En las montañas habíamos logrado información importante, porque, entre otras cosas, hallamos una gran cantidad de documentos, grabaciones, memorias USB que pertenecían a Pablo Arauca y en ellos una serie de elementos que nos llevaron a montar la base de operaciones en Medellín, pues calculábamos que posiblemente el bandido terminaría por buscar ese destino.
Desde luego, un paso importante era aumentar la presión para forzarlo a cometer un error.
Sin embargo, desde el comienzo en la Sierra Nevada habíamos encontrado un problema. Y un problema grande: gentes de alguna institución del Estado se hallaban al servicio del bandido y escuchábamos la desesperación de este hombre cuando se comunicaba con ellos:
—¿Qué pasó con los contactos? ¿Dónde vienen? Sáquenme pronto de aquí. Sáquenme, por favor.
Simultáneamente, nosotros cerrábamos más y más el círculo para impedirle que bajara.
Estando en esa situación nos llegó el día de Navidad, regresamos a la base a eso de las diez y media de la noche, y dijimos:
—Por lo menos, hagamos una cena de Navidad.
Sin embargo, nos sentamos a recopilar la información que habíamos obtenido generalmente enterrada: sobres llenos de papeles, listas, órdenes de trabajo, una carpeta con la nómina completa de la banda de Los Nevados. En ella estaba el nombre de quien manejaba la contabilidad de la organización, y ante semejante volumen de cosas, dijimos:
—No podemos irnos con las manos vacías, esta información es muy crítica en cuanto a la conexión del objetivo con gente de instituciones del Estado. Eso en el acervo probatorio era básico, pero todo tenía que materializarse por intermedio de una captura, mínimo, y necesitábamos a alguien de la estructura de Los Nevados.
En medio de este trabajo transcurrió la Navidad en nuestra base.
Al día siguiente nos reunimos con el Profe en Valledupar, mientras la operación continuaba en las montañas.
Yo iba con dos oficiales, y le preguntamos al Profe dónde podíamos localizar al contador encargado de aquella nómina.
—¿A tal? —respondió inmediatamente—. Yo lo vi ayer aquí en Valledupar. ¿Lo quieren?
—Claro.
El contador se movía al nivel de los mandos jerárquicos de la banda y eso era ideal para nosotros, porque, si además de la nómina física nos llevamos al encargado de manejada, los bandidos quedarían desestabilizados económicamente por un buen tiempo.
Total, el Profe nos dio pistas muy cercanas a la ubicación de aquel hombre y un día después establecimos cuál era su vivienda y permanecimos toda una noche haciéndole vigilancia a pesar de que la casa estaba en las afueras de la ciudad y no teníamos dónde camuflar puntos de observación. Entonces, durante aquel día lo hicimos a la distancia y por la noche escondimos gente en unos matorrales cercanos.
Bueno, el tipo madrugó al día siguiente. Tal vez iba a comprar algo para el desayuno, y como cosa particular, llevaba consigo una memoria USB, con el archivo magnético de la nómina.
—Les doy cien millones de pesos si desaparecen esa memoria —nos dijo tan pronto la encontramos.
(Él había estado presente en la compra de la banda por parte de Los Mellizos).
Luego nos dijo:
—Yo sé que tengo orden de captura desde hace rato. Captúrenme, pero desaparezcan esa memoria.
En aquella USB estaban registrados los últimos pagos hechos a gente del Estado. Ésa era su preocupación: gente de la Fuerza Pública, de la alcaldía y de la gobernación. Se veía muy angustiado. Decía:
—A mí ya me tienen preso, qué carajo, pero desaparezcan eso. No les estoy diciendo que lo destruyan: bótenlo, hagan lo que sea, cambiemos el contenido o simplemente déjenme y yo la edito. Déjenme hacer una llamada y en diez minutos nos van a llegar los cien millones de pesos.
Sobra decir que en ese preciso momento estábamos consiguiendo una información que jugó más tarde un papel importante en la operación.
Pero por otro lado, en esa misma fecha se logró confirmar que Pablo Arauca definitivamente había salido de la Sierra Nevada.
Para el treinta de diciembre se levantó la operación y salimos de allá.