Estando aún vivo Carlos Castaño, jefe de los paramilitares, enemigos de las guerrillas comunistas, las cabezas de la organización decidieron entregarse y montar un proceso que calificaron como desmovilización de todos sus frentes. El detalle es que los narcotraficantes aprovecharon la oportunidad para colarse dentro del proceso presentándose como paramilitares.
Éstos vieron con claridad que acogiéndose a una ley llamada de Justicia y Paz podrían conseguir la legalización de sus bienes, pero lo más importante, una salida ventajosa de sus deudas con la justicia.
Condenas hasta de sesenta años en algunos casos, según esa ley, podrían convertirse en menos de ocho años de cárcel, entregando, además, el armamento menos poderoso de sus arsenales, una mínima porción de las tierras arrebatadas a la gente del campo y sumas simbólicas de los miles de millones obtenidos con sangre y cocaína.
Como algunos paramilitares no estaban de acuerdo con que los narcotraficantes ingresaran al proceso, se promovieron reuniones en diferentes zonas, pero finalmente primó el dinero: según lo estableció más tarde la Policía de Colombia, los narcotraficantes compraron cada frente paramilitar por un promedio de cuatro millones de dólares.
La historia fue contada al comienzo por un teniente retirado del Ejército que el país conoció como Diego Rivera, quien se entregó a la Dirección de Investigación Criminal de la Policía. Hoy se halla en Estados Unidos como testigo protegido por la justicia. Según declaró, él era «el asesor político» de un bandido apodado Macaco.
Pero por su parte, los paramilitares vieron una gran oportunidad para vender sus grupos a los narco traficantes. En una reunión a la que asistió el teniente retirado Diego Rivera, los cabecillas acordaron «entregarse» sin soltar la gallina de los huevos de oro. Es decir, ni el negocio, ni la organización, ni el armamento moderno y potente, firmar ellos un documento y la mayoría de sus subalternos regresar al terreno, cambiarles de nombre a los frentes sin haberlos desmontado y continuar presentándose como paramilitares para encubrir su actividad de narcotraficantes.
Un poco después empezaron a aparecer en fotografías de la prensa y a través de la televisión arrumes de aquellas armas toscas que los campesinos del interior del país llaman chispunes, algunas escopetas de uno o dos cañones, algunos fusiles y algunas pistolas.
Al comienzo del proceso y según la Consejería de Paz, había treinta y cinco frentes de paramilitares en todo el país.
En aquel momento un sector de la opinión creyó que el fenómeno estaba llegando a su fin, pero un par de semanas más tarde comenzaron a aparecer volantes anónimos en Norte de Santander frontera con Venezuela, a nombre de una nueva organización criminal llamada Las Águilas Negras. Después hicieron su presentación las Águilas Rojas, más tarde los nevados y, como ellos, otros nombres que iban recibiendo los antiguos frentes.
Entonces alguien resolvió calificarlos como Grupos emergentes y a los periodistas les pareció una maravilla describir un nuevo país. Ahora las primicias de la radio y los especiales de televisión y los grandes titulares, repetían: «Sí. Grupos emergentes. En Colombia ya no hay paramilitares».
Más allá de la explosión de exclusivas periodísticas y de notas editoriales y de la abundancia de comentarios en la televisión, el general Óscar Naranjo, entonces a cargo de la Dirección de Investigación Criminal de la Policía, analizó el fenómeno y les dijo a sus hombres:
Aquí está ocurriendo algo. No creo que las Autodefensas vayan a entregar a sus grupos. Es necesario obtener información más amplia.
Fueron enviados entonces agentes de Inteligencia a diferentes zonas del país, especialmente al sur y al norte de Colombia. Una comisión fue a Cúcuta, otra a Pasto, otra a los Llanos Orientales…
Efectivamente, la Dirección de Inteligencia de la Policía descifró la operación de los narcotraficantes que aparecieron inicialmente como Las Águilas Negras, y un cúmulo de información posterior procedente de todo el país comenzó a fluir a la Dirección General de la Policía, ahora en cabeza del general Óscar Naranjo.
Como consecuencia, él ordenó conformar un grupo élite, síntesis de los cuerpos élite de la Policía, que llamó Bacrim:
Bandas Criminales, pata hacerle frente a la estructura que se estaba presentando públicamente. En aquel momento, realmente se desconocía si se trataba de los mismos grupos paramilitares o de bandidos que se beneficiaban del clima creado por la nueva ley.
Tres meses después surgió el teniente retirado del Ejército que le dio su versión del fenómeno a la Policía. Aunque temeroso por su vida, él se había entregado primero a la Fiscalía, Aquella institución se comunicó con la Policía, varios oficiales superiores lo entrevistaron y finalmente les fue entregado. Luego de las primeras conclusiones surgidas de sus confesiones, la cúpula de la Policía encontró una maniobra oculta y agentes de Inteligencia del nuevo grupo élite se ocuparon del fenómeno, inicialmente con la ayuda del teniente Rivera.
Él dijo, por ejemplo, que un paramilitar llamado Macaco tenía siete frentes. En cuanto al fenómeno, contó que se había reunido con cabezas del paramilitarismo como Guillermo Pérez Alzate, alias Pablo Sevillano, y su hermano, alias Julián Bolívar, y Habían hecho un pacto secreto, firmado también por él en nombre de Macaco. Más tarde el documento fue entregado a las autoridades.
En él acordaron que Pablo Sevillano dejaría para sí la zona de Nariño, en la frontera con el Ecuador, Macaco con sus grupos cubriría la zona de Pereira y parte de los Andes en el centro del país, y el sur de Bolívar en la zona meridional del Caribe…
Meta y Vichada, al oriente, en las llanuras de la Orinoquía, serían de un tal Báez…
Según el documento, en aquella reunión pactaron también entregar los bloques paramilitares en las regiones en las cuales operaban, pero de forma silenciosa nombrarían a gente de su confianza para que los manejara una vez les fueran cambiados los nombres. La finalidad obvia era dedicarse al narcotráfico bajo la careta del paramilitarismo.
Dentro de aquel proceso se negociaron estructuras como las de Hernán Giraldo y Jorge Cuarenta, quienes les vendieron una parte de su organización a dos narcotraficantes conocidos como Los Mellizos, un par de bandidos en ascenso que crecieron hasta hacerse muy grandes. Sus nombres: Miguel Angel y Víctor Mejía Muñera.
Ellos pasaron entonces a controlar parte del sur y el occidente de Colombia, y en el norte, la zona de Santa Marta, La Guajira, el sur de Magdalena, el sur del Cesar, es decir, el acceso al mar Caribe y a Venezuela.
En aquel momento Los Mellizos se ponían la máscara de paramilitares y junto con otros cabecillas se asentaron en Santa Fe de Ralito, una zona de desmovilización en contacto con funcionarios del Estado, donde fingían la entrega de sus frentes, aunque realmente se hallaban en la cúpula del narcotráfico.
Sin embargo, Vicente Castaño —hermano de Carlos, la cabeza visible de los paramilitares enemigos de la guerrilla— les dio la orden a Los Mellizos de retirarse de Santa Fe y ponerse al frente de la gran estructura que habían comprado.
A partir de allí Los Mellizos pasaron a la clandestinidad y se ubicaron en la Sierra Nevada de Santa Marta, un lugar muy estratégico y de difícil acceso, y ocuparon el territorio que habían controlado hasta ese momento los paramilitares Hernán Giraldo y Jorge Cuarenta; la banda reapareció con el nombre de Los Nevados.
La Sierra Nevada de Santa Marta es una colosal pirámide montañosa en plena costa Caribe, más antigua que los Andes y de mayor altitud que el pico más elevado de esta cordillera.
Sus bases emergen del océano y suben hasta cerca de seis mil metros de altitud: nieves perpetuas y más abajo lagos de origen glaciar en plena zona tropical. A medida que se desciende se van encontrando todos los climas, desde el frío intenso hasta el ardiente, según las altitudes. Invierno y verano simultáneos y permanentes. Aquélla es la formación montañosa litoral más alta del mundo.
La Policía empezó a acopiar información en todo el país y entendió perfectamente «que el fenómeno de cambiarles de nombre a los frentes era el síntoma de una burla al país y decidió atacarlos en sus mismos territorios», explicó un oficial.