y además, a una camioneta con un oficial.

Esperamos a que aparecieran los dos vehículos. Un minuto después los divisamos.

El policía común, inexperto o nervioso, se precipitó y no dejó que la camioneta que venía adelante se acercara un poco más y atravesó su vehículo, salió de él y sin que mediara nada abrió la tapa del motor.

La camioneta que venía adelante no había llegado al peaje, pero olfateó algo, frenó y se negó a avanzar hasta la caseta. Luego dio marcha atrás, aceleró y se estrelló con su propia escolta.

Inmediatamente inició un giro en el punto hasta el cual habíamos salido todos a capturarlo, pero la consigna era no dispararle al vehículo, pues allí venían una señora y una niña.

Empezamos a disparar al aire para que se detuvieran, pero el oficial no se amilanó, logró redondear el giro y se salió de la emboscada.

Al segundo carro —la camioneta blanca— lo capturamos con los escoltas de Pablo Arauca a bordo, mientras el oficial se alejaba.

En ese tiempo que fue muy breve, el giro y la partida resultaron mortales para nosotros porque en cosa de segundos se nos escapó el oficial y se llevó al bandido y a la Mona.

Sin embargo, uno de nuestros muchachos tomó la camioneta blanca, le dio un giro y emprendió la persecución.